E-Book, Spanisch, 292 Seiten
Rasmussen Software 819 - Droga peligrosa
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-685-6523-1
Verlag: Editorial Bubok Publishing
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
E-Book, Spanisch, 292 Seiten
ISBN: 978-84-685-6523-1
Verlag: Editorial Bubok Publishing
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Jan Rasmussen (1965) creció en Zelanda, Dinamarca, donde se educó en Ciencias y Tecnología hasta 1989. Estudió Ingeniería en Copenhague, proceso interrumpido en favor de la educación musical. Formado también como arquitecto técnico, su profesión lo ha llevado a vivir en Copenhague, Madrid y Nuuk. Sus estudios diversos, sus vivencias internacionales y la pasión por la ciencia ficción cultivada desde los años de secundaria cuajaron en un estilo ligero e inteligente que se refleja en su ópera prima Software 819 (droga peligrosa)
Autoren/Hrsg.
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Los Ángeles, 21 de agosto de 2028
(Diez años antes de que el bloque de
hormigón terminara en el fondo del mar)
El tiempo era maravilloso, como lo había sido desde el desastre meteorológico. Sol, sol y más sol. Sus rayos caían sobre la ciudad de forma permanente. Se deslizaban por las esquinas a un ritmo pausado y se abrían paso en rincones oscuros y apartados. La vida empezaba a salir a las calles. No importaba si eran personas que iban a trabajar o personas sin hogar que habían visto un cubo de basura lleno, el día estaba en marcha. Todo parecía magnífico. Otro día perfectamente normal había comenzado en Los Ángeles.
Speeders de diferentes colores volaban por la ciudad. Los niveles superiores estaban reservados a los speeders de larga distancia o a quienes simplemente pensaban que tenían prisa. La gran mayoría de los speeders eran para dos personas y podrían describirse como un cruce entre un viejo automóvil de Fórmula 1 y una colorida piscina para niños, pero no os equivoquéis; esos speeders podían volar más rápido y más ágilmente que cualquier Fórmula 1.
Un sinfín de trazas de color se movían de un lado a otro entre los altos edificios. La luz y el color se reflejaban en las fachadas de vidrio y acero y completaban la imagen de una metrópolis ocupada, tal como se había predicho en las viejas películas de ciencia ficción. Grandes anuncios holográficos luminosos colgaban de los frentes o flotaban entre los edificios. Estos podían costar, cerca del centro, hasta medio millón de créditos al mes, por lo que se protegía mucho su seguridad (Dios bendijera y consolara al conductor del speeder que se estrellara contra un comercial holográfico y lo destruyera).
Un speeder de la policía bajó desde el nivel 03 y continuó al nivel de la calle.
A primera vista, parecía un área tranquila que podría dar la idea de una calle idílica en un vecindario idílico, pero esta ilusión duraba hasta ver un par de speeders quemados que se habían estrellado y pequeños jardines llenos de trapos viejos y residuos. Las casas estaban apretujadas y no proporcionaban espacio suficiente ni para construir una cancha de tenis, si es que a alguien se le podía ocurrir esa idea.
Había unos cuantos pequeños anuncios holográficos que destellaban al nivel de la calle, en un intento de endulzar la vida cotidiana con tentadoras vacaciones que de todos modos nadie podía permitirse. Algunos speeders maltrechos flotaban alrededor sin rumbo fijo. En este nivel no había nadie que estuviera realmente ocupado, pero más arriba los speeders zumbaban resueltamente yendo de un sitio a otro.
El speeder de la policía giró y se deslizó lentamente por la West 9th Street. El conductor se llamaba Dave y era un chico negro y genial de San Diego. Su piel color café se apretaba alrededor de su barbilla, y aunque tenía más de sesenta años, grandes rizos negros colgaban delante de sus ojos. Dave era al menos tan genial como el viejo speeder en el que zumbaban.
Su speeder era del tipo sólido D-Rebel de la Detroit Speeder Factory, lacado en un color azul claro metálico. Estarcido en negro, en el frente y a ambos lados, se leía LAPD (Los Angeles Police Department).
Dave aminoró un poco la velocidad y el speeder se fue convirtiendo en un silencioso aerodeslizador.
Cooper se recostó en el asiento del pasajero tarareando suavemente mientras miraba la comunicación en el monitor que tenía frente a él. Él también era genial, o al menos trataba de ser tan genial como Dave. Su apariencia, sin embargo, era muy distinta de la de su compañero. Cooper parecía más bien un boxeador de peso pesado listo para la batalla, con su rostro anguloso y su nariz torcida; una imagen reforzada por los mechones rubios y obstinados que sobresalían por debajo de su gorra de policía. También era más joven que Dave, aunque ya había adquirido mucha experiencia con sus patrullas por Los Ángeles.
Dave y Cooper eran polizontes en el LAPD, y formaban un dúo muy experimentado.
El speeder pasaba desapercibido, como parte natural del paisaje urbano de esta parte de Los Ángeles donde se vendían drogas y objetos sospechosos en cada esquina. Las pandillas locales tenían sus propios códigos de colores que se podían leer en la ropa, el cabello o los grafitis. Dave y Cooper iban a detener a un sospechoso de varios ataques brutales a personas al azar.
—Cooper, ¿qué número es? —preguntó Dave.
Cooper miró el monitor.
—Número 9, vamos por la siguiente calle.
—Bueno —dijo Dave mirando al cielo y sonriendo—. Vamos a tomarlo con calma; ya sabes, sin disparar. —Dave miró a Cooper.
—Odio disparar, ya lo sabes, y me jubilo el próximo mes. No hay necesidad de desafiar al destino. Todo el mundo conoce la historia del viejo polizonte que muere en los brazos de su compañero el día antes de su jubilación.
Cooper asintió y sonrió. Era un tema sobre el que se habían rodado muchas películas.
—Bien. Sin disparos, no hay problema —dijo Cooper tratando de que sonara realmente genial (casi lo logró).
En sus cuarenta años de carrera, Dave nunca había disparado un tiro letal a un sospechoso y, sin embargo, había realizado más arrestos que la mayoría en la fuerza policial.
El speeder giró por Pine Avenue. Aparentemente todo estaba en calma.
—Haremos a pie el resto del camino —dijo Dave—. No hay necesidad de llamar la atención hasta que lleguemos allí.
Cooper estuvo completamente de acuerdo.
Dave apagó el campo antigravedad y el speeder bajó lentamente al suelo. Hubo algunos clics que informaron que el sistema de seguridad estaba listo y Dave salió rápidamente del speeder, seguido por Cooper.
—¡Ay, maldita sea! —dijo Dave mientras se golpeaba la rodilla contra la consola de dirección del volante al salir. Puede que no disparara a nadie, pero maldecía como un viejo villano de película. Cooper se rio, era un clásico: si no tenía cuidado, nunca aprendería.
Continuaron a pie. Dave cojeaba un poco. Se detuvieron junto al número 9. Cooper sacó automáticamente su láser, pero lo volvió a poner en la funda cuando Dave lo miró con desaprobación. La casa parecía cerrada. Había contraventanas y la puerta principal estaba cubierta con una placa de metal mate que estaba un poco torcida hacia el exterior de las bisagras, pero por lo demás parecía bastante sólida. Con cuidado, Dave y Cooper caminaron por el jardín delantero.
Una figura de plástico gigante del nuevo tipo de soldado de asalto de Star Wars XXII ocupaba el paso cubierto de vegetación. Dave y Cooper pasaron junto a la figura sin prestarle ninguna atención.
—¡Rebeldes! ¡Estáis arrestados! —dijo la figura de repente, con la voz característica de esos odiados y amados clones.
—¡Maldita sea! Al final nos delata un tío de plástico —dijo Dave sorprendido, volviéndose hacia la figura.
—Voy a vigilar la puerta trasera —respondió Cooper dirigiéndose rápidamente hacia la esquina más cercana.
—¡Rebeldes! ¡Estáis arrestados!
Dave golpeó la figura en la sien y logró arrancarle la cabeza.
—¡Rebeldes! ¡Estáis…! —El resto de la frase se ahogó en la hierba con un sonido eléctrico cuando Dave dejó la cabeza en el suelo.
Dave llamó a la puerta. No respondió nadie, pero pudo escuchar algunos ruidos en el interior de la casa. Dave llamó de nuevo. Finalmente, recibió una respuesta.
—¿Quién es?
—Soy yo, abre; traigo algo.
—¿Quién es?
—Soy yo, abre; traigo algo, he atracado la caja y queda bastante para ti también —dijo Dave pacientemente, sabiendo que nadie podría resistir tal tentación.
Al otro lado de la casa, Cooper puso involuntariamente su mano sobre su láser mientras se acercaba, pero lo dejó en la funda. La entrada trasera era una vieja puerta de madera con una sucia red para insectos colocada en el marco exterior a presión, pero sin apretar. La pintura estaba despegada, faltaba el pomo y estaba manchada con insectos muertos y mierda de paloma. Cooper miró la puerta mientras consideraba cómo abrirla sin tocarla demasiado. Lo que más deseaba era levantar el láser y volarla en pedazos.
Cooper oyó de repente que dentro de la casa se rompía una ventana, luego escuchó un gran tumulto seguido de un grito. ¿Era Dave? No estaba seguro, pero desechó cualquier duda. Sacó su láser, golpeó con fuerza el hombro contra la puerta y entró en la casa.
El sospechoso estaba de espaldas a Cooper. Aferraba un bate de béisbol de aluminio ensangrentado. Lo levantó por encima de su cabeza, listo para golpear a Dave.
Dave estaba tendido en el suelo. Cooper se dio cuenta de que tenía la nariz rota porque estaba torcida de forma surrealista y de una de sus fosas nasales manaba sangre. El hombre se inclinó hacia la cabeza de Dave, listo para terminar con él. Cooper realizó un único disparo apuntando al hombre en la parte trasera de la cabeza y el bate de béisbol se estrelló contra la pared con un fuerte ruido. El sospechoso cayó hacia un lado y se desplomó en el suelo con un sonido arrastrado, muy muerto.
—¡Mierda! —dijo Dave, apartando los restos de cerebro de su pecho—. ¡Mierda, maldita mierda! —gimió y se puso de pie—. Maldita sea, creo que me has salvado la vida con esa arma de mierda. —Dave miró a su alrededor con una expresión de decepción—. Casi tenía a ese...




