Ávila / Battcock / Cano | Ecos de Historia, ¿para qué? | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 264 Seiten

Reihe: Historia

Ávila / Battcock / Cano Ecos de Historia, ¿para qué?


1. Auflage 2023
ISBN: 978-607-03-1363-9
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 264 Seiten

Reihe: Historia

ISBN: 978-607-03-1363-9
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
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Ecos de Historia, ¿para qué? es un homenaje al ya clásico Historia, ¿para qué?, publicado por Siglo XXI en 1980, que marcó un hito en los libros sobre historia dado que las nuevas generaciones de historiadores y especialistas criticaban la historiografía tradicional. Cuatro décadas después, este libro aparece como un emocionante desafío en el que los y las autoras actualizan y enriquecen la discusión desde perspectivas plurales, intergeneracionales y contemporáneas. Destaca la diversidad de los temas de reflexión: historia feminista, de género y de mujeres; las tradiciones indígenas en la historiografía novohispana; nuevas consideraciones para la enseñanza de una historia más incluyente; el ejercicio de autoconciencia que sólo la historia profesional puede tener sobre su propia producción, entre otros. Todos estos asuntos, iluminados por el conocimiento y la agudeza reflexiva de las plumas convocadas, convierten a Ecos de Historia, ¿para qué? en un estímulo extraordinario para quienes se dedican al oficio de historiar, así como para todo lector interesado en estos temas.

Alfredo Ávila, historiador mexicano, investigador de tiempo completo del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM desde 2002. Clementina Battcock, doctora en Historia, otorgado por la Facultad de Filosofía y Letras e Instituto de Investigaciones Históricas Universidad Nacional Autónoma de México. Gabriela Cano, historiadora mexicana, dedicada a la investigación académica, docencia universitaria y divulgación cultural de temas históricos centrados en la historia de las mujeres y de la diversidad sexual en México. Elisa Cárdenas Ayala, Doctora en Historia Social de la Cultura por la Université París I Panthéon-Sorbonne. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México y profesora investigadora en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara. Luciano Concheiro San Vicente, estudió Historia en la UNAM y Sociología en la Universidad de Cambridge. Es profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Veka Duncan, egresada de la licenciatura en Historia del Arte por la Universidad Iberoamericana. Actualmente se dedica a la investigación y la difusión cultural. Desde 2018 conduce el programa de televisión 'El Foco', enfocado en la historia de la Ciudad de México. Rodrigo Martínez Baracs, doctor en historia, investigador en la Dirección de Estudios Históricos del INAH, y profesor en la ENAH, también del INAH. Erika Pani, doctora en historia. Se interesa en la historia política del siglo XIX. Sebastián Plá, investigador del SNI, Nivel II. Doctor en Pedagogía por la UNAM. Sus líneas de investigación son el análisis político del discurso educativo y la teoría de investigación en enseñanza de la historia y las ciencias sociales. Ana Sofía Rodríguez Everaert, estudió la licenciatura en historia en la UNAM e hizo la maestría en historia en Colmex en donde actualmente está escribiendo su tesis doctoral alrededor de la historia intelectual y política de la agenda de los derechos humanos en México, en el último cuarto del siglo XX. Rhina Roux, es doctora en ciencia política y profesora en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco y en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Mauricio Tenorio Trillo, es doctor en Historia por la Universidad de Stanford y profesor de Historia, Literatura y Lenguas romances en la Universidad de Chicago.
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La noción de historia
en la historiografía novohispana

de tradición indígena:
apuntes y desafíos

Clementina Battcock

La ciencia histórica, como toda ciencia, nunca es final. Jamás será posible que una persona pueda reunir todos sus materiales, porque ellos no pueden estar, íntegramente, al alcance de sus manos y de sus ojos. No todos los problemas pueden ser solucionados, porque, al serlo, se revelan nuevos aspectos. El historiador abre camino, no lo cierra.

Maurice Powicke

El siglo XXI presenta retos y exigencias que nos instan a una constante revisión reflexiva de la disciplina histórica, sus quehaceres y disyuntivas éticas en las estrategias con las que las historiadoras y los historiadores abordamos los registros del pasado o condensamos nuestros pensamientos en textos, y en la impronta de nuestro contexto experiencial, que queda plasmado en nuestras explicaciones, académicas o de divulgación, sobre los procesos políticos, culturales y sociales que sostienen inquietantes, delicados y urgentes debates en las sociedades contemporáneas.

Los entretelones de las herramientas metodológicas con las que segmentamos la historia de la humanidad están constituidos intelectualmente a partir de categorías y modelos que en ocasiones resultan acertados para fomentar debates enriquecedores, pero que en otras tantas terminan en equívocos argumentales que pierden trascendencia a la luz de nuevas formas de aproximarnos al pasado humano. En medio de tales aparatos teóricos para comprender esa realidad desaparecida, pero latente, se encuentran los hechos en los que se identifican puntos cruciales para los procesos reflexivos sobre la historicidad. No deben entenderse estos puntos como una suma de argollas con una especificidad que motiva todas las causales posteriores, es decir, no caben más en nuestras explicaciones los determinismos unilineales que esperan identificar sociedades “simples y complejas”, sino que hoy día debemos asumir que trabajamos con tejidos sociales heterogéneos que entretejen posturas que, por medio de métodos analíticos entre los registros diversos y desbordantes, permiten afirmar o discutir la potencialidad de la trascendencia del pasado.

Sin embargo, las filias y las fobias, según los intereses y las aversiones de quienes interpretamos los pasados distantes o cercanos, resultan fundamentales para una autorreflexividad necesaria que sostenga insistentemente la actividad de cuestionarnos cómo la acción de historiar asume una autoridad que otorga relevancia a determinados valores que no permanecen incólumes al transcurrir el tiempo. Las historiadoras y los historiadores debemos presentar insistentemente nuestras meditaciones en torno a las omisiones o las suspicacias que despierta un indicio, respecto a su contraste con otras experiencias históricas plasmadas en un corpus documental, entendiéndose este último como un corpus polimorfo que desborda el soporte físico del papel y la tinta, pues actualmente resulta ineludible polemizar contextualmente con los registros plásticos, audiovisuales, arquitectónicos y orales de las colectividades humanas. De ahí que la lectura crítica del pasado deba verse atravesada por revisiones historiográficas ineludibles, congruentes con la intención de explicar el por qué y el desde dónde se escribe la historia, así como del peso que tiene la identificación de las articulaciones de los saberes sociales, las fijaciones particulares, que nutren a los diferentes tipos de registro memorístico, y, no menos importante, sus silencios y olvidos.

Desde hace ya unas décadas, el análisis histórico e historiográfico se ha dado a la tarea de romper con los antiguos esquemas explicativos lineales y mecánicos. En gran medida, la producción académica más reciente se fundamenta en una propuesta distinta y renovada: los hechos históricos en sí son irrecuperables —en realidad, ni siquiera son susceptibles de ser expresados— y lo que nos llega de ellos es sólo una narrativa. Esto tiene implicaciones importantes: si bien el relato (documento histórico) posee uno o varios autores, también nos remite a una secuencia de acontecimientos que suponen la intervención de protagonistas y actores colectivos, caracterizados mediante marcos contextuales que, a su vez, dan razón de las causas y las consecuencias de lo narrado. Existen tres componentes narrativos bien diferenciados y entrelazados: la autoría, la secuencia de acontecimientos y sus actores, y el marco contextual explicativo de la narración; a éstos, además, se suma el conocimiento previo del lector sobre los temas presentados. Así, la composición textual histórica abarca cuatro niveles difíciles de analizar por separado, ya que están entreverados en la documentación histórica. Por esa razón, lo que en otro tiempo se acreditaba como un testimonio unilineal, vertical y con una “información” fidedigna —es decir, un “diálogo” entre fuente e historiador— hoy se considera como una estructura narrativa compleja, una especie de madeja con múltiples derivaciones, varias vías de explicación posibles y, en consecuencia, una pluralidad de interpretaciones e intencionalidades a las que hay que atender: las de la experiencia histórica propia del autor, las de su estrategia narrativa, mediante la cual modela acontecimientos y protagonistas, y las del lector. Esto, por un lado, complica la tarea del análisis historiográfico, pero también abre horizontes poliédricos e inconmensurables vetas por explorar que antes ni siquiera se consideraban. Sin embargo, también generan una enorme riqueza en la fase hermenéutica, pues en términos prácticos ésta se compone del trabajo intelectual que hace posible una interpretación, entre las múltiples variables que se condensan en la realidad, ya que tener conocimiento de ella nos permite diversificar nuestras indagaciones y análisis, no sólo desde el divisadero estricta y tradicionalmente histórico o historiográfico, sino también desde la consideración de las áreas de conocimiento de otras disciplinas (la literatura, la filología, la arqueología, la psicología, el arte, entre otras), que aportan sus propios métodos, léxicos y claves.

En lo que respecta al estudio de fuentes y documentos novohispanos, la visión del trabajo interdisciplinario ha prevalecido debido al cruce de los objetivos que han potenciado los resultados generados por estudios de distinta naturaleza. Estas propuestas indagan en rutas alternas de investigación que, con base fundamental en manuscritos y bibliografía complementaria, se orientan a la comprensión de marcos culturales que convergen en una realidad distante ciertamente heterogénea, los cuales fueron elaborados por las poblaciones que confirieron un significado particular a los hechos sociales y a sus experiencias. En síntesis, el investigador emprende la relectura escrupulosa de estos viejos papeles situándose en un plano de cuestionamiento distinto al que plantean las preguntas iniciales —quién, cuándo y cómo—, ya que no interesa tanto saber qué pasó “en realidad”, sino acercarse a la experiencia y al entendimiento de quienes protagonizan los relatos históricos y las posibles lecturas de aquellos sucesos desde nuestro presente. De esta forma, el componente de creatividad gravita igualmente sobre los textos, sobre los acontecimientos y los personajes de las narraciones, y sobre el historiador mismo, antes de llegar al lector. De ello resulta una combinación de amplio espectro, de formas cambiantes, de yuxtaposiciones variadas construidas sobre las elecciones particulares de espacios y problemas novohispanos, la cual debe conducirse siempre en el marco de una labor ética bien informada en la interpretación de las fuentes, así como en la valorización de la memoria social como un compromiso tendiente a la construcción de puentes dialógicos que brinden certidumbres respecto a los hechos del pasado. Es decir, la composición interpretativa de historiar desde una diversidad de contextos y de aristas en la lectura de una realidad pasada no da vía libre al historiador para tergiversar o negar argumentaciones sobre la trascendencia de hechos sumamente documentados que inciden en el inaplazable reconocimiento de la historicidad que funda nuestra dignidad humana contemporánea, que no por reciente resulta descartable de nuestras lecturas epistémicas, pues una contribución argumental debe considerarse en el cultivo constante del derecho de nuestras sociedades pluriculturales a la justicia, a la memoria social y a la construcción de conocimientos comprensibles y certeros, en relación con la verdad de lo ocurrido en un proceso histórico.

SOBRE LA INTENCIONALIDAD Y EL REGISTRO

Tras la conquista hispana del Altiplano Central, las comunidades indígenas dieron continuidad a la elaboración de manuscritos, que mantuvieron su utilidad para que éstas se comunicaran formalmente con las autoridades novohispanas, las cuales reconocieron la validez del sistema de registro “nativo”. Los manuscritos adoptaron diversos aspectos de la tradición escriturística occidental, cuya argumentación se basaba en el paradigma cristiano de la Providencia como anclaje de la historia humana (posición esencialista europea que se desarrolló bajo la tradición histórica medieval).

La composición de las formas y los contenidos de los manuscritos novohispanos fue modificada, respecto de los prehispánicos, con la implementación de convenciones culturales nuevas, como la composición estilística de las imágenes y el sistema de caracteres latinos. Los creadores de estos documentos trataron de transmitir sus preocupaciones e intereses a los órganos del gobierno virreinal; por ello, los autores indígenas novohispanos no abandonaron sus relatos...



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