Varden | Castidad | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 123, 172 Seiten

Reihe: 100xUNO

Varden Castidad

La reconciliación de los sentidos
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-1339-498-5
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

La reconciliación de los sentidos

E-Book, Spanisch, Band 123, 172 Seiten

Reihe: 100xUNO

ISBN: 978-84-1339-498-5
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



¿Todavía hay gente que crea en la castidad? ¿Puede un representante de una Iglesia puesta en jaque por los escándalos de abuso tener algo sensato que decir sobre el tema? Erik Varden ha dado una respuesta positiva al ofrecernos este libro honesto y hospitalario, que es sabio sin ser moralista. La castidad no niega el sexo, en cambio orienta nuestro instinto vital hacia su fin sobrenatural. Una visión verdaderamente cristiana de la castidad abraza al ser humano en su integridad, comprende su anhelo de plenitud, libertad y fecundidad. Con frecuencia intuimos que nuestro cuerpo apunta hacia algo que lo trasciende. Toda aparente satisfacción de un deseo es dolorosamente provisional. ¿Cómo podemos alcanzar la plenitud? Esta es la pregunta que está en el corazón de este libro que propone pistas insospechadas -y hermosas- para encontrar la respuesta.

Erik Varden (Noruega, 1974) es monje y obispo. De familia agnóstica, se convirtió en su adolescencia al escuchar la sinfonía Resurrección de Gustav Mahler. Antes de ingresar a los trapenses en 2002 enseñó teología en la Universidad de Cambridge. Sobre la sólida base de la sabiduría de los Padres del Desierto y de la patrística en general, la reflexión de Varden recorre la literatura, la música, la pintura y el cine para ofrecer respuestas originales y novedosas a los interrogantes más urgentes del hombre contemporáneo. Su libro The Shattering of Loneliness (2018) ha sido traducido a más de diez idiomas. Fue nombrado prelado de Trondheim en 2019. Escribe regularmente sobre fe y cultura en su blog www.coramfratribus.com
Varden Castidad jetzt bestellen!

Autoren/Hrsg.


Weitere Infos & Material


La pregunta de Norma

La palabra castidad se ha vuelto un término reservado a los anticuarios. Describe una serie de actitudes y un código de conducta asociados a una etapa pasada. Son muchos los que se alegran de su ocaso. Hoy en día, cuando oímos esta palabra, pensamos más en una sexualidad frustrada que en la fuerza de la virtud «refrescante como la faz de Diana».

La eclosión de abusos sexuales cometidos por personas célibes —en su enorme mayoría varones— que habían hecho un voto de castidad ha provocado, con razón, una ola de furia en toda la sociedad. El ideal de la castidad parece desacreditado, ciertamente como una forma obligatoria de observancia religiosa. A menudo se ha revelado no solo inerte sino mortífero, y ahora se presenta ante nosotros más bien como un cuerpo en descomposición a la espera de sepultura. Acarrea consigo un profundo dolor; pero, ¿hay alguna razón para llorar su muerte?

Mi propósito no es hacer aquí una apología de la castidad. Tampoco escribo como un historiador cultural interesado en hacer la crónica de la decadencia y muerte de un habitus humano. Mi preocupación es, ante todo, semántica.

En primer lugar, cabe señalar que castidad no es sinónimo de celibato. El celibato es una vocación particular, y no especialmente común. La castidad, en cambio, es una virtud para todos. Si su institucionalización ha ocasionado o alimentado tal frustración aberrante, se debe, en parte, a una visión reduccionista por la que una orientación destinada a ensanchar el corazón lo ha constreñido hasta la asfixia.

Reducir la castidad, como se ha hecho, a una mera mortificación de los sentidos es convertirla en un instrumento de sabotaje contra el florecimiento personal. También es malinterpretar, tergiversar y aplicar erróneamente el significado de una noción compleja. Con este libro espero liberarla de su confinamiento en categorías demasiado angostas, permitiéndole expandirse, extender sus extremidades, respirar con libertad, tal vez incluso cantar. Utilizo estas imágenes a sabiendas. Solo es auténtica la castidad que tiene algún vigor y energía, de lo contrario es una falsificación. Procederé en parte por vía de análisis y en parte utilizando ejemplos. Si parezco echar las redes demasiado lejos, ruego paciencia. Así es como deber ser, y espero que el lector me dará la razón, puesto que estamos entrando en un terreno cuya longitud y anchura se extienden lejos, muy lejos.

Sería deshonesto no declarar, desde el inicio, no solo un interés personal sino un programa propio. Entré en la vida monástica en 2002, un momento en el que los casos pasados de abuso sexual cometidos por miembros del clero, incluso monjes, aparecían con tanta frecuencia y detalle en la prensa británica que pasé por períodos de náusea permanente. Recibir el hábito de novicio en ese clima fue extraño. La vestimenta que representaba mis aspiraciones más nobles y gozosas me ponía en una suerte de simbólica continuidad con la comisión de hechos que habían causado un daño inmenso, a veces irreparable. Era difícil no sentirse contaminado por asociación y, en mayor o menor medida, no interiorizar un sentimiento de culpa. Este reflejo se afirmó cuando, de tanto en tanto, barruntaba lo que otros podrían sentir cuando me veían.

Me explico.

Una década después de mi toma de hábito, cuando la magnitud del abuso sexual en la Iglesia era reconocida cada vez más en toda Europa, caminaba una mañana bajo un radiante cielo azul romano hacia la basílica de Santa Maria Maggiore, en dirección al Istituto Orientale donde trabajaba. En la vía Panisperna, me crucé con una señora de mediana edad que con serena deliberación me escupió a la cara. Pude comprender la profundidad de la ira y dolor de la que surgió esa acción. Quizás hasta pude entenderla. Pero no hubo manera de saberlo. Ella no tenía ánimo de hablar.

¿Cuál debía ser mi respuesta?

Esta era, y sigue siendo, una pregunta acuciante para mí. No basta con reflexiones piadosas. La verdadera respuesta debe residir en mi compromiso con la castidad, en la honestidad con la que lo vivo. Para alguien como yo, que ha hecho votos públicos, la castidad no puede quedar limitada a un asunto privado (aunque Dios sabe que también lo es); debo rendir cuenta de ello.

Parece crucial, entonces, tener una comprensión clara y bien fundada de lo que significa exactamente la castidad. Sin embargo, ¡qué difícil es pensar y hablar de ella! ¡Qué fácil es caer en el ridículo y caer, incluso nosotros mismos, en la vergüenza!

Resulta paradójico, dada la desvergüenza con la que hablamos de sexo. Pertenezco a una generación para la que el sexo, tras las batallas culturales de los años sesenta, había salido ruidosamente de la oscuridad de habitaciones con las cortinas corridas a la luz de la plaza pública en una pretendida forma de liberación. La mecánica de la reproducción se enseñaba en la escuela primaria junto a las asignaturas de Matemáticas y Lengua. Entre los chicos adolescentes, la pornografía se daba por descontada, lo que no era una novedad en sí mismo, aunque su explicitud y abundancia sí lo fueran, dejando heridas que cicatrizaban lentamente en la memoria.

Se nos advertía de los efectos nocivos de la inhibición sexual. No sugiero que nos adoctrinaran; sin embargo, el aire que se respiraba en lo que yo diría que era el ambiente común para un adolescente nórdico en los años ochenta estaba cargado de presupuestos freudianos de segunda mano, mal comprendidos y peor aplicados. Estos presupuestos permeaban el paradigma interpretativo de moda cuando, en aquella época, busqué parámetros para establecer mi lugar en el mundo, ante los demás, ante Dios; es decir, una forma de encontrar la libertad.

El vocabulario aceptado para referirse a la trascendencia era psicosexual. Se consideraba que todo anhelo, toda pena del alma, podía ser definida en estos términos. La suposición general era que la búsqueda de un yo sexual equilibrado y sin complejos resultaba un prerrequisito para crecer, madurar y desarrollarse.

Tardé años en ver que, de hecho, el proceso funciona al revés; que, desde el punto de vista vivencial, no tiene sentido atribuir una orientación autónoma al instinto sexual, como si se tratara de una fuerza naturalmente ordenadora destinada a orientar los demás aspectos de la personalidad hacia una unidad armoniosa. La sexualidad humana, por el contrario, requiere una estructura de la personalidad sobre la cual crecer, florecer y dar fruto, del mismo modo que un rosal trepador necesita un enrejado para elevarse y extenderse. Si se lo deja reptar por tierra, el rosal no es más que una pila de hojas. Su belleza será aún visible, sin duda, y conservará su fragancia. No obstante, la mayor parte de su tallo no brotará por falta de luz. Dará pocas flores. Sin fuerza para erguirse y elevarse, se desplomará sobre sí mismo. Llegado el verano, una vez que la planta haya crecido un poco, la mano de cualquier jardinero que intente enderezarla se encontrará con una maraña de espinas.

En su Regla de los Monjes, san Benito describe un tipo humano que corresponde a esta metáfora referida a la floricultura. Se trata del “giróvago”, una clase de buscador errante que pasa su vida dando vueltas, sin llegar a ningún destino determinado. El gyrus, en latín, era el ruedo en el que se adiestraban los caballos o el paso de la mula que hacía girar la noria de un pozo, un recorrido arduo y sin rumbo. Durante demasiado tiempo, yo mismo fui “giróvago” con relación a mi maduración como hombre.

Al mirar atrás, siento una mezcla de pesar e irónica diversión. El pozo por el que arrastraba los pies estaba seco. Nunca había tenido una gota de agua. Su visión lúgubre y bidimensional del amor y de la vida no era sino un montón de huesos secos. Y, sin embargo, seguí girando en torno a él, sujeto a un yugo hecho de proyecciones, angustiado por la idea de que mi despertar a la fe, que ocurría en ese momento, podría no ser sino una malsana sublimación. ¿Era el miedo a la naturaleza lo que me impulsaba hacia lo sobrenatural?

La fuerza de las conjeturas puede ser tan grande que parecen más reales que la realidad. Yo aspiraba a vivir castamente, pero consideraba el esfuerzo como una pura mortificación. No se me ocurría ver en la castidad una atracción intrínseca, y menos aún vivificante. La concebía en términos negativos, como no ser y no hacer aquello que es decisivo para la imagen contemporánea de la masculinidad. De allí surgió otro complejo. En una cultura que glorifica la expresión sexual, ¿no era la castidad algo poco varonil?

¡Si solo se me hubiera ocurrido leer a Cicerón!

Él me hubiera permitido descubrir que, en el mundo antiguo, Diana, la diosa de la castidad, era conocida no solo como lucifera, portadora de luz, sino también como omnivaga, vagabunda universal, tan soberana y libre —la antítesis del giróvago—. Estas asociaciones me habrían resultado atractivas y me habrían animado mientras desandaba mis pasos sobre un surco infértil.

Yo deseaba, sin duda, apertura y luz. Aún las deseo.

Pero, ¿qué significa la castidad? La palabra “casto” llegó al inglés a través de las lenguas romances desde el latín castus que, a su vez, es el equivalente del adjetivo griego ?a?a??? (katharós), que significa “puro”. De katharós proviene kátharsis. Podríamos detenernos un momento a considerar el sentido que llegó a abarcar esta...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.