E-Book, Spanisch, 350 Seiten
Santamaría El águila y la lambda
1. Auflage 2014
ISBN: 978-84-15433-63-7
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 350 Seiten
ISBN: 978-84-15433-63-7
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Nació en Santander en 1975. Es licenciado en derecho por la Universidad de Canterbury, Inglaterra, país donde ha vivido, estudiado y trabajado desde los catorce años. Después de haber viajado a Taiwan, donde fue profesor de inglés y castellano, decidió volver a su tierra natal para establecerse definitivamente. Su primera incursión en la novela histórica, Okela (Pàmies, 2011), que narraba una expedición espartana a las fuentes del Ebro, y nació de su pasión por la historia de Cantabria y la Grecia Clásica, fue todo un éxito de ventas en nuestro país.
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1
Cuando la esclava apartó las telas que cubrían la ventana, el sol inundó la estancia de la bella cartaginesa. Hacía poco tiempo que el astro había comenzado a descender desde su cenit rumbo a las profundidades del océano. Las motas de polvo, revueltas por el súbito movimiento de las telas, volaron erráticas en todas direcciones solo para calmarse un instante después y descender lentamente. Arishat se revolvió en el lecho para evitar la luz y afeó la cara con una mueca serena. No estaba durmiendo, tampoco estaba despierta. Era ese plácido momento en el que la mente se despereza y comienza a despertar al cuerpo. Movió los pies en círculo bajo la manta, emitió un leve y sosegado gemido, entreabrió un ojo, estiró los miembros con la delicadeza de una bailarina, se cubrió los ojos con las manos y sonrió.
?Es la hora, señora ?susurró la esclava.
?Gracias, Elissa.
Un quedo bostezo que se tapó con la mano. Una breve pausa meditabunda mirando al techo de la estancia mientras sus ojos se hacían a la luz, y Arishat se incorporó lentamente. Buscó sentarse en el lecho deslizando los pies hasta el suelo. Sintió frío en las plantas, un frescor agradable y vigorizante. Un suave temblor recorrió su cuerpo. Vestía una delicada túnica, ligera como el aire, blanca como una niebla a punto de disiparse, que permitía apreciar un cuerpo de tez morena y de divinas formas.
?Es tarde, señora. Recordad que el sufete os espera esta noche.
?Sí, lo sé.
Se irguió, cerró los ojos y respiró profundamente para llenar los pulmones de aire. Los perfectos y redondos pechos acogieron la bocanada con un leve movimiento. La túnica acarició sus senos mientras estos se elevaban como dos volcanes gemelos surgidos de la bruma, coronados por perfectos círculos de lava. Las costillas se marcaron en la delicada piel y su vientre se desdibujó tras la tela.
?¿Quién fue el afortunado anoche, señora?
?Un joven comerciante de Massalia. No estuvo mal. Más parecía que le hubiese pagado yo a él. ?Y la cortesana rio infantilmente.
La esclava no pudo evitar esbozar una sonrisa cómplice mientras arreglaba el lecho. Disfrutaba con aquellas historias. Arishat se acercó a la ventana grácilmente, como era su costumbre al levantarse. Observó el cielo de Cartago. Ni una nube. Una mujer canturreaba a lo lejos una monótona y alegre melodía. El alboroto de las plazas de la ciudad quedaba lejos de aquella zona acomodada de casas grandes y silenciosas. Como si el dinero atrajese la paz.
?¿Fuiste al mercado, Elissa?
?Por supuesto, señora. Tal como me pidió, en cuanto despuntó el alba.
?¿Y conseguiste el perfume que te encargué?
?Sí, señora. Aunque muy caro. Hace días que no llegan barcos de Alejandría. La gente está nerviosa.
?La gente siempre está nerviosa.
?Se dice... ?La esclava enmudeció. A su ama no le gustaba oír los rumores que circulaban por ahí, especialmente si eran malos, y menos aún nada más despertarse. No obstante, Arishat pareció interesada.
?¿Qué se dice?
?El trigo cuesta el doble que hace tan solo unos días. Y eso que ya estaba por las nubes. Mucha gente ha empezado a comprar cebada para hacer el pan. El cordero cuesta cuatro veces más y ya no llega vino de Eubea. Atracan muy pocas naves en el puerto, cada día menos…
?¡Ay! Deja de quejarte, Elissa. Siempre estás igual. Me aburres. Pareces una plañidera. Ni que el dinero fuera tuyo. ?Arishat se volvió a la esclava?. No me has contestado, Elissa. ¿Qué se dice?
?La gente tiene miedo. Se rumorea que los romanos planean desembarcar en nuestras costas. Se dice que por eso está todo tan caro, que por eso no atracan más que un puñado de naves extranjeras. Se hacen corrillos en las plazas y todo el mundo habla de ello. Los comerciantes se escudan en eso para pedir más y más por sus mercancías. ¿Es verdad eso, señora? ¿Realmente hay un ejército romano camino de la ciudad?
?Vaya ?exclamó la cartaginesa, divertida?. Sí que corren los rumores.
?¿Es verdad, señora? ?insistió la esclava con preocupación, dejando su tarea a medio hacer.
?Eso dice algún senador. Pero se supone que es un secreto, Elissa. Yo no me preocuparía demasiado, el populacho se altera muy fácilmente, y más cuando se trata de detallar inminentes desgracias. Deberías saberlo ya. Alguien se habrá ido de la lengua para darse importancia, quizá uno de esos comerciantes que desea justificar el precio de sus mercancías. Solo son eso, Elissa: rumores. Nada más.
?Dicen que los romanos son unas bestias sedientas de sangre.
?Tengo hambre. ?Arishat bostezó y se estiró un poco.
?Dicen que roban, matan, incendian y violan.
?Como todos los hombres, Elissa ?repuso Arishat con una condescendiente sonrisa?. Como todos... Pero a nosotras nos da lo mismo.
?¿Cómo puede decir eso, señora?
?Hablas demasiado con la gente del mercado. Parece que solo eres feliz estando preocupada. Llevamos diez años de guerra, Elissa, y nuestra situación particular no ha hecho más que mejorar. ¿Recuerdas a aquel mercenario hispano tan peludo?
?Cómo lo iba a olvidar.
?Bueno, pues tenía más oro que pelo.
?¿Y qué queréis decir con eso, señora?
?Pues que la guerra nos beneficia. La guerra hace a los hombres más deseosos de los placeres mundanos y más dispuestos a gastar su dinero en ellos. Apuran su vida y su oro por si los dioses deciden cortar su camino. De todos modos, lo mismo nos da quién gobierne. Un hombre es un hombre venga de donde venga, y los hombres necesitan distraerse de su lento camino hacia la muerte. Necesitan sentirse inmortales de vez en cuando, y para eso estoy yo. Lo mismo me da un sufete de Cartago que un cónsul de Roma. ?Arishat hizo una leve pausa para cambiar de tema?. Anda, ve a prepararme el desayuno, ya acabarás eso luego.
?Pero si llegan a desembarcar...
Arishat emitió un suspiro de fastidio.
?En primer lugar, Elissa, para llegar aquí los romanos tendrían que enfrentarse a nuestra flota, y te recuerdo que nadie ha sido capaz de vencer a Cartago en el mar. Si superan ese escollo tendrán que derrotarnos en tierra y, si lo consiguen, deberán escalar nuestras murallas. ?La cartaginesa frunció el ceño y alzó ligeramente la voz. No estaba enfadada, tan solo quería parecerlo?. Deja de preocuparte por los romanos y preocúpate más por los palos que te daré si no haces lo que debes. Prepara algo de comer.
?Sí, señora. Disculpadme, señora. ?Y la esclava salió de la habitación con absoluta humildad.
La puerta se cerró sin apenas hacer ruido. Arishat sonrió para sí, coqueta. Se acercó al gran espejo de bronce bruñido y se observó adoptando diferentes posturas. Le gustaba admirar su imagen ante el espejo y comprobar que su belleza seguía intacta a pesar de los excesos de la noche anterior. Pero no era solo belleza lo que buscaban y encontraban sus clientes. Para saciar a un perro solo son necesarios unos instantes y había mujeres más jóvenes en el puerto que, por un poco de comida, ofrecían sus cuerpos en sucias calles a jadeantes marineros. Mujeres cuyos encantos las abandonaban frente a las brisas marinas en cuestión de meses. Ella era diferente. Había llegado un momento en Cartago en el que decir que se había disfrutado de las mieles de Arishat era símbolo de estatus, de riqueza, de influencia. Y no es que no hubiera en Cartago mujeres más bellas en el oficio, o que supieran tañer mejor la lira, o que bailasen de forma más sensual. Pero a veces el precio de un perfume depende más de quién lo venda que del perfume en sí.
Había sido una buena noche. Aquel massaliota, a pesar de su juventud, había resultado ser un amante experimentado, pausado, hábil y placentero. Habían estado solos, habían comido sabrosos manjares. Él habló de amor mientras recitaba versos de su tierra y alabó su belleza como lo hubiera hecho un hombre enamorado. Era curioso cómo algunos clientes, a pesar de pagar por sus servicios, parecían verse en la obligación de seducirla. Ella se dejaba seducir, le gustaba ese juego aunque no fuese más que eso, un juego. Al final, todo se reducía al comercio, a saber vender lo que uno tiene y hacer que otros lo quieran. Crear, por lo inabarcable, una necesidad.
Descendió lentamente hasta el patio interior de su lujosa vivienda. Un constante fluir de agua daba paz al armonioso lugar. Allí, Elissa y sus otras dos esclavas aguardaban con todo lo necesario para un sabroso y merecido almuerzo. Arishat se sentó a la mesa. Se oyó el llanto de un niño y la cortesana hizo un mohín de hastío.
?Disculpadme, señora ?dijo Elissa.
?Deberías haber tomado el silfio cuando te dije. Este no es un mundo al que traer criaturas. Bastante tuve con tus berridos el día que pariste.
?Señora... ?suplicó la esclava.
?Ve, anda, ve.
?Gracias, señora.
Un poco de pan recién horneado, algo de miel, unos dátiles y un huevo. Una excelente forma de empezar el día, aunque quizá un poco tarde.
Mientras masticaba, Arishat reparó en un minúsculo frasco de marfil con forma de ánfora decorado con motivos egipcios. Debía contener el delicado perfume que Elissa había comprado aquella mañana. Alargó la mano y lo acercó hacia sí. Destapó el recipiente, aproximó el perfume a la nariz, cerró los ojos y se deleitó con su olor a rosas frescas. El sufete, hombre de refinados gustos, sabría apreciar el aroma.
...



