E-Book, Spanisch, 280 Seiten
Reihe: Literatura universal
Stevenson La isla del tesoro
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-7254-720-9
Verlag: Century Carroggio
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 280 Seiten
Reihe: Literatura universal
ISBN: 978-84-7254-720-9
Verlag: Century Carroggio
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Novela de acción y aventuras de piratas. El joven Jim Hawkins encuentra un mapa con la ubicación de un tesoro e inicia un viaje en barco con una tripulación de lo más diversa hacia tierras lejanas. En su viaje tendrá que combatir varios obstáculos para lograr hallar el tesoro . Al final no todo sale como él esperaba y al llegar a la isla se lleva una enorme sorpresa.
Robert Louis Balfour Stevenson (Edimburgo,1850 - Samoa, 1894) fue un novelista, cuentista, poeta y ensayista británico. Su legado es una vasta obra que incluye crónicas de viaje, novelas de aventuras e históricas, así como lírica y ensayos. Se lo conoce principalmente por ser el autor de algunas de las historias fantásticas y de aventuras más clásicas de la literatura como La isla del tesoro, la novela de aventuras Secuestrado, la novela histórica La flecha negra y la popular novela de horror El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, dedicada al tema de los fenómenos de la personalidad escindida y que puede ser clasificada como novela psicológica de horror. Sus novelas y cuentos continúan siendo populares y algunos de estos han sido adaptados más de una vez al cine y a la televisión. Fue importante también su obra ensayística, breve pero decisiva en lo que se refiere a la estructura de la moderna novela de peripecias. Fue muy apreciado en su tiempo y sigue siéndolo después de su muerte. Tuvo influencia sobre autores como Joseph Conrad, Graham Greene, G. K. Chesterton, H. G. Wells, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges.
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Título: La isla del tesoro © De esta edición: Century Carroggio ISBN: IBIC: Diseño de colección
y maquetación: Javier Bachs Traducción: Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. La isla del tesoro Robert Louis Stevenson EL AUTOR Robert Louis Stevenson nació en Edimburgo (Escocia) el 4 de noviembre de 1850. Desde niño, sintió una gran pasión por los viajes que permiten conocer nuevos mundos y tener la sensación de haber huido al mar libre. Era natural, por tanto, que el joven Robert no se sintiera satisfecho con la forma de vida que necesariamente lleva consigo ejercer la profesión de ingeniero o de abogado. Empezó, en efecto, la primera carrera y terminó los estudios de jurisprudencia. Sin embargo, nunca llegó a desempeñar ningún cargo que estuviera relacionado con ninguna de estas especialidades. Su poderosa imaginación lo impulsa a dar rienda suelta a sus deseos de aventuras y de visitar nuevas tierras. De este modo, como desde muy temprana edad había tenido una gran afición literaria y una extraordinaria habilidad en el campo de las letras, no encontró un medio mejor de realizar sus sueños que poniéndose a escribir. Empezó publicando algunos ensayos. Pero fueron sus viajes a Bélgica y a Francia los que le inspiraron sus primeras obras de relatos sorprendentes y repletos de fantasía. Al nacimiento del escritor contribuyó también innegablemente su naturaleza física, débil y enfermiza. Lo que no podía llevar a cabo en la práctica debía surgir, como fruto quizá del desahogo, en las páginas de unos libros llenos de emociones y de aventuras. A pesar de todo, a lo largo de su vida Stevenson no solo consiguió desplegar su imaginación en un considerable número de obras, sino que también logró realizar de hecho aquello que había sido siempre su máxima ilusión: recorrer mundos extraños y exóticos. En 1879, se traslada a California con una mujer que había conocido en Paris y que luego había de ser su esposa. Al año siguiente, sin embargo, su salud empieza a declinar seriamente y decide regresar a Europa, a fin de residir en varios sanatorios. En 1887, viendo que sus dolencias se acrecientan cada vez más, inicia diversos viajes por las islas de los mares del Sur. Atraído quizá por el exotismo, así como también por la idea de encontrar unos aires más saludables que aliviaran la afección pulmonar que padecía, se estableció definitivamente en Samoa, en una población llamada Vailina. Allí todo era nuevo y apacible, Pero en 1894 la muerte le sobrevino casi súbitamente, en forma de una hemorragia cerebral, cuando probablemente había conseguido la realización de sus ideales más acariciados. Su cuerpo fue enterrado en el monte Vaea, cerca del poblado que lo había acogido con afecto y respeto. Stevenson, igual que otros muchos autores, únicamente fue apreciado en su justo y alto valor después de su muerte. No obstante, ya en vida, el enorme poder de su imaginación logró atraer el interés del gran público que quedaba subyugado por la rara habilidad de combinar lo real con lo extraordinario y ficticio. No solo los personajes que creaba resultaban de carne y hueso, fruto de su propia experiencia y de la precisa atención que ponía en todo lo que lo rodeaba, sino que también las aventuras nacidas de su facultad imaginativa parecían poseer la cualidad sorprendente de la realidad. Las tramas de sus obras dan la impresión de ser reales e incluso históricas y, de hecho, se basan en datos y en acontecimientos que tienen un fundamento o bien un marco concreto dentro de la historia. Por esto, antes de empezar la lectura de las novelas más emocionantes y atractivas de Robert Louis Stevenson, será útil y orientador estudiar sus posibilidades de realidad, así como el fondo histórico que les da vida y les otorga la cualidad especial de hacer verídico lo que es ficticio. Porque, como observa acertadamente E. Cecchi, una de las características más sobresalientes de Stevenson es precisamente «la facultad de conferir a las imágenes la veracidad de un documento». LA PIRATERIA Y SUS TESOROS La isla del tesoro se refiere evidentemente a un hecho histórico -la piratería- que tiene unas causas bien concretas y definidas, aunque las razones puedan ser distintas en cada caso particular. El bandidaje marítimo no ha surgido siempre en las mismas condiciones, sino que obedece a diversos motivos susceptibles de ser resumidos de una forma genérica. Sin duda alguna, las principales causas de la piratería han sido de carácter político y económico. Grandes naciones como España y Portugal, en sus mejores momentos de predominio sobre los demás países, han visto cómo sus barcos eran asaltados por buques desconocidos con el único propósito de saquearlos y de apoderarse de sus riquezas. Las naciones vecinas, incapaces de afrontar una guerra abierta, han encontrado en la piratería la forma de minar las grandes potencias y el medio eficaz de sobresalir en medio de su pobreza. Razones geográficas han contribuido también, indudablemente, a la ocasión del bandidaje marítimo. El capitán Henri Keppel, gran cazador de piratas, resumía este aspecto de la manera siguiente: «Los transgresores del mar, igual que las arañas, abundan allí donde hay recodos y grietas, islas, ensenadas profundas, rocas hendidas y golfos tranquilos y ocultos». Los hechos corroboran esta afirmación. Basta recordar algunos puntos famosos de la piratería a lo largo de la historia. Las islas del Egeo resultaron muy útiles para los piratas antiguos, cuando los poderosos centros comerciales radicaban en Creta y en Fenicia. Las guaridas de Argel eran muy aptas en la Edad Media para quedar al acecho de las galeras genovesas que doblaban la península itálica para dirigirse hacia Oriente. Las islas del Caribe constituyeron auténticos centinelas del paso de los tesoros del Perú por el estrecho de Panamá. Aparte de estas causas principales, sin embargo, es evidente que existieron también en la piratería razones de tipo social e individual. La pobreza y el desempleo de muchos soldados mercenarios hicieron que éstos se lanzaran en gran número a las aventuras del mar. Innumerables rechazados y marginados de la sociedad se enrolaban como marinos en un buque mercante. Una vez en alta mar, como es precisamente el caso de La isla del tesoro, se amotinaban y pasaban a ser dueños del navío. La enseña de la marina nacional era sustituida entonces por la clásica bandera negra, con la calavera y las tibias cruzadas que anunciaban el asalto al pacifico buque de comercio. No obstante, dentro de estas circunstancias perfectamente reales y determinables, cabe preguntar todavía hasta qué punto resulta verosímil el motivo central que mueve la historia de Jim Hawkins. ¿Es verdaderamente posible que un pirata escondiera un tesoro en una isla? Desde luego, si se tienen en cuenta las costumbres y la manera de ser de la piratería, deberíamos decir que el tema central de la novela de Stevenson es poco menos que ilusorio. El pirata era un hombre que diariamente se enfrentaba a la muerte y que, por tanto, no pensaba en guardar su dinero para disfrutarlo «el día de mañana». Las condiciones precarias en que vivía lo obligaban, más bien, a sacar el partido más rápido posible del botín que conseguía en el último abordaje. Las mismas costumbres que los historiadores nos narran de la piratería nos hacen ver claramente que la intención principal de aquellos hombres tuvo que ser el lucro fugaz e inmediato de las riquezas que caían en sus manos. El juego más común al que se dedicaban en sus largos ratos de esparcimiento era el juego de la baraja, con las correspondientes apuestas que lo convertían en algo emocionante y divertido. Naturalmente, la materia apostada no era otra cosa que el botín conseguido, de forma que muchas veces el pirata pisaba tierra firme en la misma situación de pobreza con que la había abandonado. De no ser así, la bebida y otros placeres inmediatos acababan en poco tiempo con los bienes tan rápidamente logrados. El pirata no solo se veía enfrentado cada día a la muerte por los peligros innegables que comportaba el asalto de un buque muchas veces mejor armado que el propio, sino también por la brutalidad de las diversiones practicadas en alta mar con los amigos y compañeros. Uno de los entretenimientos más en boga era «el juego de la pistola». Se encerraban varios hombres en un camarote y uno de ellos empezaba a disparar al azar, cruzando los dos brazos armados con sendas pistolas. Naturalmente, el resultado no siempre era afortunado para todos. En más de una ocasión, alguno de los participantes salía forzosamente lesionado o malherido. Como es evidente, la vida del pirata hace pensar que nada impulsaba a ninguna clase de economía, bien fuera por la idea del ahorro o por una simple ambición desenfrenada. Al contrario, todo inducía a creer que lo mejor era gastar en seguida los bienes para disfrutarlos cuanto antes. Unos hombres sin hogar y sin familia, expuestos constantemente a perder la vida, no pensaban en otra cosa que en vivir el presente del modo más agradable posible. A este respecto, un historiador de la piratería...