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E-Book, Spanisch, 248 Seiten

Oates Desmembrado


1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-17109-28-8
Verlag: Gatopardo ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 248 Seiten

ISBN: 978-84-17109-28-8
Verlag: Gatopardo ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



En su última colección de relatos, Joyce Carol Oates ahonda en las vidas de niñas y mujeres vulnerables: unas se convierten en víctimas mientras otras se ven incitadas por un profundo malestar emocional a cometer actos violentos contra los demás. En Desmembrado, el relato que da título al libro, una niña precoz de once años, llamada Jill, se sube al Chevrolet azul celeste de un pariente de la familia, un hombre atractivo y misterioso, que la conducirá a un destino incierto e imposible de olvidar; en «El pasadizo», finalista del premio Edgar al mejor relato breve, una viuda regresa de manera obsesiva a la casa que antaño compartía con su marido, hasta que una invitación a entrar por parte de los nuevos propietarios adquiere visos amenazadores; en «La chica ahogada», una estudiante universitaria se obsesiona con el caso de una mujer que murió ahogada o fue asesinada. Todos ellos son relatos sobrecogedores, Joyce Carol Oates consigue inquietarnos con sus historias construidas en el territorio del miedo. La crítica ha dicho «Oates, que tiene el don de adivinar el pensamiento, escribe relatos de terror psicológico sobre mentes gravemente perturbadas... Cuesta mucho apartar la vista de la página.» The New York Times Book Review «Pocos escritores son capaces de iluminar como ella los recovecos más perturbadores de la mente. Oates nos pone su sedosa soga al cuello y la estrecha.» Seattle Times «Este libro contiene relatos que noquean, historias que provocan una inquietud que raya en la perversidad, pero que tal y como están contados necesitas leer y saber qué va a pasar, qué nos va a pasar.» Eric Gras, El Periódico Mediterráneo

Joyce Carol Oates (Nueva York, 1938) ha cultivado todos los géneros literarios: novela (Qué fue de los Mulvaney, Blonde, La hija del sepulturero, Hermana mía, mi amor, Ave del paraíso, Carthage); relatos (Infiel, La hembra de nuestra especie, Mágico, sombrío, impenetrable); ensayo (Del boxeo); autobiografía (Memorias de una viuda); poesía (Women In Love and Other Poems, Tenderness); teatro (The Perfectionist and Other Plays) y libros para jóvenes (Como bola de nieve, Monstruo de ojos verdes, Sexy). Su obra es extensísima. En la actualidad enseña escritura narrativa en la Universidad de Princeton (Nueva Jersey). Ha sido galardonada con numerosos premios, entre ellos el National Book Award, el PEN/Malamud Award y el Prix Femina étranger. Desde 1978 es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, y desde hace unos años es una permanente candidata al Premio Nobel de Literatura. De la misma autora, Gatopardo ediciones ha publicado Dame tu corazón (2017), Desmembrado (2018) y Persecución (2020).
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Desmembrado

i

Cuéntanos lo que sabes. Lo que recuerdes.

Me he subido al tejado del viejo granero de mi abuelo. Noto la chapa caliente contra las piernas desnudas, contra los muslos. Éste es un sitio prohibido. El tejado inclinado, las planchas de cinc mal ensambladas y ardientes bajo el sol.

Ya no soy tan pequeña como para andar encaramándome al tejado del granero. Dejamos de hacer eso cuando estábamos en segundo de secundaria.

Te olvidas. Deja de interesarte. Hay otras cosas que hacer.

Sientes desprecio por las cosas que hacías de niña, incluso las prohibidas, cuando tienes unos años más.

Él conduce su Chevrolet por Iron Road. Es de un azul cielo radiante y con embellecedores cromados que destellan como si fueran ojos que parpadean. En su interior, tapicería de color crema. Hay manchas en el asiento de atrás que él ha tratado de quitar con algo que huele fuerte como el queroseno, de modo que las cuatro ventanillas están bajadas para que se vaya el mal olor.

Está fumando un cigarrillo. El humo envuelve su preciosa cara alargada que parece la de una muñeca. Saca el brazo izquierdo por la ventanilla abierta. Al frente, el asfalto de la carretera de dos carriles refulge bajo el calor como un espejismo en el desierto.

De Iron Road pasamos a Mill Pond Road, que en su mayor parte es un camino de grava y tierra. Pastos, maizales, bosques. Casas de labranza, edificios agrícolas. Silos. El Chevy azul cielo reduce la marcha, el conductor frunce el ceño detrás de las gafas como un cazador sin prisa, que se toma su tiempo.

Según dicen, Rowan Billiet es el primo (medio primo) de mi madre.

Según dice mi padre, por lo que a él concierne, Rowan Billiet no es pariente nuestro, en absoluto.

Lo que sin duda no es verdad es que Rowan Billiet sea mi tío. No es el hermano pequeño ni de mi padre ni de mi madre, así que no puede ser mi tío. Pero, al igual que otras falsedades publicadas en los periódicos locales, eso se repetiría hasta que todos llegaron a creerlo (erróneamente), y décadas después se recordaría de esa forma imprecisa en que rememoramos sueños terribles que se han desvanecido hasta tornarse recuerdos como gotas de agua sobre el papel pintado de la pared.

«Aquel joven tío tuyo, cómo se llamaba…»

«Aquel tan guapo que siempre conducía coches lujosos…»

Toma el desvío a Cattaraugus Creek Road, que es nuestra calle. ¿Está Rowan Billiet paseándose tranquilamente por la accidentada campiña al norte de Strykersville, sin destino alguno en particular? ¿Limitándose a comprobar adónde lo lleva su Chevy azul cielo?

Como si anduviese en busca de agua con una varilla de zahorí. Más o menos así.

Rowan tiene parientes repartidos por todo el condado de Beechum. Ni uno de ellos es un pariente cercano, ni uno es lo que se consideraría «familia».

Rowan aparece en sus casas, sólo para saludar. A veces, Rowan se queda únicamente unos minutos, porque se da cuenta de que no es un buen momento, o quizá la persona a la que ha ido a visitar no está en casa. A veces, Rowan se queda más rato, por ejemplo si lo invitan a cenar.

En nuestra casa, a Rowan nunca lo invitan a cenar. La razón parece ser (eso he deducido) que mi padre lo odia.

¡Por qué iba alguien a odiar a Rowan Billiet! En su Chevy, que huele a queroseno y a tabaco, sonríe para sí ante semejante idea. Tararea al son de la música en la radio del coche, lo bastante alta para que se oiga sobre el ruido del viento que entra por las ventanillas abiertas. «Tac, tac», tamborilea con sus dedos finos sobre el volante.

Tiene dedos de chica, dice la gente de Rowan Billiet.

Tiene cara de muñeca, se dice de Rowan Billiet.

Vaya, si uno no puede tomarse en serio ni su nombre: Rowan Billiet.

Entre primero y segundo de secundaria dio la sensación de que pasaran varios años y no uno solo.

Habíamos crecido jugando entre la chatarra de coches, camiones y tractores que había en el solar junto a la casa de mi tío. Mason, el hermano (hermanastro) mayor de mi padre, que era dueño de una gasolinera y un taller de reparación de coches en Cattaraugus Creek Road, a un kilómetro y medio de nuestra casa.

De la casa de labranza en la que vivíamos con los padres (adoptivos) de mi madre, que en realidad (un dato del que tardé décadas en enterarme) no eran unos desconocidos para sus padres biológicos, sino el hermano y la cuñada de uno de ellos.

Todo eso había pasado tiempo atrás, antes de que yo naciera. No tenía la menor idea de ello ni tendría el menor interés en muchos años, hasta llegar al menos a la edad de mi madre, en el momento en que Rowan Billiet apareció de manera especial en mi vida en 1961.

El depósito de chatarra de mi tío también era un sitio prohibido. No querían que fuéramos allí. Era fácil hacerse daño. Y si eras una niña era especialmente fácil, nos advertían.

Nuestras rodillas desnudas llenas de arañazos y sangrando. En mis piernas, hilillos de sangre que brotaban de los cortes que me habían causado los trozos de vidrio al colarme por la ventanilla rota de un coche «siniestro total» en un accidente sobre el que la gente todavía murmuraba por toda Cattaraugus Creek Road. Me emocionaba ser la más pequeña de los cinco que andábamos jugando por ahí (tres niñas y dos niños, que eran nuestros hermanos pequeños) y la única capaz de colarme en un espacio tanestrecho y retorcido, y, luego, cuando mi madre me vio se quedó mirándome un momento hasta que se dio cuenta de que lo de mis piernas eran sólo arañazos y de que la sangre brillante podía limpiarse fácilmente.

«¡Ay, Dios mío! Qué susto me has dado, Jill…»

En el depósito de chatarra de mi tío había una vieja carraca de grúa, con un gancho gigantesco y cubierto de óxido como si fuera sangre. Daba miedo ver ese gancho e imaginar, de algún modo, esa cosa tan grande enganchándose en carne humana…

Cuéntanos qué recuerdas, Jill.

Cualquier cosa que recuerdes.

Tómate tu tiempo. Intenta no alterarte. Ahora ya ha pasado todo, ya no corres ningún peligro.

Está diciendo que hay algo que quiere enseñarme.

Me llama «Jilly». Es su manera especial de pronunciar mi nombre, los demás no lo dicen así.

Ven, Jilly. Sólo un pequeño paseo hasta el puente y de vuelta.

Rowan Billiet siempre se te acercaba demasiado. Y sonreía mordiéndose el labio inferior.

Me parece que no puedo. Ahora mismo no.

¿Por qué ahora mismo no? Ahora mismo es el mejor momento, hostia.

Eso me hace soltar una risita. Nadie les habla a las niñas de mi edad como lo hace Rowan Billiet cuando no hay adultos delante.

Me río como si unos dedos fuertes y rápidos me estuvieran haciendo cosquillas. Es angustioso y emocionante, y hace que mi corazón palpite más deprisa, aunque no de felicidad.

Rowan Billiet no es un chico del instituto pero tampoco es viejo como mi padre y mis tíos. Describirlo costaría un montón. Te hace reír. Te hace reír de una forma rara, como si no supieras por qué te ríes, y no querrías que un adulto te oyera y te preguntara por qué te ríes y qué es tan divertido.

Mis amigas que han visto a Rowan Billiet dicen que parece un Elvis Presley más bajo y con el pelo más claro. Es muy guapo, con el pelo rubio arena y fino como seda de algodoncillo que le cae en una onda en la frente, las cejas de color arena y un bigotito como una oruga de color arena sobre el labio superior.

El bigotito como una oruga se mueve sobre su labio cuando habla y cuando sonríe. Cuando lo veo me estremezco.

No sé cómo contestarle a Rowan Billiet cuando dice esas palabras, de modo que me lo repite, despacio y con paciencia: Hay algo en el riachuelo, debajo del puente. Algo que arrastró la corriente y se quedó ahí varado, en las rocas. Te vas a caer de espaldas cuando lo veas, Jilly.

«Te vas a caer de espaldas.» Es una cosa rara que le he oído decir a la gente, y que me desconcierta un poco pero me hace sonreír.

Y Rowan sonríe aún más, tironeándome de la muñeca.

Rowan puede cogerme la muñeca con tan sólo el índice y el pulgar.

Lo que vas a ver, Jilly, tiene que quedar entre tú y yo. Si se lo cuentas a los demás, no lo entenderán.

Sacudo la cabeza para decirle que creo que no.

Venga, vamos, nadie se va a enterar.

Mi madre sí se enterará…

¿Cómo va a enterarse Irene si tú no se lo cuentas? Además, parece que no hay nadie en casa.

La forma en que Rowan dice «Irene» me indica que conoce a mi madre de un modo en que a mí no me es posible conocerla, y que en lo que sabe de ella hay familiaridad y desprecio.

No quiero decirle a Rowan «Mamá sólo ha ido a la compra a Ransomville, volverá en cualquier momento». No quiero que Rowan sepa que no hay ningún adulto en casa en este momento, excepto mi abuela, que se pasa el día entero entre la cocina y su habitación (en el piso de abajo y con las cortinas echadas) y ni se dará cuenta de que el Chevy azul cielo está aparcado a medio camino de la vía de grava compactada por la que se accede a la casa. Además, si viera a Rowan Billiet creería que es uno de los amigos del instituto de mi hermano.

Después, yo pensaría: «Sabía que debía venir cuando mamá hubiera salido. Cuando papá no estuviera en casa».

Entre semana, es raro que mi madre salga de casa a la hora que sea, pero es habitual que mi padre se haya ido a trabajar a la...



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