Vázquez Allegue | Qué se sabe de... Los manuscritos del Mar Muerto | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 288 Seiten

Reihe: Qué se sabe de...

Vázquez Allegue Qué se sabe de... Los manuscritos del Mar Muerto


1. Auflage 2014
ISBN: 978-84-9073-099-7
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

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Reihe: Qué se sabe de...

ISBN: 978-84-9073-099-7
Verlag: Editorial Verbo Divino
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En 1947 tuvo lugar el descubrimiento de los manuscritos del Mar Muerto, más de 800 papiros y pergaminos escritos en hebreo, arameo y griego entre el año 150 a. C. y el 70 d. C. que constituyen el testimonio extrabíblico más importante del judaísmo del Segundo Templo y de los orígenes del cristianismo. Un enorme rompecabezas con fragmentos que van del tamaño de una uña hasta grandes rollos como la Regla de la Comunidad, el Libro de la Guerra, el Rollo del Templo Esta obra pretende mostrar el estado actual en el que se encuentran los estudios sobre los manuscritos del Mar Muerto, los rollos, sus autores y su forma de pensar. Gracias a estos textos, podemos conocer mejor el contexto en el que vivió Jesús y, de esta forma, entender muchas de las descripciones que hacen los autores del Nuevo Testamento.

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PRIMERA PARTE

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Historia del descubrimiento

CAPÍTULO 1

Desde sus orígenes, el descubrimiento de los manuscritos del Mar Muerto está lleno de intrigas y misterios relacionados con la lucha por la adquisición de los documentos. En las páginas que siguen, alejados de tretas y leyendas, recogemos el testimonio de quienes formaron parte de lo que sucedió en realidad.

1. Primera parte (1946-1948)


Sucedió en el invierno de 1946. Se llamaban Jum’a Muhammed y El-Dhib (el Lobo), eran primos. Sus padres los mandaban a pastorear el rebaño de cabras negras en las inmediaciones del mar Muerto, por el camino que une Jericó con el oasis de Ein Gedi, cerca de Masada, en las inmediaciones de un lugar en donde había un manantial de agua dulce. Después de abrevarse, las cabras recorrían los riscos de la zona en busca de pasto desafiando la inclinación de las pendientes pedregosas.

Un día, cuando estaba a punto de anochecer, los dos jóvenes beduinos de la tribu Ta’amireh comenzaron a reunir las cabras para regresar como hacían habitualmente. Una de las cabras se había subido a una zona escarpada y de difícil acceso. A pesar de la dificultad, Jum’a, dando pruebas de su juventud y agilidad, escaló por el desfiladero hasta llegar a la parte superior de la zona rocosa en busca de la cabra. Mientras ascendía llamaron su atención dos pequeñas aberturas en la roca. Parecían dos cuevas. Quizá dos aberturas de la misma cueva. Eran demasiado estrechas. Ninguna persona adulta podía acceder al interior por aquellos huecos. En aquel momento, el joven beduino lanzó varias piedras hacia uno de los agujeros de la roca. Una de las piedras que había entrado en el interior de la roca produjo un sonido anormal. Algo parecido al ruido del cristal o la cerámica cuando se rompe llamó la atención del joven. Jum’a llegó a la cima de la colina y con sumo cuidado atrajo hacia sí a la cabra y con el animal en brazos regresó al llano donde lo esperaba su primo.

Cuando Jum’a se reunió con su primo El-Dhib, todavía adolescente, le contó que había descubierto dos pequeñas aberturas en la roca y lo que había oído al arrojar varias piedras hacia el interior. Ambos pensaron que podía tratarse de un tesoro y decidieron mantener en secreto aquel descubrimiento. Tardaron dos días en volver a la zona. La mañana del regreso El-Dhib se despertó antes que su primo y se dirigió al lugar. Escaló los cien metros que había hasta la entrada de la cueva y con su cuerpo menudo y metiendo primero los pies, consiguió adentrarse en el interior. Los primeros rayos del sol le permitieron ver lo que había dentro. El suelo estaba lleno de escombros. Apoyados contra la pared había varias jarras estrechas con forma de ánfora que permanecían en pie. Algunas estaban cerradas, tal y como alguien las había dejado. El-Dhib destapó una de aquellas jarras, introdujo la mano y descubrió que en el interior no había nada. Realizó la misma operación con otras ocho jarras que había en la cueva obteniendo el mismo resultado. Cuando llegó a la novena, la encontró llena de tierra. Revolvió el interior con desesperación cuando, de pronto, se tropezó con un objeto envuelto en una tela enmohecida. Lo sacó al exterior y volvió a introducir la mano en la jarra llena de tierra. Pronto se encontró con otros dos bultos parecidos envueltos en una tela y otro cubierto de cuero sin ninguna tela de protección.

El-Dhib guardó en su bolsillo uno de aquellos objetos envueltos y salió a través de la boca de la cueva. Bajó por la zona escarpada de aquellas rocas y se dirigió hacia el lugar en donde se encontraba su primo Jum’a que seguía durmiendo. Cuando se despertó, El-Dhib le enseñó lo que había encontrado. Jum’a esperaba tesoros más aparentes que aquella tela envolviendo un trozo de cuero. Juntos volvieron a escalar a la gruta para buscar el tesoro que habían imaginado. El-Dhib comenzó a sacar las jarras de cerámica al exterior para que su primo se cerciorase sobre el contenido del descubrimiento. Cuando confirmaron que estaban vacías, dejaron las jarras a la intemperie y regresaron al campamento beduino con algunos fragmentos de cuero metidos en el zurrón. Aquella noche, en el asentamiento que la tribu había establecido en las inmediaciones de Belén, los jóvenes colgaron el zurrón en un poste de la tienda de su familia.

Los fragmentos de cuero permanecieron en la tienda beduina de los Ta’amireh durante varias semanas sin que nadie les prestase mayor atención. Hoy creemos que en aquel zurrón estaban el libro de Isaías y la Regla de la Comunidad. Entretanto, los dos jóvenes acompañados por otros beduinos volvieron a la zona del hallazgo y se introdujeron en la cueva. De ella extrajeron nuevos fragmentos de cuero y varios rollos como los que habían encontrado la vez anterior. Creemos que en esta segunda expedición, los beduinos se hicieron con otros cinco grandes rollos de la que posteriormente se identificó como la cueva 1.

El Mandato británico en Palestina llegaba a su fin. La bomba que había destruido el hotel King David en Jerusalén el 22 de julio de 1946 había provocado una situación de inseguridad generalizada que se percibía en toda la zona. Los enfrentamientos en las calles eran cada vez más frecuentes. Durante los primeros meses de 1947, los manuscritos que habían sido descubiertos por los jóvenes permanecieron en su poder sin ninguna protección. En el mes de marzo, Jum’a y El-Dhib llevaron a Belén unos fragmentos de los manuscritos y dos de las jarras mejor conservadas. Allí conocían a Ibrahim ‘Ijha, un comerciante de antigüedades con el que no llegaron a un acuerdo para realizar una operación de compraventa. Fracasado el primer intento de comercio con los manuscritos, los dos jóvenes lo intentaron en el mercado de la ciudad. Allí se encontraron con el vendedor de telas George Ishaya Shamoun, cristiano ortodoxo sirio que aconsejó a los beduinos. Aquellos eran cueros antiguos, bien curtidos. Un zapatero les haría un precio especial. Se dirigieron a la zapatería de Khalil Iskander Shahun, más conocido como Kando, también cristiano árabe de rito ortodoxo, considerado uno de los zapateros de mejor reputación de Belén. George los acompañó hasta la zapatería que estaba situada en la Plaza del Pesebre. Mostraron las piezas a Kando. El zapatero les entregó un anticipo de cinco libras palestinas y se comprometió a venderlos a condición de recibir una tercera parte del precio de la venta. Durante varias semanas, los rollos se quedaron en Belén, en la zapatería de Kando. A finales de abril, en plena celebración de la Semana Santa, George Ishaya Shamoun y Kando viajaron a Jerusalén. Allí contactaron con el archimandrita metropolitano ortodoxo sirio Athanasius Yeshue Samuel del monasterio de San Marcos. Le explicaron la historia del descubrimiento de los dos jóvenes beduinos y le describieron los manuscritos como fragmentos de cuero con textos en siríaco. Athanasius se dio cuenta de que aquellos textos tenían que ser muy antiguos. La zona en donde habían sido descubiertos llevaba muchos siglos deshabitada. Quiso verlos para confirmar la antigüedad de los textos y comprobar su autenticidad. Pidió al zapatero que se los acercara a Jerusalén lo antes posible. Durante la semana de Pascua, Kando y George viajaron a Jerusalén con uno de los manuscritos que habían permanecido ocultos en la zapatería de Belén. Habían acordado verse en el monasterio ortodoxo de San Marcos. El archimandrita pudo ver el rollo manuscrito. Se sentó ante el texto, lo desenrolló y comprobó que no estaba escrito en siríaco sino en hebreo. Rasgó un fragmento de una esquina del rollo y lo quemó acercándolo a la llama de una vela para garantizar que se trataba de pergamino. Volvió la mirada hacia Kando y George, y asintiendo con la cabeza les dijo: lo compro y os compro todos los que tengáis y todos los que los jóvenes beduinos pudieran conseguir.

La identificación del archimandrita era correcta. En sus manos había tenido el rollo de la Regla de la Comunidad. Los caracteres de un hebreo antiguo, solo comparable con el herodiano, garantizaban su autenticidad. Athanasius sabía que estaba mediando ante un descubrimiento más importante de lo que a primera vista podía parecer.

Kando y George regresaron a Belén con la intención de contactar con los jóvenes beduinos para hacerles una oferta económica. Con ellos viajaba, de nuevo, el rollo que habían mostrado al archimandrita ortodoxo. La semana siguiente se caracterizó por las llamadas telefónicas. Athanasius intentó contactar reiteradamente con Kando para estar informado de cualquier novedad que afectase a la negociación. Kando y George tardaron en contactar con los beduinos del desierto. El propio zapatero de Belén parecía haber perdido interés por aquel negocio. La primavera se echó encima pero el archimandrita Athanasius, que veía pasar los días y las semanas, no perdió la esperanza de hacerse con aquellos manuscritos.

El sábado, 7 de julio de 1947, a primera hora de la mañana, sonó el teléfono en el monasterio de San Marcos de Jerusalén. Kando habló con el archimandrita y le explicó que los jóvenes beduinos se habían presentado en la zapatería con rollos nuevos. Athanasius convenció a Kando para que volviera a Jerusalén para mostrárselos y certificar, de nuevo, la autenticidad de los...



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