Sierra I Fabra | Banda sonora | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 142, 260 Seiten

Reihe: Las Tres Edades

Sierra I Fabra Banda sonora


1. Auflage 2011
ISBN: 978-84-9841-659-6
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 142, 260 Seiten

Reihe: Las Tres Edades

ISBN: 978-84-9841-659-6
Verlag: Siruela
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A pesar de no haber convivido con su padre, una de las grandes figuras del rock en España, Vic ha heredado de él la afición por la música y se ha convertido, casi en secreto, en un brillante guitarrista. Tiene 17 años y su sueño es abrirse camino en la industria discográfica, un mundo tan deslumbrante como inhumano en el que el éxito, como muy bien sabe su padre, a veces sólo se logra a costa de dejarse la piel en él. Banda sonora, una de las novelas más personales de Jordi Sierra i Fabra, refleja un universo que él conoce perfectamente: el de la música rock y sus protagonistas.

JORDI SIERRA I FABRA (Barcelona, 1947) es un reconocido y prolífico autor de novelas infantiles y juveniles, muchas de ellas han sido llevadas al teatro, a la televisión y a la gran pantalla. Ha recibido múltiples galardones, entre ellos, el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Kafka y la muñeca viajera o el Premio Cervantes Chico.
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3

Fue hace dos años, como ya te he dicho –comenzó Vic–. Siempre me ha gustado la música, especialmente el rock y el blues. Un amigo tenía una guitarra y la tocaba siempre que iba a su casa. Se me ocurrió pedirle una a mamá y no veas cómo se puso.

–Sí, supongo que te echaría los perros encima, y te pondría mi ejemplo.

–Más o menos, pero el caso es que ahora necesito una guitarra, para empezar, y después que ella entienda que es mi vida y que quiero elegir por mí mismo las cosas. Está empeñada en que estudie algo, lo que sea, y a mí eso me da tres patadas, qué quieres que te diga. Lo que de verdad me va es la música.

–¿Tocas habitualmente?

–Sí, en un grupo. Bueno, lo formé yo. Soy el cantante y el guitarra, y también compongo la mayoría de los temas. ¡Pero no tengo ni siquiera mi propia guitarra! Hasta ahora he tocado con la de uno que se fue a trabajar fuera y me la pasó, pero vuelve la semana próxima. Además, sea como sea, éste es el momento decisivo.

–¿Por qué?

–Porque voy a terminar la ESO, y si no me planto acabaré perdiendo el tiempo para nada, porque tarde o temprano lo dejaré igual. Yo no quiero fingir, ni engañarla, ¿entiendes? Prefiero aclararlo todo de una vez, pasar el mal trago, los gritos y acabar con ese rollo.

–Y me necesitas a mí para que te apoye.

–Sí.

–Pues a buena puerta has llamado, hermano. A ti te echaría los perros, pero lo que es a mí, es capaz de sacarme los ojos, quitarme la piel a tiras y cocerme a fuego lento.

–Papá, yo no me atrevo a hacerlo solo. Sé que se subirá por las paredes. Tiene la obsesión de que haga una carrera, que sea «un hombre de provecho» –se estremeció al pronunciar estas palabras con reticente entonación–. ¡Yo no me veo de ejecutivo ni de pisamoquetas! Además, si ella se opone tanto a todo lo que suene a música, es por ti.

–Vaya hombre, o sea que la culpa de que lo tengas mal es mía, ¿no?

–Dice que todos los músicos son unos muertos de hambre, y que están locos, así que lo tengo crudo. Yo diría que... me lo debes.

–Oye, oye, no le des la vuelta al asunto según tu punto de vista, ¿vale? Yo ya soy gato viejo. La mayoría de los padres, y algunos en su sano juicio, se opondrían a que sus hijos fuesen músicos. Y lo malo no es que quieran o no quieran, lo malo es que para ser músicos hemos nacido en el peor de los países, aunque ahora parece que las cosas son diferentes y cualquier grupito de mierda incluso vende discos. Esto es España. Aquí a la música se le ha dado por el culo siempre. Ésa es la raíz. Si hubiera estructuras, medios, profesionalidad, circuitos, locales, e incluso una guitarra no fuera un lujo, sino un instrumento de trabajo, las cosas serían muy distintas.

–Ya es distinto, tú lo has dicho. Y en el futuro...

–El futuro es el futuro, y ahora es ahora. Es ahora cuando tú quieres elegir tu camino, no dentro de cinco años.

–No vas a pedirme que siga estudiando y lo intente dentro de cinco años, ¿verdad? –preguntó Vic con horror.

–No, claro que no –dijo Julián–. Lamento decirlo, pero nunca he creído en los títulos. El que vale, vale para todo, siempre y cuando tenga ganas de trabajar y de meterse hasta las cejas en lo que haga, sin medias tintas. De todas formas... es un tema delicado. No soy el mejor de los ejemplos, y tu madre tiene razón. ¿Cómo pretendes que vaya a verla y te apoye?

–Ella siempre dice que no tienes el menor interés por mí. Eso la convencería de lo contrario.

–Sigues dándole la vuelta según tu conveniencia –rezongó Julián–. A lo mejor serías un buen político –se dejó caer hacia atrás y movió la cabeza horizontalmente. Al volver a hablar su voz se revistió de acritud–. ¿Interés? ¡Claro que he tenido interés! ¿Cómo no iba a tenerlo? Pero he tenido que permanecer siempre en la distancia, para evitar líos. Todo lo que pasó fue... triste, desagradable. Una guerra, ¿entiendes? Tú eras demasiado pequeño. Cada vez que te vi después de la separación, y lo hacía de uvas a peras, era un infierno. Vicky te ha protegido de mí como si yo apestara, pero el hecho de no verte no quiere decir que no sepa de ti, al menos lo justo e imprescindible, te lo advierto.

–Lo sé, ¿o crees que estos últimos cuatro años no he esperado el día de mi cumpleaños para ver si seguías acordándote?

–Fueron los abogados los que...

–Vale, papá. A mí no tienes que justificarme nada, en serio.

Julián Prats cerró los ojos.

–¡Mierda! –dijo.

No volvió a abrirlos a lo largo de un buen puñado de segundos, y Vic prefirió no hablar. Mantuvo el silencio que le permitió a su padre recuperarse, estabilizar sus emociones.

–Me gusta que no te cortes –dijo de pronto el hombre, aún con los ojos cerrados–. Vienes aquí, te presentas después de un largo tiempo, y dices lo que piensas. Eso es bueno.

–Para mí esto es muy importante, papá –reconoció Vic–. Haré lo que tenga que hacer de todos modos, pero no quiero que mamá sufra, al contrario: quiero que lo entienda. Tal vez no lo acepte, pero al menos puede entenderlo, y sería suficiente, más de lo que espero ahora mismo. Si lo estropea... tal vez me fastidie unos meses, un año, pero está claro que no quiero estudiar, que sé para lo que valgo, y que a los dieciocho, si es necesario, me largaré de casa.

–¡Eh, eh, calma, no te pases! –le detuvo Julián envarándose.

–¿Que no me pase? ¡Papá, tú te fuiste a los quince!

–¡Eran otros tiempos!

–¡Oh, sí, los años sesenta, la década prodigiosa, el origen!

–¡Y muchas más cosas que tú no sabes! –volvió a gritar el hombre–. Tú tienes un hogar estable, sin padre, pero estable. Yo no tenía nada de eso. Yo tuve que buscarme la vida desde que supe que dos y dos eran cinco. ¡Lo que estás diciendo no tiene ningún sentido!

–Entonces, ayúdame a hacer las cosas bien.

–Pero ¿es que no ves que no puedo hacer nada?

–Di mejor que no quieres. ¿Tanto miedo te da mamá?

–El simple hecho de que quieras ser músico hará que me odie aún más, pero es que si encima voy a decírselo... es capaz de pensar que todo este tiempo he actuado a sus espaldas.

Vic se puso en pie. No ocultó su frustración ni su ira.

–Es la primera vez que te pido algo, papá. La primera vez en la vida si no recuerdo mal, y es probable que sea la última. Creía que tú lo entenderías.

–¡Y lo entiendo! ¡Maldita sea, lo entiendo! Por un lado... me da miedo, porque sé de qué va ese rollo, pero, por el otro... ¿crees que no siento algo aquí? –se tocó la parte superior izquierda del pecho con el dedo índice de su mano derecha–. ¡Me siento orgulloso!

–La última vez que te vi en televisión dijiste que no hay nada mejor que la música.

–Y no lo hay, pero no dije que junto a esto existe otra verdad: que tampoco hay nada peor que el entorno del mundo de la música, el maldito tinglado, la trastienda, de lo que no se entera el público, pero con lo que ha de vivir el músico. ¿Y sabes algo? Ésa es siempre una guerra perdida. Todo lo más se sobrevive, hasta las grandes estrellas, a pesar de sus millones, y en España no hay grandes estrellas, lo sabes. Yo puedo añadirte que sólo hay grandes frustraciones. Dime un solo rockero de mi edad que sea rico o esté aún en el candelero.

–¿Tocaste tú para ser rico o famoso?

Julián expulsó una bocanada de aire. Él también se puso en pie.

–No –reconoció–. Yo sólo quería ser feliz, vivir y sacar lo que tenía dentro.

Abrió uno de los armarios cerrados. En su interior, perfectamente alineadas, vio Vic el gran tesoro profesional de su padre, junto a la colección de discos: sus guitarras. Calculó no menos de una docena, aunque su sola imagen le encogió el ánimo y le hizo rozar el desconcierto. Julián sacó una Ovation Adams. Cerró las puertas del armario y se la puso en las manos.

–Quiero comprobar algo antes de seguir hablando –suspiró–. Veamos qué sabes hacer.

Vic apenas se movió. Sus dedos acariciaron la madera. Su padre probablemente no tuviese un duro, pero sólo aquella guitarra debía superar el medio millón de pesetas, tal vez llegase incluso a los tres cuartos.

–Vamos, toca algo –le apremió él.

–¿Qué quieres que toque?

–Lo que sea. Únicamente quiero ver qué tal andas de técnica, digitación y todo eso.

Vic se sentó de nuevo, esta vez en un taburete. Acomodó la guitarra encajonándola contra su cuerpo y la apoyó sobre su pierna izquierda. Primero la hizo sonar, cuerda a cuerda. Estaba perfectamente afinada, y ese simple sonido ya era como una melodía pura. Después hizo una serie de escalas, para desanquilosar los dedos. Los nervios, más por tocar con aquella maravilla que por hacerlo delante de su padre, desaparecieron con la vibrante cadencia sonora.

De pronto arrancó con los primeros compases de «Layla».

Hizo toda la entrada del tema, hasta el comienzo de la parte cantada. Entonces cambió súbitamente y punteó el inicio de «Smoke on the water». También en este caso al llegar al grueso de la canción optó por una variación que le...



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