E-Book, Spanisch, 262 Seiten
Ruiz Franco Drogas inteligentes
1. Auflage 2011
ISBN: 978-84-9910-108-8
Verlag: Paidotribo
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Plantas nutrientes y fármacos para potenciar el intelecto
E-Book, Spanisch, 262 Seiten
ISBN: 978-84-9910-108-8
Verlag: Paidotribo
Format: EPUB
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Este libro trata sobre las llamadas 'drogas inteligentes' (smart grugs), sustancias cuyo objetivo es potencias el rendimiento intelectual y sobre la manera de dosificarlas de forma sensata. La obra consta de ocho capítulos de los cuales el primero es una introducción, con una serie de consideraciones que se centran en los conceptos de droga y mente, entre otros. El segundo trata sobre la seguridad y eficacia de las drogas inteligentes, comparadas con las drogas inteligentes, centrándose en las drogas clásicas cuando se utilizaron para aumentar el rendimiento y describen de forma exhaustiva sustancias disponibles y se las clasifica según sus efectos. Luego, en el séptimo capítulo, se ofrecen ciertas pautas alimenticias importantes para el rendimiento intelectual. Por último, en el octavo capítulo se presenta una entrevista al dueño de una smart shop, un establecimiento especializado en la venta de estas sustancias.
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–1– Introducción 1.1. Competitividad y drogas inteligentes Nuestro mundo es, ante todo, competitivo. Nuestro estilo de vida prima a los que luchan, compiten y se esfuerzan. Los que una vez fueron valores absolutos, hoy día sirven de bien poco a los ojos de una sociedad que sólo busca lo práctico. Por todas partes vemos que no triunfa el más capacitado, sino el más despierto, el mejor adaptado a los tiempos que corren. En ocupaciones y actividades tan distintas y dispares como el trabajo, los negocios, los estudios, el deporte, las reuniones de amigos, el sexo, todos queremos dar lo mejor de nosotros mismos, porque a través de ellas nos realizamos. Si triunfamos, nos sentimos satisfechos. Si fracasamos, nuestra moral cae por los suelos. Algunos podrán afirmar que la felicidad no debería consistir en algo externo, sino en el cuidado de cualidades íntimas. Ciertamente, es posible que el ser humano llegue a su plenitud cultivando aquello que constituye propiamente su esencia, si es que se puede saber en qué consiste. Sin embargo, en una clara actitud pragmática —sin que la compartamos necesariamente— debemos decir que quien no tiene en cuenta la realidad que le rodea está condenado al fracaso y al ostracismo. Todos queremos desempeñar bien las tareas en las que nos embarcamos, pensando en la recompensa, material o espiritual. Y surge enseguida la evidencia de que unos están mejor dotados que otros para el espíritu competitivo que reina en nuestro entorno, y de que no siempre triunfa quien reúne mejores aptitudes, sino el más rápido y astuto. Por eso, quien se queda atrás se interroga sobre si habrá algo que le permita llegar antes. Y no sólo a la hora de competir; también en actividades individuales sin contacto con otros nos preguntamos si existirá alguna receta mágica para rendir más. Es aquí donde entran en juego las drogas inteligentes. Siendo capaces de potenciar todas las capacidades físicas e intelectuales del individuo, responden a la necesidad del hombre moderno de mejorar su rendimiento sin causarle problemas de salud. Quien a ellas acude busca, ante todo, lucidez, tan aceptable como quienes —en otro tipo de productos— buscan paz, evasión, analgesia o fiesta. Sin hacer caso de discursos moralistas ni de modas o prohibiciones —que en cada época han sido distintas, condicionadas por intereses económicos, políticos y religiosos—, los hombres siempre han tomado toda clase de sustancias activas para diversos fines, entre los cuales se incluye la autosuperación, legítimo objetivo que significa crecimiento personal, deseo de ser más y mejor. 1.2. Las primeras preguntas ¿Podemos ser más inteligentes? ¿Podemos pensar más eficazmente? ¿Puede nuestra memoria ser más rápida, retener mayor cantidad de datos y por más tiempo? ¿Hay algo que podamos hacer para realizar tareas intelectuales y resolver todo tipo de problemas de manera más veloz? Para contestar estas cuestiones, el lector probablemente pensará en ejercicios de gimnasia mental, de concentración, y en el entrenamiento mediante la práctica de juegos y actividades en los que sea necesario un gran esfuerzo mental. Es indudable que el uso hace al órgano, así que este tipo de tareas permitirá a cualquiera gozar de un cerebro más despierto. Sin embargo, el objeto de este libro es bien distinto, ya que se ocupa de describir las sustancias —alimentos, vitaminas, minerales, aminoácidos, plantas, productos de síntesis, etc.— capaces de mejorar las funciones cognitivas de quienes las toman. Se preguntará el lector si es esto posible, si realmente una sustancia química puede potenciar sus capacidades intelectuales. La respuesta es afirmativa: el cerebro es el órgano encargado de los procesos cognitivos, y como tal tiene una determinada estructura fisicoquímica susceptible de ser alterada, para bien o para mal, por medio de determinadas sustancias que, por tener esta propiedad, son llamadas psicoactivas. 1.3. La mente Muchos pensarán que la mente y sus procesos son inmate-riales, que ningún producto químico puede influir sobre ella y que es vano todo intento de mejorar el intelecto con sustancias materiales. No es este sitio para discutir sobre Filosofía de la Mente y sobre los argumentos a favor y en contra de materialismo, mentalismo, funcionalismo y otras teorías al respecto (1), por lo que nos limitaremos a señalar que, independientemente de cuál sea realmente la naturaleza de la entidad a la que nos referimos, es un dato de experiencia que una sustancia química puede —como mínimo— afectar a su funcionamiento, algo que ni los más acérrimos mentalistas negarán. Los avances de la psiquiatría y de las neurociencias parten precisamente de este hecho, lo que ha hecho de la progresiva introducción de psicofármacos desde mediados del siglo XX una verdadera revolución, tanto en las ciencias médicas como en la manera en que la filosofía, la psicología y disciplinas relacionadas explican este tipo de cuestiones. Esta clase de pruebas son también evidentes para los no especialistas, para las personas normales que experimentan un incremento de la actividad de todo su organismo —incluyendo el cerebro y sus funciones— cuando toman un café; que sienten cómo pierden sus inhibiciones —ciertos pensamientos de su cerebro que les incitan a no realizar ciertas acciones— cuando beben una copa de alcohol, y que se quedan dormidos —la actividad cerebral se aletarga— cuando toman un somnífero. Por tanto, nos gustaría evitar muy a propósito una polémica frontal materialismo/mentalismo, porque al lector le puede parecer una discusión bizantina y porque no es el objeto de este libro, aunque nos confesamos más partidarios de la primera tendencia, como es lógico suponer. Sin embargo, es pertinente dedicar algunas líneas al tema. Puede que hayamos recibido de nuestra tradición cultural una serie de presupuestos, establecidos por ciertos antecedentes filosóficos y religiosos y bendecidos por el lenguaje común, que nos inducen a pensar de manera involuntaria que tenemos una entidad a la que llamamos mente, que es más o menos inmate-rial (o al menos sus procesos son inmateriales), que no tiene nada que ver con sucesos corporales y que resulta, por tanto, imposible de alterar con sustancias químicas. Esta forma de argumentar es típica de la mentalidad occidental cristiana. Es posible que la relación mente-cuerpo sea sólo un falso problema alimentado por nuestro lenguaje cotidiano, que distingue entre entidades y sucesos físicos, por una parte, y mentales (espirituales), por otra. El mero hecho de decir «mi cuerpo…» parece dar a entender que somos alguien —o algo— que posee un cuerpo, y no que somos un cuerpo. Si hay motivo fundado o no para tal actitud, está por demostrar (2). Supongo que a pesar de lo que aquí podamos decir y de todos los argumentos que se den, muchos seguirán pensando que su mente está por encima de toda influencia química: tal es la arrogancia del ser humano que se siente en la cúspide de la creación (o de la evolución). 1.3.1. Breve historia del concepto de mente Nuestra cultura occidental tiene como base historicofilosófica la unión del cristianismo con diversas corrientes filosóficas griegas, de las que esta religión fue tomando teorías y conceptos para completar las deficiencias que presentaba en sus comienzos. La filosofía griega fue, hasta la aparición de los sofistas y Só-crates, especulación casi exclusivamente sobre la naturaleza en su conjunto, sobre la physis. Cuando el discurso se dirigía al alma, era sólo como parte del universo y reflejo suyo, como un microcosmos dentro del macrocosmos. En este ambiente, fueron las sectas religiosomistéricas las que más centraron su atención en el espíritu del ser humano, haciendo hincapié en su carácter inmaterial e inmortal. Estas ideas se veían representadas en filosofía en la rama más esotérica del pitagorismo. Al parecer, este tipo de preocupación por lo espiritual tiene sus raíces en religiones orientales, y es muy posible que se hubiera ido introduciendo en la Hélade por el contacto con los pueblos persas y egipcios, principalmente. La época dorada de Atenas supuso un giro en lo que respecta al objeto de la especulación filosófica. Los sofistas, con su escepticismo y agnosticismo declarados, manifestaban que era demasiado difícil pronunciarse sobre la naturaleza del universo. Además, lo realmente importante en este momento (siglo V a. C.) era la pólis,...