E-Book, Spanisch, 234 Seiten
Reihe: Historia
Trujillo Muñoz Los salvajes de la bandera roja
1. Auflage 2022
ISBN: 978-607-16-7526-2
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
La revolución floresmagonista de 1911 en Baja California y sus consecuencias
E-Book, Spanisch, 234 Seiten
Reihe: Historia
ISBN: 978-607-16-7526-2
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
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Los salvajes de la bandera roja. La revolución floresmagonista de 1911 en Baja California y sus consecuencias le sigue los pasos a una Revolución mexicana más radical, la anarcosindicalista, y a sus efectos inmediatos: la campaña de descrédito contra estos revolucionarios y la contrarrevolución conservadora que mantuvieron en Baja California y por varias décadas a partir de 1911, militares como Celso Vega y Esteban Cantú, así como intelectuales porfiristas como Rómulo Velasco Ceballos y Enrique Aldrete.
Gabriel Trujillo Muñoz (Mexicali, Baja California, 1958) es poeta, ensayista, cronista y narrador. Ha sido profesor de literatura y cultura fronteriza en la Universidad Autónoma de Baja California y coordinador editorial de la misma universidad. Además, es investigador de la literatura y el periodismo bajacalifornianos, el cine fronterizo y la historia de la ciencia ficción en México.
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I. BAJA CALIFORNIA: EL PORFIRIATO COMO EDAD DE ORO
EN 1848, A CAUSA del destino manifiesto de los Estados Unidos de América (en su expansionismo galopante) y de la ineptitud del gobierno del general Antonio López de Santa Anna, México pierde la mitad de su territorio a manos del país vecino. Para los habitantes de la zona norte de la Baja California, que se han salvado casi fortuitamente de ser parte del botín de guerra estadunidense, la situación a la que se enfrentan cambia sus expectativas de vida de una forma nunca antes vista. La presencia de los estadunidenses, primero como simples ciudadanos y viajeros, más tarde como comerciantes, mineros y agricultores, nos convertirá en una sociedad de frontera con la cultura anglosajona y el modo de vida estadunidense. Los pueblos del norte bajacaliforniano nacen, pues, por gracia del comercio, las comunicaciones o la explotación industrial de las riquezas mineras. Sin memoria del pasado colonial, su sino es el futuro, la esperanza ávida de fortuna, el empeñoso espejismo del trabajo arduo en un territorio hostil, inhóspito, que no ofrece nada gratis. De ahí surgen los poblados. De ahí y de la presencia estadunidense que se cuela por todas partes, que toma posesión de tierras, contratos, poderes. Las fechas no mienten: Ensenada es fundada oficialmente en 1882, Tijuana en 1889, Tecate en 1892 y Mexicali en 1903. El auge de la agricultura tecnificada, de la minería y las actividades turísticas y recreativas apuntalan una sociedad de frontera que vive a expensas de los Estados Unidos. Y más si a los vecinos se les suman los migrantes extranjeros que llegan a trabajar para las empresas estadunidenses; es decir, la aparición multitudinaria de chinos, japoneses, indios y rusos en la costa del Pacífico y en la zona desértica del entonces Distrito Norte de la Baja California da pie a una sociedad multiétnica y multicultural. El centro de la actividad comercial e industrial se localiza en el puerto de Ensenada, en la costa del Pacífico. La división territorial quedó establecida, por decreto del presidente José Joaquín de Herrera, el 12 de abril de 1849: el territorio de Baja California quedó dividido en dos partidos: Norte y Sur. Para el 1º de enero de 1888, el Partido Norte de la Baja California pasa a ser Distrito Norte, con capital en Ensenada. El porfiriato, su ideología, su forma de vida, se hallan en perfecta consonancia con una sociedad como la bajacaliforniana a principios del siglo XX, donde un núcleo de comerciantes y profesionistas que prestan sus servicios a las compañías extranjeras están imbuidos en la fe del progreso constante y redentor. Las loas a todo adelanto tecnológico y al proceso modernizador en su conjunto nos hablan de una creencia común de que esa vía —la empresarial, la del capital extranjero— es la senda correcta para alcanzar una posición de respeto en el mundo de su tiempo. Por eso los bajacalifornianos critican cualquier mención de adaptarse al medio y manifiestan que es el medio el que debe adaptarse a sus ambiciones, pues el fin último de los recursos naturales peninsulares es su explotación comercial y su vinculación con los mercados mundiales. Y aquí su discurso modernizador se detiene. El cómo repartir esa riqueza queda fuera de toda discusión pública. Para la sociedad bajacaliforniana de 1910, forjada a sí misma en la ardua lucha ante una naturaleza por demás inhóspita, no es de extrañar que la meritocracia y su visión individualista (siguiendo el modelo anglosajón de que cada quien obtiene según su esfuerzo y dedicación) funcionen de maravilla en poblados fronterizos de escasos habitantes, donde los extranjeros no deseables (los deseables eran los europeos y los estadunidenses), como los chinos y los indios nativos, quedan fuera de tal convenio social. Por eso mismo, la clase pudiente y gobernante de la entidad considera el ideal democrático, ya sea el reformista abanderado por el maderismo como el radical pregonado por el Partido Liberal Mexicano de los hermanos Flores Magón, como una simple teoría que aún no puede ponerse en práctica en el país hasta que no se haya disciplinado al pueblo raso, pues esta clase privilegiada cree que implementando la democracia precozmente el pueblo mismo acabe, horror de horrores, exigiendo sus derechos o alterando con sus protestas el orden público reinante. Y esta conducta social, para los bajacalifornianos aliados a la dictadura prevaleciente, es un acto social inadmisible, un crimen que debe ser castigado con extrema severidad para que no rompa la paz del régimen al que tan acostumbrados están y del que son sus más fieles garantes en la frontera norte. Pero la paz porfirista y los ideales de progreso basados en el capital extranjero (compañías mineras y colonizadoras) van a estrellarse con los cambios políticos y sociales que traen consigo las fraudulentas elecciones de 1910, así como los movimientos revolucionarios que se extienden por todo el país. Contemplemos con cuidado al Distrito Norte de la Baja California y a su capital, el puerto de Ensenada, que ya para entonces tiene una población de 2 000 habitantes, la mayoría de los cuales disfruta la dictadura, pues las castas militar y empresarial han encontrado que pueden permitirse hacer negocios, legales e ilegales, para beneficio de comerciantes, oficiales del ejército, empleados del gobierno y representantes de las empresas extranjeras por igual. Se vive la dictadura sin meterse en política: cada quien para sus ganancias, cada uno para su siguiente negocio. Los bajacalifornianos que cuentan, los que orgullosamente se autonombran como “gente de razón”, comienzan a ver con preocupación que el país entero se estremece ante los hechos revolucionarios de los “bandidos maderistas”, ante un pueblo de “léperos” y “ladrones” que asalta la sacrosanta paz porfirista. El 5 de diciembre de 1910 el ayuntamiento de Ensenada publica en su Periódico Oficial dos importantes acuerdos. Manuel Labastida, presidente municipal, así como los regidores Carlos Ptacnik, Maximiliano Caballero, Gabriel Victoria, David Goldbaum, Hilario Navarro, Enrique B. Cota y Enrique Aldrete manifiestan su adhesión al régimen porfirista y así difunden, a todo México y para que no queden dudas, que son mexicanos leales al gobierno: Primero: En nombre del pueblo del Distrito Norte de la Baja California se protesta enérgicamente contra los desmanes cometidos en algunos lugares del país por los agitadores antirreeleccionistas que han pretendido, por medio de la violencia, derrocar al gobierno de la república constituido legítimamente. Segundo: Se envía voto de confianza al presidente, general Porfirio Díaz, y al vicepresidente, Ramón Corral. Es la solidaridad de unos ciudadanos mexicanos que apuestan sus fortunas a la preservación del statu quo ante un futuro cargado de zozobras. Pero el problema principal para estos bajacalifornianos tan lejos de Dios y tan cerca de los negocios de gringos, franceses y británicos, de los que muchos son socios o representantes, es que la principal amenaza para la estabilidad del Distrito Norte de la Baja California no son los maderistas antirreeleccionistas, sino las ideas revolucionarias que están filtrándose bajo sus narices. Una hoja periodística titulada Regeneración se cuela por ranchos y poblados llevando mensajes de protesta y de rebelión contra los ricos, contra las empresas extranjeras, contra el ejército porfirista y contra el mismísimo Díaz. Mientras los ensenadenses ven pasar desfiles militares o bailan en el teatro Centenario y brindan a la salud del viejo dictador, obreros, mineros, campesinos, indios y pequeños comerciantes leen la otra cara de la propaganda oficial. Ellos saben mejor que los tiempos que se avecinan son de guerra por la libertad, de lucha por sus derechos hasta ahora negados. Pero este movimiento no lo encabezan los maderistas, que políticamente son moderados y reformistas, sino un grupo revolucionario dirigido por Ricardo Flores Magón. Ricardo, nacido en 1873 en Oaxaca, había luchado desde 1900, junto con su hermano Enrique y muchos otros liberales, para derribar la dictadura porfirista; primero lo hizo a través de la prensa con dos periódicos críticos al régimen: Regeneración y El hijo del Ahuizote, y luego por medio de la acción política. La reacción de la dictadura los lleva a la cárcel. En 1904, acosados por todas partes, huyen a los Estados Unidos. Escapan de México para seguir combatiendo la tiranía, pensando que allá estarán a salvo de los ataques del porfirismo. Pero ésa es una ilusión. En 1905 fundan el Partido Liberal Mexicano (PLM) y vuelven a publicar Regeneración. En ese tiempo, elementos pagados por la dictadura someten a Ricardo Flores Magón y a los integrantes del PLM a espionaje, allanamiento de sus casas y oficinas, destrucción de sus imprentas y publicaciones, secuestros e intentos de asesinato, calumnias y campañas de desprestigio (llamarlos filibusteros o vendepatrias es una de las tantas mentiras que se les imputan); también compran testigos para que declaren en contra de los revolucionarios en las cortes estadunidenses y así poder extraditarlos a México. Todas estas sucias maniobras son motivadas porque don Porfirio Díaz y su régimen reconocen el peligro que significa para ellos la figura de Ricardo Flores Magón. Ricardo es peligroso porque es un hombre capaz de sumar a su causa de liberación a grandes sectores de inconformes en nuestro país, a mexicano-estadunidenses en la nación vecina y a extranjeros de todas partes del mundo que, en conjunto, constituyen...