Qué se sabe de... Pablo en el naciente cristianismo | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 288 Seiten

Reihe: Qué se sabe de...

Qué se sabe de... Pablo en el naciente cristianismo


1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-9073-115-4
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 288 Seiten

Reihe: Qué se sabe de...

ISBN: 978-84-9073-115-4
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



La figura de Pablo de Tarso es una de las más paradójicas, influyentes y huidizas de la historia de la humanidad; y una de las más incomprendidas. Tuvo un papel insustituible en el naciente cristianismo, pero demasiadas veces ha servido como espejo de los prejuicios y deseos de sus intérpretes. El cristianismo que surge en el siglo segundo no es tanto el resultado del éxito de Pablo, cuanto de su fracaso. Entonces, ¿cuál fue su lugar en esa historia? Este libro ofrece una lectura históricamente plausible y teológicamente coherente de la aportación de Pablo al nacimiento del cristianismo y de la transformación de su memoria y de su legado tras su muerte.

Qué se sabe de... Pablo en el naciente cristianismo jetzt bestellen!

Weitere Infos & Material


PRIMERA PARTE

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Cómo leer a Pablo hoy

CAPÍTULO 1

La figura de Pablo de Tarso resulta una de las más paradójicas, atractivas y huidizas de la historia de la humanidad; y no tanto por el personaje histórico, sino por las lecturas e interpretaciones que se han hecho de él, por sus seguidores y detractores que han construido una imagen caleidoscópica de infinidad de colores más que un retrato reconocible. Friedrich Nietzsche escribió de él que era «una de las almas más ambiciosas e inoportunas, de mente tan supersticiosa como astuta», un hombre «muy atormentado y miserable, tan desagradable para los demás como para sí mismo». La paradoja de Pablo, tal como la recoge Nietzsche, es que, por una parte, «sin esta singular historia, sin los desvaríos y arrebatos de una cabeza semejante, de un alma tal, no existiría la cristiandad; apenas habríamos tenido noticias de una pequeña secta judía cuyo maestro murió en la cruz». Sin embargo, continúa, «si se hubiera leído [a Pablo], si se hubiera leído realmente..., hace tiempo que habría desaparecido el cristianismo» (Aurora, 68). El verbo excesivo de Nietzsche no nos debe impedir ver la parte de verdad que tiene su lectura: Pablo tuvo un papel de enorme importancia en los orígenes del cristianismo, pero ha sido leído demasiadas veces como un espejo de los prejuicios y los deseos de sus intérpretes.

Uno de los recientes libros sobre Pablo que aspira a ser un manual de referencia (Westerholm 2011) recoge en su introducción una opinión extremista: que la exégesis histórico-crítica que ha dominado la interpretación bíblica en el último siglo y medio ha terminado por hacer irrelevante la Biblia en general y a Pablo en particular, porque ha alejado el significado de los textos de las preocupaciones del lector. De este diagnóstico se deriva una especie de vuelta a las preocupaciones teológicas de la lectura de Pablo, que se perciben, como veremos, en bastantes obras actuales. Sin embargo, un diagnóstico radicalmente diferente se hace, curiosamente, desde instancias menos teológicas (Mate 2006): en el momento en el que a Pablo se le rescata del confinamiento dogmático en el que lo han apresado algunos teólogos es posible descubrir la relevancia de su pensamiento y su visión. Esta influencia se descubre en la dimensión filosófica y política de su lucha por encontrar la relación entre la justicia y la ley, de su búsqueda de la hospitalidad y el universalismo, etc. De este modo, muchos han recuperado la relevancia de Pablo también hoy.

1. Perspectivas actuales en los escritos paulinos


En el proceso de creación de identidad de los creyentes en Cristo que se inició a finales del siglo I de nuestra era fue clave el recurso a la figura de Pablo. Cuando este conjunto de creyentes superó la crisis de la esperada parusía que no llegó después del año 70 d.C., comenzó a crecer exponencialmente y cambió radicalmente de estrategia: pasó de ser un conjunto de grupos de resistencia a ser una organización cada vez más institucionalizada, que fue penetrando poco a poco en las estructuras del Imperio romano en un proceso de mutua influencia, marcado por la acogida y el rechazo mutuo. Esta situación se vio afectada definitivamente por un fenómeno en gran medida inverso: el deterioro de la imagen de los judíos tras las dos guerras perdidas (años 67 y 135 d.C.) hizo descender el número de paganos interesados en el estilo de vida judío. Ambos procesos, la progresiva y a veces traumática penetración de los creyentes en Cristo en las estructuras del Imperio, por una parte, y su progresivo alejamiento del judaísmo rabínico, mucho menos proselitista que durante el periodo helenístico, por otra, crearon una situación absolutamente nueva que cambió para siempre la configuración del mundo conocido y que sentaría las bases de la construcción de Europa (Sand 2011). Para finales del siglo IV de nuestra era ambos procesos habían concluido: con el Edicto de Tesalónica por parte de Teodosio (380 d.C.) se confirma la nueva religión, el cristianismo, única religión oficial del Imperio. Durante estos años, las interpretaciones de Pablo fueron fundamentales en el proceso de identificación del naciente cristianismo frente al judaísmo rabínico. Pero no fue ese el propósito de Pablo, cuyo proyecto era renovar el árbol del judaísmo injertando en él nuevas ramas no judías (cf. Rom 11,16-24). Podríamos decir, pues, que el cristianismo como religión fue, en contra de la opinión más extendida, la consecuencia del fracaso del proyecto histórico de Pablo, como veremos a lo largo de estas páginas. Aquellas ramas de olivo silvestre injertadas en un olivo cultivado para mostrar el proyecto de Dios (un árbol en el que hubiera ramas de cualquier procedencia), no lograron su objetivo. No sabemos qué balance habría hecho Pablo de los años que siguieron a su muerte, pero no cabe duda de que la progresiva separación entre el judaísmo rabínico y los creyentes en Cristo, junto con el posterior surgimiento del cristianismo como religión frente al judaísmo, dista mucho de responder a los sueños de Pablo. Hay que buscar otros actores históricos, muchos años después, para entender cómo se transformó la memoria de Pablo.

Tertuliano de Cartago (160-220 d.C.) primero y después Agustín de Hipona (354-430 d.C.) sentaron las bases para una lectura de Pablo marcada por un antagonismo: los cristianos creían en la gracia como condición de salvación y en el individuo como sujeto receptor de ese don divino inalcanzable de otro modo; los judíos creían en el esfuerzo y el mérito propios, así como en el pueblo de Israel como sujeto colectivo de los favores divinos. El enfrentamiento de Agustín con Pelagio, que defendía que era posible vivir una vida sin pecado porque las personas estaban dotadas de libertad y voluntad, determinó para los siglos posteriores la lectura hegemónica de Pablo, principal argumento de Agustín para defender que todas las personas son pecadoras y que solo Dios determina quién es salvado y quién no. Pablo se leyó a partir de este momento como el apóstol de la gracia que dio identidad al cristianismo frente al judaísmo que se apoyaba en las propias fuerzas y estaba abocado a la perdición.

Cuando Lutero entra en escena en el siglo XVI, la situación no había cambiado mucho. Su lectura de Pablo, especialmente de algunos pasajes como Rom 1,17 («El justo vivirá por la fe»), le permitió establecer un básico principio: la gracia de Dios es primera, gratuita; las acciones buenas vienen después, como consecuencia de aquella, nunca como condición para ganarla. Esta interpretación tuvo en Lutero un fuerte componente biográfico. Me parece muy clarificador dejarle hablar a Lutero un momento, quien en el prólogo de la edición en latín de sus obras completas escribió lo siguiente:

Me sentí acuciado por un deseo extraño de conocer a Pablo en la carta a los Romanos; mi dificultad estribaba entonces no en la entraña sino en una sola palabra que se halla en el cap. primero: «La justicia de Dios está revelada en él». Odiaba la expresión «justicia divina», que siempre había aceptado, siguiendo el uso y la costumbre de todos los doctores, en un sentido filosófico de la llamada «justicia formal y activa», en virtud de la cual Dios es justo y castiga a los pecadores e injustos. A pesar de que mi vida monacal era irreprochable, me sentía pecador ante Dios, con la conciencia más turbada, y mis satisfacciones resultaban incapaces para conferirme la paz. No lo amaba, sino que cada vez aborrecía más al Dios justo, castigador de pecadores. Contra este Dios me indignaba, alimentando en secreto, si no una blasfemia, sí al menos una violenta murmuración (...).

Hasta que al fin, por piedad divina, y tras meditar noche y día, percibí la concatenación de los dos pasajes: «La justicia de Dios se revela en él», «conforme está escrito: el justo vive de la fe». Comencé a darme cuenta de que la justicia de Dios no es otra que aquella por la cual el justo vive el don de Dios, es decir, de la fe, y que el significado de la frase era el siguiente: por medio del evangelio se revela la justicia de Dios, o sea, la justicia pasiva, en virtud de la cual Dios misericordioso nos justifica por la fe, conforme está escrito: «el justo vive de la fe». Me sentí entonces un hombre renacido y vi que se me habían franqueado las compuertas del paraíso. La Escritura entera se me apareció con cara nueva (Lutero y Egido 2001, 370).

Este testimonio nos muestra tanto la pasión de Lutero en su interpretación de Pablo como la parcialidad con la que lo leyó: la oposición entre la imposible justicia humana (basada en el incumplimiento de la Torá judía) y la gratuita justicia divina (ofrecida en el Evangelio de Cristo). Para Lutero, que en esto es deudor de una tradición heredada, la función de la Torá había sido temporal, hasta la venida de Cristo, que estableció el verdadero mecanismo de salvación: el evangelio. Así, la contraposición entre ley (Torá) y evangelio (gracia) determinará la oposición entre judaísmo y cristianismo. Desgraciada y sorprendentemente, esta lectura descontextualizada de Pablo ha sido la hegemónica hasta hace muy poco y, entre otras consecuencias, ha convertido al judaísmo en una caricatura, en una religión ridícula e imposible.

...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.