Román | Ética de los servicios sociales | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 168 Seiten

Reihe: Éticas Aplicadas

Román Ética de los servicios sociales


1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-254-3788-5
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

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Reihe: Éticas Aplicadas

ISBN: 978-84-254-3788-5
Verlag: Herder Editorial
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Este estudio desea contribuir a un mejor conocimiento y comprensión de la labor de los servicios sociales en el siglo XXI, así como ofrecer a los estudiantes y profesionales herramientas para la toma de decisiones. El libro se estructura en torno a tres preguntas clave: ¿Qué ética para los servicios sociales? No basta con que cada profesional asuma su responsabilidad. Una ética de los servicios sociales debe explicitar unos valores rectores y el papel que desempeñan las personas atendidas. Más allá del asistencialismo, se propone un modelo de participación y empoderamiento centrado en las personas, que además sea capaz de anticipar las posibles circunstancias de vulnerabilidad. ¿A quiénes van dirigidos los servicios sociales? Desprendiéndose del estigma de 'beneficencia' para indigentes o marginados, los servicios sociales deben atender a cualquier persona que corra el riesgo de exclusión social y/o de dependencia, ya sea por causa de enfermedad, diversidad funcional, violencia en el hogar, pobreza, u otras adversidades sobrevenidas. ¿Cuáles son los principios que guían la toma de decisiones y cuáles las virtudes que se requieren en los servicios sociales? Se propone una serie principios y valores que pueden ser útiles a la hora de deliberar sobre las mejores acciones y políticas a llevar a cabo, y una serie de virtudes sin las cuales sería difícil la acogida y el acompañamiento de las personas por parte de los profesionales.

Begoña Román Maestre es doctora en Filosofía y profesora en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona. Es miembro del grupo consolidado de investigación de la Generalitat de Cataluña 'Aporía: Filosofía contemporánea, Ética y Política'. También es presidenta del Comité de Ética de Servicios Sociales de Cataluña y vocal del Comité de Bioética de Cataluña. Su ámbito de especialización es la ética aplicada a entornos profesionales y organizativos.
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ÉTICA APLICADA EN LOS SERVICIOS SOCIALES: ACLARACIONES CONCEPTUALES

Los servicios sociales

Los servicios sociales son fruto del desarrollo del Estado democrático y de derecho en los que este deposita el deber de contribuir a mejorar la calidad de vida de las personas. Por ello se habla del derecho a los servicios sociales. Aunque el Estado es el que ofrece esos servicios, con frecuencia lo hace mediante la subsidiariedad con el llamado «tercer sector», dedicado a causas sociales sin ánimo de lucro, y con la empresa privada.

Los servicios sociales no solo reaccionan y actúan en casos de emergencia para paliar el sufrimiento; su función también incluye la prevención y la anticipación, a fin de impedir que aumente la vulnerabilidad de las personas a las que se dirigen. Lo que estos servicios procuran es facilitar la funcionalidad de todas las personas en la vida cotidiana, a partir de su inclusión social en un entorno cohesionado y con redes de apoyo.

Los principales objetivos de los servicios sociales son la justicia social, la integración y la cohesión social. En último término, su intención es promover un modelo de sociedad en la que quienes la integran tengan, sin distinción, la oportunidad de vivir con dignidad y autonomía.

La variedad de colectivos que los servicios sociales atiende es amplia: adultos mayores; niños y adolescentes; víctimas de violencia de género; discapacitados (o con diversidad funcional); personas con trastorno mental, adictos a las drogas; inmigrantes sin papeles; personas dependientes; personas sin hogar, entre muchos otros. La principal causa de la atención es el alto grado de vulnerabilidad, que se presenta en clave de exclusión, pobreza, violencia o dependencia.

Los servicios sociales reflejan una determinada antropología y un modelo de sociedad. Nuestra sociedad ha sufrido el exceso de una antropología hobbesiana, propia de individuos potentes y prepotentes (self made men) que se mueven para maximizar su propio interés, y sus sociedades, creadas a golpe de contratos, son desconsideradas con la fragilidad. Se trata de lo que ha sido denunciado como «el rapto del mundo de la vida por parte de la razón económica». Son sociedades que han alcanzado ya las grandes contradicciones del capitalismo: a la vez que causan pobreza, buscan remediarla.

La crisis de este paradigma antropológico y social nos impele a sustituir la metáfora del cowboy por la del astronauta que vive en un mundo tecnificado y que tiene que trabajar en equipo. El cowboy no necesita a nadie, es joven, con una gran capacidad de resistir las adversidades; siempre encuentra tierra para su ganado, también alimentos; vive en un planeta exuberante donde siempre tiene a su alcance lo que se necesita para vivir. En cambio el astronauta se sabe dependiente de la nave; necesita de las relaciones con los otros astronautas con quienes convive y cuida de ellas; cuidar el entorno donde a cada cual le ha sido encomendada una función y en el que el buen entendimiento es fundamental para que la nave funcione y la vida en ella sea amable no representa la simple necesidad de supervivencia a lo «sálvese quien pueda».

En este sentido, es propio de la economía productiva de esas sociedades apartar la atención del mundo de la vida cotidiana al ámbito privado, desconociendo el inmenso papel de los vínculos, los afectos, los mimos en la calidad de vida. Con la incorporación de la mujer a esa economía se deja sin cuidado el cuidado, eternizándose la opresión de las mujeres, ahora también por ellas mismas (es el care drain, por el que unas, que dejan el cuidado de sus hijos a otras mujeres, cuidan a los familiares de aquellas que han de ir a trabajar). En ese ámbito nuclear de intimidad no se pone de relieve la autonomía del hongo hobbesiano, el self made men, sino el nosotros, al sabernos animales racionales dependientes, mamíferos sociales.1 Categorías como agencia, capacidades, vínculos, raíces, vulnerabilidad, solo podían ser visualizadas desde los excesos del paradigma individualista, capitalista y patriarcal. En definitiva, el tipo de servicios sociales, su agenda y su proceder, dice mucho de una sociedad: cuál es su clase y de qué tipo quiere ser.

Esta visión antropológica del individualismo posesivo se tambalea. Su modelo social crea contratos, cuyo cumplimiento exige mucha legislación, pero no vínculos, pues no es capaz de generar comunidades de pertenencia. El resultado es mayor vulnerabilidad personal y social. Parafraseando a Ortega y Gasset, al fallar las circunstancias, también falla el yo. Lo máximo que se logra es crear comunidades que reaccionan y se unen contra alguien, aunque sin que compartan la visión de un mundo para todos. Ser vulnerables significa asumir que necesitamos apoyo, cuidado y afecto porque carecemos de ello. Una sociedad que hace tambalear los vínculos humanos, que desmantela la comunidad, no facilita la resolución cooperativa de sus problemas.

Ética y moral

Se ha escrito mucho sobre ética y moral sin que aún haya un acuerdo acerca de su distinción. En ocasiones se las considera sinónimas; otras se las distingue y se prefiere la ética por considerar a la moral ligada a lo religioso; otras veces se opta por la moral, pues la ética —en concreto la deontológica kantiana— resulta poco compasiva y en exceso racionalista e imperativa.

Para nuestro propósito es pertinente diferenciar entre ética y moral, al menos por tres motivos. En primer lugar, porque vivimos en entornos moralmente plurales y no siempre sabemos si una opción moral concreta es respetable aunque esté muy extendida en algunas culturas (pensemos, por ejemplo, en la práctica de la mutilación genital de niñas). En segundo lugar, porque los prejuicios ya muy arraigados (como el machismo o la discriminación racial) obligan a un cambio de la forma de pensar y proceder; por último, porque el cambio vertiginoso de nuestra sociedad trae consigo novedades en la moral (las que implican a las relacionadas con las actuales formas de familia, por ejemplo), e incluso en las leyes, que requieren justificaciones éticas, más allá de la moral tradicional o de las mayorías.

José Luis López Aranguren resume con acierto la distinción entre moral y ética: afirma que la primera es vivida y la segunda pensada.2 La moralidad implica una vivencia cotidiana de adhesión a valores, principios, normas. La moral es el código de valores y normas a partir de los cuales juzgamos los actos como correctos o incorrectos.

La moral inculca hábitos a partir de su cotidiana repetición. La raíz latina mos-mores significa «hábito», «costumbre». De hecho, lo que es normal (conforme a norma), suele ser habitual, frecuente, y por ello es aceptado o, tarde o temprano, puesto que todo el mundo lo hace, acaba aceptándose. La palabra griega ethos también significa «hábito» y «costumbre», aunque alude más a la manera de ser, al carácter, forjado mediante el hábito y la costumbre.

La ética, en cambio, como la concebimos aquí, es la reflexión crítico-racional sobre la moral. La pregunta moral es qué debo o debemos hacer, cuya respuesta es una acción o una omisión. En concreto, la pregunta ética es por qué debo o debemos hacerlo, con un argumento como respuesta.3 El porqué de la ética es una pregunta por la razón de ser de las morales. Así pues, concebimos la ética como una actitud reflexiva y desde una distancia teórica.

Más que un mero seguimiento de costumbres, la ética requiere madurez argumentativa, pues se caracteriza por la necesidad de argumentar las decisiones que tomamos. Así, en este nivel más cercano a lo teórico, la ética reflexiona sobre la moral con el objeto de averiguar por qué es respetable o no; cuando la ética es aplicada, la pregunta es cuál sería, ante esa problemática, la mejor decisión. El diálogo y la deliberación, el empoderamiento y la participación son el método y la meta de la ética de los servicios sociales. La acogida es su primera condición de posibilidad: si esta falla, es muy probable que el resto también falle.

En servicios sociales, al toparse con una enorme variedad de formas de vida, se deben tomar decisiones sobre si respetarlas o no, o hasta qué punto hacerlo. En efecto, puede ocurrir que una persona decida vivir, o educar a sus hijos, de un modo determinado y nos pida que lo respetemos, aunque no sea ético desde algunos puntos de vista: ¿es respetable una manera de educar a los hijos, por ejemplo, con violencia física o con «trabajos forzados», cuando tal comportamiento atenta contra los derechos de los niños, y nuestra legislación lo tipifica como un delito? Por otro lado, esos padres, que fueron educados de esa manera, ¿saben o pueden hacerlo de otra forma?

Supongamos que desde los servicios sociales se decide intervenir en ese núcleo familiar con un determinado compromiso socioeducativo: ¿cuánto tiempo habrá que trabajar con esos padres para que cambien su concepto de educación? ¿Cuál es el tiempo razonable que debería durar la actuación social? Puesto que los niños crecen y necesitan criterios al instante y no pueden esperar a que sus padres los tengan, ¿mantenemos la convivencia en el núcleo familiar o ingresamos a los niños en un centro residencial de atención educativa? Supongamos otro caso: una persona con un trastorno mental severo del que no es consciente, e incluso niega padecerlo, manifiesta deseos de acabar con su vida y toma decisiones tan...



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