Stamper | Palabra por palabra | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 312 Seiten

Reihe: ENSAYO

Stamper Palabra por palabra

La vida secreta de los diccionarios
1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-121913-6-3
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

La vida secreta de los diccionarios

E-Book, Spanisch, 312 Seiten

Reihe: ENSAYO

ISBN: 978-84-121913-6-3
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Con ingenio e irreverencia, la lexicógrafa Kory Stamper nos abre la puerta del obsesivo mundo de la escritura de diccionarios, desde las angustiosas decisiones sobre qué definir y cómo hacerlo hasta la complicada cuestión del cambio constante del uso de las palabras. Lleno de datos divertidos -por ejemplo, el primer uso documentado de 'OMG' fue en una carta a Winston Churchill- y las propias historias de Stamper desde el frente lingüístico (incluyendo cómo se convirtió en la principal apologista en Estados Unidos del término 'sin consideración', a pesar de detestar esta expresión), 'Palabra por Palabra' da vida a un mundo sorprendentemente rico habitado por individuos extravagantes y eruditos que modelan silenciosamente la forma en que nos comunicamos.

Lexicógrafa y editora de la familia de diccionarios Merriam-Webster. Stamper creció en Colorado y asistió al Smith College, donde realizó una especialización interdisciplinaria que incluía estudiar latín, griego, nórdico e inglés antiguo, tras inscribirse en un curso sobre sagas familiares islandesas de los siglos XIII y XIV. Stamper trabajó en una oficina de desarrollo de la universidad antes de solicitar un puesto de asistente editorial en Merriam-Webster en 1998. Además de sus tareas editoriales, presenta muchos de los videos 'Ask the Editor' de Merriam-Webster, una serie que se puede ver en la web del editor y en YouTube y que debate cuestiones relacionadas con el idioma inglés, especialmente palabras y usos inusuales o controvertidos. Stamper realiza charlas en nombre de Merriam-Webster y brinda asesoramiento experto y respuestas al público en relación a las preguntas generales sobre el lenguaje y la lexicografía. Por citar un ejemplo, Stamper adquirió cierta relevancia como la editora asociada responsable de explicar la adición del término 'F-Bomb' en el diccionario. Además de ser autora de Palabra por palabra: la vida secreta de los diccionarios (2017), publica habitualmente artículos del ámbito de la lexicografía y el idioma en numerosos medios de comunicación como el Chicago Tribune o The Guardian, y ha escrito también sobre otros temas no relacionados con el idioma. Casada y madre de dos hijos, actualmente vive en Collingswood (Nueva Jersey).
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But : pero

Sobre la gramática

Como mi esposo es músico, a veces recibimos invitaciones para asistir a galas llenas de gente guay con peinados interesantes. Lo acompaño para darle apoyo conyugal y sobre todo en calidad de contrapunto empollón; me instalo cerca de la comida y empiezo a zamparme todo lo que puedo con la esperanza de que nadie me dé charla.

Inevitablemente, alguien con mayor don de gentes que yo se acerca y me pregunta:

—¿A qué te dedicas?

—Escribo diccionarios —contesto, y a veces al inquisidor se le encienden los ojos.

—¡Ah, diccionarios! —responden—. ¡Me encantan las palabras! ¡Me encanta la gramática!

En ese punto empiezo a recorrer la sala con la vista para identificar las salidas y a enviarle mensajes telepáticos a mi esposo, que está en la otra punta de la sala enfrascado en una conversación sobre Schönberg o música electrónica. Sé lo que se avecina, pronunciado entre traguitos de vino barato.

—Seguro que se te da muy bien la gramática.

Entonces cojo el canapé que tenga más a mano y me lo meto en la boca para poder responder solamente con un asentimiento de cabeza más o menos evasivo. Espero que esas cabezaditas alcancen y que no me pidan decir lo que de veras estoy pensando: una de las primeras cosas con las que te encuentras como lexicógrafo en activo es la dura realidad de que solo crees que se te da bien la gramática, y que el tipo de gramática que se te da bien es —por desgracia— inútil.

Tal vez eras uno de esos alumnos a los que les encantaba hacer análisis sintácticos, o de los que en teoría podían hablar horas en todos los saraos sobre la diferencia entre conjunción y disyunción (si a los lexicógrafos los invitaran a algún sarao, claro). A lo mejor eres políglota: coleccionas idiomas como peniques de la suerte y aprecias sus diferencias y similitudes hasta que puedes evocar la sensación y el peso de todo un idioma al pasar el dedo por una sola palabra. Si trabajas en lexicografía te interesan naturalmente los mecanismos del inglés, pero los años dedicados a estudiar esas ruedecillas y engranajes pueden volverte miope. No sabes cuán miope hasta que te apartas del banco de trabajo y echas un vistazo a tu alrededor.

Tu primera formación como lexicógrafo, llamada clases de Estilo y Definición en Merriam-Webster, es tu oportunidad de dejar atrás lo aprendido en lengua inglesa y encontrar el norte, gramaticalmente hablando. Las clases de Estilo y Definición en las que participé en mi ciclo de orientación se daban en una pequeña sala de conferencias situada en el fondo del departamento editorial. En realidad, la sala es poco más que un trastero adecentado, un rinconcito que se formó cuando construyeron el ascensor de carga y la escalera; pero como tiene una ventana se la consideró demasiado agradable para llenarla con artículos de limpieza. En aquel momento estaba llena de diccionarios viejos y una pequeña mesa, en torno a la cual había cuatro editores cómodamente sentados, así como otros seis que, presas de un terror cohibido, cuidaban de no despegar los codos del cuerpo y respiraban superficialmente a fin de evitar todo contacto físico accidental con cualquiera de los demás presentes.

El editor que impartía la formación era E. Ward Gilman o Gil, como lo llamábamos. Cuando llegué, llevaba cuarenta años en Merriam-Webster y había formado al menos a dos generaciones de definidores. Era el editor que había escrito la mayor parte de nuestro Dictionary of English Usage y un contrincante habitual de William Safire, que publicaba una columna sobre lenguaje en The New York Times. En papel, Gil era intelectualmente imponente, pero en persona era amable, amplio de tripa y con modales campechanos, una especie de capitán decimonónico regordete. Ninguno de nosotros sabía nada de eso entonces, sin embargo, y solo nos quedamos sentados delante de él, ansiosos y un poco intimidados en la calurosa sala de conferencias. Nuestros cuadernillos sobre estilo y definición estaban abiertos en una sección llamada «Pequeña gramática caprichosa para definidores» (tercera edición, cuarta reimpresión). El sol se entretenía en la ventana y los aromas a musgo y vainilla de los diccionarios viejos flotaban en el aire. Gil se echó atrás y chasqueó la lengua.

—Gramática. A algunos de vosotros —advirtió— no os va a gustar nada lo que estoy por deciros.

La concepción de la gramática que tiene un lexicógrafo empieza por las categorías gramaticales, ocho categorías muy ordenaditas en las que metemos las palabras según su función sintáctica. Todo aquel que ha sobrevivido al sistema educativo estadounidense puede recitar sin duda al menos cuatro categorías —sustantivo, verbo, adjetivo, adverbio—, y los empollones añadimos las otras cuatro: conjunción, interjección, pronombre y preposición. Casi todo el mundo piensa que las categorías están bien definidas, como cajones con etiquetas propias, y que, cuando miramos dentro, encontramos el idioma inglés cuidadosamente plegado como los calcetines de un jubilado: persona, lugar, cosa (sustantivo); acción (verbo); modificador del sustantivo (adjetivo); modificador del verbo (adverbio); elemento de unión (conjunción); cosas que se dicen estando contento, sorprendido o enfadado (interjecciones).

El primer descubrimiento desconcertante que haces como lexicógrafo es que tú eres el encargado de ordenar el idioma y colocar las palabras individuales en esos cajones. Es un duro golpe para tus ingenuos supuestos de cómo nacen y existen las palabras. ¿Me van a decir que las palabras no aparecen de la nada en el cajón que supuestamente les corresponde? ¿Así que hay un patán sentado en una oficina beige de Massachusetts que decide qué es cada palabra?

No del todo. Tu labor como lexicógrafo, y parte del motivo por el que Gil mira con reservas más o menos hacia donde te encuentras, es analizar con cuidado el inglés tal y como se usa, oración por oración, y clasificar correctamente las palabras de una oración según su función. Tú no decides a qué categoría gramatical pertenece una palabra: el público que habla y escribe lo hace. Te limitas a discernir cuál es y recogerla con exactitud en la entrada del diccionario.

Eso debería tranquilizarte, pero no lo hace. El inglés es un idioma notablemente flexible, y su gramática no es ni de lejos todo lo ordenada que nos han hecho creer. Las categorías gramaticales no son compartimentos estancos en los que sus contenidos se mantienen separados y libres de polvo, sino algo parecido a redes de pesca embrolladas. Randolph Quirk, uno de los principales autores de A Comprehensive Grammar of the English Language, llama a ese fenómeno «gradiencia».[14] Muchas palabras caen fácilmente en redes individuales: en la oración «los diccionarios son geniales», sabemos que «diccionarios» es un sustantivo porque se adecua al paradigma común y simplificado que nos enseñaron para definir sustantivos: persona, lugar, cosa. Sin embargo, muchas palabras viven en la periferia de las categorías gramaticales y pueden liarse en varias redes. En inglés tanto como en español, los sustantivos pueden comportarse como adjetivos («un lío padre»); los adjetivos pueden comportarse como sustantivos («los gramáticos son unos perversos»); las formas verbales pueden funcionar como verbos («ella corre por la calle»), como sustantivos («correr es su pasatiempo preferido») o como adjetivos («tiene las medias corridas»). Los adverbios pueden parecerse a todo lo demás; son el cajón de sastre del idioma («así pues»).

Incluso en una sola red, la pesca es más escurridiza que una anguila: un lexicógrafo puede mirar la oración inglesa «The young editors were bent to Webster’s will» [Los jóvenes editores se doblegaron/fueron doblegados a la voluntad de Webster] y, tras unas maniobras mentales, decidir que «bent» es el verbo (pasado de «bend», doblar). Muy bien. ¿Es este uso de «bend» transitivo (es decir, se construye con complemento directo, como en «doblo el acero») o intransitivo (es decir, no se construye con complemento directo, como en «los juncos se doblan»)? «Were bent» podría ser la voz pasiva de «bend», donde la fuerza responsable del doblar no aparece en la superficie lexical, y los verbos transitivos se utilizan generalmente en construcciones pasivas. Pero ¿quién es el agente? ¿La voluntad incorpórea de Webster? ¿Los editores con más experiencia que no piensan tolerar las chorradas de ningún joven advenedizo? Las aguas se enturbian en tu cabeza. Muerdes la punta del lápiz para no murmurar por la exasperación y te preguntas si no te habrás equivocado: quizá «bent» sea en realidad el adjetivo que en inglés se ha formado a partir del participio pasado de «bend», el adjetivo...



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