E-Book, Spanisch, 424 Seiten
Reihe: TBR
Rhodes Ecos y llamas
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-19621-16-0
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 424 Seiten
Reihe: TBR
ISBN: 978-84-19621-16-0
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Morgan Rhodes vive en Ontario, Canadá. Desde que era una niña, siempre quiso ser una princesa -de las que sabe cómo manejar una espada para proteger reinos y príncipes de dragones y magos oscuros. En su lugar, se hizo escritora, una cosa igual de buena y mucho menos peligrosa. Además de la escritura, Morgan disfruta con la fotografía, los viajes y los realities en televisión, además de ser una exigente y voraz lectora de toda clase de libros. Bajo otro pseudónimo, es una autora de bestsellers a nivel nacional con diversas novelas paranormales. La Caída de los Reinos es su primer gran libro de fantasía.
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DOS
HICE UNA REVERENCIA TODO LO PROFUNDA QUE MI CEÑIDO vestido me permitía.
–Majestad, es maravilloso volver a veros.
–Lo mismo digo –asintió ella–. Lamento muchísimo no haberme acercado a visitarte a lo largo de este año, querida. Es imperdonable, la verdad.
La última vez que había visto a la reina fue en el funeral de mi padre, un día borroso y gris del que apenas recordaba nada.
–No hay nada que perdonar –respondí, negando con la cabeza–. Sé lo ocupada que estáis.
La reina suspiró, frunciendo las cejas.
–Estoy muy orgullosa de que hayas logrado reunir fuerzas para acudir esta noche.
–Quería estar aquí –contesté, con la voz entrecortada–. Y sé que mi padre hubiera querido que viniera.
–Estoy de acuerdo. Sí, tu padre era un gran hombre y un magnífico primer ministro. Lamento su pérdida, y lo añoro cada día que pasa.
–Yo también –asentí, ansiando desesperadamente cambiar de tema, porque estaba al borde de perder la compostura.
–Necesitas más vino –sentenció la reina al advertir mi expresión tensa.
Le hizo un gesto a un miembro de su guardia personal para que nos trajera dos copas. En cuanto tuve la mía en la mano, la reina me agarró del brazo.
–Ahora, acompáñame, querida. Quiero enseñarte algo que creo que te interesará.
Me dejé llevar por los amplios y luminosos pasillos de la Galería Real. Algo más allá vi a unos cuantos reporteros acreditados, preparados para fotografiarnos. Enderecé la espalda y me obligué a sonreír un poco; ahora que iba del brazo de la reina, todos los ojos se clavaban en mí.
Muérete de envidia, Helen, pensé.
–¿Qué tal te llevas con la familia Ambrose? –me preguntó la reina mientras avanzábamos.
–Muy bien –respondí, intentando sonar lo más alegre posible–. Celina es mi mejor amiga; es como una hermana para mí. Y su padre ha sido muy acogedor.
Esto último estaba muy lejos de ser cierto. Sin embargo, tampoco es que se hubiera portado como un monstruo. Básicamente ignoraba mi existencia, lo cual me parecía perfecto.
–Sé lo mucho que apreciaba a Louis –comentó la reina.
–Es verdad –convine al instante.
El corredor que atravesábamos olía a vino dulce y perfume caro. La reina iba saludando con la cabeza a los asistentes, que se volvían sonrientes a nuestro paso.
Cuando llegamos a un tramo desierto del pasillo, su expresión se volvió seria.
–Josslyn, estoy segura de que te has enterado de la redada al escondrijo de Lord Banyon.
Empecé a caminar más despacio.
–Por supuesto. Sé que escapó...
–Desgraciadamente, así fue. Por ahora. ¿Ya has visto la exhibición de los objetos artísticos recuperados?
Así que ahí era adonde nos dirigíamos.
–Todavía no –admití.
–Yo tampoco –masculló, apretando la mandíbula–. He pensado que sería buena idea que la viéramos juntas, ya que ese villano nos ha arrebatado tanto a ambas. Juro que Zarek Banyon pagará por todo el dolor que ha provocado en el mundo.
–Bien –articulé, pero no fue más que la punta del iceberg de todo lo que estaba pensando. En realidad, me moría de ganas de maldecir a aquel brujo que había empleado su antinatural dominio de la magia para dañar a todos los que se habían cruzado en su camino.
La entrada de la exhibición se encontraba al final del pasillo, custodiada por cuatro guardias reales armados. Al primer vistazo, se parecía a las demás salas de la galería: había algunos cuadros con marcos dorados adornando las paredes, y joyas, estatuas y otros objetos artísticos en vitrinas de cristal.
Se me fueron los ojos de inmediato hacia una cajita dorada. Me recordaba mucho a un joyero que mi padre me había regalado en mi cuarto cumpleaños, después de que mi madre muriera. La tapa de mi joyero tenía grabados mi nombre y un dibujo de una mariposa que había hecho mi madre. Aún guardaba en él mi anillo y mi collar favoritos.
La caja que miraba ahora tenía un grabado distinto: unas formas geométricas profusamente entrelazadas.
–Dios mío –susurró la reina.
Me volví de inmediato y vi que estaba observando el retrato de un joven rubio con los ojos azules.
–¿Majestad? –pregunté tímidamente, preocupada al ver lo pálida que estaba.
–Jamás pensé que volvería a verlo... Me alegro muchísimo de haberlo recuperado.
Se me cortó la respiración cuando me di cuenta de qué estaba mirando. O, más bien, a quién.
Era el hijo de la reina, el príncipe Elian. Su único hijo. Cuando Lord Banyon lo mató, dieciséis años atrás, Elian tenía mi edad: diecisiete. Lord Banyon había invocado una magia oscura para prender fuego al palacio. El antinatural y violento incendio se había cobrado la vida de decenas de inocentes, incluido el príncipe.
La reina Isadora había enviudado una década antes; su marido, el príncipe Gregor, había fallecido tras una trágica caída. Elian era su única familia y el heredero del trono.
Y aquel malvado brujo se lo había arrebatado.
–Lo siento muchísimo –musité.
Ella asintió, sin apartar la vista del lienzo.
–Siempre me has recordado mucho a mi hijo, ¿sabes? Él también era un joven inteligente y de carácter fuerte.
–Me hubiera encantado conocerle –dije.
–Sí... –su mirada se hizo distante–. Habría hecho cualquier cosa por salvar la vida de mi hijo. Lo que fuera, por mucho que me costara.
–Por supuesto...
–Banyon me las pagará –masculló la reina–. Le arrebataré todo lo que le importe y lo reclamaré como mío. Y entonces, cuando lo tenga de nuevo ante mí, oiré sus súplicas y soltaré una carcajada mientras lo veo morir.
Esta no era la gobernante serena que conocían los ciudadanos del imperio a través de las noticias. Esta mujer resultaba escalofriante, implacable: una madre que continuaba llorando a su hijo con la misma intensidad, después de tantos años. Como yo lloraba a mi padre.
–Lo entiendo perfectamente –aseguré con firmeza.
Se volvió hacia mí y me miró con unos ojos acerados que terminaron por suavizarse.
–Claro que lo entiendes –me apretó la mano–. Josslyn, volveré al palacio en cuanto termine el discurso de esta noche, pero quiero que vengas a visitarme pronto. Siento la necesidad de tener cerca jóvenes como tú, personas llenas de luz y de vida. Considero que es mi deber prestarte más atención, querida.
–Será un honor –declaré con solemnidad.
–Quédate aquí un momento, contempla todo esto y ten presente que incluso la magia más oscura y peligrosa puede ser derrotada por lo que es bueno y justo. Después, ven a oír mi discurso. Es largo pero excelente, aunque esté mal que lo diga yo.
Volví a mirar el retrato del príncipe Elian.
Había algo en sus ojos que me resultaba familiar, pero que no acertaba a identificar, y me desconcertaba su aspecto, tan real como si fuera a salir del cuadro de un momento a otro. Sabía de toda la vida que Lord Banyon era malvado; pero robarle un cuadro con ese valor sentimental a una madre destrozada, justo después de arrebatarle la vida a su hijo, me parecía una crueldad excesiva y gratuita.
Deambulé frente a las demás pinturas, pero ninguna era tan interesante como la del príncipe fallecido. Me giré hacia la cajita dorada que había visto al entrar. Curiosamente, parecía brillar más que el resto de los objetos de la exposición.
Por el rabillo del ojo vi que entraba un guardia real en la estancia.
Era Viktor: alto, delgado, impecable con su uniforme negro y dorado.
Perfecto, pensé. Otra oportunidad de obtener mi trofeo.
Me estaba dando la espalda, así que me acerqué a él mientras hacía un esfuerzo por despojarme de toda la tristeza, las dudas y la inquietud. Tenía que centrarme en mi brillante futuro, no en la oscuridad del pasado.
–Me marcharé justo después del discurso –le dije–. ¿Te apetece acompañarme a tomar una copa?
Viktor tensó la espalda. Su rostro bronceado se volvió ligeramente en mi dirección.
–No es buena idea.
De pronto, me di cuenta: aquel hombre era alto, con el pelo negro y los hombros anchos, pero no tenía nada más en común con Viktor. Sorprendida, observé su nariz ligeramente torcida y la cicatriz blanca que recorría su mandíbula, brillante a la luz de los focos. Tenía un...




