Villa / Hernández | Cánovas del Castillo | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 110, 272 Seiten

Reihe: Nuevo Ensayo

Villa / Hernández Cánovas del Castillo

Monarquía y Liberalismo
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-1339-475-6
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Monarquía y Liberalismo

E-Book, Spanisch, Band 110, 272 Seiten

Reihe: Nuevo Ensayo

ISBN: 978-84-1339-475-6
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



A Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) se le considera todavía hoy el político más importante de la historia de España contemporánea. Varias veces presidente del Gobierno, fue el artífice de la refundación y consolidación de la Monarquía liberal a partir de 1874. Historiador y teórico de la política, Cánovas del Castillo es además un referente fundamental del pensamiento liberal y conservador español. Este volumen es una aproximación biográfica al personaje a partir de las nuevas aportaciones que se han realizado desde el centenario de su fallecimiento, y abarca su ejecutoria como ministro de Isabel II hasta su último y difícil gobierno, con la guerra de Cuba al fondo y que le costaría su asesinato a manos de un anarquista. Monarquía y liberalismo fueron los dos principios por los que Cánovas abogó toda su vida: «Entiendo la Monarquía como la base de la libertad, y como la base entre nosotros de todas las conquistas de la civilización moderna».

Roberto Villa García (Ítrabo, 1978) es profesor titular de Historia Política y primer premio de investigación de su Consejo Social. Ha publicado numerosos trabajos sobre partidos, elecciones, violencia política y crisis de la democracia en la España y la Europa contemporáneas. Sus últimos libros son 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular (2017); Lerroux. La República liberal (2019); y 1917. El Estado catalán y el Soviet español (Espasa, 2021). Carlos Gregorio Hernández Hernández (La Palma, 1980) es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad CEU San Pablo de Madrid y coordinador del máster de Historia Contemporánea de esta Universidad. Doctor en Historia Contemporánea (Universidad CEU San Pablo) y Máster en Historia Contemporánea (Universidad Complutense de Madrid) e Historia Militar (Universidad de Santiago de Compostela). Ha centrado su investigación en tres ámbitos: la historia de la prensa, las derechas durante la Restauración y las guerras civiles peninsulares del siglo XIX. Dirige el Colegio Mayor de San Pablo desde 2018.
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Cánovas antes de ser Cánovas

«Arrímate a Cánovas, que es el hombre del mañana»

Teatro Real, 12 de diciembre de 1874. Se desarrolla el estreno de Aida. «Arrímate a Cánovas, que es el hombre del mañana». Esta frase en medio de una conversación le sirve a Benito Pérez Galdós para introducir a Antonio Cánovas del Castillo en una escena de sus Episodios Nacionales en la que el político malagueño figura como parte central de la «contradanza del alfonsismo», moviéndose alrededor de Isabel II en el palacio Basiliewski de París y junto al futuro Alfonso XII en la Academia Militar inglesa de Sandhurst1.

Este episodio fue el último de los que publicó el escritor canario, ya en 1912, varios años después del asesinato cometido por Michele Angiolillo, que segó una de las biografías clave para entender la historia contemporánea de España. La narración de Galdós arranca en 1874 y se extiende hasta 1880. En Galdós, el líder conservador es un hombre orgulloso, que tuvo que someterse a los militares, y también un intrigante dadivoso con sus amigos. El protagonista comenta tras un encuentro con don Antonio:

A muchos personajes de primera magnitud política había yo visitado en mi vida; pero ninguno me causó tanta cortedad y sobresalto como don Antonio Cánovas del Castillo, por la idea que yo tenía de la excelsitud de su talento, por la leyenda de su desmedido orgullo y de las frases irónicas y mortificantes que usar solía. Apenas cambiamos las primeras frases de saludo, empezó a disiparse la leyenda del empaque altivo, pues me encontraba frente a un señor muy atento y fino, y de una llaneza que al punto ganó mi voluntad. Hízome sentar a su lado, en un sofá casi frontero a la mesa de despacho, y hablamos… quiero decir, él habló y yo escuché, atento a su palabra enérgica, vibrante y un poquito ceceosa2.

El juicio del escritor canario no es tan distinto al que «Clarín» ofreció en su obra homónima de 1887, menos conocida que la anterior, y que también estaba ambientada en los primeros años de la Restauración. El autor de La Regenta, igualmente crítico, adornaba su primera escena con Cánovas junto a la Gran Peña intentando seducir a «una de las mujeres más hermosas que podían pasearse por la corte». «Cánovas no tiene bastante vigor intelectual para pensar en las ideas mismas, no pasa de pensar en las letras de molde en que suele aparecer algo de las ideas», afirma acto seguido3.

Diríamos que las versiones literarias de la vida de Cánovas son semejantes entre sí y que han tenido un cierto influjo a la hora de marcar el recuerdo de aquel político. Curiosamente la etapa previa a presidir el gobierno pasa completamente desapercibida en ambos libros. Parece un periodo poco relevante a nivel biográfico, aunque en el mismo ya tuvo una gran importancia política. Aquel pasado le sirve a Leopoldo Alas para confrontar el antes y el después de 1874: «Pues [Cánovas] es capaz lo mismo de ponerle un prólogo a lord Byron que de escribir el programa del Manzanares»4. Efectivamente Cánovas había prologado a Byron y escrito el manifiesto de 1854, pero ese resumen era pobre y maniqueo. Había sido muchas cosas más.

Fue ministro de Gobernación y de Ultramar y una de las figuras relevantes de la Unión Liberal de Leopoldo O’Donnell, escribió algunas novelas y con criterio de literatura del XIX y antigua y se dedicó a la historia con una profundidad que han alcanzado pocos políticos de primer nivel en los dos últimos siglos. Pero Cánovas fue, ante todo, como escribió su hermano Emilio, «el alma, por decirlo así» del restablecimiento de la Monarquía, en palabras de José Luis Comellas, el arquitecto de un sistema que ha llevado su nombre5. Esa perspectiva distorsiona todo lo anterior.

Cánovas procuró el régimen liberal más longevo de nuestra historia, junto a la actual democracia, gracias a que fue capaz de atemperar y superar los vaivenes revolucionarios y reaccionarios sucedidos desde 1808, estructurando unos partidos que hicieron viable la alternancia y el acceso pacífico al poder, sobre la base de una legalidad compartida, a pesar de haber estado unos antes al lado de Isabel II y otros con la revolución de septiembre de 1868.

Es difícil no ver en su proyecto de los setenta trazas lo escrito décadas atrás por los puritanos y la Unión Liberal, si bien las diferencias también son perceptibles. Cabría afirmar que trabajó desde la experiencia y desde el análisis del periodo isabelino para corregir sus fallos. Su implicación en la revolución de 1854 y en los gobiernos de O’Donnell y Mon le sirvieron para repensar la ecuación resultante entre autoridad y libertad. Como afirmó Jorge Vilches, Cánovas fue quien culminó la revolución liberal en España al estabilizarla6. De ahí que haya sido un referente para todos los políticos conservadores posteriores y especialmente para aquellos que se han sentido atraídos por la historia, como él. También para los que, queriendo reivindicar la transición a la democracia de 1975, vieron en su síntesis un punto de arranque y reflexión sólido.

Al Cánovas antes de ser Cánovas, a ese hombre que sería el hombre del mañana, se llegó cuando ya tenía una dilatada vida pública. Él mismo trató de refutar la idea de su evolución política, sucedida en 1854, 1868 o 1874, según a quien consultemos, al volver sobre sus escritos de juventud para reafirmar periódicamente las continuidades entre lo que escribió entre los cuarenta y los sesenta y lo que representó en los años finales del siglo XIX. La coherencia que apunta es notoria en sus artículos, ensayos y discursos de 1845 a 1876, sin que ello sea óbice para poder apreciar matices y disonancias a lo largo de todo ese recorrido cronológico.

El interés por biografiarle comenzó durante su tercera etapa como presidente del gobierno, entre 1879 y 1881. José Gómez-Díez escribió la primera en 1880 bajo el seudónimo de «Saurin»7. A ese libro se le opone el Cánovas del malagueño Manuel Casado Sánchez de Castilla, escrito en 1882. En el mismo afirma que debe muchos datos al propio biografiado, pues ambos eran amigos y habían crecido en la misma ciudad, aunque Manuel nació en 1846, justo cuando Antonio acababa de establecerse en Madrid. Políticamente le define como un conservador desde su juventud, pero no incondicional de los moderados8.

Sorprende, no obstante, que la mayoría de las biografías se concentran en la década de los cuarenta del siglo XX. Los historiadores a partir de Melchor Fernández Almagro, siguiendo por José Luis Comellas, Javier Tusell, Florentino Portero, Jorge Vilches, Carlos Dardé y el grupo que trabajó entorno a Alfonso Bullón de Mendoza y Luis Togores en los noventa, han puesto orden en todo lo que conocemos de él. Lo más interesante es que han pensado a Antonio Cánovas del Castillo con más profundidad que Pérez Galdós, «Clarín», «Saurin» y Casado, pero dentro del mismo marco cronológico que ellos, confrontando en dos grandes etapas su biografía y atendiendo fundamentalmente a la segunda. La división tiene sentido por varios motivos, que trascienden a que su recuerdo se asocie fundamentalmente a la Restauración.

Más allá de las coincidencias, sí que cabe afirmar que las biografías de Cánovas son hijas de su tiempo: las realizadas durante la Restauración, durante la dictadura de Primo de Rivera, el franquismo y en la actual democracia muestran intereses distintos, que se perciben perfectamente en lo que dicen del primer Cánovas.

La Joven Málaga

Antonio Cánovas del Castillo nació en Málaga el 8 de febrero de 18289. Llegó a Madrid con 17 años para estudiar Derecho en 184510. Fue ministro por primera vez con 36 años. Cuando colaboró a sentar las bases de la restauración borbónica tenía 46 y fue asesinado a los 69. En ese lapso fue 6 veces presidente del gobierno por un tiempo de unos 13 años. Es decir, alcanzó la cima de la política aún joven, especialmente para los cánones actuales, pero a un ritmo parecido al de otros gobernantes de su tiempo, como Ramón María de Narváez, Juan Álvarez de Mendizábal, Baldomero Espartero, Francisco Javier Istúriz, Joaquín María López, Leopoldo O’Donnell y Práxedes Mateo Sagasta, que llegaron a la presidencia a una edad similar. Fue al final del reinado de Isabel II y en la etapa posterior a 1874 cuando la media de edad de los gobernantes comenzó a superar los sesenta años, en buena medida por la continuidad en el ejercicio del poder de los mismos hombres11.

En las primeras biografías su vida antes de 1874 se resolvió con unas pocas pinceladas. El aura del arquitecto del nuevo régimen, varias veces presidente, opacó toda la etapa previa, aunque es importante señalar que realmente fue un ciudadano anónimo durante mucho tiempo. De ahí también los silencios o los trazos gruesos de los primeros autores. Málaga, la llegada a Madrid e incluso los años cincuenta casi no tienen espacio en ningún libro, si exceptuamos el de Casado. Desentrañar una biografía no es materia fácil. Aunque los detalles que se conocen a día de hoy pueden parecernos escasos, realmente son numerosos si atendemos a lo que sabemos de muchas personalidades públicas de su tiempo y posteriores. Haber sido presidente de gobierno...



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