Scarrow | Sangre en la arena | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 576 Seiten

Reihe: Narrativas Históricas

Scarrow Sangre en la arena


1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-350-4644-2
Verlag: EDHASA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 576 Seiten

Reihe: Narrativas Históricas

ISBN: 978-84-350-4644-2
Verlag: EDHASA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



La venganza se sirve en plato frío. Es ésta una novela de gladiadores y legionarios. O de un legionario que debe entrenar a un gladiador. Porque la suerte de los hombres de Roma se libra en la arena del circo o en las arenas del desierto. Como gladiador o como legionario. Aunque la Roma imperial también está llena de peligros mortales para la gente de honor y armas. Estamos en el 41 d. C y el Imperio está en riesgo... Los ciudadanos viven a merced del cruel emperador Claudio, que está decidido a imponer su autoridad. Tras haber recibido una condecoración por su carrera, Optio Macro, de la Segunda Legión, prepara su vuelta a la cohorte cuando recibe la orden del secretario imperial de entrenar a Marcus Valerius Parvo, un joven y temerario gladiador recién reclutado. Mientras, Roma puede arder en cualquier momento, y tanto Optio Macro como Parvo son conscientes de que su destino no sólo depende de las habilidades de Parvo en la arena, sino también del capricho de los poderosos y despiadados senadores. Sin embargo, Parvo tiene un objetivo más importante que su propia supervivencia: vengar la muerte de su padre a manos de un campeón de los gladiadores.

Simon Scarrow fue profesor de historia hasta obtener un resonante éxito en el ámbito de la narrativa histórica con la serie protagonizada por los militares Quinto Licinio Cato y Lucio Cornelio Macro, de la que Edhasa ha publicado ya las catorce entregas (El águila en el Imperio, Roma Vincit!, Centurión, Hermanos de sangre, Britania, y Los días del César, entre otras).Además de la serie juvenil Gladiador, es autor de tres novelas independientes: La espada y la cimitarra, Sangre en la arena y Corazones de piedra. Con Sangre joven inició el que quizá sea su más ambicioso proyecto novelesco: las vidas paralelas de Napoleón y Wellington, que ha culminado en cuatro entregas (Sangre joven, Los Generales, A fuego y espada y Campos de muerte), todas publicadas por Edhasa. En 2017, junto con Lee Francis, se ha embarcado en un nuevo proyecto: Jugando con la muerte, thriller protagonizado por Rose Blake, agente especial del FBI.

Scarrow Sangre en la arena jetzt bestellen!

Autoren/Hrsg.


Weitere Infos & Material


CAPÍTULO UNO Roma, bien entrado el año 41 Bañado en sudor, el gladiador imperial entrecerró los ojos y observó cómo los funcionarios al cuidado del estadio se llevaban los cuerpos sin vida que yacían en la arena. Desde el pasadizo en penumbra, Cayo Nevio Capito contemplaba los restos de una batalla simulada. En el centro del anfiteatro de Estatilio Tauro, aún podía verse la tosca reproducción de una aldea celta sembrada de muertos. Capito alzó los ojos hacia las gradas. A pesar de que estaba rodeado de una legión de libertos que se desvivía por obsequiarlo, entre las togas distintivas de senadores y sumos sacerdotes imperiales que ocupaban las gradas más cercanas acertó a distinguir al nuevo emperador en el palco. Por encima del podio, una multitud se apiñaba sobre los asientos de piedra que daban paso a los graderíos más elevados. Al oír los bramidos del populacho, Capito sintió un estremecimiento por todo el cuerpo. Volvió la mirada hacia la arena y observó cómo dos funcionarios aplicaban un hierro al rojo vivo a un bárbaro tendido en el suelo. El caído se revolvió. Mientras la multitud se mofaba de aquel burdo intento de hacerse pasar por muerto, uno de los encargados de llevar a cabo semejante tarea hizo una señal a un esclavo que empuñaba una maza doble. Al mismo tiempo, un compañero del anterior esparcía arena limpia para cubrir los charcos de sangre que salpicaban el suelo. Cuando acabaron su trabajo, se adentraron en el pasadizo, a unos pasos tan sólo de Capito. –¡Qué mierda! –se quejó uno de ellos, mientras se miraba las manos manchadas de sangre–. Voy a tardar siglos en quitarme toda esta mugre de encima. –Gladiadores... –refunfuñó el otro–. Son unos cabrones, ¡sólo van a lo suyo! Contrariado, Capito se los quedó mirando. Mientras tanto, en la arena el esclavo que blandía el mazo se acercaba a grandes zancadas al galo tendido en el suelo y, esbozando una sonrisa de complacencia, machacaba la cabeza del bárbaro. Al oír el chasquido de huesos que se resquebrajaban, Capito esbozó una mueca de contrariedad. Como gladiador de más alto rango del ludus de Capua estaba muy orgulloso de haber llegado tan lejos. Pero aquel espectáculo le había dejado mal sabor de boca. Desde el corredor, había visto cómo gladiadores disfrazados de legionarios habían acabado con sus oponentes, una confusa mezcla de condenados a muerte y esclavos provistos de aperos desportillados. No había que ser muy ducho. Lo consideró como una afrenta a su profesión. Con ayuda de un garfio de metal, otro de los encargados del estadio se llevó a rastras al último de los muertos. –Un baño de sangre –musitó Capito para sus adentros–. Ni más ni menos. –¿Qué farfullas? –se interesó uno de los funcionarios. –Nada –replicó el gladiador. Ya se disponía el individuo a añadir algo, cuando la voz estentórea del editor, el patrocinador de los juegos, se alzó hasta las gradas más altas, anunciando el nombre de Capito. La multitud emitió un rugido. Con el pulgar, el funcionario le indicó la arena aún salpicada de sangre. –Te toca –rezongó–. Tenlo muy presente. Eres el plato fuerte del espectáculo. Veinte mil personas han acudido a verte. Ahí tienes al emperador en persona, que cuenta contigo para que propines a Britomaris una sangrienta y brutal paliza. Procura no decepcionarlo. Capito asintió con gesto serio. Aquel combate era el principal reclamo del primer espectáculo de importancia que el emperador Claudio ofrecía al pueblo. Aquella tarde, habían tenido ocasión de contemplar la recreación de una batalla campal en la que habían participado cientos de hombres y en la que, como era de esperar, los gladiadores habían dado buena cuenta de una horda de bárbaros provista de escasos medios. En aquel momento, el mejor de los gladiadores imperiales se disponía a enfrentarse con un bárbaro que pasaba por ser el jefe de una tribu celta. Pero no era uno de tantos. Para sorpresa de los observadores más avezados, hasta en cinco ocasiones Britomaris se había alzado con la victoria en la arena. Lo normal era que, el primer día que salían a pelear, los bárbaros, faltos de un entrenamiento adecuado en el manejo del gladio, sufriesen un espantoso final, pero las victorias de Britomaris habían sembrado cierta inquietud entre los veteranos de la escuela imperial. Capito procuró alejar de su mente aquellos precedentes y trató de serenarse pensando que los hombres con los que el bárbaro se había enfrentado en tales lances eran peores luchadores que él. Cayo Nevio Capito era una leyenda en la arena: un portador de muerte, un triunfador cubierto de gloria. Dispuesto a dar una lección a su contrincante, se desentumeció los músculos del cuello y lanzó una imprecación. Tanto más confiado se mostraba por cuanto lucía toda la parafernalia necesaria para llevar a cabo su cometido, a saber, grebas, brazales o manicae hasta los hombros, una coraza reluciente, amén de una capa roja y larga que le caía por la espalda. En presencia del mismísimo emperador, a nadie se le pasaba por la cabeza que un soldado romano, ya fuera éste un gladiador vestido como tal, pudiera perder frente a un bárbaro. Bajo aquel casco profusamente decorado en la cabeza para completar tan aparatoso atuendo, Capito empezó a sudar a mares. El funcionario puso en sus manos una espada corta y un escudo rectangular de legionario. Empuñó la espada con la mano derecha, y cogió el escudo con la izquierda. Clavó la vista en la oscura salida del pasadizo situada al otro extremo de la arena del anfiteatro y observó cómo de la penumbra emergía un individuo que, como aturdido por cuanto lo rodeaba, volvía la cabeza a uno y otro lado. Un bárbaro que, sólo por casualidad, había salido airoso en las anteriores ocasiones, pensó Capito para sus adentros. Y provisto de un arma roma, por si fuera poco. El gladiador se juró a sí mismo que lo pondría en su sitio. Capito salió a la arena y se dirigió al centro del recinto, donde aguardaba el árbitro, dándose leves golpes en la cara externa de la pierna derecha con la vara de madera propia de su función. Caía un sol de justicia que hacía que la arena le abrasase los pies descalzos. Miró a la multitud que llenaba los graderíos. Algunos saciaban la sed recurriendo a pequeños cántaros de vino; otros se abanicaban. En un extremo de las gradas, un nutrido grupo de legionarios armaba bulla. Con una sonrisa lasciva, Capito reparó en que también había mujeres. Al ver que tanta gente había acudido a verlo, a él, al gran Capito, sintió una punzada de orgullo. Además del espantoso calor que desprendía la arena, Capito percibió el hedor metálico de la sangre derramada que impregnaba el aire. En lo más alto del recinto, por encima de los graderíos más elevados, docenas de marineros se encargaban del manejo de unos enormes toldos que procuraban sombra a los espectadores. En las gradas superiores, los libertos disfrutaban de la sombra, en tanto que los dignatarios que ocupaban los asientos más bajos se asaban de calor. Sonaron las trompetas. Capito apretó con fuerza la espada, al tiempo que el público estiraba el cuello todo lo que podía para ver el pasadizo que le quedaba enfrente. La presencia del gladiador bastó para acallar el griterío de la muchedumbre, que sólo tenía ojos para el bárbaro que, a paso lento, se dirigía hacia él. Capito no se permitió una sonrisa. Britomaris parecía demasiado grandullón para sentirse a gusto consigo mismo. A la altura de los muslos, sus piernas parecían troncos; los músculos del hombro y el brazo quedaban ocultos bajo una buena capa de grasa. Con pasos lentos y fatigosos, como si cada zancada le exigiese un esfuerzo fuera de lo común, se dirigió al centro de la arena. Capito no acababa de creerse que Britomaris hubiese sido capaz de ganar cinco combates. Sus contrincantes tenían que haber sido mucho peores de lo que había imaginado. El bárbaro llevaba unos calzones de color vivo y una túnica de lana sin mangas, ceñida con una correa a la altura de la cintura. No llevaba armadura: nada de grebas, brazales o casco. Sus únicas armas eran un escudo de madera recubierto de piel con un tachón de metal, y una lanza de punta roma. Con la vara, el árbitro indicó a los gladiadores que se quedasen donde estaban, frente a frente, a una distancia no superior a dos hojas de espada. –Llegó la hora, chicos –les dijo–. Quiero un combate limpio y justo. No olvidéis que es una pelea a muerte. No imploréis piedad, de modo que no malgastéis el tiempo con súplicas al emperador. Sea cual sea vuestro destino, aceptadlo con honor. ¿Está claro? Capito asintió. Britomaris permaneció impasible. Era probable que ni siquiera entendiese el latín, pensó el gladiador imperial con desdén. El árbitro clavó los ojos en el editor, sentado a un paso del emperador Claudio. Con un gesto, el patrocinador les indicó que podían empezar. –¡Adelante! –gritó y, cortando el aire con la vara, dio comienzo al combate. El bárbaro se abalanzó de inmediato contra Capito. Un ataque tan inesperado que pilló por sorpresa al gladiador imperial. Reparó, sin embargo, en la rápida sacudida del codo de su contrincante cuando éste trató de enarbolar la lanza y, a toda prisa, se echó a un lado, amagando un giro con el hombro derecho, de modo que el bárbaro alanceó al aire. El impulso bastó para que, con su talla descomunal, fuese dando traspiés más allá de donde estaba Capito, circunstancia que el...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.