E-Book, Spanisch, 328 Seiten
Reihe: Qué se sabe de...
Sánchez Abarrio / Vives Cuesta Qué se sabe de... El Oriente bíblico
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-9073-802-3
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 328 Seiten
Reihe: Qué se sabe de...
ISBN: 978-84-9073-802-3
Verlag: Editorial Verbo Divino
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Los amantes de la historia más antigua de la humanidad y los buscadores de las más profundas raíces de la fe bíblica disponen de la primera obra en español dedicada a adentrarse en el Oriente Bíblico, una primigenia Tierra Santa en la que se gestó la primera relación entre Dios y el hombre. A dos siglos vista del descubrimiento de Egipto y Mesopotamia, el conocimiento de este entorno cultural y religioso nos interpela a todos los lectores contemporáneos a una comprensión más encarnatoria y renovada de la Biblia.
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SEGUNDA PARTE ¿Cuáles son los aspectos centrales del tema? |
El marco geográfico e historiográfico
CAPÍTULO 5
El antiguo Israel, en su contexto cananeo flanqueado por grandes civilizaciones fluviales, es innegable que ha experimentado influencias múltiples del mundo circundante. De entre todas ellas, un gran número procede del ámbito cananeo-ugarítico, otras de la cultura filistea y, por supuesto, de Mesopotamia con sus dos entidades políticas fundamentales de Asiria y Babilonia. Hoy por hoy, es indiscutible que también Egipto no ha dejado de estar presente en la conformación y desarrollo global de la Biblia y de la historia que la acompaña. El regreso del exilio babilónico, momento fundante en la canonización del texto bíblico, probablemente haya brindado la ocasión óptima para que muchas de las reflexiones que se produjeron a la luz de esos acontecimientos tuviesen su raíz y fundamento en las ideas surgidas contemporáneamente en los restos de los imperios egipcio, asirio o babilónico todavía culturalmente preponderantes.
Siguiendo el mismo proceder de los textos religiosos del OB, la compleja presentación histórica del AT en su contexto cultural merece unas consideraciones metodológicas, especialmente cuando nuestro acercamiento a la Escritura y su contexto se hace desde la óptica de biblistas y no tanto desde la mente de un historiador o arqueólogo que persiguen datos concretos y probatorios en su exégesis de las fuentes. En otras palabras, no por obvio y asumido debemos omitir el hecho de que los acontecimientos narrados en el AT no son plenamente históricos en nuestro sentido contemporáneo del término. Defender esta postura de prudencia respecto a la «historia» que hay detrás de la Biblia, pensamos que es el mejor modo de proceder, para evitar acomodar el análisis a nuestros propios intereses subjetivos. Si nuestro objetivo es el de comprender la naturaleza del pasado histórico narrado en el AT, el primer paso que debe darse es tratar de introducirnos fielmente en el mundo intelectual de la sociedad que creó esas narraciones. Es necesario percatarse de que los elementos de historicidad contenidos en el AT no fueron compuestos, redactados y canonizados para nosotros, hombres del siglo XXI, sino que resultan de un inspirado ejercicio teológico, propiciado por una élite surgida de un tipo de sociedad multicultural (cananea, egipcia y mesopotámica por resumir) y sus sustratos precedentes, situada en el extremo del Mediterráneo oriental al final del primer milenio a.C., en el contexto de confrontación entre diversas potencias internacionales.
Dicho de otro modo, la verdad histórica contenida en la Biblia, en su propio lenguaje teológico, parte de una concepción fáctica de los eventos históricos como manifestaciones del poder y la soberanía divinas y su influencia en la vida de la humanidad creada por esos dioses. Esta concepción teológica de la realidad se encuentra ya trazada, en sus líneas fundamentales, en la tradición historiográfica del OB, que cabe considerar legítimamente como un prólogo o (pre-)historia de la Salvación contenida en el corazón yahvista del AT.
En definitiva, una doble cautela debe acompañar cualquier ejercicio de reconstrucción de la «historia de Israel», especialmente cuando para su estudio se recurre, como es el caso, a fuentes primarias extrabíblicas.
a) El uso directo de los datos en una fuente escrita, sin la adecuada contextualización histórica, conlleva a una lectura subjetiva, parcial y sesgada del pasado, dado que se asienta sobre los presupuestos de sus intérpretes actuales y sus circunstancias, sin tener en cuenta a sus destinatarios y protagonistas originales.
b) Los datos extraídos del AT siempre deben ser considerados como una fuente histórica de segundo grado y han de ser sometidos a la contrastación con las fuentes primarias que ofrece el contexto cultural más próximo. Esta jerarquía de valor no supone en modo alguno que las fuentes secundarias no contribuyan a la historicidad de un determinado episodio histórico, aun cuando nuestra información primaria sea escasa, dudosa y parcial, como con tanta frecuencia sucede en la documentación epigráfica sumeria, egipcia o acadia.
En la práctica esto se traduce en que el historiador de la Biblia y su contexto no debe perder de vista la perspectiva teológica inherente a la letra del texto, tratando de comprenderla a partir de sus propios términos y no de los nuestros. En este sentido, el valor histórico de las fuentes del OB es extraordinario al aportar un caudal de información sobre Israel, que el testimonio bíblico puede sancionar como dato histórico a posteriori.
Hechas estas advertencias metodológicas, parece necesario preservar la doble perspectiva historiográfica e histórico-salvífica en el sintético cuadro histórico que contienen las siguientes páginas. Del mismo modo que es oportuno distinguir entre un «Israel histórico» y un «Israel bíblico», conviene hacer extensivas estas categorías a nuestro estudio de la Biblia en el marco mayor del OB. Al primero de los enfoques lo denominaremos historia externa y ofrecerá un resumen brevísimo de los trasiegos de la interacción cultural, diplomática y política de las civilizaciones mesopotámica (1.1) y egipcia (2.1) con el «Israel histórico». Por otro lado, la visión que la propia Biblia muestra, a través de acontecimientos concretos que ella registra por doquier, constituirá el segundo nivel o lectura interna (1.2) y (2.2), dando mayor importancia esta vez a los datos narrados en el AT que a las fuentes extrabíblicas.
La presentación de ambas perspectivas quizá resuelva el problema de la reconstrucción histórica de la Biblia que hemos presentado anteriormente. Entendemos que los mapas y cuadros cronológicos de los anexos son un complemento muy necesario a estas escuetas indicaciones.
1. Historia de Mesopotamia
Dentro del extenso territorio denominado en época moderna Creciente Fértil, se halla la región que los griegos llamaron Mesopotamia, «tierra entre ríos». El narrador del Génesis la llamó Edén, es decir, «estepa», entre los cauces por donde bajan, desde Armenia al Golfo Pérsico, las aguas del Éufrates y Tigris. Sus distintos pobladores (sumerios, acadios, asirios y babilonios) se refirieron a dicha porción de tierra con el nombre de «país», kalam (sum.) y matum (acad.). Geográfica e históricamente, esta tierra se divide en dos partes: el norte, o Mesopotamia septentrional, y el sur, o Mesopotamia meridional, donde ambos ríos se unen para desembocar en el Golfo. Ambas regiones recibieron diversos nombres según los avatares históricos por los que atravesaron.
La parte sur, o Mesopotamia meridional, fue conocida como Sumer, a partir del tercer milenio a.C., territorio habitado por los sumerios y al que la Biblia se refiere como el «País de Senaar» (Gn 10,10). Un poco más al norte, donde los cauces de ambos ríos se acercan, se encontraba «el país de Acad», como se llamó en el tercer milenio a.C. a la parte norteña de la Mesopotamia meridional. La unificación de ambas regiones dio lugar al «País de Sumer y Acad» (mat šumeri u akkadi), conocido más tarde, en el segundo milenio a.C., como Babilonia, por el nombre bilingüe de su capital, Babilonia, Ká-dig~ir-ra (sum.) y Bab-ilim (acad.), «puerta de Dios». La Biblia se refiere a ella con el término hebreo Babel, idéntico al acadio.
Aunque «Mesopotamia» hace alusión a esta región meridional, más al norte, en la zona del alto Tigris, fue surgiendo a partir del segundo milenio a.C. otro foco civilizador, conocido por el nombre que le dieron los griegos, Asiria. El término deriva del nombre de su capital y del dios nacional, Asur. Algunos se refieren a esta área como «Alta Mesopotamia». Puesto que aquí nos interesa simplemente presentar los contactos de estas regiones con el pueblo de la Biblia, nos detendremos solo en los momentos en que estos imperios de la amplia Mesopotamia interactuaron con los reinos de Israel y Judá.
1.1. Historia externa de Mesopotamia
Aunque los orígenes de los pueblos de Mesopotamia y su gran historia se pierden en el pasado, los contactos con los reinos de Israel y Judá nos sitúan en el primer milenio. Antes de detallar las interrelaciones entre ellos, se hace necesario conocer la situación de los actores.
Empezando por la Mesopotamia septentrional, el final del segundo milenio a.C. e inicios del primero fue testigo de la decadencia del Imperio asirio y del repliegue de Egipto sobre Palestina. Este «vacío» de poder permitió que surgieran o se consolidasen pequeños reinos, entre los que se encontraban Israel y Judá.
El Imperio asirio, que había sido testigo de momentos de esplendor en sus etapas conocidas como Imperio antiguo asirio (ca. 1792-1522 a.C.) e Imperio medio asirio (ca. 1521-1076 a.C.), tras el período de confusión causada sobre todo por las invasiones arameas (fines del siglo XI y siglo X a.C.), resurgió glorioso con Asur-Dan II (934-912 a.C.) y se consolidó bajo Adad-Nirari II (911-891 a.C.). A Tukulti-Ninurta II (890-884 a.C.) le sucedió el poderoso Asurnasirpal II (883-859 a.C.), apodado como «el verdadero...