E-Book, Spanisch, 232 Seiten
Reihe: Educación
Turner Teoría y práctica de la educación
1. Auflage 2016
ISBN: 978-607-03-0736-2
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 232 Seiten
Reihe: Educación
ISBN: 978-607-03-0736-2
Verlag: Siglo XXI Editores México
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La esperada secuela al galardonado 'Teoría de la educación' considera temas de interés permanente para los educadores. En su libro convincente y controvertido, el profesor David Turner muestra cómo la teoría de juegos y modelos matemáticos se pueden utilizar para desarrollar una comprensión de la teoría educacional de manera útil. El autor utiliza sus resultados para dar a conocer el debate sobre una amplia variedad de temas, incluyendo la gestión en el aula, la enseñanza y el aprendizaje en grupos, los mecanismos de aseguramiento de la calidad y la igualdad de oportunidades en el acceso a las instituciones educativas.
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1. INTRODUCCIÓN
Ya he observado en otro lugar que el hecho de que los creadores de políticas no conozcan la teoría y los investigadores no ofrezcan bases sólidas para la creación de políticas es una relación (o una falta de relación) que tiene culpables en ambos lados (Turner, 2004a). Sin embargo, los mayores culpables son sin duda los investigadores que no han conseguido ofrecer modelos de complejidad suficiente que puedan ser efectivamente usados en el proceso de creación de política.
En este contexto es preciso señalar que la complejidad no es la cuestión de cuántas variables incluyen los modelos explicativos, ni de cuántos factores se consideran en determinada situación. Menos aún se basa en la idea de que las ciencias humanas no pueden beneficiarse de la experiencia de las ciencias físicas porque las situaciones humanas son intrínsecamente más complejas que las situaciones que involucran sólo a objetos inanimados.
En el campo de los Estudios de la Educación la complejidad reside en el hecho de que cada persona construye su propia educación. Cada uno de nosotros está armando su propia personalidad con base en los ejemplos y la herencia cultural que nos han tocado. Cada uno está creando su propia historia de vida basado en sus propias experiencias. En el núcleo de cada persona hay un creador activo cuya tarea primaria es la construcción de su propio ser. Una vida no se puede reducir a la constelación de “factores” que le dan forma o estructura. La complejidad de la educación reside en el hecho de que se ocupa de seres humanos, y que, quizá más que en cualquier otro campo, la motivación, la fuerza de voluntad, la decisión y la química interpersonal son cruciales para el intento y pesan más para la definición del resultado que los antecedentes o la experiencia previa.
En el nivel más básico, enfrentado a una situación desafiante el ser humano puede hacer una de dos cosas: aceptar el desafío, reestructurar su propia comprensión, incorporar la nueva experiencia y cambiar –en el mejor de los casos crecer– en consecuencia; o bien rechazar el desafío, negarse a reformar su conocimiento y mantenerse firme en los principios adquiridos antes. Ese proceso está tan afirmado en el núcleo del aprendizaje y la experiencia humanos que es difícil describirlo en términos neutrales. Como trabajadores de la educación estamos tan involucrados en enfrentar a personas con experiencias nuevas y esperar que cambien, que incorporen conocimientos nuevos a su manera de pensar, que tendemos a describir el aprendizaje en términos positivos y el hecho de no aprender en términos negativos. Sin embargo, eso es simplificar demasiado. Hay ocasiones en que es necesario hacer a un lado y rechazar experiencias nuevas. Si Nelson Mandela hubiera aprendido de su experiencia en la cárcel que el inhumano régimen del era inamovible se habría perdido toda una variedad de consecuencias positivas. Si todos los que han sido objeto de prepotencia () aprendieran de su experiencia que la prepotencia es una buena manera de alcanzar sus fines, las instituciones educativas –y otras– serían intolerables.
Rechazar las lecciones de nuevas experiencias, mantenerse firme en las propias condiciones y cultivar el escepticismo hacia la información nueva puede ser tan elogiable como aprender. En realidad, aprender demasiado rápido, alcanzando la comprensión superficial de los nuevos conversos, casi nunca es deseable. Por consiguiente, entre adoptar una actitud de aceptación o de resistencia frente a nuevas experiencias no se puede dar por sentado que el balance moral esté siempre a favor de la primera.
Por supuesto, todos sabemos que recurrir demasiado rápido a la resistencia muy probablemente bloquea las experiencias nuevas y suele dificultar el aprendizaje. “Yo no sé sumar” o “No me gustan las comidas muy condimentadas” tienden a ser profecías que determinan su propio cumplimiento. La resistencia instantánea a cualquier experiencia nueva probablemente representa una defensa contra las nuevas ideas y permite persistir en un prejuicio cómodo. Pero también sabemos que la persona que es demasiado fácil de convencer, que acepta la última información sin cuestionarla, bien puede ser una persona superficial, una bandera que ondea para acá y para allá a la menor brisa, sin carácter ni resolución moral. La excesiva disposición a reformar el propio modo de pensar en cuanto se presentan nuevas maneras de ver las cosas es tan reprobable, desde el punto de vista moral, como el mantenerse firme en los propios prejuicios. Y tal vez valga la pena recordar que muchos de nuestros héroes y modelos de conducta recta, de Job a Mandela pasando por Nelson y Edison, fueron heroicos precisamente en su obstinada adhesión a un principio y su disposición, literal o metafórica, a mantener el catalejo frente al ojo ciego a fin de evitar recibir nueva información.
El proceso de la educación, en consecuencia, implica un flujo constante de decisiones sobre si debemos incorporar nueva experiencia a nuestro acervo de conocimientos, recuerdos y respuestas modeladas, o por el contrario rechazarla, minimizarla o ignorarla. Y si decidimos incorporar una experiencia nueva y el saber relacionado con ella, eso puede o no requerir una reacomodación más o menos radical de las experiencias que ya habíamos decidido aceptar como parte de nuestra personalidad. Algunas experiencias nuevas pueden requerir una reevaluación radical de todo lo que había antes, como puede ocurrir por ejemplo en el caso de una conversión religiosa o la adopción de una nueva persuasión política. Otras experiencias nuevas pueden no exigir casi ninguna reacomodación, como cuando aprendo una palabra nueva en una lengua que no es mi principal medio de expresión. El proceso de educación es el proceso de construcción de una historia personal. Es un proceso activo en cuanto el individuo escoge lo que se va a incorporar, pero también toma decisiones de nivel más alto sobre qué tan importante debe ser cada elemento, o qué tanta ambigüedad o imprecisión es aceptable en la personalidad en su conjunto.
Habrá quienes no concuerden con esta caracterización de la experiencia como un proceso de elección; algunas experiencias son tan agresivas, tan avasalladoras, que no se puede decir que yo tenga opción sobre si recordarlas o no. No puedo escoger recordar u olvidar las tablas de multiplicar, que me inculcó una maestra muy concienzuda en la escuela primaria; tal vez no pueda ni siquiera decidir si la experiencia fue placentera o espantosa. Pero sí estoy en posición de decidir hoy si mi conocimiento de la aritmética básica encaja en la estructura más amplia de conocimiento con la que intento manejarme, incluso en este momento. Tampoco puedo escoger entre recordar u olvidar la Alhambra de Granada. Pero sí puedo decidir si ese deslumbrante edificio debe permanecer como una experiencia turística aislada o necesita ser incorporado de alguna manera a una comprensión cultural más amplia.
Del mismo modo, algunos maestros son inolvidables, ya sea porque nos inspiraron o porque eran ogros, pero sólo mis acciones posteriores, y mis decisiones posteriores sobre cómo manejar el conocimiento que me pasaron, puede decidir si influyeron en mí a largo plazo, y si lo hicieron, si fue en sentido positivo o negativo.
Los que objetan la idea de opción en ese contexto me dicen que nunca tuvieron la experiencia de tomar la decisión: sólo hicieron lo obvio y siguieron el camino previsible. Y yo puedo entender que haya sido así, pero todavía afirmo que si ese “camino previsible” hubiera resultado ser censurable, desagradable o incompatible con la idea que tenían de sí mismos, entonces en algún momento el individuo que seguía el camino previsible se hubiera rebelado y habría seguido otro camino. Tal vez no hagamos elecciones conscientes sobre qué incorporamos a nuestras personalidades, pero al menos en sentido negativo decidimos no resistir mientras las consecuencias de la aceptación no sean demasiado terribles.
En este sentido, mi elección de hablar sobre la educación en términos de elección es una decisión metodológica. Creo que podemos dar sentido a las experiencias educacionales de un individuo si las vemos como algo deliberado por parte del que se educa. El que se educa está tratando de acumular un cuerpo de recuerdos, disposiciones y actitudes que produzca una adaptación cómoda a su ambiente. (Hay personas que no me parecen particularmente cómodas en su ambiente, en el sentido de que adoptan una actitud hostil, agresiva o escéptica hacia todo lo que los rodea, pero mi supuesto metodológico es que debe funcionar para ellos, o cambiarían su actitud.) Esto, por último, es una posición metafísica: que los individuos escogen posiciones que en general son más bien beneficiosas para ellos, y que mi primera pregunta, al ver a alguien hacer algo que yo no haría, sería ¿qué beneficio le trae esa manera de actuar?
Puede haber casos en que la persona literalmente no tiene opción. En una larga carrera en la enseñanza ha habido dos ocasiones en que me resultó necesario alejarme de una institución educativa por mi propia salud física y mental. En ambos casos estaba tan cansado, exhausto y sin energía que sentía que estaba perdiendo la capacidad de tomar decisiones en mi propio beneficio, y por lo tanto me fui. En ambos casos tuve la suerte de pasar a instituciones que eran educativas en el sentido más amplio, y que ofrecían tanto a sus estudiantes como a su personal un ambiente en el que podían recuperar sus energías y, tal vez aún más importante, desarrollar una perspectiva equilibrada sobre sus experiencias. De manera que entiendo lo...