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E-Book, Spanisch, 384 Seiten

Ruppert Trauma precoz

El embarazo, el parto y los primeros años de vida
1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-254-3748-9
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

El embarazo, el parto y los primeros años de vida

E-Book, Spanisch, 384 Seiten

ISBN: 978-84-254-3748-9
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection



Lo que experimentamos durante el embarazo, el parto y los primeros años de vida tiene un efecto determinante sobre nuestro posterior desarrollo físico y psíquico. La propuesta terapéutica de Ruppert integra el marco teórico de la psicotraumatología transgeneracional con el método de las constelaciones familiares, para sanar estas experiencias traumáticas. Este libro, con la contribución de diversos especialistas en la materia, describe el impacto que tienen en el desarrollo este tipo de traumas, como por ejemplo intentos de aborto, partos complicados o una depresión postparto de la madre, y ofrece diferentes posibilidades para su tratamiento.

Franz Ruppert, psicólogo y psicoterapeuta alemán, es profesor de psicología en la Universidad Católica de Múnich y ejerce como psicoterapeuta. Imparte regularmente seminarios sobre su método de constelaciones terapéuticas en Alemania y en el resto del mundo, y tiene numerosas publicaciones sobre constelaciones y psicotraumatología.

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  1. El trauma precoz y el método de las constelaciones FRANZ RUPPERT Poner en marcha el motor Manfred1 acude a su tercera constelación. En las dos constelaciones anteriores había abordado ciertos síntomas cardíacos que le molestan y asustan desde hace mucho tiempo. De vez en cuando tiene picos de presión arterial alta y taquicardias. Manfred tiene 40 años y es hijo único. No conoció a su progenitor hasta hace dos años, a causa de que sus padres se separaron cuando su madre estaba embarazada de él. Creció con la familia materna, la cual había rechazado a su padre por considerarlo «inapropiado para su hija». En su primera constelación, realizada junto a un numeroso grupo, eligió a una mujer como representante de su tema. Con ello pudo apreciarse claramente la fusión simbiótica existente entre él y su madre. Interiormente, Manfred todavía no podía distinguir con claridad entre él y ella. En su segunda constelación eligió de nuevo a una mujer como representante de su tema. Esta vez se hizo evidente para él que su progenitora había estado muy poco a su lado y que no se hallaba preparada para ejercer de madre con él. En su tercera consulta estuvo presente conmigo una observadora. El deseo del constelante es averiguar por qué tiene tan a menudo las manos y los pies fríos y qué puede hacer para remediarlo. Durante un ECG de esfuerzo con bicicleta ergométrica que se le realizó recientemente se comprobó que, paradójicamente, cuanto más se esforzaba, más se le enfriaban las manos. Él sospecha que ello podría estar relacionado con una situación en la que se sintió impotente. Cuando le pregunto a qué situación se refiere, le viene a la cabeza su nacimiento, que fue complicado y costó mucho tiempo. Su cordón umbilical se había enrollado alrededor del cuello y el parto fue mediante una cesárea de urgencia. Durante el mismo tenía ya la cara azul y fue trasladado de inmediato a un hospital pediátrico, donde pasó varios días sin su madre. En esta ocasión me ha elegido deliberadamente a mí como representante, por ser hombre, para su propósito de averiguar las causas del frío en sus manos y en sus pies. Mi primera impresión es que tengo la cabeza fría y que puedo percibir con claridad todo lo que me rodea. Tengo la sensación de ser muy listo, como si tuviera un control total o, al menos, una idea general de la situación. No siento el resto de mi cuerpo, estoy como plantado. Tengo los pies juntos y las manos colgando, inmóviles. Un rato después, advierto que, aunque quisiera, no podría moverme. Las órdenes de mi cerebro no le llegan al cuerpo, los impulsos de movimiento que vienen de arriba no llegan hasta abajo. Comparto todo esto con Manfred y él me confirma que siente de forma frecuente un bloqueo en la zona del cuello, nuca y hombros. Y efectivamente, así es como yo me siento, como si en esa zona hubiera un bloque grande y grueso que separara la cabeza del resto del cuerpo. Cada vez pienso más en la escena del nacimiento que Manfred ha descrito antes. Me siento despierto pero como abandonado al mismo tiempo. Alguien me ha dejado tumbado en algún sitio después de nacer y yo estoy allí tendido, esperando, sin que pueda hacer nada más. Cuando le comunico a Manfred mis sensaciones, él las corrobora y, seguidamente, expresa su deseo de incluir a su padre en la constelación. Hace unos días hizo una excursión a la montaña con él y se sintió muy bien; además, durante ese tiempo tuvo las manos y los pies calientes. Como representante de su tema, no me convence mucho la propuesta. Aparentemente, el contacto con «nuestro padre» no ha solucionado el conflicto de forma duradera, con lo cual dependemos siempre de una ayuda externa, de alguien que se encuentre allí para ayudarnos. Pero la solución a nuestro problema debemos encontrarla en realidad dentro de nosotros mismos. Consigo convencer a Manfred y entonces me pregunta qué necesitaría para sentirme mejor. Su pregunta me va llegando lentamente. Me conmueve que alguien se interese por mí, por cómo me encuentro y por lo que necesitaría para estar mejor. En este momento me inunda el cuerpo una gran tristeza, que acaba desembocando en una fuerte explosión de llanto. Manfred, que hasta ahora se mantenía a una distancia de medio metro delante de mí, se me acerca y yo puedo apoyar mi cabeza en su hombro. Esto me sacude fuertemente y la tristeza contenida se abre paso en mí. Con mi oído derecho oigo cómo el corazón de Manfred palpita rápido y desbocado en su pecho. Él me abraza, apoya su cabeza en mi hombro y comienza a llorar. Pasado un rato me doy cuenta de que mis piernas quieren moverse. Levanto una y después la otra. Desde la perspectiva de un bebé, lo vivo como un pataleo. De forma espontánea, Manfred hace los mismos movimientos con las piernas. Pasado un tiempo, me siento agotado de patalear y deseo descansar del esfuerzo y dormir un poco. Pero, al mismo tiempo, se me pasa por la cabeza que con estas piernas de bebé ni siquiera puedo ponerme de pie. Dicho pensamiento hace que mis brazos se activen y los levanto para agarrarme al jersey de Manfred. Ahora me siento más seguro. Puedo mantenerme en pie por mí mismo. Momentos después siento cómo me voy agitando. Pero no se trata de una sobreexcitación, como Manfred cree al principio, sino de una emoción positiva. Estoy entusiasmado porque algo ocurre a mi alrededor y tengo que reaccionar ante ello. Es como una mezcla de felicidad, ganas y alegría de vivir. ¡Estoy listo para vivir! El contacto con Manfred es agradable, cálido. Tengo la impresión de ser cada vez más uno con él y de estar penetrando en su interior. Desde allí puedo imaginarme que funciono como un motor de vida dentro de él. Damos por terminada la constelación. Manfred se halla visiblemente conmovido y cargado de energía. Yo acabo de tener también una experiencia muy profunda: la de cómo debe sentirse un recién nacido cuando tiene un nacimiento complicado, se escinde, y una parte de él pasa a tener una actitud de observador pasivo. Ha sido fascinante sentir cómo el motor de la vida de un bebé puede volver a ponerse en marcha, y sus sentimientos, volver a fluir. Tras haber dado paso al dolor y a la tristeza, se ha desplegado la alegría de vivir. Unas semanas después, Manfred me contó que ya no tenía el problema de las manos y los pies fríos, y que esa semana se había enterado de que iba a ser padre. 1.1. Psicotraumatología transgeneracional ¿Son las manos y los pies fríos un trastorno derivado de un trauma? En el caso de Manfred, evidentemente, sí. A pesar de todas las medidas que tomó para evitarlo (calcetines gordos, zapatos abrigados, baños calientes, cremas), no experimentó una mejoría duradera; incluso los esfuerzos físicos, que normalmente estimulan la circulación sanguínea, tenían justo el efecto contrario. Los síntomas físicos y psíquicos que las personas podemos padecer son muy variados y frecuentes. Tenemos miedos que no desaparecen, sufrimos insomnio y pesadillas, nos falta energía y vemos el futuro con pocas esperanzas, estamos enganchados a relaciones conflictivas o nos sentimos vacíos, solos o confundidos. A todo ello hay que añadir, muchas veces, enfermedades físicas que no mejoran a pesar de los medicamentos, los masajes o las operaciones. Algunas de estas enfermedades, como el cáncer y las patologías autoinmunes, se están volviendo, incluso, más y más graves. Cada vez estoy más convencido de que un constructo teórico puramente científico y aparentemente «objetivo» como la «enfermedad» no puede dar cuenta de la subjetividad de la existencia humana, pues a menudo, lo que se manifiesta en nuestro cuerpo como una supuesta «enfermedad», no es más que la consecuencia de relaciones interpersonales que no nos sientan bien y en las que nos sentimos desvalidos, impotentes y atrapados. En mi experiencia, la mayor parte de los síntomas por los que mis clientes acuden a mí, por insignificantes que puedan parecer en principio, son trastornos derivados de traumas. La pregunta, pues, es cuál es el trauma que se refleja en un determinado síntoma físico o psíquico. Averiguarlo es, en mi opinión, el reto más importante que debe plantearse la psicoterapia para resultar efectiva. ¿Cómo se llega al trauma inicial que originó y sigue provocando un síntoma? Una vez se ha entendido que puede haber más de un acontecimiento vital que haya causado traumas a las personas, se plantea otra pregunta: ¿cómo podemos aislar de manera eficiente y realizar, con las muchas personas que acuden a la consulta, terapias diferenciadas para los diversos traumas que se superponen unos a otros y que provienen de diferentes etapas de la vida? El estudio de los procesos traumáticos, la «psicotraumatología», es una disciplina científica que en los últimos años ha ampliado enormemente sus conocimientos (véanse, entre otros, Fischer y Riedesser, 1998; Levine, 2010; Seidler, Freyberger y Maercker, 2011; Huber, 2013; Heller y Lapierre, 2013 y Rauwald, 2013). A mi entender, aquello que da su carácter específico al «trauma» reside en el hecho de que la mente humana no es capaz de procesar e integrar en su vida las experiencias traumáticas, sino que necesita escindirse para alejar el recuerdo de esas vivencias de la conciencia. Por esta razón, una mente traumatizada no puede acoger de forma natural la corriente de impresiones procedentes de la realidad, sino que su posición es, básicamente, de resistencia ante la realidad, lo que se traduce en negación, represión y un no querer saber nada de dichas experiencias traumáticas. Al contrario de lo que ocurre con las situaciones de estrés, una...



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