E-Book, Spanisch, 256 Seiten
Reihe: Aletheia
Zagano Sábado Santo
1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-9073-403-2
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Un argumento para la restauración del diaconado femenino en la Iglesia Católica
E-Book, Spanisch, 256 Seiten
Reihe: Aletheia
ISBN: 978-84-9073-403-2
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Una investigación fiel sobre la viabilidad canónica del diaconado femenino. Basado en una investigación exhaustiva, así como en un sólido análisis histórico y teológico, este libro hace una importante contribución al desarrollo de los ministerios de las mujeres en la Iglesia contemporánea. Sábado Santo es una exposición clara y razonada que concluye afirmando que la restauración de la ordenación de las mujeres en el diaconado está totalmente en consonancia con el poder, la autoridad y la tradición de la Iglesia. En su lúcida exposición, Phyllis Zagano aborda la antropología teológica, la teología sacramental, la eclesiología, las fuentes históricas y ecuménicas, y las ideas contemporáneas sobre el diaconado permanente. Este innovador libro explora la posibilidad de ordenar a las mujeres para el diaconado permanente en la Iglesia católica como una respuesta de la tradición que las incorporaría permanentemente a las tareas de enseñanza, santificación y gobierno de la Iglesia. Este libro está dirigido tanto a los especialistas como a cualquier persona con interés en el debate actual sobre el diaconado femenino y habla sobre temas que son vitales en la vida actual de la Iglesia.
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HOMBRES Y MUJERES SON ONTOLÓGICAMENTE IGUALES
La eclesiología debería reflejar mejor una antropología unitaria
El desafío para la Iglesia del próximo siglo es construir una eclesiología en armonía con su antropología, que considere a mujeres y hombres seres humanos por igual, personas hechas a imagen y semejanza de un Dios cuya infinitud es como insinúa y no está limitada por el sexo1. Esta eclesiología acabará por enraizarse en una antropología unitaria, que considera iguales la naturaleza y la existencia humana de hombres y mujeres2, algo que constatan numerosos documentos de la Iglesia. Como ha señalado el papa Juan Pablo II, la comprensión de la igualdad esencial entre hombres y mujeres tiene su origen en el Génesis, y Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de este Dios quiere decir también que el hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don. Esto concierne a cada ser humano, tanto mujer como hombre...3 Según Juan Pablo II, la igualdad de hecho, «afirmada desde la primera página de la Biblia en la estupenda narración de la creación», debe verse reflejada en una «cultura de la igualdad». El Papa ha instado a una «cultura de la igualdad» que aborde «situaciones en las que las mujeres viven, de facto, si no legalmente, en una condición de inferioridad»4. En estos últimos años, las mujeres, en especial las occidentales, están integrando esta recomendación del Papa y reconociéndose a sí mismas en tanto que personas creadas como iguales por un Dios cuya relación con nosotros es tan universal que resulta indescriptible, salvo analógicamente y con las imperfecciones de la analogía sexual5. Esta metáfora genera confusión en sí misma en una discusión que es filosófica, teológica, psicológica y literaria al mismo tiempo. La dificultad en el desarrollo de la eclesiología (que no tiene que ver con los cambios en la historia, los movimientos emancipadores de la humanidad ni con los derechos humanos) estriba en que refleja las necesidades de una perspectiva teológica revelada en la Sagrada Escritura y explicada por la Iglesia a través de los siglos en su labor protectora del depósito de la fe. De modo que esta resulta a veces malinterpretada como punto de partida. Pero una eclesiología elaborada que refleje una comprensión ontológica no es un desvío, ni parte de la noción de que existe alguna fisura en el ámbito del ser. Más bien, como se observa en las declaraciones papales mencionadas anteriormente, así como en muchos otros documentos, obedece al reconocimiento de una fractura en la comprensión del ámbito del ser ocasionada por el desconocimiento y las malas interpretaciones de la Sagrada Escritura. El actual magisterio del Papa se dirige hacia la sanación de esta fractura. Mientras que las interpretaciones de la teología sistemática tomista pueden argumentar tanto que las mujeres son ontológicamente iguales al hombre como que no, esta última se limita muchas veces a la cuestión física. Esto es, el concepto de «naturaleza» puede considerarse físico. Pero las interpretaciones que reducen las explicaciones ontológicas a una mera dimensión física y rechazan cualquier noción de igualdad entre hombres y mujeres son falsas. Tal como Juan Pablo II escribió en la encíclica Evangelium vitae: En el cambio cultural en favor de la vida, las mujeres tienen un campo de pensamiento y de acción singular y, sin duda, determinante: les corresponde ser promotoras de un «nuevo feminismo» que, sin caer en la tentación de seguir modelos «machistas», sepa reconocer y expresar el verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia ciudadana, trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de violencia y de explotación6. La Iglesia, que fundamentalmente es una comunión de bautizados, puede y debe reflejar mejor una antropología unitaria. Todos en la Iglesia somos, por derecho y fuerza del bautismo, iguales. Por supuesto, es razonable, apropiado y necesario establecer distinciones. No obstante, algunas diferencias formuladas en argumentaciones en contra de la inclusión de la mujer en el ministerio ordenado apoyan la discriminación, violencia y explotación dentro del marco de la Iglesia. Estas distinciones no se extraen de los valores evangélicos ni de la Biblia, sino que se han ido acumulando mediante la aceptación de la misma cultura contra la que se posiciona el Evangelio. Es básicamente razonable que una comprensión contemporánea de la ontología apoye el rechazo a las adiciones de otras épocas; no lo es que, por algún motivo, la Iglesia tema la aceptación de una comprensión contemporánea de la ontología en lo que respecta a sus enseñanzas fundamentales. El «argumento icónico» supone un ataque a la antropología unitaria
Uno de los principales juicios en contra de la ordenación de la mujer al presbiterado es conocido como «argumento icónico». Durante siglos, la Iglesia ha desarrollado un lenguaje teológico que designa a Cristo como «esposo» de la Iglesia, a la que a menudo se alude en femenino. El magisterio de la Iglesia establece que solo los hombres, en particular los sacerdotes ordenados (y los obispos), pueden representar a Cristo y actuar in persona Christi (in persona Christi capitis Ecclesiae) en esta análoga relación. Semejante constructo denota la antropología dualista mencionada anteriormente, en la que cada sexo juega un papel diferente y específico más allá de la biología. Se trata de una visión dualista de la humanidad. Es decir, o bien el ser humano tiene una naturaleza y dos géneros, y por lo tanto es igual, si no la misma, o la persona tiene dos naturalezas, ni iguales ni las mismas. Es importante tener en cuenta que parte del lenguaje teológico muestra una antropología dualista y no considera que el hombre y la mujer sean ni iguales ni lo mismo. El modo como se recibe este concepto es que hombres y mujeres no son iguales porque no son lo mismo, y que la «igualdad» viene determinada por el género, no por la naturaleza. Por consiguiente, muchas personas, con razón, se sienten insultadas por el argumento icónico, explicado así por Avery Dulles: Para disipar cualquier duda restante, sería importante mostrar algunos motivos intrínsecos de por qué las mujeres son inadecuadas para el ministerio sacerdotal. En Ordenatio sacerdotalis, el Papa se basa solo en argumentos de autoridad, pero menciona de pasada que hay «razones teológicas que ilustran la conveniencia de aquella disposición divina». En Mulieris dignitatem (1988) utilizó el llamado argumento «icónico», según el cual el sacerdote actúa en el altar en la persona de Cristo, el Esposo. Estas razones teológicas, si bien no resultan estrictamente probatorias, muestran por qué fue conveniente que Cristo decidiera libremente reservar el servicio sacerdotal a los hombres. Si la masculinidad del sacerdote es esencial para que pueda actuar simbólicamente in persona Christi en el sacrificio eucarístico, de ello se deduce que las mujeres no deben ser sacerdotes. El argumento «icónico» es complejo y difícil de manejar, pero al final proporciona inteligibilidad a la enseñanza autorizada7. Cabe destacar que el argumento icónico, según lo expuesto aquí, no manifiesta que la mujer no pueda ser ordenada, sino solo que esta no puede desempeñar el ministerio presbiteral. Aún más, el argumento icónico solo es aplicable al sacerdocio. Dulles escribe que «en Mulieris dignitatem (1988) [Juan Pablo II] utilizó el llamado argumento “icónico”, según el cual el sacerdote actúa en el altar en la persona de Cristo, el Esposo»8. Por lo tanto, Cristo, esposo de la Iglesia, solo puede ser eficazmente representado por un hombre9. Este enfoque es independiente del cambio en la teología contemporánea que ha pasado a centrarse en el sacerdote como ministro, quien por su ministerio y debido a él preside el altar. El argumento icónico, tal como se presenta aquí, parece reducir al sacerdote a un artífice de la eucaristía, incompatible con cualquier relación pastoral con la comunidad o cargo de la misma. El acto de Cristo al elegir a los apóstoles, elemento constitutivo fundamental de la Iglesia, es autoritativo, pero resulta imposible asegurar que Cristo eligió varones porque creyó que solo estos podían representar la plenitud de su humanidad. Lo único que sabemos es que Cristo escogió hombres. Aun así, existe la aceptación eclesial de un sacerdocio de hombres que respalda tanto los «argumentos de la autoridad» a los que se refiere Dulles como el argumento icónico, que reconoce al sacerdote como icono de Cristo. Uno podría convenir en que las dependencias culturales del sacerdocio contemporáneo son de tal índole que hace icónicamente imposible la entrada al mismo para las mujeres. Sin embargo, esta segunda imposibilidad no se debe a la naturaleza intrínseca del sacerdocio, sino a la comprensión cultural del mismo por parte de la Iglesia. Esto es, la actual aceptación eclesial del argumento icónico es de origen cultural. No se trata de que el sacerdote deba ser el icono de Cristo, sino de que el aspirante a sacerdote debe ser símbolo de la comprensión que la Iglesia tiene del mismo. Por consiguiente, la Iglesia en su conjunto ha aceptado el argumento icónico debido a su comprensión de un...