E-Book, Spanisch, 192 Seiten
Reihe: Biblioteca Herder
Pensar el cristianismo en tiempos de red
E-Book, Spanisch, 192 Seiten
Reihe: Biblioteca Herder
ISBN: 978-84-254-3272-9
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Antonio Spadaro (Mesina, 1966) es un jesuita italiano que dirige la revista La Civiltà Cattolica y ejerce la docencia en la Pontificia Universidad Gregoriana, donde se doctoró en Teología. Es asimismo consultor del Consejo Pontificio de la Cultura y del Pontificio Consejo paras las Comunicaciones Sociales. Ha escrito varias obras sobre cultura contemporánea, entre las que destacan los ensayos dedicados a internet Connessioni. Nuove forme della cultura al tempo di Internet y Web 2.0. Reti di relazione. Muy activo en redes sociales, fundó en 1998 uno de los primeros sitios italianos de escritura creativa, Bombacarta.it, y, desde 2011, es autor del blog Cyberteologia.it (Premio WeCa 2012).
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INTERNET ENTRE TEOLOGÍA Y TECNOLOGÍA Setenta años después del primer tren comercial, se publicaba la novela Jude el oscuro (1895) de Thomas Hardy. En aquellas páginas Sue Bridehead responde así a Jude, que le pide ir a sentarse a la catedral: «¿A la catedral? Sí. Aunque yo preferiría ir a la estación —contestó con la voz enfadada todavía—. Ahora está allí el centro de la vida de la ciudad. ¡La catedral tuvo su tiempo!». La estación, en este diálogo, no es un «no lugar», un lugar de tránsito veloz, sino que es el centro de las comunicaciones, incluso el corazón de la ciudad, «ambiente» simbólico también y no simple depósito de un «medio» de transporte. Si se pudo decir esto de la estación, con mayor razón podemos decirlo hoy de la red. El historiador Harold Perkin escribió que los hombres que construyeron el ferrocarril no estaban creando solamente un medio de transporte, sino que, al contrario, estaban contribuyendo a la creación de una nueva sociedad y de un mundo nuevo.1 A mediados del siglo XIX, el ferrocarril no se consideraba simplemente una «experiencia» más, sino que a menudo era visto como una «revolución», la railway revolution,2 e incluso como una metáfora cultural. Es interesante observar que todo invento —desde la rueda en adelante— que ha permitido a los hombres intensificar las comunicaciones y los intercambios, pasando por la imprenta, el ferrocarril, el telégrafo, ha sido considerado revolucionario. Es el caso también de internet. Si esa dimensión de «revolución» ayuda a comprender la relevancia social de las innovaciones, también supone el riesgo, por otra parte, de oscurecer una consideración más importante sobre estas: responden a «antiguos» deseos. Como lo fue el ferrocarril de 1825, también internet en torno a 1980 ha sido considerada una revolución. Y, no obstante, es necesario echar por tierra el mito de que la red es una absoluta novedad de «nuestros» tiempos. INTERNET Y LA VIDA COTIDIANA En realidad la red es una réplica de antiguas formas de transmisión del saber y de la vida común; pone a la vista nostalgias, da forma a deseos y valores tan antiguos como el ser humano. Cuando dirigimos la mirada a internet hay que ver no solo las perspectivas de futuro que ofrece, sino también los deseos que ha tenido siempre el ser humano, y a los que intenta dar respuesta: relaciones, comunicación y conocimiento. Sí, la tecnología lleva siempre encima un aura que provoca estupor y también inquietud. Pero ¿cuáles son los motivos que causan estos sentimientos? Probablemente el hecho de que lo que la tecnología es capaz de realizar corresponde a antiguos deseos y a miedos profundos. Si no fuera así, sus innovaciones no nos afectarían tanto, maravillándonos o intimidándonos. Internet es una realidad que forma ya parte de la vida cotidiana de muchas personas. Hablando en general, no sería posible eliminar sin más internet y volver a una época «inocente», puesto que el propio funcionamiento de nuestro mundo «primario», desde los transportes hasta las comunicaciones de todo tipo, se fundamenta en la existencia de este mundo que denominamos «virtual».3 Además la red es hoy un lugar que hay que frecuentar para estar en contacto con los amigos que viven lejos, leer noticias, comprar un libro o hacer la reserva de un viaje, compartir intereses, ideas, etc.: «Es un espacio del hombre, un espacio humano porque está poblado de hombres. No constituye un contexto anónimo aséptico, sino un ámbito antropológicamente cualificado».4 Es un espacio de experiencias que cada vez más se va volviendo parte integrante, de una manera fluida, de la vida cotidiana: un «nuevo contexto existencial».5 La red, por tanto, no es en absoluto un simple «instrumento» de comunicación que se puede usar o no, sino que se ha convertido en un espacio, un «ambiente»6 cultural, que determina un estilo de pensamiento y que crea nuevos territorios y nuevas formas de educación, contribuyendo a definir también una nueva manera de estimular la inteligencia y de estrechar las relaciones, un modo incluso de habitar el mundo y de organizarlo.7 No un ambiente separado, sino integrado cada vez más, conectado con el de la vida cotidiana. En consecuencia, no un «lugar específico» donde entrar en determinados momentos para vivir on line, y de donde salir para volver a entrar en la vida off line. En efecto, uno de los mayores desafíos, en especial para los que no son «digitales nativos», es dejar de ver la red como una realidad paralela, esto es, separada de la vida de todos los días, y acostumbrarse a ver en ella un espacio antropológico entretejido por la raíz con los otros espacios de la vida. La tecnología, en lugar de hacernos salir de nuestro mundo para navegar por el mundo virtual, ha introducido el mundo digital dentro de nuestro mundo ordinario. Los medios digitales no son puertas de salida de la realidad, sino «prótesis», extensiones capaces de enriquecer nuestra capacidad de vivir las relaciones e intercambiar informaciones. LA LEVEDAD DE LOS DISPOSITIVOS La red tiende cada vez más a hacerse transparente e invisible, tiende exponencialmente a no ser ya «otra cosa» respecto de nuestra vida cotidiana. Además, lo sabemos bien: para estar wired, es decir, conectados, no hay necesidad de encontrarnos sentados ante el ordenador, sino que basta con tener un smartphone en el bolsillo,8 quizá con el servicio de notificaciones push activado.9 La red es un plano de la existencia cada vez más integrado con otros planos, y los medios de comunicación parecen estar «disueltos» en el ambiente.10 Pensemos, por ejemplo, en un objeto como el iPad o las tabletas dotadas de sistema Android posteriores al éxito del dispositivo de Apple. Los tiempos de encendido son del todo irrelevantes, así como los de apertura de los diversos programas: es posible pasar ágilmente de un programa a otro de una manera fluida. No existe además nada que me separe de la pantalla: todo se activa con los dedos de la mano, tocando la pantalla. Incluso cuando se quiere escribir un texto con un teclado, este aparece en la pantalla que se toca directamente; y el teclado desaparece cuando ya no se utiliza. Solo en apariencia esas características son superficiales, a nivel antropológico. En realidad, cambian radicalmente las formas de aproximarse a un objeto tecnológico y a la práctica del mundo digital. La relación con la pantalla se vuelve física y el dedo (o los dedos) entra virtualmente dentro de la pantalla. Y a ello se añade el hecho de que tratamos con un objeto ligero (unos 600 gramos), que se puede sostener con la mano y que no requiere para ser usado una postura particular, como es el caso del ordenador de mesa. Es una evidencia empírica que los pulsadores en general están desapareciendo y que la tecnología touch screen forma parte de nuestra vida cotidiana: del uso del cajero automático a los check in rápidos del aeropuerto, pasando por las balanzas electrónicas ya muy habituales en los supermercados normales. Con el iPad esta modalidad de relación con los medios digitales se radicaliza, y tienden a desaparecer las barreras visibles entre usuario y producto. De este modo el medio se convierte en una ventana, el acceso a un espacio, un marco abierto al mundo de la red. Si consideramos la sencillez de uso de un iPad, de las tabletas y de sus aplicaciones, la «máquina» empieza a perder su aura tecnológica y deja espacio a una relación más inmediata y directa, privada de mediaciones visibles. La espera, el umbral y la abstracción (ratón y teclado) se reducen sensiblemente. La máquina que produce esas descargas eléctricas que excitan pequeños cristales en la pantalla o partículas ferrosas en un disco rígido desaparece de nuestra consideración. El objeto se vuelve, de algún modo, «transparente» para la persona que lo lleva en la mano. Pensemos en tantas acciones como somos capaces de llevar a cabo gracias a instrumentos tan ligeros y portátiles como el iPad, el iPhone y todos los smartphones Android, sin tener que depender de un espacio determinado y de un tiempo determinado, ni de nuestra misma presencia física: asistimos a acontecimientos o a conferencias sentados a la mesa de nuestro escritorio, yendo por el mundo «como si» estuviéramos en el mismo lugar en que acontecen, hablamos con personas que viven en la otra parte del planeta, etc. Hay, pues, un evidente desplazamiento de lo biológico a lo inmaterial y una fusión entre cuerpo e instrumentos tecnológicos. UNA RE-FORMA MENTIS El hombre, por tanto, no es inmune al modo como manipula la realidad: no solo se transforman los medios con los que comunica, sino que cambia él mismo y su cultura. Los diversos instrumentos que a lo largo de la historia el hombre ha inventado y ha tenido a su disposición han incidido a gran escala en su modo de vivir y de ser él mismo. Componiendo...