E-Book, Spanisch, 296 Seiten
Reihe: Gran Angular
Smit La herida
1. Auflage 2020
ISBN: 978-607-24-3942-9
Verlag: Ediciones SM
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 296 Seiten
Reihe: Gran Angular
ISBN: 978-607-24-3942-9
Verlag: Ediciones SM
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Nell es una adolescente que sueña con estudiar composición musical en Londres. Sin embargo, ahora pasa sus días cuidando a su hermana enferma de leucemia, sobrellevando a su padre alcohólico y preguntándose por qué su mamá los abandonó. Un día Nell decide viajar a escondidas a
Londres, pero en el aeropuerto conoce a un misterioso joven llamado Lukas, quien relata haber sido criado por lobos en el bosque. Todo parece llevar a una historia de amor, hasta que Nell descubre las terribles intenciones de Lukas, por lo que tendrá que luchar para sobrevivir y proteger a aquellos que corren peligro.
Lucy van Smit es una escritora, guionista y artista plástica nacida en Londres, Reino Unido. Tras mudarse a Estados Unidos, se matriculó en Bellas Artes y vendió enciclopedias de puerta en puerta para pagar sus estudios. Trabajó como periodista para NBC News y ha realizado documentales para la televisión acerca de autores como John le Carré e Ian McEwan. Tiene una maestría en Escritura Creativa, de la que se graduó con honores.
Con La herida ganó en 2015 el Bath Children's Novel Award, uno de los galardones más prestigiosos para primeras novelas dirigidas al público infantil y juvenil.
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Tres meses antes Mi pasaporte británico tiene treinta y dos rígidas páginas, cada una de las cuales dice una mentira. Miro con el ceño fruncido mi vieja fotografía. Esa niña de diez años con gustos varoniles podía sacarme de este embrollo, pero ahora sólo soy un holograma de lo que fui. Con esa idea patética, golpeo mi teclado con aquella canción de amor. El do central se atora. Toco de nuevo. Más fuerte. Papá grita que me calle. Me callo. En vez de tocar, escribo la letra en la humedad condensada en la ventana y finjo ser una chica ruda, la cual me mataría del susto si nos encontráramos de verdad. Me niego a creer en el amor verdadero. Ésas son mentiras y chismes de famosos. Esta chica tiene los ojos muy abiertos. Cantaré mis propias mentiras al cielo. La canción se escurre por el vidrio frío y desaparece como el resto de mi vida. Afuera de nuestra cabaña, la vista de la roca Preken es impresionante. Sin embargo, ¿quién puede escribir canciones de amor sobre fiordos? Y no ayuda que las montañas noruegas luzcan tan bien arregladas, tan congeladas en el tiempo, como si su belleza se debiera al bótox. Aquí el color adquiere un nuevo significado. Suena estúpido, pero la hierba es demasiado verde. Tan brillante que me lastima los ojos. Once días de mirar ese brillo ya me parecen una vida entera. “Dale tiempo”, dice papá. No necesito una clase de deportes en Noruega para darme cuenta de que no soy el tipo de chica que se divierte con caminatas en el campo. Extraño Mánchester y nuestras calles rojas y sucias. Extraño los rostros. Las pláticas. Abro un dulce de fresa y tiro la envoltura por la ventana, hacia la roca Preken. Sí, aquí todo es demasiado esplendoroso. Demasiado perfecto. Hace que mi desorden destaque. Saco mi diario y vuelvo a trabajar en la canción. Tarareo el estribillo en voz baja. Sigue siendo basura. ¿A quién quiero engañar? Yo no compongo canciones de amor. Nunca lo he hecho. Todos saben que el amor apesta. La única vez que estuve cerca de escribir una buena canción de amor fue luego de un enamoramiento fugaz con Ted, en el campamento de verano de la iglesia, y mi hermana Harper le puso fin. Amenazó con contárselo a papá. Mi teléfono suena. Lo miro: “Nell, no dejes que Harper te gane con el pretexto de la enfermedad. Toma ese vuelo esta noche”. Mi mejor amigo, Dom, es un psíquico cuando de presionarme se trata. ¿Tomar ese vuelo esta noche? Hace que suene muy fácil. No obstante, siempre que pienso en volver a casa para la audición, mi mente ruge: “No. No. No. ¡No!”. En el vuelo hacia acá, el avión trató de vomitarme hacia el cielo y la noche se volvió verde fluorescente. Ahora tengo pesadillas sobre esas sacudidas y destellos. Mi hermana dice que grito dormida; ella tiene que despertarme a bofetadas y yo lanzo manotazos en la oscuridad, mientras siento que me caigo. Ya sé. Ya sé. Todos dijeron que sólo eran las luces del Norte. Pero ¿y si se equivocan? ¿Y si hay algo allá arriba? Elimino el mensaje de texto de Dom y entro en pánico, sin saber qué hacer: ¿volar y probablemente morir de ansiedad o quedarme aquí? Al menos aquí no puedo caerme de la cama. Mi “cuarto” es una cueva de madera. El colchón cabe ajustado entre las cuatro paredes, y cuando estoy acostada alcanzo a tocar el techo inclinado de pino. Genial: hay una araña roja anidando sobre mi cabeza. Me incorporo con rapidez. —¡Papá! —grito—. ¿Las arañas de aquí son venenosas? Mi papá no responde. Por supuesto que no. Está con Harper. Respiro profundo, engancho la telaraña con mi lápiz y lanzo a la araña por la ventana. Me siento mal por destruir su casa, aun cuando no haya podido yo quedarme en la mía. Aunque sólo fuera una casucha en una terraza de una parte poco genial del Gran Mánchester. Suena el teléfono. Es otro mensaje de Dom: “¿Le contaste a tu papá?”. No. Obviamente no le he contado a mi papá. Tampoco le he dicho a mi mejor amigo que su mezcla de nuestra audición es una basura. La escucho de nuevo. Sip. Dom añadió un crescendo antes del coro. Es demasiado obvio. Demasiado pop. Yo quería una balada: notas plañideras, inquietantes, que se apagaran poco a poco hasta quedar en silencio. Generalmente, Dom es buenísimo para las mezclas de sonido y sabe lo que quiero antes de que yo lo sepa, aunque no funciona cuando estamos alejados. —¡Nell! Apaga ese ruido y ven a ayudar —me llama papá. Nunca tengo un minuto para mí. —Ya voy. —“Ya” significa ya. Mi papá va de cero a cien más rápido que cualquier piloto. No creo que esté más a gusto que yo viviendo en Noruega, aunque todos debemos hacer sacrificios por la recuperación de Harper. Las cosas pasaron demasiado rápido: nuestro viejo médico dijo que Noruega tenía el mejor tratamiento, así que papá me sacó de la escuela y al momento siguiente ya vivíamos aquí. —Está bien, está bien —le digo y atravieso a rastras la ventanilla hasta la habitación de al lado. Harper tiene esa habitación, por supuesto, y no me molesta para nada. Papá colgó en las paredes cuarenta imágenes del rostro de Jesús, ese retrato café del sudario de Turín. Ya es bastante malo vivir aquí sin que Jesús se mude con nosotros. Sin embargo, papá no quiere correr ningún riesgo hasta que Harper se cure. Rodeó su cama de medallas milagrosas y figuras de ángeles de la guarda, de ésos con luces rojas de neón en el sagrado corazón. El efecto general es de una cursilería siniestra, como una escena del crimen mezclada con un episodio de Padre Ted. Mi familia está loca por esas cosas de milagros y santos y ángeles. Creen que Dios puede salvar a mi hermana. “Ciento por ciento.” En lo personal, creo que Dios está muy ocupado sembrando el caos en otros países como para preocuparse por la familia Lamb. Ni siquiera me habla. Como sea, en medio de todo, en una cama matrimonial está acostada mi hermana mayor con su pañoleta azul. A sus dieciocho años, Harper tiene una pálida y delicada belleza que te golpea en el estómago y hace que quieras hacer todo por ella. Hasta que abre la boca. Me pongo el gorro negro y le dirijo una sonrisa tonta: —Yo misma me ocupé de la araña monstruosa. Estoy bien, por si te lo preguntabas. —No me preguntaba nada —mi hermana abre su revista Hair—. Nadie hace caso a nada de lo que dices. Harper nunca deja de recordarme que soy la hermana fea. Me aliso el vestido corto sobre las mallas a rayas que siempre uso para cubrirme las piernas. Mi hermana le dice a cualquier muchacho interesado en mí que tengo las rodillas peludas. Y soy tan mala con el rastrillo que le dice a papá que me lastimo a propósito cuando intento rasurármelas, así que por ahora me quedo con las mallas. Mi papá cuelga otra imagen de Jesús sobre la puerta. Trabaja en plataformas petroleras, aunque se cree curandero. Y mientras más bebe, más se viste como un maniático religioso. Hoy lleva un crucifijo cromado y su suéter de lana azul, que abulta aún más su enorme pecho y brazos. No le queda bien. —Eh... ¿Papá? —respiro profundo—. ¿Puedo hablar contigo? —Ahora no —dice—. Pásame las tachuelas. Se las doy y vuelvo a intentarlo. —Es urgente. Sobre mi... Antes de que logre terminar, Harper me interrumpe: —¿Papá? Nell dice que el sudario de Turín es un fraude. Que le hicieron la prueba del carbono y todo. No es cierto, ¿verdad, papá? ¿Verdad que es el rostro verdadero de Jesús? —Tengan fe, chicas —ordena papá, ignorando la pregunta—. Necesitan Su protección. Cuento en silencio para calmarme. “¿Le contaste a tu papá?” Lo suelto de golpe: —¡Papá! Necesito volver a casa. Esta noche. Mañana tengo una audición. Mi papá se queda inmóvil en la escalera. Observo fijamente su imagen de Jesús, que se tambalea en el aire. —Mira, sólo son dos días —digo. —Es Miércoles de Ceniza —lo dice como si el primer día de la Cuaresma fuera mucho mejor que la Navidad. No obstante, en nuestra casa significa el inicio de cuarenta días sin diversión. El año pasado, papá le cortó el enchufe a la tele cuando me sorprendió viendo Netflix. —Esta mañana iremos a misa, y eso es definitivo —dice—. Tu hermana te necesita. —Bueno. Después de misa —concedo—. Harper dice que puede arreglárselas sin mí. En ese preciso momento, mi hermana mayor choca contra la mesa de noche y su ejército de frascos de medicina cae al piso. Harper siempre se pone mal cuando quiero algo. Luego se dobla, tosiendo, y un instante después estoy a su lado. —Estarás bien —reviso su cartilla médica, saco una jeringa e inyecto medicamentos en su línea PICC, un catéter insertado de manera permanente en la vena sobre su codo. Le froto la mano hasta que se le pasa el espasmo. Harper está en posquimio, en recuperación después de su último ciclo de tratamiento. Sin embargo, no ha vuelto a crecerle el cabello y aún tiene ese dolor que le llega hasta los huesos por la forma rara de leucemia que padece. Los médicos dicen que se le pasará, pero está tomando montones de medicamentos. En un localizador especial nos llega un recordatorio automático del hospital, que me dice qué medicamento darle. A mí. No a papá. Necesito rogarle a Harper para que lo tome. Odia el sabor del temazepam y odia a las enfermeras. Y papá odia el olor de los...