E-Book, Spanisch, 232 Seiten
Reihe: Pensamiento Herder
Sáez Mateu / Seguró La intimidad perdida
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-254-5138-6
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 232 Seiten
Reihe: Pensamiento Herder
ISBN: 978-84-254-5138-6
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Ferran Sáez Mateu (Granja d'Escarp, 1964) es doctor en filosofía y ejerce la docencia en Blanquerna-Universidad Ramón Llull. Su obra ensayística ha sido galardonada con los premios Josep Vallverdú, Joan Fuster o Carles Rahola, los más prestigiosos en lengua catalana. También es autor de diversas novelas. Publica en el diario Ara desde su fundación, y antes lo había hecho en otros medios. El filósofo Gregorio Luri lo definió como «el mejor ensayista de su generación».
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Introducción. La penumbra del espíritu o la intimidad que nos hizo modernos
Como sucede con la salud, la privacidad se echa de menos una vez perdida. Solo somos verdaderamente conscientes de nuestros pies o de nuestros ojos cuando un accidente o una enfermedad los deterioran. Con anterioridad a dichos percances, solemos darlos insensatamente por supuestos, y los medio ignoramos. Debido a una tortuosa conjunción de contingencias, que van de la digitalización masiva de la información a las fluctuaciones axiológicas del sujeto posmoderno, pasando por la posibilidad de lucrar haciendo acopio de los átomos que conforman la vida de los otros, la privacidad se ha convertido hoy en una mera ilusión. La transformación del teléfono móvil en una prótesis multiusos adherida casi obligatoriamente a la mano hace que nuestra presencia en el mundo —nuestro ser social— haya mutado sin remedio. Sin ese cambio tecnológico que excluye constitutivamente la idea misma de privacidad, el gran ciclo del consumo resultaría hoy impensable.
La rueda empieza en el útero materno (a través de la barriga de su madre, a los fetos se les pone un mp3 con música de Mozart para que ya nazcan medio geniales) y culmina en un columbario virtual (si disponemos de una versión premium, podemos escoger el color de la velita que titila en nuestra pantalla). En este nuevo contexto, todos los datos son pardos: al big data no le interesamos en tanto que individuos —ni mucho menos como personas— sino precisamente en nuestra condición de generadores de signos que permiten producir nuevos signos aptos para favorecer el consumo. Es más sencillo de lo que parece: los signos que introduzco en una aplicación para indagar, por ejemplo, el precio de una habitación de hotel generan nuevos signos en forma de banner publicitario, y me llegan puntualmente. En el siglo XXI, el lubricante de la rueda del consumo es de naturaleza semiótica. Su condición de posibilidad, en todo caso, se basa en la ausencia de privacidad. Ahora bien, no constituiría ninguna extravagancia que ante la descripción que acabamos de realizar alguien respondiera lacónicamente: «¿y qué?».
En efecto, no hay obligación alguna de dramatizar la pérdida más o menos generalizada de la privacidad, o de ubicarla en un escenario casi apocalíptico. Para muchos, en el contexto tecnológico actual, la privacidad constituye un prejuicio del pasado, un elemento que solo forma parte retóricamente de los derechos fundamentales. Sin renunciar al menos a una parte de nuestra privacidad, los múltiples y valiosos servicios de Google, por poner un ejemplo bien conocido, no resultarían económicamente viables y, en consecuencia, no existirían. Mientras no se vulnere la ley ni se haga un uso engañoso de determinados productos, el asunto no debería ser motivo de preocupación. Una actitud vigilante parece sensata, por supuesto, pero siempre que se enmarque en los límites de lo razonable. Más allá de estos, solo tropezaremos con viejas actitudes tecnofóbicas, así como con estériles e igualmente vetustas resistencias al cambio. He aquí una manera de ver las cosas. Desde otro punto de vista, sin embargo, esa transacción (privacidad a cambio de servicios) es asimétrica y omite disfunciones de gran calado que van más allá, muchísimo más allá, de la misma privacidad. Al identificar información con conocimiento, por ejemplo, nos adentramos sin remedio en un far west epistemológico. En un tono casi lírico, Byung-Chul Han alude al final de su ensayo Infocracia a ese territorio salvaje: «La verdad se desintegra y se transforma en polvo informativo que el viento digital dispersa».1
Note el lector que hasta este punto nos hemos referido únicamente al concepto de privacidad, y no al que da título a este ensayo, es decir, a la intimidad. La privacidad y la intimidad son cosas diferentes. De la primera, como acabamos de ver, nos preocupan circunstancialmente sus posibles disfunciones. La segunda, en cambio, es importante en sí misma como catalizador de actitudes como la serenidad o la autoconciencia que nos mejoran como seres humanos. La devaluación de la privacidad es hoy un hecho casi inevitable: constituye la base de la nueva economía de la atención, ni más ni menos. El olvido actual de la intimidad, en cambio, es el resultado de un conjunto de inercias que bien pudieran haber sido otras. Tal como intentaremos mostrarlo en este ensayo, fue la penumbra del espíritu, la intimidad, la que nos hizo modernos; y es su olvido lo que nos está transformando en esas legione di imbecilli a las que aludió Umberto Eco poco antes de su muerte.2 Dicho así, el planteamiento suena un poco hiperbólico, aunque no estamos planteándolo metafóricamente, sino en un sentido literal. La privacidad, tal como la entendemos hoy, en cambio, no tuvo nada que ver con ese proceso que cambió nuestra condición histórica. Intimus es superlativo de intus («dentro»). Lo íntimo, pues, es lo que está más adentro. Lo privado es otra cosa: en latín, privatus hace referencia en términos negativos a lo que no es compartido. La intimidad tiene, pues, una dimensión vertical (imaginemos el fondo de un pozo o el final de una cueva, es decir, el límite que ya no permite ir más allá) mientras que la privacidad es un asunto perimetral (visualicemos una valla que separa lo mío de lo tuyo). Quien hurga sin permiso en mis hábitos de compra digitales, por ejemplo, vulnera mi privacidad. Lo que sucede en lo más hondo de la conciencia, en cambio, pertenece al territorio de mi intimidad. Conviene, pues, insistir en ello: privacidad e intimidad no son términos sinónimos a pesar de que a menudo los usemos así.
El artefacto descriptivo y argumentativo que permitió la expresión de lo moderno, el ensayo, se gestó en la intimidad de la torre de Montaigne, retirado del mundo sangriento y humeante de las Guerras de Religión a la edad de 38 años. El detonante de la filosofía moderna, por su parte, deriva de un ejercicio intelectual vertiginoso en el que el concepto de intimidad se lleva al límite. Nos referimos, por supuesto, al cogito de Descartes. Lo moderno resulta inconcebible sin esa incorporación de lo íntimo al flujo discursivo. En un estudio publicado en los años cuarenta del siglo pasado, Descartes et Pascal lecteurs de Montaigne, Léon Brunschvicg da cuenta de la importancia del autor de los Ensayos en esa gran transformación.3 Allí, el yo moderno ya serpentea a sus anchas para poder explicar la realidad cambiante del siglo XVI. Lo íntimo no se traduce en los Ensayos ni en una oclusión ni tampoco en una exhibición impúdica, sino en un ámbito especular que permite entender(me). Por su parte, René Descartes explica con todo lujo de detalles, y en forma de jornadas, no simplemente el resultado de sus meditaciones, sino la manera en que ha llegado a ellas a través de un proceso íntimo4 (y no, por ejemplo, de un debate público). Muestra lo pensado y a la vez el pensar mismo: nos permite ser testigos de una carrera de obstáculos intelectuales llena de titubeos que se da en un lugar y en un tiempo concretos, no en el seno de una abstracción. El pensar constituye, pues, el substrato íntimo de lo pensado. Como veremos, y aunque pueda sonar a boutade, Descartes es un autor poco o nada «cartesiano».
René Descartes, y sobre todo Michel de Montaigne, serán los principales referentes de este libro. Cuando defendí mi tesis doctoral en el ya lejano año 1992, la figura de Montaigne no pasaba por su mejor momento.5 Para muchos filósofos era un literato, mientras que para la mayoría de literatos era un filósofo. Con el tiempo, esa tierra de nadie pasó a tener sentido, e incluso llegó a ponerse de moda efímeramente como chuchería intelectual. Lo que aquí nos interesa, sin embargo, no es tanto el contenido de los Ensayos como las consecuencias de la actitud que permitió escribirlos. La incorporación de lo íntimo —la famosa pintura del yo— al análisis filosófico lo cambió todo. Esa transformación resultaría hoy impensable: lo privado es ya una quimera y lo íntimo se diluye, paradójicamente, en la exacerbación misma de lo íntimo en forma de exhibición narcisista en las redes sociales. Lo íntimo-mostrado es una contradicción performativa.
Quiso el destino que al cabo de tres meses de iniciar la redacción del presente libro, la gravedad de la pandemia de 2020 condujera al mundo a una inédita situación de intimidad familiar y personal en forma de confinamiento domiciliario forzoso. Continué trabajando en el ensayo, por supuesto, pero a la vez inicié un diario motivado por circunstancias personales (formaba parte de uno de los grupos de riesgo, y no las tenía todas). Me di cuenta de que, en realidad, ese diario personal era la mejor de las ilustraciones para lo que pretendía explicar en el libro, y por eso incorporé fragmentos en forma de digresiones. No se trata, pues, de ningún artificio literario sino del fruto de una conjunción que bien hubiese podido ser de otra manera.
Nuestra mirada, para bien o para mal, será filosófica, con alguna incursión más o menos inevitable en otras disciplinas y lenguajes, y se expresará ensayísticamente. Desde un punto de vista metodológico, nos parece relevante dejar...




