Prieto Pérez | Una maldición para el príncipe | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 344 Seiten

Prieto Pérez Una maldición para el príncipe

Y la historia de todo lo demás
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-10243-48-4
Verlag: Plataforma Neo
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Y la historia de todo lo demás

E-Book, Spanisch, 344 Seiten

ISBN: 978-84-10243-48-4
Verlag: Plataforma Neo
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Ni siquiera Gracia, que ha sido arrancada de su vida normal y corriente y enviada al mundo fantástico de Elemidas, el príncipe fae más apuesto que te puedas imaginar... pero también, el único que está maldito. Como bien es sabido, un príncipe fae necesita una Misión y una Elegida para tener una gran Historia. Pero Elemidas fue condenado hace años a vivir en bucle todas las Historias posibles, y ya ha vivido muchísimas, cientos, cada vez con una Elegida distinta. Antícora, su leal amiga, está harta de tanta repetición y jura que esta vez será la última. Ya no más Elegidas ni Misiones ni cuentos. Pero Gracia no es como las otras Elegidas. Es una chica maja, con buenos amigos, sin nada turbio en su pasado, un poco justita de coraje, pero sobrada de buenas vibras. Y con la risa más auténtica y encantadora de los dos mundos.

Andrea Prieto Pérez nació en A Coruña, y siempre dice que no tiene intención de alejarse del mar. Licenciada en Medicina y ejerciendo como psiquiatra, en su tiempo libre teclea sobre historias de todo tipo, aunque se incline más hacia la fantasía. Ha publicado varias novelas y también relatos en diferentes antologías de renombre dentro del género a lo largo de los años.
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1


Anticora Sauce de la Corte de las Polillas observaba a la Elegida y solo podía pensar en lo hartísima que estaba. Se había permitido creer, igual que se lo había permitido en todas las ocasiones anteriores, que en esa misión no habría ese tipo de incidencia, que todo saldría bien, sin Chicas ni Chicos ni Chiques, sin Hechizos de por medio. Se había equivocado, por supuesto, y estaba tan cansada, pero tan cansada, que el enfado hacía un rato que la había consumido y hasta eso le parecía carente de sentido.

Con Elemidas daba igual el tiempo o las situaciones, siempre tenían que volver a empezar.

A su lado, Cercemo se lo tomaba con humor y pelaba patatas para echar en la cazuela mientras canturreaba. Seguramente su hermano gemelo estaría entonando la misma canción por alguna otra parte del bosque, mientras ayudaba a su príncipe a cazar algún conejo y lo mantenía lejos de ella. O de ellas dos, en realidad.

La chica estaba en el trance de inicio habitual: miraba todo con extrañeza pero sin pánico, como si fuera de lo más normal acabar con el culo en un bosque rodeada de extraños. Además, aquella ni siquiera era de la época más típica. Llevaba esos pantalones que se volvían rígidos y eran húmedos, y tenía varios pendientes en una oreja e incluso uno en la cara. Para ella tenía que ser todavía más raro estar en ese lugar, con gente como ellos, y no había gritado ni una sola vez. Ese era el problema que tenía Anticora: nunca jamás gritaban, y mira que Elemidas se lo merecía. Al menos un grito pequeñito, solo uno, al llegar lo habría hecho más sencillo.

—¿Cómo te llamas? —le espetó a la chica.

La joven se sobresaltó levemente. Aunque el Hechizo actuaba sobre Elemidas, tenía un halo que cubría a toda la tropa que lo acompañaba. En sus primeros tiempos había logrado mantener hasta a doce seguidores, así que no le era difícil lidiar con ellos tres. Se hacía una idea aproximada de cómo la veían: alta pero no mucho, con brazos y piernas largos pero no mucho, con los ojos grandes y negros pero no mucho, y nada de cuernos ni alas ni musgo. Si viera su aspecto de verdad quizá se habría asustado, así solo sería lo suficiente rara como para mirarla dos veces.

Anticora arqueó las cejas e insistió:

—¿Cómo te llamas?

—Gracia.

Cercemo se rio entre dientes, inclinado sobre la cazuela. Anticora le dio una pequeña patada para que se callara, lo que generó el efecto contrario.

—¿Qué ocurre? —preguntó la chica. Parpadeó como si hubiera algo que le picara en los ojos, pero al final se limitó a añadir—: ¿Cómo os llamáis vosotros?

—Soy Anticora. Él es Cercemo —contestó ella, diligente. Su compañero no dejaba de reírse, así que le volvió a dar un golpe—. Para ya.

—Lo siento —dijo. Alzó la vista hacia Gracia—. Lo siento mucho, de verdad. Pero es que siempre tenéis un nombre así… Gracia, Aurora, Alba, Rosa, Bondad… Anda que no tendréis nombres y son los mismos todo el tiempo.

—¿Los de quién?

Anticora respiró hondo y cerró los ojos. Habían tenido esa conversación tantas veces que había perdido todo el sentido. Les explicaban qué ocurría, con todos los detalles posibles o solo con un esbozo, y daba igual cómo de mal sonara, siempre estaba bien. Era lógico. Todo cobraba sentido. Se pellizcó el puente de la nariz para anticiparse a la jaqueca, a sabiendas de que no sería suficiente.

—Las otras Elegidas —contestó Cercemo al ver que ella no iba a colaborar. Además, a él le encantaba esa parte del proceso. Se acomodó en el suelo, olvidándose por un momento de su tarea con las patatas—. También hay Elegidos, claro, pero hemos tenido menos. Y nos caen mal.

—¿Los Elegidos?

—Sí. No sé qué pasa, pero los tíos se ponen pesadísimos con Elemidas y acaba siendo todo un suplicio, ¿a que sí, Cora? —le preguntó. Ella asintió—. Y son más difíciles de mantener con vida, porque se meten en asuntos peligrosísimos todo el rato. —Se encogió de hombros—. Hemos tenido más fracasos. Con chicas ya te dije que solo tres. Está muy bien.

Por un momento pareció que toda esa información hacía mella en la placidez hechizada de Gracia. Cercemo incluso la miró de soslayo, con los ojos muy abiertos. Un segundo después, la chica asentía, convencida de que tenía mucho sentido lo que acababa de escuchar y no era para nada un asunto peligroso que la inmiscuía.

—Entiendo.

—Por supuesto que lo entiendes. Ya te lo he dicho: es el Hechizo. Todo te parecerá raro pero no mucho, como si ya lo hubieras vivido, o como si todo encajara, o como si quizá hubieras pertenecido antes a este mundo.

—¿Y qué mundo es?

—El de los fae, claro.

—Claro —asintió la chica, sin ninguna reticencia.

Anticora puso los ojos en blanco.

—Como siempre tenéis un rollito turbio, os suele ir bien para montaros vuestra historia —prosiguió Cercemo, sin molestarse en dejarle tiempo para asimilarlo todo. Estaba claro que era innecesario—. Ya sabes: un pasado dramático que podamos redimir. No se nos da bien esa parte, y normalmente lo hacéis por vuestra cuenta, pero compartirlo ayuda un poco. Como seremos amiguísimos, pues está bien saberlo.

—¿Amiguísimos?

—Oh, sí, el Hechizo te hará creer que somos tus mejores amigos del mundo. Quizá no hayas tenido antes buenos amigos y claro…

—Tengo amigos —interrumpió Gracia.

Cercemo se rio, igual que si le hubiera contado un chiste. Era evidente que no serían grandes amigos, porque jamás lo eran, pero no iban a debatirlo mucho.

—¿Y cuál es tu tragedia? —quiso saber a cambio el cocinero.

—¿Tragedia?

—Sí, ya sabes. ¿Madre muerta?

Gracia frunció el ceño. Era una de las pocas señales de que esa conversación se le hacía extraña, y solo porque el Hechizo tampoco podía embargarlo todo o se convertiría en un absoluto pelele. Les había pasado en alguna ocasión, pero en general no solía fallar así.

—Mi madre está viva —contestó la chica—. Detenida, pero… viva. Y es una detención puntual. Le ha pasado otras veces.

—Una criminal, qué interesante —dijo Cercemo, mirándola a ella para que mostrara también su entusiasmo.

—No —se adelantó Gracia a lo que pudiera parecerle. Habría sido un suplicio, así que agradecía la aclaración—. Es una activista por el medio ambiente.

—¿Eso es…? —dudó Cercemo mientras la miraba otra vez. Anticora sacudió la cabeza. No lo había escuchado jamás—. Bueno, da igual. ¿Tu padre? ¿Muerto, malvado? ¿Ausente?

—En realidad no…, es muy simpático y cenamos el otro día…

—Entonces, es tu hermana la malvada. O muerta. O ausente.

—Mi hermana también está bien. Cené con ella y con mi padre.

—Se quieren más entre ellos que a ti.

—No, la verdad. Nos queremos todos un montón…

Cercemo apretó los labios y soltó un sonido de duda. Era un balance peculiar, eso estaba claro. Normalmente las miserias estaban en esa primera fila de la familia: el padre se había marchado y dejado a cargo de una madre terrible; la madre había muerto y el padre era un ser miserable que la había vendido; su hermana tenía cara de ángel, pero en realidad era más mala que la peste. Creía que nunca habían dado con una Elegida que no tuviera alguna de esas características para formarse su redención.

—Entonces, algún tío… —tanteó Cercemo. Gracia negó—. O primo. —De nuevo, no—. O quizá son tus abuelos… —Otra negación—. O… ¿solemos tirar de más parentescos?

—Lo cierto es que no —admitió Anticora, que comenzaba a estar más intrigada con la conversación.

—Bueno. —Su compañero hizo una pausa y estudió mejor a la chica—. Vale. A lo mejor es tu trabajo. Tienes un jefe horrible que te hace caminar con zapatos diminutos sobre brasas ardiendo o meterte en chimeneas y no te da tu salario, con el que pagas la comida del resto de su familia. ¿Por ahí?

—Estoy en paro.

—¿Qué es el paro? —dudó Anticora en un susurro.

Cercemo sacudió la cabeza.

—Quiere decir que ahora mismo no estoy trabajando —les informó Gracia.

Los dos soltaron una exclamación. Aquello tampoco encajaba muy bien en las historias de trasfondo habituales.

—¿Cuál es tu profesión? —inquirió Cercemo, en lo que parecía más curiosidad que la continuación de la indagación.

—No tengo una…

—¿No tienes una profesión? ¿Modista, pastelera? ¿Domadora de fieras?

Gracia se rio. Tenía una risa de lo más extraña, entrecortada, como una especie de chillido de animal herido. Eso tampoco solía ser lo típico, y Anticora estuvo a punto de reírse también, contagiada. La Elegida se cubrió la boca con las manos y rompió el efecto; eso sí solía ser habitual en ellas.

—Lo siento —musitó—. Es que no creo que nadie tenga ahora por profesión domadora de fieras.

—Ya, tu época es rara. Estamos en proceso de calarla mejor —comentó Cercemo con el ceño fruncido—. ¿No tienes profesión de verdad?

—Estudié Periodismo, pero lo dejé en el último año. Luego repetí la selectividad para meterme a Biología, pero no acabé el primer curso y lo intenté con Veterinaria, pero todavía menos… Y luego estuve haciendo algunos ciclos por ahí, solo que tampoco es que me entusiasmasen demasiado. —Se encogió de hombros—. He trabajado sobre todo de...



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