Reed | Diez días que sacudieron al mundo | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 432 Seiten

Reihe: Ilustrados

Reed Diez días que sacudieron al mundo


1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-16830-91-6
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 432 Seiten

Reihe: Ilustrados

ISBN: 978-84-16830-91-6
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
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El más exhaustivo relato de la Revolución Rusa de 1917 de la mano del periodísta John Reed. Magnificamente ilustrado por Fernando Vicente. John Reed fue testigo de la Revolución de Octubre, asistió en Petrogrado al II Congreso de los Sóviets de Obreros, Soldados y Campesinos de toda Rusia y vivió los acontecimientos que cambiaron la historia del siglo xx. Ésta es la crónica diaria y exhaustiva del proceso revolucionario, con entrevistas a los líderes de las diferentes facciones, que supone un excepcional relato del hervidero político que se vivió en Rusia en 1917. Reed, que años atrás acompañó a Pancho Villa durante la Revolución mexicana como corresponsal y viajó a lo largo de todo el frente oriental durante la Primera Guerra Mundial, ofrece aquí un apasionado relato de los acontecimientos vividos en Petrogrado mientras Lenin y los bolcheviques se hacían con el poder. Captura el espíritu de las masas embriagadas de idealismo y excitación ante la caída del Gobierno provisional, el asalto al Palacio de invierno y la toma del poder. Desde su publicación en 1919, este apasionante relato de un periodista occidental, se convirtió en uno de los grandes textos del periodismo norteamericano. Una obra maestra del reportaje que Lenin definió como 'la exposición más veraz y vívida de la Revolución' 'Si el inglés E.H. Carr ha sido el mejor historiador, a mucha distancia, de la revolución bolchevique, John Reed ha sido su mejor periodista'. Manuel Vázquez Montalbán

John Reed (Portland, 1887 - Moscú, 1920). Fue testigo excepcional de los acontecimientos que cambiaron el rumbo de la historia en la primera mitad del siglo xx. Acompañó a Pancho Villa durante la revolución mexicana como corresponsal de guerra y viajó a lo largo de todo el frente oriental durante la Primera Guerra Mundial. En Petrogrado (hoy San Petersburgo) presenció el II Congreso de los Sóviets de Obreros, Soldados y Campesinos de toda Rusia, que coincidió con el inicio de la Revolución de Octubre. Al regresar a Estados Unidos, fundó el Partido Comunista de Estados Unidos. Fue acusado de espionaje, se vio obligado a escapar de su país y a refugiarse en la Unión Soviética, donde murió el 17 de octubre de 1920. Le enterraron en la Necrópolis de la Muralla del Kremlin, en Moscú, junto a los más notables líderes bolcheviques. Fernando Vicente (Madrid, 1963). Comienza su trabajo de ilustrador a principios de los años 80 colaborando en la desaparecida revista Madriz. Gana el Laus de oro de ilustración en 1990. Colabora asiduamente con el suplemento cultural Babelia del diario El país desde el que muestra su trabajo más literario cada sábado y donde ha ido perfilando su actual estilo como ilustrador. Con este trabajo ha conseguido tres Award of Excellence de la Society for News Design. Para Nórdica ha ilustrado El juego de las nubes, La saga de Eirík el Rojo, El manifiesto comunista, Estudio en escarlata y Alicia a través del espejo.
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Este libro es un fragmento de intensa historia, tal como yo la veo. No pretende ser más que el relato detallado de la Revolución de Noviembre, cuando los bolcheviques, al frente de los trabajadores y soldados, tomaron el poder estatal ruso y lo pusieron en manos de los sóviets.

Naturalmente, trata en gran parte del «Petrogrado Rojo», la capital y el corazón de la insurrección. No obstante, el lector debe comprender que lo que ocurrió en Petrogrado se produjo casi por duplicado, con mayor o menor exactitud y a diferentes intervalos de tiempo, en toda Rusia.

En este libro, el primero de una serie que estoy escribiendo, me limitaré a hacer una crónica de los acontecimientos que observé y viví en persona, y de los avalados por pruebas fiables, precedida por dos capítulos que resumen los antecedentes y las causas de la Revolución de Noviembre. Soy consciente de que estos dos capítulos son de difícil lectura, pero resultan esenciales para entender lo que sigue.

Muchas preguntas asaltarán al lector. ¿Qué es el bolchevismo? ¿Qué clase de estructura gubernamental montaron los bolcheviques? Si los bolcheviques defendieron la Asamblea Constituyente antes de la Revolución de Noviembre, ¿por qué luego la derrocaron mediante las armas? Y si la burguesía se opuso a la Asamblea Constituyente hasta que el peligro del bolchevismo se hizo visible, ¿por qué la defendieron después?

Estas y muchas otras preguntas no pueden responderse aquí. En otro volumen, De Kornílov a Brest-Litovsk, trazo el curso de la revolución hasta, e incluyendo, la paz alemana. Allí explico el origen y las funciones de las organizaciones revolucionarias, la evolución del sentimiento popular, la disolución de la Asamblea Constituyente, la estructura del Estado soviético, y el transcurso y resultado de las negociaciones de Brest-Litovsk…

Al considerar el surgimiento de los bolcheviques, es necesario comprender que la vida económica rusa y el Ejército ruso eran el resultado lógico de un proceso que empezó allá por 1915. Los corruptos reaccionarios que controlaban la corte del zar se propusieron destruir Rusia con el fin de concertar una paz por separado con Alemania. La falta de armas en el frente, que había causado la gran retirada en el verano de 1915, la escasez de víveres en el Ejército y en las grandes ciudades, el colapso de las manufacturas y el transporte en 1916, todo ello, como sabemos ahora, formaba parte de una gigantesca campaña de sabotaje, que fue frenada a tiempo por la Revolución de Marzo.

Durante los primeros meses del nuevo régimen, a pesar del caos inherente a una gran revolución en la que ciento sesenta millones de personas, entre las más oprimidas del mundo, alcanzaron de pronto la libertad, tanto la situación interna como el poder combativo del Ejército, de hecho, mejoraron.

Pero la «luna de miel» fue corta. Las clases pudientes querían una mera revolución política, que quitaría el poder al zar y se lo daría a ellas. Querían que Rusia fuera una república constitucional, como Francia o Estados Unidos, o una monarquía constitucional, como Inglaterra. Las masas populares, por su parte, querían una verdadera democracia industrial y agraria.

William English Walling, en su libro El mensaje de Rusia, un relato de la revolución de 1905, describe muy bien el estado de ánimo de los trabajadores rusos, que después apoyarían el bolchevismo casi unánimemente:

[Los trabajadores] Comprendieron que, incluso bajo un gobierno libre, si el poder caía en manos de otras clases sociales, seguirían muriéndose de hambre […].

El trabajador ruso es revolucionario, pero no violento, dogmático, ni estúpido. Está preparado para las barricadas, pero las ha estudiado, y es el único entre los trabajadores del mundo que sabe de ellas por experiencia. Está dispuesto a combatir hasta el final a su opresor, la clase capitalista, pero no ignora la existencia de otras clases. Simplemente pide que las otras clases tomen partido en el conflicto encarnizado que se avecina […].

Todos [los trabajadores] estaban de acuerdo en que nuestras instituciones políticas [estadounidenses] eran preferibles a las suyas, pero no estaban ansiosos por cambiar un déspota por otro (por ejemplo, la clase capitalista) […].

Los trabajadores de Rusia no fueron fusilados a centenares en Moscú, Riga y Odesa, encarcelados a millares en todas las prisiones rusas, y exiliados a los desiertos y las regiones árticas, a cambio de los dudosos privilegios de los trabajadores de Goldfields y Cripple Creek […].

Y así se desarrolló en Rusia, en mitad de una guerra extranjera, la revolución social, además de una revolución política, que culminó en el triunfo del bolchevismo.

J. Sack, director en este país de la Oficina de Información Rusa, opositora al Gobierno soviético, dice lo siguiente en su libro El nacimiento de la democracia rusa:

Los bolcheviques organizaron su propio gabinete, con Nikolái Lenin como presidente y León Trotski como ministro de Asuntos Exteriores. La inevitabilidad de su llegada al poder se hizo evidente casi inmediatamente después de la Revolución de Marzo. La historia de los bolcheviques, después de la revolución, es la historia de su crecimiento constante.

Los extranjeros, especialmente los norteamericanos, resaltan frecuentemente la «ignorancia» de los trabajadores rusos. Es cierto que éstos carecían de la experiencia política de los pueblos de Occidente, pero estaban muy bien entrenados en la organización voluntaria. En 1917, las sociedades cooperativas de consumidores rusos tenían más de doce millones de afiliados, y los propios soviéticos son un magnífico ejemplo de su genio organizativo. Además, probablemente no haya en el mundo un pueblo tan bien formado en la teoría socialista y en su aplicación práctica.

William English Walling los describe así:

La mayoría de los trabajadores rusos sabe leer y escribir. Durante muchos años el país ha estado en una situación tan revuelta que han tenido la ventaja de ser liderados no solo por individuos inteligentes de su misma extracción, sino por buena parte de la clase culta, igualmente revolucionaria, que ha aportado a los trabajadores sus ideas a favor de la regeneración política y social de Rusia.

Muchos escritores explican su hostilidad al Gobierno soviético argumentando que la última fase de la Revolución rusa fue simplemente una lucha de los elementos «respetables» contra los brutales ataques del bolchevismo. Sin embargo, fueron las clases pudientes las que, al notar el poder creciente de las organizaciones populares revolucionarias, decidieron destruirlas y detener la revolución. Con este objetivo, las clases pudientes terminaron recurriendo a medidas desesperadas. Para hundir el ministerio de Kérensky y a los sóviets, se desbarató el transporte y se provocaron disturbios internos; para hundir a los comités de fábrica, se cerraron plantas y se desviaron el combustible y las materias primas; para destruir a los comités del Ejército en el frente, se restauró la pena capital y se urdió una derrota militar.

Esto era echar leña, y de la buena, al fuego bolchevique. Los bolcheviques respondieron predicando la lucha de clases y afirmando la supremacía de los sóviets.

Entre estos dos extremos, apoyados más o menos incondicionalmente por otras facciones, estaban los llamados socialistas «moderados», los mencheviques y socialrevolucionarios, y varios bandos menores. Estos grupos también sufrían los ataques de las clases pudientes, pero su poder de resistencia estaba mermado por sus teorías.

Básicamente, los mencheviques y los socialrevolucionarios creían que Rusia no estaba madura económicamente para una revolución social, y que sólo era posible una revolución política. Según su interpretación, las masas rusas no estaban suficientemente instruidas para tomar el poder. Cualquier intento de hacerlo causaría inevitablemente una reacción, mediante la cual algún oportunista sin escrúpulos podría restaurar el viejo régimen. De esto se deducía que, cuando los socialistas «moderados» se vieran obligados a asumir el poder, tendrían miedo de hacerlo.

Creían que Rusia debía recorrer las mismas fases de desarrollo político y económico conocidas en Europa occidental, para llegar finalmente, junto con el resto del mundo, al socialismo plenamente desarrollado. Por eso, lógicamente, coincidían con las clases pudientes en que Rusia debía ser primero un Estado parlamentario, aunque con ciertas mejoras respecto a las democracias occidentales y, en consecuencia, insistían en la colaboración de las clases pudientes en el gobierno.

De ahí a apoyarlas no había más que un paso. Los socialistas «moderados» necesitaban a la burguesía, pero la burguesía no necesitaba a los socialistas «moderados». Y así resultó que los ministros socialistas se vieron obligados a ir cediendo poco a poco en todo su programa, mientras las clases pudientes se mostraban cada vez más apremiantes.

Al final, cuando los bolcheviques desbarataron ese compromiso hueco, los mencheviques y los socialrevolucionarios se encontraron luchando en el bando de las clases adineradas. En casi todos los países del mundo asistimos hoy al mismo fenómeno.

En vez de ser una fuerza destructiva, tengo la impresión de que los bolcheviques fueron el único partido en Rusia con un programa constructivo y con el poder de implantarlo en el país. Si no hubieran alcanzado el gobierno cuando lo hicieron, tengo pocas dudas de que los ejércitos de la Alemania imperial habrían tomado Petrogrado...



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