E-Book, Spanisch, 512 Seiten
Reihe: TBR
Vasquez Gilliland Y entonces Moon Fuentez se enamoró del universo
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-19621-26-9
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 512 Seiten
Reihe: TBR
ISBN: 978-84-19621-26-9
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Os lo juro: yo no empecé siendo una fracasada.No recuerdo cuándo fue la última vez que alguien me miró. Que me miró y me vio a mí de verdad, no a la hermana de una famosísima influencer, a la chica rara que hace fotos en la naturaleza o a la que tiene una talla más grande de lo socialmente aceptado. Bueno, qué más da. La cuestión es que mi vida entera cambió en un único verano. En apenas dos meses dejé de ser la invisible melliza de Star Fuentez, la hija repudiada por su madre y la chica que se había acostado con más de un tío.Pero vamos, que solo soy yo, Moon Fuentez, hablando conmigo misma.Diecisiete años y ya estoy como una cabra.
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4.
El tipo de noticias
que les gustan a las banshees
–¡MOON! –grita Star. O, al menos, eso es lo que creo que dice. En este momento, el viento está soplando con tanta fuerza en la playa que me lo imagino como el fantasma más indignado de todos los tiempos, aullando sus espectrales quejas directamente en mis tímpanos.
–¿Sí? –respondo, también gritando.
–¡Una más! –Se acerca un poco–. Pero esta vez sin la capa. –Incluso ahora, a escasos tres metros de mí, tiene que seguir gritando.
–Pero hace mucho frío.
–Solo una. –Ha dejado la capa en el suelo y se dirige de nuevo hacia el agua. Miro hacia abajo, hacia la pila de seda y terciopelo rosa. Cuando la firma Madam Le Blanc le envió a Star la prenda, la busqué por internet. Y sí, ese montón de tela cuesta doce mil dólares. Más que mi vida.
–Solo una –repito yo. Si me dieran un centavo cada vez que la oigo decir esto, podría comprarme mil capas de hada carísimas.
Agarro mi cámara y vuelvo a ajustar los parámetros para que capte toda la luz. Ya casi se ha puesto el sol, y sé que Star no me está pidiendo una foto de silueta.
Mi hermana ya está posando; algo de lo que seguramente solo me he dado cuenta yo. Su pelo rubio platino capta los diversos tonos melocotón del cielo. Cierra los ojos y levanta la cabeza, sonriendo contra el enfurecido viento fantasmal. Otra cosa que solo sé yo es que está empujando el labio superior hacia fuera y metiendo su ya de por sí plano vientre. Incluso con esta penumbra, puedo verle las costillas. Yo llevo sin verme las costillas mucho tiempo; ahora mismo, por lo que sé, bien podrían estar nadando en mi interior cual medusas. Tal y como creían que hacían los úteros algunos de los ilustres hombres del pasado que se consideraban a sí mismos médicos.
Algunas personas se detienen y se quedan mirando a Star, y no solo porque es el único ser humano que está en bañador a una temperatura prácticamente bajo cero. Sino porque tiene una belleza impresionante. Incluso yo, que la conozco de toda la vida, soy incapaz de dejar de mirar. Además, puede que la hayan reconocido. La última vez que lo comprobé, Star tenía novecientos mil seguidores en Fotogram. Increíble, ¿verdad? Ni siquiera podía entenderlo cuando alcanzó los dos mil. Y ahora, un año después, tiene más gente interesada en su tortilla de queso feta para la cena de la que jamás se parará a mirarme en toda mi patética vida.
Que conste que no estoy amargada. Sé que es lo que parece, pero os juro que no. Hace años que tuve que dejar de lado sentimientos como la envidia, el rencor y las ganas de matar, si quería sobrevivir bajo el resplandor de Star. Este tipo de pensamientos son inevitables, como si un científico estuviera observando una escena y enumerando los hechos.
Hecho: Star es guapísima.
Hecho: Yo no.
Hecho: Lo anterior es algo que me han recordado desde que tengo memoria, como un tatuaje invisible que se extiende a lo largo de mi rechoncho cuerpo moreno. Un tatuaje que es permanente porque nadie, ni mi madre ni Star ni ningún extraño en la calle, deja que pueda olvidarme de ello.
A pesar de que está tiritando y temblando de frío, Star me convence para que le haga unas veinticuatro fotos más antes de que, por fin, se decida a coger las llaves y se vaya corriendo hacia el coche. Recojo la capa del suelo y la sigo, procurando que no se me caiga nada de lo que llevo en las manos.
Una vez dentro del coche, pongo a Cardi B a un volumen lo suficientemente alto para que Star se mosquee.
–¿Pero qué narices? –Lo baja.
Pero antes de que me dé tiempo a protestar, saca el teléfono y empieza a enviar mensajes de texto (seguramente a Chamomila, su mejor amiga de Fotogram), y sé que, a partir de ahora, ya no oirá ni una sola palabra de lo que le diga, así que piso el acelerador y nos ponemos en marcha.
Si os soy sincera, he tenido una semana de mierda. O un mes. O incluso lo que llevo de vida. Por eso ni siquiera miro el teléfono cuando empieza a vibrar en mi bolso. No tengo ganas de hablar con nadie, salvo con una bolsa de Cheetos picantes esta noche, gracias.
Pero luego suena el móvil de Star y sé que es nuestra madre.
–Hola –dice Star, respondiendo de inmediato–. Ajá . –Chasquea los dedos para decirme que baje el volumen todavía más–. Claro, mamá. Nos vemos. –En cuanto presiona el botón de finalizar la llamada, se vuelve hacia mí–. Mamá quiere que vayamos a cenar a casa. Dice que tiene que darnos una noticia muy importante.
Me trago un gemido de protesta. Mi madre es la representante y relaciones públicas de Star, y todas y cada una de sus noticias tienen que ver con... esto. La última gran noticia que nos dio era que la marca Fendi quería que Star fuera la modelo de su nueva línea juvenil de... Dios, ¿qué era exactamente? ¿Abrigos de dálmatas? Da igual. El caso es que todavía me sangran los oídos por los gritos de emoción que soltó mi hermana esa noche. Lo último que me apetece hoy es que me sangre toda la cara. ¿Cómo, si no, iba a poder comerme los Cheetos?
–¿Está haciendo la cena? ¿Para celebrar algo? –pregunto, aunque ya sé la respuesta.
–Ha pedido pizza. Y antes de que digas nada, Moon, me ha comentado que esta vez ha pedido un montón de ingredientes diferentes. Vamos a tener variedad para toda la semana.
Me limito a mantener la boca cerrada mientras grabo a fuego esta retahíla en mi cabeza («Tienes que estar agradecida», «Tienes que estar agradecida»), que se une a mis tatuajes invisibles de «Eres fea», «Haces mucho ruido» y «Eres una hija pésima». Sin embargo, a diferencia de los tatuajes, «Tienes que estar agradecida» ha perdido todo su significado debido a las veces que me lo he repetido. Debería cambiarlo por otra frase.
Vivimos en una casa alta y demasiado grande, junto a un bosque al que me gusta llamar el Bosque Prohibido, aunque no creo que a mi madre se le haya ocurrido nunca prohibirme nada relacionado con él. La casa es bonita, pero extravagante. Star la compró para nosotras (para mamá, en realidad) y es el sueño hecho realidad de cómo cree mi madre que viven los blancos adinerados: aire acondicionado central, puertas francesas que dan a dormitorios en los que podría caber nuestra antigua casa, un elegante lavavajillas de acero inoxidable tan silencioso que nunca sé si está en marcha o no. Todos los días doy las gracias por poder vivir en esta casa, en serio. Pero, sin duda, lo mejor de estar aquí es el Bosque Prohibido. Cuando aparco en mi plaza, echo un vistazo al bosque, a su entrada bordeada de árboles, todos verdes, frondosos y vivos.
En la mesa del comedor se amontonan seis cajas de pizza. En un primer momento, tengo la sensación de que han cobrado vida transformándose en una criatura con ojos, una cola larga como la de un lagarto y dientes afilados que gotean con salsa de tomate. «¿Comerme vosotras? –grita–. ¡No! ¡Yo sí que os voy a comer a vosotras!» Y entonces se lanza al ataque: primero va a por mi madre, luego a por Star, y después choco los cinco con ella.
Por desgracia, en la vida real, las pizzas siguen siendo unas pizzas cutres. Y aunque desearía no tener que volver a ver una pizza en mi vida, en cuanto me llega el empalagoso olor a queso derretido, me gruñe el estómago. ¡Traidor!
–¡Venid aquí, chicas! –dice nuestra madre. Cuando la veo con una botella de espumosa sidra en la mano, me detengo en seco.
–Déjame adivinar –digo mientras la veo manipular el corcho–. Diego Luna quiere casarse con Star.
–No. –Mi madre sonríe–. Aunque me encantaría que Diego Luna se casara conmigo.
Hago una mueca.
–Entonces, ¿Diego Luna quiere ser su chófer? ¿Limpiar su baño? ¿Lamer el suelo que pisa Star?
–Dios –se queja mi madre, santiguándose–. Llevas aquí menos de un minuto y ya estás empezando a ser vulgar. Te he educado mejor.
–¡Mamá! –Star entra dando saltitos mientras se pone el pijama. Está hecho de un satén tan suave que parece como si la tela flotara sobre su cuerpo como una bruma rosa–. ¿De dónde han llamado esta vez? ¿De Michael Kors? Ay, Dios, ¿no me digas que han sido los de Chanel?
A mi madre se le iluminan los ojos cuando ve a Star.
–Sentémonos primero.
La manera en que mi madre está intentando darle más emoción al momento me está poniendo de los nervios.
–¡Jesús, mamá...!
–¡Moon! –grita mi madre. Se santigua repetidas veces y me lanza miradas asesinas. El siguiente paso es arrojarme agua bendita, seguida de polvo de huesos triturados de santos y, después de eso, una patada directa a las llamas purificadoras del infierno a punta de cuchillo, así que me pongo una cremallera en la boca y saco un plato.
¡Dios bendito! Mi madre iba en serio con lo de la variedad de pizzas. Cada una tiene una cobertura distinta; alguna ni siquiera sé qué es. Escojo un par de porciones de...




