E-Book, Spanisch, Band 051
Reihe: ApeBook Classics
Verne Viaje al centro de la Tierra
edición illustrada
ISBN: 978-3-96130-145-4
Verlag: apebook Verlag
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Una novela (Edición illustrada)
E-Book, Spanisch, Band 051
Reihe: ApeBook Classics
ISBN: 978-3-96130-145-4
Verlag: apebook Verlag
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
El profesor Lidenbrock de Hamburgo es uno de los geólogos más respetados del mundo. El un tanto extraño experto en piedras, minerales, cristales y capas de tierra, que también habla casi todos los idiomas del mundo, ha encontrado un misterioso mensaje en la escritura rúnica de un viejo libro, cuyo contenido es incapaz de descifrar. Sin embargo, su sobrino Axel, que vive como asistente científico en la casa del profesor Lidenbrock, lo consigue. El mensaje contiene una referencia a la posibilidad de entrar en el interior de la tierra. Una sensación científica y una fama inmortal esperan a los dos estudiosos si esta aventura tiene éxito. Inmediatamente se ponen en marcha, y su viaje al inframundo se convierte al mismo tiempo en un viaje a través del tiempo, a través de las primeras épocas de la historia de la tierra, en las que todavía había bosques gigantescos y lagartos gigantes como los dinosaurios. SOBRE LA SERIE DE LIBROS Los ApeBook Classics (ABC) dan vida a obras maestras famosas y menos conocidas de la literatura mundial en formato digital. Esto significa que incluso las obras casi olvidadas se conservan para la memoria cultural. apebook se adhiere a los más altos estándares en la producción de eBooks y le ofrece clásicos de alta calidad, estéticamente agradables a un precio justo. No te conformes con versiones baratas y sin amor si amas la buena literatura, sino que elije ediciones a bajo precio pero hermosas de un editor real. Con los ApeBook Classics usted obtiene eBooks creados profesionalmente que aprecian el valor literario de su contenido a través de un diseño apropiado. Busque más títulos de ApeBook Classics para construir su biblioteca digital escribiendo 'apebook' en el campo de búsqueda. Por cierto, apebook también ofrece títulos seleccionados como ediciones en rústica. Y por último, pero no por ello menos importante: apebook apoya a la organización medioambiental 'Save the rainforest'. Al comprar los libros en nuestra tienda, usted está haciendo lo mismo. Puede encontrar una descripción completa del programa editorial en: www.apebook.de
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Capítulo III
–Evidentemente es rúnico -?decía el profesor, frunciendo el ceño. Pero existe un secreto que tengo que descubrir, porque de lo contrario?… Y terminó su pensamiento con un gesto violento. –Siéntate ahí, y escribe -?añadió indicándome la mesa con el puño. Obedecí con presteza. –Ahora voy a dictarte las letras de nuestro alfabeto que corresponden a cada uno de estos caracteres islandeses. Veremos lo que resulta. Pero ¡por San Miguel!, cuida de no equivocarte. Mi tío empezó a dictarme y yo a escribir las letras, unas a continuación de las otras, formando todas juntas la siguiente incomprensible sucesión de palabras: mm.rnlls esreuel seecJde sgtssmf unteief niedrke kt,samn atrateS Saodrrn emtnael nuaect rrilSa Atvaar .nscrc ieaabs ccdrmi eeutul frantu dt,iac oseibo KediiY Una vez terminado este trabajo me arrebató vivamente mi tío el papel que acababa de escribir, y lo examinó atentamente durante bastante tiempo. –¿Qué quiere decir esto? -?repetía maquinalmente. No era yo ciertamente quien hubiera podido explicárselo, pero esta pregunta no iba dirigida a mí, y por eso prosiguió sin detenerse: –Esto es lo que llamamos un criptograma -?decía-, cuyo sentido yace oculto bajo una mezcla deliberada de letras, que dispuestas en manera conveniente, formarían una frase inteligible. ¡Y pensar que estos caracteres ocultan tal vez la explicación, o la indicación, cuando menos, de un gran descubrimiento! En mi concepto, aquello nada ocultaba; pero me guardé muy bien de exteriorizar mi opinión. El profesor tomó entonces el libro y el pergamino, y lo comparó uno con otro. –Estos dos manuscritos no están hechos por la misma mano -?dijo-; el criptograma es posterior al libro, tengo de ello la evidencia. En efecto, la primera letra es una doble M que en vano buscaríamos en el libro de Turleson, pues no fue incorporada al alfabeto islandés hasta el siglo XIV. Por consiguiente, entre el documento y el libro hay al menos dos siglos. Esto me pareció muy lógico; no trataré de ocultarlo. –Me inclino por tanto a pensar -?prosiguió mi tío-, que alguno de los poseedores de este libro trazó los misteriosos caracteres. Pero ¿quién demonios sería? ¿no habría escrito su nombre en algún sitio? Mi tío se levantó las gafas, tomó una lupa y pasó minuciosa revista a las primeras páginas del libro. Al dorso de la segunda, que hacía de anteportada, descubrió una especie de mancha, que parecía un borrón de tinta; pero examinada de cerca, se distinguían en ella algunos caracteres borrosos. Mi tío comprendió que allí estaba la clave del secreto, y ayudado de su lente, trabajó con tesón hasta que logró distinguir los caracteres rúnicos que a continuación transcribo, los cuales leyó de corrido: –¡Arne Saknussemm! -?gritó en un tono triunfante- ¡es un nombre! Un nombre islandés además. ¡El de un sabio del siglo XVI, un célebre alquimista!??5? Miré a mi tío con cierta admiración. –Estos alquimistas -?prosiguió-, Avicena, Bacon, Lulio, Paracelso, eran los verdaderos, los únicos sabios de su época. Hicieron descubrimientos realmente asombrosos. ¿Por qué este Saknussemm no hubiera podido ocultar bajo este ininteligible criptograma alguna sorprendente invención? Tengo la seguridad de que así es. Y la viva imaginación del profesor se exaltó ante esta hipótesis. –Sin duda -?me atreví a responder-, pero ¿qué interés podía tener este sabio en ocultar de ese modo su maravilloso descubrimiento? –¿Qué interés? ¿lo sé yo acaso? ¿no hizo Galileo otro tanto cuando descubrió a Saturno? Pero no tardaremos en saberlo, pues no he de darme reposo, ni he de ingerir alimento, ni he de cerrar los párpados en tanto no arranque el secreto que encierra este documento. –¡Oh! –Ni tú tampoco, Axel -?añadió. –Menos mal -?pensé yo-, que he comido ración doble. –Además -?prosiguió mi tío Lidenbrock-, es preciso averiguar en qué lengua está escrito el jeroglífico. Esto no será difícil. Al oír estas palabras, levanté vivamente la cabeza. Mi tío prosiguió su soliloquio. –No hay nada más sencillo. Contiene este documento ciento treinta y dos letras, de las cuales, cincuenta y tres son vocales, y setenta y nueve consonantes. Ahora bien, esta es la proporción que poco más o menos, se ve en las palabras de las lenguas meridionales, en tanto que los idiomas del Norte son infinitamente más ricos en consonantes. Se trata, pues, de una lengua meridional. La conclusión no podía ser más justa y atinada. –Pero, ¿cuál es esa lengua? Aquí era donde yo esperaba ver vacilar a mi sabio, a pesar de reconocer que era un profundo analizador. –Saknussemm era un hombre instruido -?prosiguió mi tío-, y al no escribir en su lengua nativa, es de suponer que eligiera preferentemente el idioma que estaba en boga entre los espíritus cultos del siglo XVI, es decir, el latín. Si es que me engaño, recurriré al español, al francés, al italiano, al griego o al hebreo. Pero los sabios del siglo mentado escribían, por lo general, en latín. Puedo, pues, con fundamento, asegurar a priori que esto está escrito en latín. Yo di un salto en la silla. Mis recuerdos de latinista se sublevaron contra la suposición de que aquella serie de palabras estrambóticas pudiesen pertenecer a la dulce lengua de Virgilio. –¡Sí, latín! -?prosiguió mi tío-; pero un latín confuso. "Magnífico" -?pensé. Si logras descifrarlo, es que eres sagaz, tío. –Examinémoslo bien -?añadió-, cogiendo nuevamente la hoja que yo había escrito. He aquí una serie de ciento treinta y dos letras que ante nuestros ojos se presentan en un aparente desorden. Existen palabras como la primera: "m.rnlls", en la que sólo entran consonantes; otras, por el contrario, en que abundan las vocales: la quinta por ejemplo "unteief", o la penúltima "oseibo". Evidentemente, esta disposición no ha sido combinada, sino que resulta matemáticamente de la razón desconocida que ha presidido la sucesión de las letras. Me parece indudable que la frase primitiva fue escrita regularmente, y alterada después con arreglo a una ley que es preciso descubrir. El que poseyera la clave de este documento cifrado lo leería de corrido. Pero ¿cuál es esta clave, Axel? ¿la tienes por ventura? Nada contesté a esta pregunta, por una sencilla razón, mis ojos se hallaban fijos en un adorable retrato colgado de la pared: el retrato de Graüben. La bella ahijada de mi tío se encontraba a la sazón en Altona??6?, en casa de un pariente suyo, y su ausencia me tenía muy triste; porque, ahora ya puedo confesarlo, la bella virlandesa y el sobrino del catedrático se amaban con toda la paciencia y toda la flema alemanas. Nos habíamos dado palabra de casamiento sin que se enterase mi tío, demasiado geólogo para comprender semejantes sentimientos. Era Graüben una encantadora muchacha, rubia, de ojos azules, de carácter algo grave y espíritu algo serio; mas no por eso me amaba menos. Por lo que a mí respecta, la adoraba, si es que este verbo existe en lengua tudesca. La imagen de mi linda virlandesa me transportó, en un momento, del mundo de las realidades a la región de los recuerdos y ensueños. Volvía a ver a la fiel compañera de mis tareas y placeres; a la que todos los días me ayudaba a ordenar los pedruscos de mi tío, y los rotulaba conmigo. Graüben era muy entendida en materia de mineralogía, y le gustaba profundizar en las más arduas cuestiones de la ciencia. ¡Cuán dulces horas habíamos pasado estudiando los dos juntos, y con cuánta frecuencia había envidiado la suerte de aquellos insensibles minerales que acariciaba ella con sus delicadas manos! En las horas de descanso, salíamos los dos de paseo por las frondosas alamedas del Alster??7? , y nos íbamos al antiguo molino alquitranado que tan buen efecto produce en la extremidad del lago. Caminábamos cogidos de la mano, refiriéndole yo historietas que provocaban su risa, y llegábamos de este modo hasta las orillas del Elba, y después de despedirnos de los cisnes que nadaban entre los grandes nenúfares blancos, volvíamos en un vaporcito al desembarcadero. Aquí había llegado en mis sueños, cuando mi tío, descargando encima de la mesa un terrible puñetazo, me volvió a la realidad de una manera violenta. –Veamos -?dijo-: la primera idea que a cualquiera se le debe ocurrir para descifrar las letras de una frase, se me antoja que debe ser el escribir verticalmente las palabras. "¡Vaya!" -?pensé yo. –Es preciso ver el efecto que se obtiene de este procedimiento. Axel, escribe en ese papel una frase cualquiera, pero en lugar de disponer las letras unas a continuación de otras, colócalas de...