Sapolsky | Compórtate | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 984 Seiten

Reihe: Ensayo

Sapolsky Compórtate


1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-121355-9-6
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 984 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-121355-9-6
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
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Un examen minucioso del comportamiento humano y una respuesta a la pregunta: ¿por qué hacemos las cosas que hacemos? Sapolsky analiza los factores en juego, desde el momento previo hasta los factores arraigados en la historia de nuestra especie y su legado evolutivo. Partiendo de una explicación neurobiológica -¿qué sucedió en el cerebro de una persona un segundo antes de que se comportara así?, ¿qué visión, sonido u olor hicieron que el sistema nervioso produjera ese comportamiento?-, pasamos a pensar en el mundo sensorial y la endocrinología: ¿cómo fue influenciado ese comportamiento por cambios estructurales en el sistema nervioso durante los meses anteriores, por la adolescencia, la infancia y la vida fetal de esa persona, e incluso por su composición genética? Y, más allá del individuo, ¿cómo dio forma la cultura al grupo de ese individuo, qué factores ecológicos milenarios formaron esa cultura? El resultado es uno de los recorridos más deslumbrantes de la ciencia del comportamiento humano jamás propuestos, que puede responder a muchas preguntas profundas y espinosas sobre el tribalismo y la xenofobia, la jerarquía, la competencia, la moral y el libre albedrío, la guerra y la paz.

Robert Sapolsky Estados Unidos, 1957 Sapolsky es un reconocido científico y escritor estadounidense, actualmente profesor de Ciencias Biológicas y Neurología en la Universidad de Stanford, con estancias en varios departamentos como ciencias de la vida, neurología y neurocirugía. También es investigador asociado en el Museo Nacional de Kenia. Ha recibido numerosos premios, como la beca MacArthur, el Premio Presidencial de Jóvenes Investigadores de la Fundación Nacional de Ciencias, y el premio al Investigador Joven del Año. Como neuroendocrinólogo, centró su área de investigación en los problemas de estrés y la degeneración neuronal, así como en las posibilidades de las estrategias de terapia génica para la protección de las neuronas sensibles a la enfermedad. Actualmente está trabajando en las técnicas de transferencia genética para fortalecer las neuronas contra los efectos discapacitantes de los glucocorticoides. Sapolsky visita Kenia cada año para estudiar una población de monos salvajes con el fin de identificar las fuentes de estrés en su entorno, y la relación entre personalidad y patrones de enfermedades ligadas al estrés en estos animales. Más específicamente, Sapolsky estudió los niveles de cortisol entre el macho alfa, la hembra y los subordinados, para determinar los distintos niveles de estrés.
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01

El comportamiento

Ya tenemos establecida nuestra estrategia. Se ha producido un comportamiento determinado; uno que es censurable o maravilloso, o flota ambiguamente entre ambas categorías. ¿Qué ha sucedido en el segundo previo que haya desencadenado ese comportamiento? Este es el territorio del sistema nervioso. ¿Qué ocurrió en el espacio de tiempo que va de unos segundos a unos minutos antes y que desencadenó que el sistema nervioso produjera esa conducta? Este es el mundo de los estímulos sensoriales, una buena parte de los cuales se notan de forma inconsciente. ¿Qué ocurrió en el espacio de tiempo que va de horas a días antes que cambió la sensibilidad del sistema nervioso a esos estímulos? Las cruciales acciones de las hormonas. Y así sucesivamente, hasta llegar a las presiones evolutivas que jugaron su papel hace millones de años y que hicieron que la bola empezara a girar.

Así que estamos preparados. Excepto que, cuando se va a tratar un tema tan enormemente extenso y desordenado, lo primero que tienes que hacer es definir tus términos, lo cual es una perspectiva desagradable.

Estas son algunas palabras que tienen una importancia central en este libro y que nos meten en el atolladero que significa definirlas: «agresividad», «violencia», «compasión», «empatía», «simpatía», «competencia», «cooperación», «altruismo», «envidia», «regodeo», «rencor», «perdón», «reconciliación», «venganza», «reciprocidad» y (¿por qué no?) «amor».

¿Por qué es una tarea difícil? Tal como puntualicé en la introducción, una razón es que una gran parte de todos estos términos es objeto de batallas ideológicas sobre la apropiación y deformación de sus significados.[10] Las palabras contienen mucho poder y estas definiciones están cargadas de valores, en algunos casos, extremadamente idiosincráticos. Pondré un ejemplo, a saber, las distintas formas en que concibo la palabra «competencia»: (a) «competencia», el equipo de su laboratorio compite con el grupo de Cambridge por un descubrimiento (algo excitante aunque da vergüenza admitirlo); (b) «competencia», jugar un partido informal de fútbol (está bien, siempre que el mejor jugador cambie de equipo si el marcador es muy desequilibrado); (c) «competencia», el profesor de su hijo anuncia que se va a otorgar un premio al mejor dibujo de un pavo de Acción de Gracias siguiendo el contorno de la mano (tonto y puede que merecedor de un toque de atención —si sigue ocurriendo puede que haya que quejarse al director—); (d) «competencia», ¿qué deidad merece más que se mate por ella? (intentar evitarla).

Pero la razón más importante para el reto de las definiciones ya estaba enfatizada en la introducción: estos términos significan cosas diferentes para los científicos que viven inmersos en disciplinas diferentes. ¿Tiene la «agresividad» que ver con el pensamiento, la emoción o con algo realizado con los músculos? ¿Es el «altruismo» algo que se pueda estudiar matemáticamente en varias especies, incluidas las bacterias, o tenemos que hablar sobre el desarrollo moral en los niños? Y algo que está implícito en estas diferentes perspectivas es el hecho de que las disciplinas tienen tendencias diferentes en cuanto a agrupar y eliminar —estos científicos creen que la conducta X consta de dos subtipos diferentes, mientras que esos otros científicos creen que aparece en diecisiete sabores diferentes—.

Examinemos todo esto respecto a diferentes tipos de «agresividad».[11] Los que estudian el comportamiento animal diferencian entre agresividad ofensiva y defensiva, distinguiendo entre, por ejemplo, el intruso y el residente de un territorio; la biología subyacente en estas dos versiones es diferente. Estos científicos también distinguen entre agresividad coespecífica (entre miembros de la misma especie) y la lucha contra un depredador. Al mismo tiempo, los criminólogos distinguen entre agresividad impulsiva y premeditada. Los antropólogos se preocupan de los diferentes niveles de organización subyacentes a la agresividad, distinguiendo entre guerra, venganza entre clanes y homicidio.

Además, varias disciplinas distinguen entre la agresividad que ocurre de forma reactiva (como respuesta a una provocación) y la espontánea, también entre agresividad emocional, de sangre caliente, y agresividad instrumental, de sangre fría (p. ej.: «Quiero el lugar que estás ocupando para construir mi nido, así que lárgate o te saco los ojos a picotazos; aunque no es nada personal»).[12] Luego, hay otra versión del «no es nada personal»: escoger a alguien solo porque es débil y porque tú te sientes frustrado, estresado o dolorido y necesitas desplazar cierta agresividad. Esta agresión a terceros está muy extendida —si damos una descarga a una rata es muy probable que esta muerda al individuo más pequeño de los que estén cerca de ella; un macho beta babuino pierde una pelea con el alfa y a continuación persigue al macho omega;[13] cuando crecen las tasas de desempleo ocurre lo mismo con la violencia doméstica—. Tristemente, tal como se verá en el capítulo 4, el desplazamiento de la agresividad puede hacer que desciendan los niveles de las hormonas del estrés del agresor; provocar úlceras en los demás puede ayudar a evitar que las tengas tú. Y, por supuesto, luego está el espantoso mundo de la agresividad que ni es reactiva ni instrumental, sino que se hace por placer.

Nos encontramos también con subtipos especializados de agresividad —por ejemplo, la materna, que a menudo muestra una endocrinología distintiva—. También hay diferencias entre agresividad y amenazas rituales de agresión. Por ejemplo, muchos primates tienen tasas de agresividad real menores que las de amenazas rituales (por ejemplo, mostrar sus caninos). De forma parecida, la agresividad en las luchas entre los peces luchadores siameses es, en su mayor parte, ritualista.[14]

Tampoco resulta nada fácil obtener una idea clara sobre términos que son mucho más positivos. Está la empatía frente a la compasión, la reconciliación frente al perdón y el altruismo frente al «altruismo patológico».[15] Para un psicólogo, el último término podría describir la codependencia empática de lograr que un compañero se drogue. Para un neurocientífico, es la consecuencia de un tipo de daño causado sobre la corteza frontal —en los juegos experimentales económicos de estrategias cambiantes, los individuos que padecen ese daño fracasan a la hora de cambiar a un modo de juego menos altruista cuando son apuñalados por la espalda repetidamente por el otro jugador, a pesar de ser capaces de verbalizar la estrategia de este—.

Cuando se trata de discutir sobre conductas mucho más positivas, la cuestión que siempre surge es una que, en última instancia, va más allá de la semántica: ¿existe realmente el altruismo puro? ¿Se puede alguna vez separar el hacer el bien de la esperanza de reciprocidad, de aclamación popular, de autoestima o de la promesa del paraíso?

Esta cuestión se desarrolla en un ámbito fascinante, tal como informa Larissa MacFarquhar en su artículo aparecido en el año 2009 en el New Yorker, titulado «The Kindest Cut».[16] Tiene que ver con la gente que dona órganos no a miembros de su familia o a amigos cercanos sino a extraños. Un acto de aparente altruismo. Pero estos samaritanos desconciertan, ponen nervioso a todo el mundo, sembrando sospechas y escepticismo. ¿Está esperando que le paguen secretamente por su riñón? ¿Se meterá en la vida del receptor y le hará un Atracción fatal? ¿De qué va?

El artículo sugiere que estos actos profundos de bondad ponen nerviosa a la gente por su naturaleza imparcial, por la falta de conexión afectiva entre donante y receptor.

Esto tiene que ver con un punto importante que aparece a lo largo del libro. Como ya hemos dicho, distinguimos entre violencia de sangre caliente y de sangre fría. Comprendemos la primera mucho más, podemos apreciar factores atenuantes en ella —piense, por ejemplo, en el hombre afligido y furioso que mata al asesino de su hijo—. Y, a la inversa, la violencia sin ningún afecto nos parece horrorosa e incomprensible; es el caso del sociópata asesino a sueldo, de Hannibal Lecter, que mata sin que se acelere lo más mínimo el latido de su corazón.[17] Es por eso por lo que asesinato a sangre fría es una catalogación condenatoria.

De forma parecida, esperamos que nuestros mejores y más prosociales actos sean bondadosos, llenos de afecto positivo. La bondad a sangre fría parece un contrasentido y resulta inquietante. Una vez, estaba en una conferencia de neurocientíficos y de monjes budistas expertos en meditación, en la que los primeros estudiaban qué le ocurría al cerebro de estos últimos durante la meditación. Un científico preguntó a uno de los monjes si alguna vez finalizaba su...



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