E-Book, Spanisch, 272 Seiten
Reihe: Gran Angular
Sierra I Fabra El último set
1. Auflage 2009
ISBN: 978-84-675-3869-4
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 272 Seiten
Reihe: Gran Angular
ISBN: 978-84-675-3869-4
Verlag: Ediciones SM España
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Jordi Sierra i Fabra nació en Barcelona el 26 de julio de 1947. Tiene una clara y firme vocación de escritor desde muy joven, pues confiesa que dio sus primeros pasos con tan sólo ocho años de edad. Con doce escribió su primera novela larga, de quinientas páginas. Sus padres se mostraron poco entusiasmados con esta actividad, puesto que no confiaban en la profesión de escritor como un trabajo con futuro. Cuando terminó el bachillerato empezó a trabajar en una empresa de construcción. Tuvo sus primeras incursiones profesionales en la música, otra de sus grandes pasiones. Fue uno de los fundadores del programa de la Cadena Ser 'El Gran Musical', y en 1970 abandonó los estudios para convertirse en comentarista musical, lo que le permitió viajar por todo el mundo con grupos y artistas del momento para cubrir sus actuaciones y escribir reportajes. Igualmente fue uno de los miembros fundadores de la revista Super Pop en 1977, dedicada a la música joven. En 1978, y tras nueve años, dimitió del puesto de director de Disco Expres, y fue finalista del Premio Planeta de Novela. Su dedicación a la literatura se incrementó entonces. En 1981 logró el Premio Gran Angular de literatura juvenil por El cazador, y repitió dos años más tarde con ...En un lugar llamado tierra. Volvió a hacerse con él en 1990 por El último set. A lo largo de su carrera ha obtenido cuantiosos galardones, como el Premio El Barco de Vapor de literatura infantil (2010), el Ateneo de Sevilla en 1979, Premio Edebé de Literatura Infantil (1993) y el de Literatura Juvenil (2006), el Premio A la Orilla del Viento de México (1999) y el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2007 y el Premio Cervantes Chico en 2011, entre otros muchos. Ha impartido numerosas charlas sobre literatura infantil y juvenil, ocupación que sigue desarrollando aún hoy en centros de enseñanzas, bibliotecas y otras instituciones de España e Hispanoamérica. Cuenta con la Fundación Jordi Sierra i Fabra, creada en pos del fomento de la lectura y de la escritura entre los más jóvenes, la cual, desde 2006, entrega el premio literario que lleva su nombre para jóvenes escritores. Sus obras se sumaron una tras otra, al igual que los reconocimientos que ha cosechado a lo largo de su carrera. Algunos de sus libros han sido adaptados al teatro y al cine, y es uno de los autores más vendidos en nuestro idioma. Entre sus trabajos también encontramos numerosas biografías de artistas internacionales de rock, como John Lennon, Michael Jackson, Bob Dylan, The Beatles o Rolling Stones.
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Primer juego
15-0
CUANDO su abuela le abrió la puerta, ella ya había depositado las maletas en el suelo para lanzarse a sus brazos. El taxi se alejaba por el camino enlosado del jardín en dirección a la puerta de la verja. Nieta y abuela se abandonaron al sentimiento del reencuentro, dejando que las lágrimas fueran el único lenguaje de unión entre ellas a lo largo de los primeros segundos.
—Pequeña —consiguió decir al fin la abuela—, el sábado casi me da un infarto.
—¿Sabes? Cuando vi que aquel último golpe entraba, pensé en ti, abuela, sólo en ti, y por ti di aquel grito, aunque eso no se lo haya dicho a nadie.
—Vamos, será mejor que entres.
Virginia cogió sus dos maletas y la bolsa con las raquetas. Entró en la vieja y señorial villa rodeada de bosques y montañas y supo que, de alguna forma, lo acababa de conseguir.
Estaba a salvo.
Al otro lado del mundo.
—¡Dios mío! —suspiró—. ¡Cada vez que entro aquí, siento...! No sé, como un nudo en el estómago. Los olores, la paz...
—Y a tu abuelo saliendo del despacho para levantarte en brazos, ¿no?
Las dos miraron en la misma dirección, pero la puerta no se abrió. El abuelo ya no estaba allí. La sensación de que ya nada era igual se acrecentó.
La abuela fue la primera en recuperarse.
—Vamos, ven, cuéntame. Deja ahí las maletas. Ya las subiremos después a tu habitación y te instalarás. Ayer me contaste muy poco por teléfono. ¿Qué sucede?
La empujó con suavidad, pasando un brazo lleno de ternura por encima de sus hombros, y la obligó a sentarse en un gran sofá de la sala principal. El rostro de Virginia se ensombreció.
—En realidad..., creo que ni yo misma lo sé —reconoció.
—Puede que yo sí lo sepa —le aseguró su abuela—; por lo menos, conociendo a tu padre y todo lo que te envuelve: la presión, la resaca de Roland Garros... ¡Desde el sábado pasado no se habla de otra cosa!
—Necesitaba escapar de todo, ¿me comprendes? Todavía no sé si he hecho bien o mal, pero de pronto... ¡Oh, abuela!
Se refugió en sus brazos protectores. Permanecieron en silencio un momento. Al final, la abuela preguntó:
—¿Sabe alguien que estás aquí?
—Únicamente mamá. Tenía que comunicárselo. Me juró que no se lo diría a nadie, y mucho menos a papá.
—Entonces, tranquila. ¿Cuándo tienes que volver?
Virginia se separó de ella. Un algo muy parecido al miedo apagó el brillo de sus ojos.
—No lo sé —murmuró.
—Pero Wimbledon empieza dentro de dos semanas...
Virginia estaba muy cerca de volver a llorar.
La abuela, desde su experiencia, valoró todo lo que significaba la presencia de su nieta en su casa, el precio de su éxito y el sentido de su escapada.
—¡Oh, Virginia! —musitó—. Comprendo, cariño, comprendo.
Permanecieron las dos abrazadas durante un rato muy largo. Las palabras volvieron mucho más tarde.
Para entonces, el equilibrio de sus sensaciones había regresado a ellas.
15-15
Cerró la puerta de su habitación y dejó las maletas sobre la cama, pero no las abrió ni se preocupó de arreglar lo poco que había traído consigo. Sus ojos pasearon por las paredes tan llenas de recuerdos. Aquélla fue siempre «su» habitación; le pertenecía, aunque durmiese en casa de la abuela cada vez menos. Desde que cumplió los trece años y comenzó la locura: los viajes, los entrenamientos, el largo camino del profesionalismo...
Cuatro años... ¡Y cómo habían cambiado las cosas!
Una vida.
O, al menos, así le parecía a ella.
Se acercó a la ventana. La pista de tenis donde dio sus primeros raquetazos con su abuela y su madre quedaba prácticamente debajo. El rectángulo de tierra batida, protegido por una alta valla metálica, estaba tan a punto como siempre. Para Virginia continuaba siendo un reclamo mágico, vivo, el de los sueños que ahora, por la fuerza de los hechos, constituían ya una realidad. Todavía podía oír las voces:
—¡El revés, el revés...! ¡Así, muy bien, Virginia!
—¡Elévala más! ¡Así la golpearás mucho mejor! ¡Recuerda que un buen primer servicio es el noventa por ciento del punto!
—¡El drive, trabaja más el drive!
Allí aprendieron su madre y ella. Allí comenzaron tantas y tantas ilusiones. Su abuela, a sus sesenta y siete años, todavía jugaba con amigos y amigas. El corazón más joven yla máxima vitalidad que conocía.
Abandonó la ventana y salió de la habitación. Quería recorrer una vez más los pasillos, subir y bajar por las escaleras de madera, recuperar los viejos olores perdidos, aunque no olvidados; aquella extraña mezcla que le infundía calor, sensación de vida, seguridad en sí misma y en su valer. Nada hay tan especial como el aroma de una casa vieja, los mil y un olores mezclados de una vida que se acumula en cada rincón, en el ambiente, y que allí se plasmaba, se personificaba en un ser tan extraordinario como era su abuela.
Siempre ella.
Bajó por la escalera hasta la planta baja. Escuchó un ruido en la cocina. Se encaminó a la biblioteca y al despacho de su abuelo. Se comunicaban, aunque tenían entrada independiente. El abuelo había sido un lector empedernido. Entró en aquel mundo de silencio y al instante supo, con mayor certeza aún, que su decisión era justa, que únicamente allí lograría saber la verdad.
Pasara lo que pasara después...
Se aproximó a una de las paredes no ocupada por las estanterías llenas de libros. En ella sólo llegaban a una altura de metro y medio aproximadamente. En la repisa se amontonaban algunos recuerdos, trofeos, placas y medallas. En el despacho había varias vitrinas más. Pero los de la repisa eran los más importantes, al menos para su abuela: campeonatos de España, de Cataluña y unos cuantos torneos más. Eran otros tiempos, en los que el tenis apenas se había profesionalizado. La portada de un ejemplar de La Vanguardia de hacía cuarenta años mostraba a su abuela, joven y sonriente, sosteniendo uno de los trofeos de la repisa. El titular rezaba: Carmen Sala, primera dama del tenis español.
En aquella fotografía, su abuela tenía veintisiete años.
Ella, Virginia, lo había conseguido diez años más joven.
Un dato fundamental a la hora de enfocar su problema.
Miró otras portadas y recortes de periódicos importantes, enmarcados y cuidados. Los hitos de una vida. Lo que podía dar de sí una campeona de España en un tiempo ya olvidado, en el que el deporte, y más todavía el femenino, no era moneda corriente. Pensó, como siempre lo hacía al ver aquello, que su abuela, más que una campeona, había sido una heroína.
Actualmente, todo era distinto.
Ni siquiera existía el fair play.
Lo único importante era ser el mejor y ganar, ganar, ganar.
Cerró los ojos.
Y siguió recorriendo la habitación, dejándose arropar por el silencio para olvidar el caos de sus pensamientos. Percibía solamente el ritmo acompasado de su propia respiración.
Y los latidos de su corazón. ¿Cuántas veces los había escuchado en los últimos tiempos?
15-30
Estaba preparada, tensa, dispuesta a colgar si escuchaba otra voz. Pero al otro lado del hilo telefónico reconoció, con alivio, la de su madre.
—¿Mamá? Soy yo, ¿puedes hablar?
—Sí, estoy sola.
Suspirómás tranquila.
—Ya he llegado. ¿Cómo va todo por ahí?
—De momento no pasa nada —dijo su madre—. Todavía es pronto. Será diferente esta noche, o mañana por la mañana, pero no te preocupes.
—Sé que puedo confiar en ti, mamá.
—¿Qué dice tu abuela?
—Aún no hemos hablado mucho. Ya sabes, lo de Roland Garros, el hecho de que ni yo misma sepa explicar bien... Bueno, supongo que cenando, o tal vez mañana... La abuela no es de las que presionan, ¿recuerdas? Vive y deja vivir. Sabe esperar. En cuanto he abierto la boca, me ha asegurado que lo entiende todo y me ha rogado que me tranquilizara.
—Estoy segura de que así es. Además, sois iguales en todo. Nadie mejor que ella para comprender tu estado de ánimo. El tenis le dio mucho, y le quitó también mucho.
—Como a ti, mamá, no lo olvides.
—En mi caso fue al revés.
No había en su tono alegría ni amargura. Fue un simple comentario. La vida de su madre se había llenado muy pronto con otras realidades.
Hizo una elección muy personal.
—¿Ha llamado alguien? —preguntó Virginia para cambiar de tema.
...



