Vázquez Beltrán | La estrella y el vacío | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 416 Seiten

Reihe: TBR

Vázquez Beltrán La estrella y el vacío


1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-19621-21-4
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 416 Seiten

Reihe: TBR

ISBN: 978-84-19621-21-4
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



La esperanza de una victoria siempre es mejor que la certeza de una derrota.North sueña con una galaxia en la que todo el mundopueda cubrir sus necesidades básicas y vivir segurosin tener que pagar grandes sumas de dinero. Por eso se unió al Escuadrón Tormenta. Por eso acabó en la cárcel. Ahora tiene la oportunidad de salir... si el amor no se interpone en su camino.Tres meses. Una misión. Eso es todo lo que necesita North para recuperar la libertad.

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D.O.S

Lo primero que pensó North al ver el Nautilus fue que había que ser idiota para confundirlo con una nave comercial. Se trataba de una fragata de exploración, un modelo antiguo pero sólido, recubierto de pintura cromada. El nombre de la nave, escrito con letras blancas, estaba un poco desvaído, aunque todavía resultaba legible. Seguramente su madre hubiese podido identificar el modelo exacto y darle un montón de detalles. June Jenkins, al igual que su marido, había sido abogada cuando las leyes terrestres todavía importaban algo, pero después se había dedicado a la mecánica. Ahora trabajaba en un taller de la colonia humana de Marte, donde reparaba naves de TechnoPrime y a veces trasteaba con las piezas inutilizadas para construir pequeños aparatos electrónicos que vendía a través de Extranet.

North esperó a que el Nautilus aterrizara y observó, sin moverse del sitio, cómo se abrían las compuertas de entrada.

Al principio, las luces de la nave la deslumbraron. Se cubrió los ojos con el antebrazo y dio un paso al frente, hasta que vio aparecer una silueta recortada contra la luz blanca. Pensó que sería el capitán Lance Dune y contuvo el aliento.

La silueta fue volviéndose más nítida hasta que fue capaz de distinguir su rostro. Parpadeó, sorprendida, al ver de quién se trataba. Mejor: de qué se trataba.

Era un androide de apariencia vulgar, un poco oxidado en algunos puntos. Su aspecto era vagamente humanoide, menos amenazador que el de los soldados prime, pero sin llegar al extremo de poder confundirse con una persona. No tenía nada parecido a piel ni cabello, solo un suave revestimiento de cromo plateado, dos orbes de cristal semejantes a unos ojos humanos de color ámbar y una boca bien delineada.

–¿Capitán Dune? –musitó North, aunque estaba segura de que lo que tenía delante no era un cyborg. O eso o lo único orgánico que le quedaban eran las entrañas.

Entonces se fijó en su letrero flotante:

–North Jenkins, supongo –replicó el androide, dedicándole una inclinación de cabeza–. Soy un asistente prime, pero puedes llamarme Maddox. Te doy la bienvenida a bordo en nombre del capitán.

Se quedó mirando al androide durante unos segundos. De modo que Lance Dune no solo era un tipo antipático y despiadado, sino que también era demasiado importante como para recibirla en persona. Espléndido.

–Encantada, Maddox. –Pese a todo, aquel androide no tenía la culpa de nada. O de casi nada. «No olvides que sigue siendo un sintético», se dijo.

Entonces el visor le mostró una nueva notificación:

Acababa de ganar un crédito.

La joven reprimió un bufido. Los créditos de TechnoPrime determinaban el valor de una persona, y de ellos dependía que alguien pudiese vivir con dignidad o, por el contrario, fuese condenado a la miseria y el ostracismo. Para ganarlos, además de conseguir un empleo, había que comportarse de acuerdo con los valores de la IA, que premiaba la docilidad y castigaba con dureza los llamados «comportamientos disruptivos».

North entendía que hackear el sistema de seguridad de TechnoPrime, o intentarlo, se considerara bastante disruptivo.

–Acompáñame, por favor. –Maddox le dio la espalda y le hizo un gesto para que lo siguiera–. Te mostraré el Nautilus.

Fue tras él y, al cabo de unos segundos, oyó cómo las compuertas de la cámara de despresurización volvían a cerrarse a su espalda. Tuvo la impresión de que acababa de abandonar una prisión para entrar en otra, pero reunió todo su aplomo para adentrarse en la nave tras el androide, que era sorprendentemente veloz pese a caminar sobre aquellas piernas delgadas y de aspecto endeble.

–El Nautilus es un modelo de fragata de exploración originario del Cinturón de Kuiper –comenzó Maddox. Su voz era más suave que la de los soldados prime, y también más grave–. Posee tres cubiertas: la superior, donde se encuentra el puente de mando; la intermedia, donde se localizan las dependencias comunes y los camarotes de la tripulación, y la inferior, correspondiente a la bodega de carga, que es justo por donde estamos pasando ahora.

North miró alrededor. La cubierta inferior era una estancia de unos diez metros de anchura y veinte de profundidad, con el techo abovedado y varios espacios separados por paneles móviles. En el más grande, por el que North y Maddox caminaban, había un transbordador de tamaño mediano, siete cápsulas de evacuación (North hubiese preferido que fuesen ocho, por una cuestión de mera cortesía: aquello era como dejarle claro que, en caso de emergencia, ella y su nulo valor social tendrían que buscarse la vida) y un montón de combustible. A la derecha, en una cabina portátil, se encontraba lo que parecía la despensa del Nautilus. Tenía dos puertas con sendos letreros: uno rezaba «Alimentación», y el otro, «Suministros».

Maddox condujo a North a un elevador que los llevó a la cubierta intermedia. Allí se encontraban el comedor, los vestuarios, la enfermería, el invernadero y los camarotes de la tripulación.

–Tu camarote es el del fondo del pasillo –le dijo Maddox.

–Pero solo hay cinco. –North había contado las puertas.

–A Kim y Leona no les importa dormir juntas, y NetBot y yo tenemos nuestras propias estaciones energéticas.

Vaya, qué sorpresa. Si la nave se incendiaba, North moriría entre terribles sufrimientos mientras los demás escapaban en las cápsulas de evacuación, pero al menos tendría un camarote para ella sola hasta que eso sucediese.

Decidió no expresar aquel pensamiento en voz alta.

–Ah, ya recuerdo lo de las estaciones energéticas. Mi madre me habló de ellas. Es mecánica –aclaró.

–Un trabajo necesario –dijo el androide–. Si quieres mi opinión, es muy práctico no requerir más que un pequeño espacio para recargar las baterías.

–Ya me imagino. –North echó un vistazo alrededor. Se habían detenido en el comedor, una habitación con forma rectangular en la que había una pequeña cocina, sofás tapizados de cuero sintético, una pantalla que ocupaba casi toda la pared y una mesa de madera muy gastada. Se acercó a esta última y le dio unos golpecitos con los nudillos–. Ya casi no las fabrican de este material.

Una nueva notificación apareció frente a ella:

Ya había conseguido otro crédito. «Pues no lo estoy haciendo tan mal», se dijo para darse ánimos.

–La madera es un bien escaso en los tiempos que corren –asintió Maddox–. Solo quedan unos pocos árboles en la Tierra y otros tantos en Anu y Ningal. Todo lo demás son plantas de invernadero.

–Hablando del invernadero, ¿quién se ocupa de él? –North se dirigió hacia una de las paredes del comedor. Era de cristal, a diferencia de las otras tres, y se podían ver decenas de plantas colocadas en hileras. Le costaba imaginarse a un cyborg o a un androide plantando calabacines.

–En teoría nos turnamos, pero Byron y Glaar son los expertos –dijo Maddox–. Glaar es nuestro científico umbriano.

Umbriel era uno de los satélites de Urano, poblado por unos alienígenas que se asemejaban a un híbrido entre humano y anfibio. North se alegró de que hubiese al menos un orgánico más en la tripulación, aunque fuese un lamecircuitos.

Su madre solía decirle que no llamara «lamecircuitos» a los orgánicos que trabajaban para TechnoPrime. North solía ignorar el consejo. Tal vez aquel fuese el momento de cambiar de actitud.

–¿Y Byron? ¿También es científico? –Tanteó el terreno.

–No, él solo tiene buena mano con las plantas –respondió Maddox–. Kim dice que es porque nació en la Tierra.

–En la Tierra –repitió North con cierta admiración–. Deduzco que es humano, entonces.

–Tanto como tú. Y Kim y Leona también lo son. –El androide se quedó mirándola–. Entiendo que esto debe de ser difícil para ti. No estás acostumbrada a convivir con sintéticos, ¿verdad?

North se mordió el interior del labio. «¿Con sintéticos? –sintió el impulso de responder–. Bueno, si exceptuamos a la inteligencia artificial que oprime a todos los orgánicos de la Vía Láctea, entre los que se encuentran mis seres queridos, la verdad es que no he tenido el gusto de conocer a muchos».

Decidió que no ganaba nada enemistándose con un androide con el que iba a tener que convivir durante varios meses y se limitó a contestar:

–No, no demasiado.

Fue una respuesta tan diplomática que Hayden la hubiese felicitado por ella. Pensar en su mejor amigo le hizo sonreír, pero enseguida lo desterró de sus pensamientos. No quería mostrarse vulnerable frente a los tripulantes del Nautilus.

–Espero que la experiencia no te resulte muy desagradable –dijo Maddox. Al principio North pensó que estaba siendo irónico, pero enseguida se dio cuenta de que el androide hablaba con sinceridad y no supo qué pensar al respecto–. El...



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