E-Book, Spanisch, 380 Seiten
Reihe: Letras Nórdicas
Westö Espejismo 38
1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-16830-10-7
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
(El club de los miércoles)
E-Book, Spanisch, 380 Seiten
Reihe: Letras Nórdicas
ISBN: 978-84-16830-10-7
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Westö estudió en la Escuela Sueca de Ciencias Sociales en Helsinki. Antes de comenzar a escribir, trabajó como periodista en Hufvudstadsbladet y en la revista Ny Tid. Vive en Helsinki. Hizo su debut literario en 1986, y desde entonces ha publicado poesía,libros de cuentos y novelas. Sus cinco grandes obras están ambientadas en Helsinki en el siglo xx. Considerado como el mejor escritor en lengua sueca de Finlandia. Su gran éxito internacional llegó en 2006 con la novela Där vi en banda GATT. En 2014, gana con Espejismo 38 el prestigioso premio del Consejo Nórdico.
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2
Media hora después del almuerzo ya había pasado a limpio la correspondencia saliente, la había metido en sobres y la había franqueado. Matilda levantó la vista y contempló la plaza de Kaserntorget: la niebla se había adensado, apenas podía distinguir el edificio de la radio al otro lado.
Se levantó de la silla, iba a llamar a la puerta del abogado para preguntarle si podía marcharse a las tres. Thune había tenido varios clientes por la mañana, ella los había hecho pasar a su despacho, pero, por lo demás, apenas lo había visto, le había dictado aquellas dos cartas, eso era todo. Eran cartas breves y de tono austero rayano en lo descortés. Thune almorzó en el despacho, unos bocadillos de paté de hígado y pepinillo encurtido, envueltos de cualquier manera en papel vegetal, lo había visto sacarlos del maletín por la mañana. Los bocadillos parecían resecos y aplastados, y se preguntó para sus adentros con qué bebida los acompañaría. Cerveza floja, quizá; en la pared, al lado de la ventana, había una fresquera, y allí dentro había atisbado ella unas botellas de color marrón. Sabía que Thune acababa de separarse: se diría que aún no había entrado en la nueva rutina.
La puerta se abrió y la cabeza oblonga, casi despoblada, del abogado asomó en la abertura. Matilda volvió rauda a la silla, esperó a que él le dirigiera la palabra. Thune se parecía un poco al Flaco, a Stan Laurel, de eso ya se había dado cuenta durante la entrevista de trabajo. Allí estaba ahora, apoyado en la jamba de la puerta con las manos en los bolsillos, aquella figura larguirucha parecía casi de serpiente. La semejanza con la serpiente era una ilusión óptica, pensó Matilda, una idea típica de Señoritamilia, un espejismo fruto de su cabeza. A Thune le quedaba el traje tan mal como siempre, el de hoy era azul, con arrugas.
A ella Thune le gustaba bastante. De vez en cuando se comportaba como un engreído, sin darse cuenta siquiera, y se vestía de cualquier manera y a veces decía cosas un tanto extrañas. Pero también era amable, y parecía justo. Inteligente y agradable, no era una combinación que se diera con facilidad necesariamente. Por lo menos, no en los clientes que visitaban el despacho de Thune. Bulliciosos y de fingida amabilidad, Ésa era la impresión de Matilda. Algunos la trataban como si no existiera en absoluto, otros la miraban con descaro.
—La señora Leimu sufre un terrible resfriado —dijo Thune, y parecía nervioso cuando continuó—: se ha quedado en cama en su casa. Tengo una cita con Grönroos dentro de unos minutos y el Club de los Miércoles se reúne esta noche en el despacho. ¿Le importaría bajar al Mercado de Abastos y comprar por cuenta mía lo que falta, señora Wiik?
La señora Leimu era la sirvienta de Thune, y su chica para todo después del divorcio; sin ella, Thune se habría visto superado por las cuestiones de tipo práctico. Y Leopold Grönroos era uno de los miembros del Club de los Miércoles, quizá el más acaudalado. Propietario, rentista, especulador, avaro, vividor… Matilda ya había oído sobre Grönroos todos esos apelativos, a pesar de que sólo llevaba mes y medio trabajando para Thune.
Grönroos: puntual a la misma hora todas las semanas, el miércoles a las dos y media de la tarde. Seguramente, Thune y él se sentarían en el gabinete y hablarían largo y tendido sobre las inversiones de capital de Grönroos. Éste iría gesticulando irritado de vez en cuando, tamborilearía crispado con aquellos dedos carnosos en la mesa. Cada vez que Thune, con toda parsimonia, le señalara que existía cierto riesgo de ver reducidos los dividendos, Grönroos arrugaría la nariz. Al cabo de una hora más o menos, Thune llamaría a Matilda y le pediría que les llevara la botella de oporto y el whisky, y unas copas apropiadas del mueble bar de su despacho. Luego le propondría un vasito, y Grönroos lo rechazaría de entrada por la gota, que iba a peor con los años. Pero Grönroos cambiaría de idea casi a renglón seguido y Thune y él no tardarían en tener delante el segundo y hasta el tercer vasito. A esas alturas ya no hablarían de dinero, sino que habrían pasado a departir sobre corredores de larga distancia y orquestas sinfónicas y, más pronto que tarde, al cuarto o quinto vasito, estarían ebrios los dos. Todo aquello lo había visto Matilda cuando iba a llevarles archivadores y libros contables y a servirles la bebida. El gabinete siempre estaba en penumbra, unas ascuas ardían en la estufa, sólo había encendida una lamparita con pantalla. Así lo quería Thune. Pero también había podido observarlos sin ser vista las ocasiones en que la luz era algo más intensa, y estaban tan inmersos en la discusión que apenas notaban que ella entraba y salía.
Se sentía decepcionada por el giro que había tomado la jornada, pero ocultaba su malestar como buenamente podía. El Club de los Miércoles era un grupo de amigos que se reunían a beber el tercer miércoles de cada mes, cada vez en casa de uno. Matilda no sabía mucho más de ese club. Pero sí sabía que, si la señora Leimu estaba enferma y la reunión de marzo iba a celebrarse en el despacho, ella no podría irse temprano.
—¿Qué quiere que le traiga del Mercado de Abastos? —preguntó.
—Un paté de campaña, que sea sabroso —dijo Thune—. Unos quesos, bien curados. Galletitas saladas, que sean británicas. Y aceitunas verdes, sin hueso. Italianas, no españolas. Dos tarros.
Thune se puso las gafas en la punta de la nariz y la miró con amabilidad:
—Y ya le he dicho que no tiene que señorthunearme de continuo. Me basta con menos.
Sacó la cartera del bolsillo de la chaqueta arrugada, fue pasando los billetes de un fajo y sacó uno de cincuenta marcos. Cambió de idea, guardó otra vez el billete de cincuenta y sacó uno de cien:
—¿Puede pasar también por el Bolaget? Dos botellas de oporto y dos de whisky. Pregunte por Lehtonen, el encargado. Fue él quien anotó el pedido, no tenían la mercancía en la tienda.
Matilda cogió el billete y le echó una ojeada. En primer plano se veía un grupo de personas desnudas y atléticas, al fondo, las chimeneas de una fábrica escupían nubarrones de humo. ¿Habría visto Thune que la mujer que había en el extremo de la izquierda tenía un trasero bien moldeado? Seguro que sí, se respondió Matilda para sus adentros.
Más tarde recordaría que la plúmbea neblina propia de la época del año tenía ese día un tono vaporoso, casi amable. No era la grisura normal del mes de marzo, cruda e inhóspita, con el chapoteo de placas y terrones pequeños de hielo resonando en las dársenas interiores del puerto, donde el agua aún era negra por completo. Al contrario, era una grisura más tibia, un manto en el que guarecerse. Como en septiembre, cuando las olas de calor ya habían quedado atrás y habían pasado las últimas tormentas.
Un ambiente irreal flotaba sobre la ciudad. La vida, un sueño, un espejismo desdibujado. Allí estaba otra vez aquella palabra; se preguntaba por qué le venía a las mientes una y otra vez. Y entonces se acordó de Konni. Le escribió en febrero, desde Åbo, donde vivía, y donde Arizona tenía un contrato para todo el invierno en el Hamburger Börs. Konni le hablaba de las últimas canciones que había compuesto, una de las cuales se llamaba precisamente así, Espejismo.
Konni le decía que quería grabar Espejismo con Arizona, pero que andaba mal de dinero y se estaba planteando venderle la canción a Dallapé o a Ramblers. Ya había vendido canciones con anterioridad, cuando los discos de Arizona se resistían en el mercado. Konni, su hermano querido. Hacía ya cerca de un año que no se veían y Matilda lo echaba de menos. Habían pasado mucho tiempo viviendo cada uno en un lugar, sin saber el uno qué había sido del otro; eso fue cuando Matilda estaba a punto de dejar la adolescencia y convertirse en adulta mientras Konni seguía siendo un niño. Aun así, estaban muy unidos, se carteaban si no podían verse. Pero Konni rara vez hablaba de sus sentimientos ni de sus pensamientos más profundos. Tuulikki y él habían tenido otro hijo en noviembre, el tercero ya, y desde el primer momento se habían visto cortos de dinero. A veces Matilda se preguntaba cómo estaba Konni en realidad.
Desechó aquellos pensamientos sobre su hermano y siguió ejecutando las tareas con movimientos mecánicos. No la amargaba el hecho de haber tenido que renunciar a sus planes. La vida era así, rara vez salían las cosas como uno se había imaginado. Estaba acostumbrada a amoldarse a los demás y ésa era una de las razones por las que era tan buena en su trabajo. Además, la noche no habría resultado tan divertida como había planeado. Empezaron a dolerle los riñones, y también sintió un dolor abajo, por las ingles, mientras recorría apresurada la calle de Kaserngatan. Pronto empezaría a sangrar, seguramente esa misma noche, y el primer día solía dolerle la barriga las veinticuatro horas.
Se puso a llover y de pronto se formaron colas por todas partes, las compras le llevaron más tiempo de lo esperado y, cuando volvió al despacho, Thune y Grönroos ya no estaban solos. El Club de los Miércoles había aterrizado, Matilda oyó las risotadas varoniles desde la escalera, bullía la animación. Era un edificio de principios de siglo y no tenía ascensor, así que iba subiendo con el cesto de la señora Leimu en una mano y la bolsa de red con las botellas en la otra. Ahora ya oía las voces con toda claridad, lo más probable es que los señores estuvieran agolpados en el rellano con la puerta aún abierta. Oyó la voz de Thune, y a Grönroos, y...