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E-Book, Spanisch, 496 Seiten

Steinbock Emociones morales

El clamor de la evidencia desde el corazón
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-254-4889-8
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

El clamor de la evidencia desde el corazón

E-Book, Spanisch, 496 Seiten

ISBN: 978-84-254-4889-8
Verlag: Herder Editorial
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La tesis fundamental de Steinbock es que las emociones morales no solo tienen su propia temporalidad sino que permiten formas específicas de evidencia que clarifican el sentido de la personalidad, además de relanzar nociones como libertad, crítica y normatividad.

Anthony J. Steinbock, una de las figuras más importantes de la tradición fenomenológica en la actualidad, es profesor de Filosofía y director del Centro de Investigación Fenomenológica en la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY). Es editor en jefe de la revista Continental Philosophy Review. Entre sus libros anteriores se incluyen Phenomenology and Mysticism: the verticality of Religious Experience (2007, premio Edward Goodwin Ballard en investigación fenomenológica), Home and Beyond: Generative Phenomenology after Husserl (1995) y, más recientemente, Knowing by Heart: Loving as Participation and Critique (2021). Sus investigaciones se centran en una revalorización de la afectividad interpersonal que permitan una contribución a la crítica de la normatividad social más allá de los enfoques intelectualistas y relativistas, a partir de una orientación hacia la experiencia.
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Introducción


El carácter distintivo de las emociones morales


Mi intención en este trabajo es doble. Primero, se trata de dar cuenta de forma más completa y rica de la persona humana de lo que habitualmente se encuentra en las interpretaciones que restringen la evidencia en el ámbito de la experiencia humana a sus dimensiones perceptuales y judicativas, en sentido amplio. Esto lo llevo a cabo describiendo ciertas emociones morales clave. De este modo, al poner en consideración estas emociones morales, las describo en análisis fenomenológicos originales, prestando atención tanto al modo en que se dan a sí mismas en la experiencia, así como en sus características estructurales e interrelaciones. Una perspectiva crítica tal requiere un análisis cuidadoso y detallado de los modos de donación de las emociones (por ejemplo, en relación con otros, sus significados temporales, sus estructuras de posibilidad) así como atención a cómo pueden dar por resultado una esfera más amplia de evidencia en la cual las personas están interesadas.

Mi segunda meta, también realizada a través de estos análisis, es mostrar cómo las emociones morales pueden desempeñar un papel destacado al apuntar hacia los problemas asociados con la «modernidad» y en aquellos que se encuentran en el impasse de la posmodernidad. La descripción de las emociones morales como emociones de la auto-donación, emociones de la posibilidad, y emociones de la otredad, me permite sugerir las formas en las que ellas revelan dimensiones únicas de libertad, por qué pueden tener un liderazgo en la formación de la vida cívica y las relaciones de poder, y cómo las emociones morales no deberían ser relegadas de tales discusiones. Concluyo este trabajo con reflexiones sobre lo que nos pueden decir las emociones morales acerca de quiénes somos como personas, lo que ello nos dice sobre nuestra experiencia y los conceptos de libertad, normatividad, poder y crítica. De este modo, las emociones morales apuntan a la posibilidad de contribuir al imaginario social de lo moderno y sus variantes posmodernas, en un campo donde tales intervenciones han sido predominantemente guiadas por la ética comunicativa, las teorías racionales sobre la justicia, el discurso del psicoanálisis y la intersección de la biopolítica. Además de apuntar hacia estas diferentes concepciones, por ejemplo, de libertad, normatividad, y crítica desde la perspectiva de las emociones morales, otra de mis conclusiones en este respecto se refiere a la manera en que comprendemos el papel de las emociones en la crisis de la razón, la modernidad y la posmodernidad. Esto es, si las emociones morales nos dan nuevas perspectivas en nuestro imaginario social, no es porque constituyan un nuevo comienzo (en relación con el viejo inicio del asombro, la teoría o la razón), sino porque las emociones siempre han estado ahí y, sin embargo, han sido subordinadas en relación con lo que son capaces de contribuir; y así se vuelve un asunto de recobrar sus contribuciones específicas sobre quiénes somos como personas, interpersonalmente. Si hay una crisis, no es de la razón; ni es un asunto de volver a un auténtico sentido de la razón, sino que tiene que ver con la manera en que las emociones habían perdido la base evidencial que las distingue, y habían sido consignadas bien a la razón, o bien a la sensibilidad.

En esta «Introducción» describo (1) lo que está en juego en las emociones morales al tener una estructura distintiva de experiencia y evidencia que es irreductible a la de otras clases de experiencias; (2) el ámbito de las emociones como interpersonales, y lo que las distingue tanto como «emociones» y como «morales» y (3) el método a través del cual investigo las emociones, a saber, el método fenomenológico. Al hacerlo, describo brevemente el lugar de la filosofía del lenguaje ordinario en una fenomenología de las emociones morales.

Las emociones: ¿tienen una estructura distintiva?


Es posible atribuir muchas cosas a la modernidad, entre ellas, el reconocimiento de la subjetividad individual, el valor de la libertad, la práctica de la crítica y el prominente papel que desempeña la racionalidad en ellas. La modernidad también marca la emergencia de un imaginario social innovador, cuyas consecuencias todavía estamos viviendo. Reservando estos temas para la sección conclusiva de este trabajo, quiero llamar la atención aquí a lo que ha sido desestimado tanto en el entusiasmo por estas características modernas como en la crítica contemporánea de la modernidad, por ejemplo, desde la crítica elevada por el idealismo alemán, el psicoanálisis, la fenomenología y la teoría crítica. Lo que ha sido alineado parcialmente son las emociones, especialmente las emociones morales.

Es bien sabido que al haber identificado la cognición con la racionalidad y la racionalidad con el significado (predominantemente masculino) de los seres humanos, las emociones se vuelven la provincia de lo que es no-humano, instintivo y característico de las mujeres, los niños y los animales, así como los perturbados mentales. Lejos de tener una importancia evidencial y lejos de ser capaces de revelar el significado de las personas, las emociones fueron habitualmente relegadas como rupturas irracionales en la objetividad, violaciones del potencial humano y, en última instancia, desprovistas de cualquier significatividad espiritual o filosófica. Se volvieron meros asuntos subjetivos desprovistos de una fundamentación objetiva o racional, y así carecieron de legitimidad en el propósito o sentido de la existencia humana. Cuántas veces no hemos escuchado la precaución «¡No permitas que tus emociones tomen lo mejor de ti!». Como Max Scheler observó, la modernidad ya no comprendía la esfera emocional como una con un lenguaje simbólico significativo; ya no fue permitido gobernar el sentido y el significado de nuestras vidas. En su lugar, las emociones fueron dejadas de lado como un proceso ciego, siguiendo su propio curso en la naturaleza; como tal, requieren una tecnología racional que las restrinja de tal forma que no nos hagamos daño, y así la actividad humana puede ser verdaderamente espiritual, cognitiva y llena de sentido.1 La corriente completa de las emociones, y todo lo no lógico, fue sometido, convirtiéndolo ya sea en un objeto de la psicología de la percepción interna o un asunto de ética del interior individual, o sea como sujeto de intelección, perteneciente a la provincia del juicio como actos inferenciales del pensamiento.2

En lugar de alentar el sentimiento de calma o agitación ante un evento, el amor hacia una persona ante nosotros, la vergüenza de la inacción comunal, la culpa de ante algo que hicimos, la confianza hacia un extraño, o incluso el orgullo auto-dirigido hacia nuestros propios quehaceres —para examinar cómo y qué esta experiencia puede revelarnos acerca de nosotros mismos y de nuestro estar con otros en el mundo— por el contrario nos hemos vuelto expertos en ignorarlos, y como resultado, nos hacemos sordos ante nuestra sensibilidades hacia ellos en su facultad de proveer una brújula social y política. Sin embargo, con Scheler, si la lógica quiere investigar la estructura de las interconexiones y las relaciones, o los actos a través de los cuales podemos captar estas interconexiones lógicas, esto es un signo de la insuperable arbitrariedad de llevar a cabo este tipo de investigaciones en modos de donación y conexión esencial solo en el caso de la percepción y el pensamiento, pero abandonando a la psicología la parte restante del espíritu.3 Esto es arbitrario porque nuestra experiencia muestra que hay diferentes tipos de cognición y evidencia que tienen su propia integridad y que no son reducibles al conocimiento racional, volitivo o instrumental —incluso si el segundo se vuelve para nosotros la forma predominante de «conocer» o, en su lugar, la experiencia de algo dado de forma evidente.

Sería fácil declarar simplemente que las emociones tienen una estructura distintiva, que tienen sus propias formas de evidencia, y que son reveladoras de las personas. Sin embargo, mi intención es ilustrar, a través de la descripción de las emociones morales tratadas aquí, cómo ellas mismas tienen su propia estructura, sus propias formas de evidencia, sus estilos «cognitivos» únicos, y cómo son reveladoras de las personas como interpersonales —sin que ello signifique que tales emociones deban estar atadas a la racionalidad para ser significativas o, por el contrario, estar condenadas al ostracismo respecto de la esfera de la evidencia por no ser racionales—. Así, a diferencia de algunos autores contemporáneos que tratan las emociones, estos análisis muestran que algunas emociones son directamente morales, y que, además, las emociones morales tienen una dimensión evidencial y no son meros apoyos para juicios.4 Sin embargo, mostrar requiere superar el prejuicio de que la persona humana se agota en el dualismo de razón y sensibilidad.

La desgastada dicotomía entre razón y sensibilidad concerniente a las emociones ya había sido blanco de artillería en las figuras transicionales del existencialismo como Nietzsche y Kierkegaard;5 también ha sido confrontada de forma sistemática por figuras de la fenomenología clásica como Scheler, a quien ya he aludido antes, y en algún respecto a Heidegger, Sartre, Marcel y Strasser.6 Más recientemente, ha sido abordada por pensadores contemporáneos como Jankélevitch,...



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