Vitale | El final del control policial | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 344 Seiten

Reihe: Ensayo

Vitale El final del control policial


1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-123514-1-5
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 344 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-123514-1-5
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



En los últimos años se ha visto una explosión de protestas contra la brutalidad policial y la represión. Entre activistas, periodistas y políticos, el debate sobre cómo mejorar la actuación policial se ha centrado en la responsabilidad, la formación y las relaciones con la comunidad. Pero estas reformas no producen resultados, si no se aborda el meollo del asunto: la naturaleza de la policía moderna. La militarización del orden público y la dramática expansión del papel de la policía durante los últimos cuarenta años han otorgado unas competencias a los oficiales que deben revertirse. Vitale trata de ampliar la discusión pública revelando los orígenes corruptos de la policía moderna, concebida como herramienta de control social. Muestra cómo la expansión de la autoridad policial es incompatible con el empoderamiento de la comunidad, la justicia social e incluso la seguridad pública. Basándose en investigaciones pioneras de todo el mundo y cubriendo prácticamente todas las áreas de la gama cada vez más amplia del trabajo policial, Alex S. Vitale demuestra cómo la aplicación de la ley ha llegado a exacerbar los mismos problemas que se supone que debe resolver.

Alex S. Vitale. Houston (EE.UU.), 1965. Profesor de Sociología, coordinador del Proyecto de Policía y Justicia Social en el Brooklyn College y profesor invitado en la London Southbank University, Vitale ha pasado los últimos treinta años escribiendo sobre vigilancia y como consultor tanto de departamentos de policía como de organizaciones de derechos humanos a nivel internacional. Sus escritos académicos sobre policía han aparecido en Policing and Society, Police Practice and Research, Mobilization y Contemporary Sociology. Sus ensayos se publican regularmente en medios como The New York Times, Washington Post, The Guardian, The Nation, Vice News, Fortune y USA Today. También ha aparecido en CNN, MSNBC, CNBC, NPR, PBS, Democracy Now! y The Daily Show. En 2009 publicó City of Disorder: How the Quality of Life Campaign Transformed New York Politics, en el que explica cómo en la década de 1990 la política de la ciudad de Nueva York se centró en restaurar el orden moral -una revisión de la prostitución, el grafiti, la mendicidad y la falta de vivienda-. Esto marcó un cambio en las prioridades de las clases media y alta, lo que afectó notablemente a varios vecindarios, la policía y la política de Nueva York. En 2017, publicó El final del control policial, en el que argumenta que Estados Unidos debe reconsiderar radicalmente la vigilancia, en lugar de simplemente reformarla. Tras las protestas por la muerte de George Floyd, su trabajo ha recibido un amplio interés público recientemente.
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02

Perdemos

¿Nuestra marcha comenzó aquel día bajo las escaleras o el día que salimos de la furgoneta de una amiga en Tauton y permanecimos bajo la lluvia a un lado de la carretera con nuestras mochilas apoyadas en el asfalto? ¿O tal vez llevara años fraguándose, aguardando en el horizonte, a la espera de abalanzarse sobre nosotros cuando no nos quedara nada más que perder?

Ese día en el tribunal fue el punto y final de una batalla que había durado tres años, pero las cosas nunca terminan como una espera. Brillaba el sol cuando nos mudamos a la granja de Gales; los niños correteaban a nuestro alrededor y la vida se desplegaba ante nosotros. Un montón de piedras abandonadas en un paraje aislado al pie de las montañas. Pusimos todo nuestro empeño en restaurar aquello, trabajábamos cada rato libre mientras los niños crecían. Era nuestro hogar, nuestro negocio, nuestro santuario, por eso nunca había imaginado que todo fuera a acabar en una sucia y gris sala de tribunal junto a unos recreativos. No esperaba que terminara conmigo delante de un juez diciéndole que se había equivocado. No esperaba llevar la chaqueta de cuero que los niños me habían regalado por mi cincuenta cumpleaños. No esperaba que terminara.

Sentada en la sala del tribunal, observaba cómo Moth rascaba una manchita blanca en la mesa negra que tenía delante. Sabía qué se estaba preguntando cómo habíamos llegado a esto. Había sido muy amigo del hombre que había presentado la reclamación económica contra nosotros. Habían crecido juntos, habían formado parte del mismo grupo de amigos. Juntos habían montado en triciclo, jugado al fútbol y compartido los años de adolescencia. ¿Cómo habíamos llegado a esto? Aunque otros se habían distanciado, entre ellos siempre había existido una relación estrecha. A medida que llegaban a la vida adulta, sus vidas fueron tomando direcciones muy diferentes. Cooper se introdujo en círculos financieros que muy pocos de nosotros comprendíamos, pero a pesar de todo Moth se mantuvo en contacto con él y continuaron siendo amigos. Confiábamos lo suficiente en él como para invertir en una de sus empresas cuando surgió la oportunidad. Metimos una cantidad de dinero considerable. La empresa en la que invertimos finalmente quebró y dejó una serie de deudas pendientes. Poco a poco, subrepticiamente, la sospecha de que debíamos dinero fue calando. En un primer momento no le hicimos caso, pero al cabo de un tiempo Cooper insistía en que, debido a la estructura del acuerdo, estábamos obligados a realizar el pago de aquellas deudas. Inicialmente, Moth se mostraba más afligido por la ruptura de una amistad que por la reclamación económica y durante años la disputa se mantuvo entre ellos. Estábamos convencidos de que no teníamos que asumir ninguna responsabilidad por las deudas, ya que no estaba específicamente indicado en la redacción del acuerdo, y Moth creía firmemente que a la larga lo solucionarían entre ellos dos. Hasta el día en que recibimos por correo un requerimiento de pago del tribunal.

Nuestros ahorros se agotaron rápidamente, engullidos por los honorarios de los abogados. A partir de ese instante nos convertimos, como tantos otros, en demandados que se representaban a sí mismos; el Gobierno había generado miles como nosotros después de anunciar las recientes reformas de la asistencia jurídica, las cuales nos dejaban sin derecho a una representación gratuita, dado que nuestro caso fue calificado de «demasiado complejo» para cumplir con los requisitos necesarios para acogerse a la asistencia jurídica. La reforma tal vez haya supuesto un ahorro anual de 350 millones de libras, pero ha dejado a personas vulnerables sin acceso a la justicia.

La única táctica que supimos emplear fue la de retrasarlo y retrasarlo, y volver a retrasarlo, intentando ganar tiempo. Durante todo ese periodo, nos pusimos en contacto a escondidas con abogados y contables para tratar de hallar alguna prueba escrita que pudiera convencer al juez de la verdad: que nuestra interpretación del acuerdo original era la correcta y, por tanto, no teníamos ninguna responsabilidad respecto a las deudas. Pero sin abogado defensor, nos ganaban la partida constantemente y presentaron cargos contra la granja como garantía de pago ante la reclamación de Cooper. Contuvimos la respiración y entonces llegó el mazazo: una solicitud de embargo de nuestro hogar, de la casa y del terreno, de cada piedra que con tanto cuidado habíamos colocado, del árbol donde los niños habían jugado, del agujero en la pared donde anidaban los herrerillos, de la plancha de plomo junto a la chimenea donde vivían los murciélagos. Una demanda para quedarse con todo. Lo seguimos retrasando, cumplimentando solicitudes, pidiendo aplazamientos, hasta que por fin pensamos que lo teníamos: la brillante luz blanca al final del túnel en forma de papel que demostraba que Cooper no tenía derecho a interponer aquella demanda porque no debíamos nada. Después de tres años y diez comparecencias en el tribunal, disponíamos de la prueba que podía salvar nuestro hogar. Enviamos copias al juez y al abogado del demandante. Estábamos preparados. Me puse la chaqueta de cuero, así de confiada estaba.

El juez revolvía sus papeles como si nosotros no estuviéramos allí. Necesitaba un destello de tranquilidad y miré a Moth, pero él tenía la mirada clavada al frente. Los últimos años habían hecho mella en él. Su pelo, que siempre había sido grueso, se había debilitado y era blanco, mientras que su piel había adquirido un aspecto ceroso y ceniciento. Parecía que estuviera viviendo dentro de un hoyo. De natural generoso, honrado y confiado, aquella traición por parte de un amigo tan próximo le había sacudido hasta la médula. Un dolor constante en el hombro y en el brazo le devoraba las fuerzas y le mantenía en un estado de permanente preocupación. Necesitábamos que todo aquello finalizara, retomar la vida normal; estaba segura de que entonces mejoraría. Pero nuestra vida no recuperaría esa clase de normalidad.

Me levanté y se me aflojaron las piernas, igual que si estuvieran metidas en agua. Me aferraba con la mano al trozo de papel como si se tratara de un ancla. Al otro lado de la ventana podía oír los chillidos y el alboroto que armaban las gaviotas.

—Buenos días, señoría. Espero que haya recibido las nuevas pruebas que le fueron entregadas el lunes.

—Así es.

—Si me permite referirme a esa prueba… —El abogado de Cooper se puso en pie al tiempo que se enderezaba la corbata, como hacía siempre que estaba a punto de dirigirse al juez. Seguro de sí mismo. Preparado. Todo lo que a nosotros nos faltaba. Estaba desesperada por tener un abogado, incluso habría suplicado.

—Señoría, esta información que usted y yo tenemos es una prueba nueva.

El juez me lanzó una mirada acusadora.

—¿Es una prueba nueva?

—Bueno…, sí. La recibimos hace cuatro días.

—A estas alturas del proceso, no se pueden aportar pruebas nuevas. No puedo aceptarla.

—Pero esta prueba demuestra que todo lo que hemos estado diciendo durante los últimos tres años es cierto. Prueba que no debemos nada al demandante. Es la verdad.

Sabía lo que estaba a punto de ocurrir. Quería congelar el tiempo, detenerlo en ese preciso instante, impedir que pronunciara las siguientes palabras. Quería darle la mano a Moth, levantarnos y salir de la sala, no volver a pensar en todo aquello nunca más, ir a casa y encender el fuego, acariciar los muros de piedra mientras el gato se acurrucaba al calor de la chimenea. Volver a respirar sin sentir una opresión en el pecho, pensar en nuestro hogar sin miedo a perderlo.

—No se pueden presentar pruebas fuera del plazo procesal oportuno. Voy a proceder a dictar sentencia. Concedo la posesión al demandante. Deberán desalojar la propiedad dentro de siete días a las nueve de la mañana. Bien, pasemos a las costas. ¿Hay algo que quiera decir sobre las costas?

—Sí, que está cometiendo un terrible error. Todo esto está mal. Y no, no quiero hablar sobre las costas, de todas formas no tenemos dinero, nos está arrebatando nuestro hogar, nuestro negocio, nuestros ingresos, ¿qué más quiere?

Me agarré a la mesa mientras sentía que el suelo se abría bajo mis pies. No llores, no llores, no llores.

—Bien, tomaré eso en consideración y desestimaré la reclamación de las costas judiciales.

Mis pensamientos vagaban en busca de algún punto de apoyo. Moth se removía en su asiento y casi podía tocar el olor a gravilla seca y caliente y a boj recién cortado que emanaba de su chaqueta. Los niños se habían raspado las rodillas en esa gravilla aprendiendo a montar en bicicleta y habían derrapado sobre ella cuando se marcharon en coche a la universidad. Las rosas estaban en plena floración, suspendidas por encima del seto de boj como bolas de algodón. Yo no tardaría en marchitarme.

—Solicito el derecho a recurrir en apelación.

—No, deniego el derecho a recurrir en apelación. Este caso ya ha durado demasiado. Ha contado con numerosas oportunidades para aportar pruebas.

La habitación empezó a encogerse, las paredes nos aprisionaban. De nada servía que hubiéramos obtenido aquella prueba y que contuviera la verdad, lo único importante era que no la había presentado de forma correcta, que no había seguido el procedimiento adecuado. ¿Qué debía hacer? ¿Qué debíamos hacer? ¿Qué pasaría con las gallinas? ¿Quién le daría a la vieja oveja su rebanada de pan por las mañanas? ¿Cómo íbamos a empaquetar una granja en una semana? ¿Cómo íbamos a...



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