E-Book, Spanisch, 304 Seiten
Pym Jane y Prudence
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-124869-7-1
Verlag: Gatopardo ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 304 Seiten
ISBN: 978-84-124869-7-1
Verlag: Gatopardo ediciones
Format: EPUB
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Barbara Pym (1913-1980) nació en Oswestry, Shropshire. Se licenció en literatura inglesa en St. Hilda's College,en Oxford. En la Segunda Guerra Mundial prestó servicio en el Cuerpo Auxiliar Femenino de la Armada británica. Posteriormente trabajó en el Instituto Internacional Africano de Londres. A lo largo de su vida escribió varias novelas, de las que Gatopardo ediciones ha publicado Mujeres excelentes (2016), Amor no correspondido (2017), Un poco menos que ángeles (2018), Extranjeros, bienvenidos (2019), Cuarteto de otoño (2021) y Jane y Prudence (2022). Tras su muerte, en 1980, se publicó su diario, A Very Private Eye (1985). Junto con Elizabeth Taylor está considerada una de las escritoras inglesas más importantes de la segunda mitad del siglo xx.
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Capítulo 2
Yo creía que un montón de feligreses saldrían a recibirnos —dijo Jane mientras miraba por la ventana, por encima de los arbustos de laurel—. Pero está todo desierto.
—Esas cosas solo pasan en las obras de tus escritores favoritos —le contestó su marido con tono indulgente, porque su esposa era una apasionada lectora de novelas, quizá demasiado apasionada para ser la mujer de un pastor—. Te aseguro que es mejor que nos instalemos antes de empezar a tratar con la gente. Le dije a Lomax que se pasara por nuestra casa después de la cena, tal vez para tomar un café.
Miró a su mujer con los ojos llenos de esperanza.
—Sí, ya sé que tengo que preparar la cena —dijo Jane, algo cansada—, y puede que hasta haya café por algún rincón. Supongo que también podríamos ofrecerle té al señor Lomax, aunque aquí no es lo más común. Me pregunto si mantenemos ese hábito tan poco corriente de ofrecer té en lugar de café después de una comida porque somos personas de costumbres o porque somos unos excéntricos... No me gustaría que pensara que estamos siendo condescendientes con él porque su iglesia no es tan antigua como la nuestra...
—Bueno, está claro que el café mantiene despierto —dijo Nicholas sin que viniera al caso.
—Para pasarse la noche en vela pensando en el próximo sermón —comentó Jane—. Puede que no sea tan mala idea.
—¿Qué vamos a cenar? —preguntó su marido.
—Flora está en la cocina, desempaquetando parte de la vajilla. Podríamos abrir una lata de conservas —contestó Jane como si fuera algo rarísimo, cuando sin duda no lo era—. A decir verdad, creo que es lo que vamos a tener que hacer. Pero me parece que hay café por alguna parte. A ver si consigo encontrarlo a tiempo. ¿Crees que vendrá con la señora Lomax?
—No. Que yo sepa, no está casado —dijo Nicholas algo ausente—. Aunque hace mucho tiempo que no nos vemos. Ayer, cuando hablamos, nuestra conversación se centró en los asuntos de la parroquia. Recuerdo que en Oxford era bastante partidario del celibato.
—Si me lo permites, te diré que recuerdo que era un joven enclenque y con gafas —añadió Jane—. A lo mejor pensó que no le quedaban muchas esperanzas y por eso decidió hacerse de la conservadora Iglesia anglocatólica.
—Cariño, suele haber motivos más elevados que ese —dijo Nicholas con una sonrisa—. No todos los párrocos anglocatólicos son feos.
—Ni todos los anglicanos liberales, mi amor —añadió Jane, a quien le seguían atrayendo los ojos azul intenso de su marido y su buena forma física.
Se hallaban en la habitación destinada a ser el estudio de Nicholas, sentados en medio de un montón de libros que Jane iba colocando de forma indiscriminada en las estanterías.
—Todos tus libros hablan de teología —dijo Jane cuando Nicholas sugirió que tal vez fuera mejor que lo hiciera él—. Mientras no haya nada inapropiado que se cuele entre todas estas cubiertas tan aburridas, no creo que importe el orden en que los coloquemos. Es imposible que alguien quiera leerlos. ¿Estás seguro de que no prefieres montar el despacho en la habitación que hay libre del piso de arriba? Desde allí se ve el jardín y apuesto a que es más tranquila.
—No; creo que esta habitación es perfecta para trabajar. No sé por qué, pero me parece poco adecuado que el despacho de un párroco esté en el segundo piso —dijo Nicholas, y entonces, antes de que Jane pudiera darle alas a la idea con su inextinguible imaginación, añadió cortante—: Pondré el escritorio debajo de la ventana. A veces es una ventaja poder ver a la gente cuando se acerca.
—Pues entonces habrá que poner visillos —le dijo su esposa—. De lo contrario, perderás la ventaja si ellos también te ven. Aunque de momento no parece que vaya a venir nadie a visitarnos... —Volvió a mirar por encima de los laureles, hacia la puerta del jardín pintada de verde—. Sería de esperar que se acercaran, aunque solo fuera por curiosidad, ¿no te parece?
Se dio la vuelta y continuó organizando los libros.
—¡Pues mira, resulta que viene alguien! —exclamó Nicholas bastante agitado—. Una chica, o tal vez es una mujer, con un sombrero de paja que tiene un pájaro encima. Y lleva un bulto sanguinolento en las manos...
Jane se apresuró a acercarse a la ventana.
—Vaya, debe de ser la señora Glaze. ¡Seguro que es ella! Nos echará una mano con la casa. Se me había olvidado... Ya sabes lo poco que me preocupo de las tareas domésticas. No me acordaba de que iba a venir esta noche.
Salió corriendo al recibidor y abrió la puerta principal de par en par, antes de que la señora Glaze hubiera subido los peldaños de la entrada.
—Buenas tardes, señora Glaze. ¡Qué atenta es usted! ¡Gracias por venir a vernos el primer día! —exclamó Jane.
—Bueno, señora, habíamos quedado en eso. La señora Pritchard me comentó que les iría bien que les echara una mano.
—Ah, sí, claro. El señor Pritchard y ella son tan amables...
—El canónigo Pritchard —rectificó con delicadeza la señora Glaze mientras entraba en la casa.
—Sí, por supuesto, ahora es el canónigo Pritchard. Se mueve en las altas esferas.
Jane permaneció en el recibidor sin saber qué hacer, pensando que ese tipo de palabras se empleaban ya únicamente en las lápidas o en los obituarios de la hoja parroquial, y le parecían muy poco adecuadas para su predecesor, que estaba todavía vivito y coleando.
—Bueno, si me disculpa, señora... —La señora Glaze hizo ademán de pasar.
—Ah, sí, ¡pase! —Jane se apartó porque todavía no sabía muy bien dónde estaba la cocina. Además, era la parte de la casa que menos le interesaba de todas—. No sé qué vamos a cenar.
—No se preocupe por eso —contestó la señora Glaze. Entonces levantó el hatillo manchado de sangre y se lo mostró a Jane—. He traído hígado.
—¡Qué maravilla! ¿De dónde lo ha sacado?
—Verá, señora, resulta que mi sobrino es carnicero, además de monaguillo de la parroquia. Le comenté cuándo llegaban ustedes y, naturalmente, quiso asegurarse de que iban a cenar en condiciones. Le encanta su trabajo, señora. Está más contento que unas pascuas cuando empiezan las celebraciones navideñas... Se pasa el año deseando que llegue ese momento. Aunque, claro, no puede sacarle el mismo provecho que antes a su género, por lo menos, no todos los días... Las carnicerías nunca han tenido una racha tan mala como ahora, que todo tiene que pasar por los controles del gobierno; no es de extrañar que a los carniceros les cueste tanto ganarse el pan. ¿No le parece, señora?
—Sí, sí, sin duda. No sé cómo consiguen ganarse el pan... —contestó Jane dándole la razón—. A mi marido le encanta el hígado. Pero ¿qué me dice de las verduras?
—¿Qué quiere que le diga, señora? ¡Que están en el huerto! —contestó la señora Glaze, sorprendida.
—¡Claro!, hay un huerto «muy bien surtido». En Londres no teníamos nada comparable —dijo Jane a modo de disculpa.
Ya habían llegado a la cocina, que estaba al final de un largo pasillo con las paredes de piedra. Flora estaba acabando de sacar las piezas de la vajilla de las cajas de la mudanza. No había heredado el aire etéreo de su madre; se parecía mucho más a su padre. Era alta y delgada, con los ojos azules y el pelo oscuro y suave. Había cumplido dieciocho años y tenía muchísimas ganas de ir a Oxford en septiembre.
—Esta es mi hija Flora —dijo Jane—. Estaba ordenando las piezas de la vajilla.
—Vaya, qué amable —comentó la señora Glaze—. Así me ahorraré un montón de trabajo. Y veo que incluso ha recogido unas cuantas hortalizas. Puedo empezar a preparar la cena ahora mismo. Así tendrán tiempo de cenar tranquilos antes de recibir al padre Lomax, que vendrá a tomar café.
Casi resultaba un alivio que supiera tantas cosas sobre la vida de los demás, pensó Jane.
—Sí —contestó Jane—. Confío en que él pueda ponernos al corriente de la parroquia y contarnos lo que haga falta saber sobre los habitantes del pueblo. Ya ve que estamos igual de perdidos que si hubiéramos entrado en el cine con la película empezada —continuó. Casi se había olvidado de que tenía interlocutoras—. No sabemos qué ha pasado antes de llegar nosotros, si es que ha pasado algo. Como mucho, contamos con el resumen apresurado que nos susurra alguien que ha decidido marcharse del cine y que en este caso es, por supuesto, el canónigo Pritchard.
—Mamá...