Sierra I Fabra | Malas tierras | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 192 Seiten

Reihe: Gran Angular

Sierra I Fabra Malas tierras


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-675-4444-2
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 192 Seiten

Reihe: Gran Angular

ISBN: 978-84-675-4444-2
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Una familia aguarda un donante de órganos para su hija enferma; unos chicos se disponen a ir a un concierto de Bruce Springsteen; un hombre en su coche pone en peligro a los demás conductores. Tres historias que se unen para ir construyendo la realidad de la vida y de la muerte. Una novela que trata con seriedad un tema tan actual como el de las donaciones de órganos.

Jordi Sierra i Fabra nació en Barcelona el 26 de julio de 1947. Tiene una clara y firme vocación de escritor desde muy joven, pues confiesa que dio sus primeros pasos con tan sólo ocho años de edad. Con doce escribió su primera novela larga, de quinientas páginas. Sus padres se mostraron poco entusiasmados con esta actividad, puesto que no confiaban en la profesión de escritor como un trabajo con futuro. Cuando terminó el bachillerato empezó a trabajar en una empresa de construcción. Tuvo sus primeras incursiones profesionales en la música, otra de sus grandes pasiones. Fue uno de los fundadores del programa de la Cadena Ser 'El Gran Musical', y en 1970 abandonó los estudios para convertirse en comentarista musical, lo que le permitió viajar por todo el mundo con grupos y artistas del momento para cubrir sus actuaciones y escribir reportajes. Igualmente fue uno de los miembros fundadores de la revista Super Pop en 1977, dedicada a la música joven. En 1978, y tras nueve años, dimitió del puesto de director de Disco Expres, y fue finalista del Premio Planeta de Novela. Su dedicación a la literatura se incrementó entonces. En 1981 logró el Premio Gran Angular de literatura juvenil por El cazador, y repitió dos años más tarde con ...En un lugar llamado tierra. Volvió a hacerse con él en 1990 por El último set. A lo largo de su carrera ha obtenido cuantiosos galardones, como el Premio El Barco de Vapor de literatura infantil (2010), el Ateneo de Sevilla en 1979, Premio Edebé de Literatura Infantil (1993) y el de Literatura Juvenil (2006), el Premio A la Orilla del Viento de México (1999) y el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2007 y el Premio Cervantes Chico en 2011, entre otros muchos. Ha impartido numerosas charlas sobre literatura infantil y juvenil, ocupación que sigue desarrollando aún hoy en centros de enseñanzas, bibliotecas y otras instituciones de España e Hispanoamérica. Cuenta con la Fundación Jordi Sierra i Fabra, creada en pos del fomento de la lectura y de la escritura entre los más jóvenes, la cual, desde 2006, entrega el premio literario que lleva su nombre para jóvenes escritores. Sus obras se sumaron una tras otra, al igual que los reconocimientos que ha cosechado a lo largo de su carrera. Algunos de sus libros han sido adaptados al teatro y al cine, y es uno de los autores más vendidos en nuestro idioma. Entre sus trabajos también encontramos numerosas biografías de artistas internacionales de rock, como John Lennon, Michael Jackson, Bob Dylan, The Beatles o Rolling Stones.
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PRIMERA PARTE

El concierto

1

Se precipitó sobre el teléfono en cuanto oyó la primera señal, y cogió el auricular con la mano izquierda casi en el instante en que iba a sonar el segundo zumbido. Presintió que la llamada era para ella y se dejó caer en la butaca para hablar cómodamente y sin problemas el tiempo que fuera necesario. En tono cantarín anunció: 

—Mujer feliz al aparato. ¿Con quién hablo? 

—Vaya, ya veo que estás como siempre –exclamó al otro lado del hilo telefónico otra voz femenina. 

Primero vaciló, pese a haberla reconocido. Después pronunció su nombre. 

—¡Paula! 

—¡Hola, trasto! ¿Qué haces? 

Era una alegría, casi un buen augurio. Un año ya sin apenas contacto después de haber estado tan unidas en BUP y en COU, hasta la dichosa selectividad. Ella vivía fuera de Barcelona, y como habían elegido carreras distintas... A veces Cati la echaba de menos. 

—Pero ¡qué sorpresa! ¿Qué es de tu vida? 

—Ya ves, estudiando, lo mismo que tú, supongo. 

—Supones bien –dijo Cati suspirando–. Esto ya no es como antes. ¿Dónde te metes, tía? 

—Eso tú. También tú podías haber llamado, ¿no? Era imperdonable, pero por parte de las dos. Claro que lo mismo le había sucedido al terminar EGB. Los amigos y las amigas pasaban, desaparecían, cada cual tiraba por su lado al empezar otra cosa y encontrarse con nuevos amigos. 

—Venga. Tenemos que vernos, ¿vale? En cuanto pasen los exámenes quedamos. 

—De acuerdo –aceptó Paula–. Así te presentaré a mi novio. 

—¿No me digas que...? 

—Te digo, te digo. 

—¡Qué barbaridad! ¿Qué os da a todas últimamente? Mi hermana pequeña también se ha liado este año, y acaba de cumplir los diecisiete. 

—Es que tú siempre fuiste muy independiente, Cati, pero las débiles como yo... 

—¡Anda, no te enrolles! –la cortó Cati riendo–. Desde luego... Pero cuenta, cuenta. ¿Cómo ha sido? ¿Cómo es? 

—Ah, no, por teléfono no, que te vas a creer que es Tom Cruise. ¿Cuándo terminas los exámenes? Supongo que a ?nales de junio o a primeros de julio, como yo. 

—Tres semanas, sí –se estremeció Cati hundiéndose aún más en la butaca–. Estoy aterrada. 

—¿Tú? ¡No me hagas reír, señorita notables! ¡Seguro que apruebas todo a la primera! 

—De momento ya tengo un cate seguro. 

—¡No! Aún va a resultar que eres humana. 

—No lo sé, querida. Pero tú eres tan animal que cuando acabe veterinaria te atenderé gratis el resto de tus días. 

Rieron abiertamente y tardaron unos segundos en recobrar la serenidad. Fue Paula la que reemprendió la conversación. 

—¿Qué estabas haciendo, estudiar? 

—No –respondió Cati–. Esta noche voy al concierto de Springsteen. Mañana y pasado sí que no me mover de los libros. 

—¿Con quién vas? –se interesó su amiga. 

—Con amigos. Toni, Cristo y Lali. 

—¿Alguno...? 

—¡Por mi parte no! Pero son los únicos a los que les va el rollo y que están tan locos como yo por la música. Bueno... –cambió de tono al decir–: Ellos sí tienen interés por mí, según parece. 

—¿Qué tal son? 

—Toni tiene veinte años. Se va el lunes a la mili, el pobre. Está hecho papilla. Su padre es militar, y él paci?sta. ¿Cómo lo ves? Cristo tiene uno más que yo, diecinueve, y toca la guitarra. Quiere ser músico. Son muy majetes, en serio. Por eso estamos locos por ver al Boss

—No sé cómo puede gustarte Springsteen. 

—Me gusta la música, no precisamente él. 

—Ya, pero es tan mayor... 

—¡Qué poco entiendes, tía! ¿Por qué te han gustado siempre los chicos cromo? ¡Apuesto a que tu chico sí es un Tom Cruise! 

—Está bien, te lo contaré –manifestó Paula con un deje de ansiedad en la voz–. Así estarás preparada para cuando te lo presente. ¿Tom Cruise dices? ¡Ése es un cateto en comparación con mi Quique! Mira, para que te hagas una idea... 

Cati se arrellanó aún más en la butaca. Intuía que aquélla iba a ser una conversación larga, muy larga o, por mejor decir, un extenso monólogo. Y no le importaba: todavía faltaba mucho para la hora del concierto.

2

Toni se miró en el pequeño espejo de su habitación, y de pronto recordó la sensación que tuvo la primera vez que fue al zoológico, cuando contaba cuatro o cinco años de edad. 

—Los leones y los tigres, los elefantes y los hipopótamos, ¿no pueden salir nunca de sus jaulas? 

—¿Para qué quieren salir, hijo? Ahí están bien, tienen comida gratis y son felices. 

Pero él miró a los animales y, sin saber por qué, los encontró tristes, muy tristes, con la mirada perdida, la vitalidad mermada y la fuerza olvidada. Tan tristes como su futuro. 

El destino de los que no esperan nada. 

El espejo le devolvió su imagen abatida, tan abatida como la de los leones y tigres, elefantes e hipopótamos del zoo. Tampoco él esperaba nada, salvo, quizá, aprovechar aquella noche. La última noche. 

Vaciló un momento. Las paredes de la habitación se le caían encima, le ahogaban, pero salir fuera representaba tener que enfrentarse a ellos, cosa que no le apetecía lo más mínimo. La distancia de su padre, el perpetuo ir y venir de su madre. Nada mejor que marchar cuanto antes al concierto, aunque hubiera que pasar en la calle el tiempo que faltaba hasta la llegada de los otros. 

El ?n de semana de la calma. 

Acabó tumbándose en la cama, boca arriba y con las manos unidas por detrás de la nuca. Ni siquiera intentó coger el cómic. Difícilmente se hubiera concentrado. Clavó los ojos en el techo y se sumió en sus tempestuosos pensamientos, en la tormenta interior que le agitaba mientras su exterior era como un mar en calma, un lago acotado por los sentimientos de su impotencia. 

La puerta se abrió menos de un minuto después. 

Le había pedido muchas veces, demasiadas ya, que llamara antes, pero su madre se olvidaba siempre, o le decía que ya tenía todo muy visto y que a aquellas alturas... En esta ocasión fue probablemente porque llevaba un montón de ropa en los brazos. Antes de que él pudiera hablar lo hizo ella, lanzándole una reatahíla de frases que no esperaban respuesta. 

—¿Qué haces? Podrías echar una mano, ¿no? El que se va eres tú. ¡Oh, Toni, los pies! ¿Cuántas veces te he dicho que no pongas los pies encima de la colcha? Al menos quítate los zapatos. ¿Qué hora es? ¡Dios mío, no me va a dar tiempo a tenerlo todo listo hoy! Mira, ya tienes limpios los jerseís. Yo me llevaría los dos, porque... 

No pudo evitarlo. No era su intención enfadarse, ni estropear las horas previas al concierto de Springsteen, ni irritar más a sus padres aquel ?n de semana. Pero lo de los jerséis le hizo reaccionar de forma violenta. Fue superior a sus fuerzas. 

—¡Mamá, por favor, que no me voy al ?n del mundo ni de vacaciones! ¿Por qué quieres que lleve dos jerseís? 

—Porque allí hace frío, que lo sé yo. 

—¡Estamos en primavera, y dentro de unos días será verano! 

—¿Y qué? Luego viene el otoño, y el invierno. Tienes que llevarte ropa por si... 

Se olvidó de la paz y de la calma. No quería discutir. Antes tiraría por la ventanilla del tren los jersís y la mitad de la ropa que le metiera su madre. No iba a llegar con veinte maletas. Se sentía frustrado, pero no idiota. Saltó de la cama y, en dos zancadas, alcanzó la puerta, todavía abierta. 

—¿Adónde vas ahora? –le detuvo la voz de su madre–. Podrías ayudar. A ?n de cuentas eres tú el que se va. 

Por toda respuesta, un segundo despús cerró de golpe la puerta del lavabo y echó el pestillo para que su madre no irrumpiera allí inesperadamente. 

El espejo del cuarto de baño le devolvió su imagen desesperada, igual que un instante antes el de su habitación. 

Como decía Bob Dylan, ¿son libres los pájaros de las cadenas del cielo?

3

Cerró los ojos, se concentró, memorizó la escala, y sus manos se prepararon mientras sus dedos rozaban las cuerdas de la guitarra. Inició el rasgueo tras respirar de forma pausada, exactamente igual que le enseñara su primer profesor de guitarra. 

—Tocar no es sólo sentir la música, es vivirla, y eso se hace con todo el cuerpo. Si no respiras adecuadamente, tu música tampoco lo hará, se ahogará, se precipitará, saldrá a destiempo. Respira y haz que tu cuerpo sea uno con la guitarra. 

Un veterano de mil batallas, superviviente de los años sesenta y de los setenta. Tenía algunos discos suyos, lúcidos, brillantes, fuertes. Y sin embargo allí estaba, dando clases, intentando transmitir las esencias que le habían empujado a él y que aún mantenía pese al fracaso. 

Bueno, él lo consideraba fracaso. 

Cristo soltó el aire retenido en sus pulmones sin darse cuenta, lo mismo que un fuelle con motor propio. 

¿Acaso la música tenía algo que ver con el éxito, con los números uno, los discos de platino, la fama, el delirio de la grandeza? Su profesor era feliz, a su modo. Hablaba de ciclos y de estar de acuerdo consigo mismo en cada uno de ellos. ¿Habría sentido el...



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