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E-Book, Spanisch, Band 114, 168 Seiten

Reihe: Cuadernos del Acantilado

Postel El affaire Arnolfini

Investigación sobre un cuadro de Van Eyck
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-19036-60-5
Verlag: Acantilado
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Investigación sobre un cuadro de Van Eyck

E-Book, Spanisch, Band 114, 168 Seiten

Reihe: Cuadernos del Acantilado

ISBN: 978-84-19036-60-5
Verlag: Acantilado
Format: EPUB
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El retrato del «matrimonio Arnolfini», que Jan van Eyck pintó en 1434, es uno de los cuadros más fascinantes de la historia del arte: admirado a lo largo de los siglos, objeto de innumerables estudios, esconde sin embargo un secreto, un significado oculto que se hurta aún hoy incluso a la mirada más atenta. ¿Quiénes son realmente el hombre y la mujer retratados en el cuadro?, ¿qué vínculo los unía? y, especialmente, ¿qué pistas pueden ofrecernos al respecto los objetos que los rodean? En este extraordinario ensayo, Jean-Philippe Postel observa con ojo clínico el lienzo para desvelar uno a uno los misterios que Van Eyck planteó en esta singular obra, como si se tratara del análisis forense en un relato policíaco. ¿Resolverá el misterio de una de las obras de arte más enigmáticas de todos los tiempos? «Esa mujer embarazada, ese marido distante, esas manos que apenas se tocan, ese espejo (¡no se habrá hablado ya bastante de lo que se ve en ese espejo!) lo han oído todo, excepto... Excepto lo que se va a leer aquí». Daniel Pennac «Postel ofrece la más osada y curiosa hipótesis». Sergio Vila-Sanjuán, La Vanguardia «Este libro nos da pie para engolfarnos en cada centímetro de esta composición fascinante, para repasar con él las hipótesis hasta ahora formuladas y para divertirnos con nuevas teorías detectivescas». Elena Vozmediano, El Cultural «Una obra de una meticulosidad, propia de un cirujano, que pocas veces se tiene en cuenta a la hora de escribir. Esta hermosa obra, de apenas un centenar de páginas, es en realidad una pequeña joya literaria». Berta Lucía Estrada, Panorama Cultural «Puede que, en efecto, la de Postel sea la interpretación más real, a fuer de fantástica». Francisco R. Pastoriza, Faro de Vigo

Jean-Philippe Postel (París, 1951) ejerció de médico generalista de 1979 a 2014. «El affaire Arnolfini» es para él el resultado de «la aplicación a una obra pictórica de los métodos de observación clínica».

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I
«ALS ICH CAN»
Jan van Eyck, el príncipe de los pintores de nuestro siglo. BARTOLOMEO FAZIO El retrato llamado El matrimonio Arnolfini fue pintado por Jan van Eyck en 1434: enigmático, extrañamente bello, sin precedente ni equivalente en la historia de la pintura. Pero quizá, después de todo, no fuese pintado en 1434. Todo lo que sabemos en materia de fechas está en una frase sibilina que hace las veces de firma, caligrafiada en mal latín encima del espejo: «Johannes de Eyck fuit hic 1434» (fig.1). No fecit o complevit, sino fuit hic. No «Jan van Eyck hizo o acabó este cuadro en 1434», sino «Jan van Eyck estuvo aquí en 1434». O incluso: «Éste es Jan van Eyck en 1434». La frase es doblemente ambigua: no dice que el cuadro date de 1434, sino que la escena que representa tuvo lugar en aquel año. Y se guarda bien de informarnos si Van Eyck fue testigo o protagonista de esta escena. La frase sitúa al cuadro bajo el signo del doble sentido. Gracias a los documentos contables de la corte de Borgoña sabemos más sobre Van Eyck que sobre ningún otro pintor de su tiempo, más de lo necesario incluso para escribir una novela (aunque esto no es una novela, sino más bien una investigación, un análisis), y sin embargo parcelas enteras de su biografía siguen en la sombra. ¿Qué es lo que podemos decir de Jan van Eyck? El lugar y el año de nacimiento se desconocen. Los historiadores sitúan su nacimiento en Flandes hacia 1390; tal vez en Maaseik, no lejos de Maastricht, a orillas del Mosa, tal vez en otro lugar. Habría vivido en La Haya y luego en Lille, antes de fijar su residencia en Brujas, donde moriría en 1441. Sobre sus maestros, sobre su aprendizaje: nada. Sobre sus comienzos al servicio de Juan III de Baviera, soberano de Holanda fallecido en 1425: nada tampoco. Su nombre aparece mencionado por primera vez en una carta patente fechada el 19 de mayo de 1425.1 En ella se nos informa que «Johannes, antiguo pintor y ayuda de cámara del difunto duque Juan de Baviera» entraba al servicio del duque de Borgoña Felipe el Bueno. Y lo estuvo hasta su muerte. Borgoña sobrepasaba en riqueza tanto a Francia como a Inglaterra, que durante casi un siglo se habían destrozado mutuamente; mientras que el puerto de Brujas, por entonces centro económico y financiero de los países nórdicos, podía recibir en un solo día hasta cien barcos mercantes. El duque Felipe parece que tuvo a Jan en muy alta estima. Lo colmó con sus atenciones y fue el padrino de su primer hijo, nacido en 1434. Jan hizo para él varios viajes por el extranjero: de España le traería el retrato de Isabel de Urgel, con la que el duque no se casó; de Portugal, el de otra Isabel, hija del rey Juan, con la que sí se casó. Las cuentas de la Recaudación general de finanzas mencionan además, y en varias ocasiones, «ciertos viajes lejanos y secretos que el dicho monseñor le ordenó hacer a ciertos lugares, de los que no quiere hacer más mención».2 La finalidad y la naturaleza de estas misiones secretas, retribuidas muy generosamente, son uno de los misterios de la vida de Jan que siguen sin resolver. Conocía los alfabetos griego y hebreo. En un De viris illustribus escrito en 1456, el humanista italiano Bartolomeo Fazio dijo de él que era «un hombre de cultura literaria, experto en geometría y maestro de todas las artes que puedan añadirse a la distinción de la pintura».3 Durante mucho tiempo se le atribuyó el descubrimiento de la pintura al óleo, aunque para su gloria basta con haberla elevado a la perfección, descubriendo disolventes que le permitirían hacer vibrar el color y perfeccionar la ilusión figurativa hasta un extremo que durante mucho tiempo nadie superó. Pintó sobre todo temas religiosos; fue uno de los primeros en aceptar encargos privados. Considerada como su obra maestra, el suntuoso retablo de la Adoración del Cordero Místico, conservado en la catedral de San Bavón de Gante, parece que lo empezó su hermano Hubert, aunque la existencia del tal Hubert no esté bien documentada, lo mismo que la de otro hermano, Lambert, y la de una hermana, Margaret, que también habrían sido pintores. Una veintena de sus cuadros han llegado hasta nosotros; nueve están firmados; cuatro llevan su divisa, en mayúsculas más o menos griegas (la letra C ha sustituido a la ?): «A?C IXH XAN» (Als ich can, ‘Lo mejor que puedo’).4 Que se sepa, ningún otro pintor antes que él había representado nunca a un hombre y una mujer en una habitación. Anunciaciones, natividades, Vírgenes con el Niño, crucifixiones, martirios, santos, algunas escenas bíblicas, ésa era toda la pintura occidental de cuadros a principios del siglo XV: al pan de oro, para mayor gloria de Dios. Toda la pintura o casi toda: en la década de 1360, el primer retrato profano conocido de la era cristiana (un temple al huevo sobre revestimiento de yeso no firmado que representa al rey de Francia Juan el Bueno) había abierto una brecha por donde se adentraron muy pronto reyes y reinas, duques y duquesas, príncipes y princesas, que encontraron de buen gusto encargar su retrato, imitados más tarde por todos aquellos que en el mundo tenían alguna notoriedad, o bien eran muy ricos. Y de pronto, en 1434, El matrimonio Arnolfini. O más bien—seamos precisos—Hernoul-le-Fin con su esposa: pues tales son los términos de la primera descripción conocida del cuadro.5 Un hombre y una mujer, de pie en una habitación, se dan la mano. Seguramente ricos, si nos fiamos de las apariencias (muebles finamente labrados, lujoso espejo, espléndido candelabro de cobre, fastuosas telas, alfombra oriental, prendas forradas de marta cibelina y vero), pero sin duda no pertenecían a los Grandes de este mundo, pues lo habríamos sabido. Y a continuación una pregunta: ¿quiénes son? Si leyéramos la cantidad de artículos que se han consagrado al cuadro a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la respuesta a esta pregunta parece ser la condición necesaria y suficiente para comprenderlo; ahora bien, respuesta no tenemos ninguna, y como veremos la pregunta adecuada sería más bien: ¿qué hacen? Se trata de una tabla de roble pintada al óleo, de 84,5 por 62,5 centímetros, magníficamente conservada, catalogada en la National Gallery de Londres con el número NG 186. El nombre de su primer propietario se ha perdido, así como la huella de las transacciones que la hicieron pasar a formar parte de las colecciones de un tal don Diego de Guevara (c. 1450-1520), quien fue a su vez paje en la corte de Felipe el Bueno, escudero de Carlos el Temerario, maestresala de Juana la Loca, chambelán y más tarde mayordomo mayor* de Carlos V—además de un gran coleccionista—. Don Diego regaló el cuadro a Margarita de Austria (1480-1530), hija de María de Borgoña y del emperador de Austria, Maximiliano I. Cuando éste murió de una gangrena de la pierna, su sobrina María de Hungría (1505-1558), hermana de Carlos V, lo heredó. Ambas fueron regentes de los Países Bajos borgoñones. Un año después de que Carlos V abdicara para consagrar los pocos años que le quedaban de vida al ayuno, a la oración y a la mortificación, el cuadro iba camino de España en los baúles de María de Hungría. Corría el año 1556 y escapó así al «furor iconoclasta» de los calvinistas que, diez años después, destruyeron no se sabe cuántos cuadros en Flandes y en los Países Bajos. A la muerte de María de Hungría, pasó a manos de Felipe II y permaneció en las colecciones reales españolas hasta las guerras napoleónicas. Fue un milagro que no ardiera en el incendio que destruyó el Alcázar de Madrid durante la noche de Navidad de 1734. ¿Fue defenestrado por sus rescatadores como tantos otros cuadros que escaparon de las llamas? ¿Era uno de los cuadros que Felipe V había hecho llevar poco antes a su residencia del Buen Retiro? No lo sabemos. Misterio igualmente sobre las circunstancias en las que desapareció del Palacio Nuevo de Madrid bajo el reinado de José Bonaparte, apodado Pepe Botella. Y misterio de nuevo sobre su reaparición en Inglaterra años más tarde. La leyenda cuenta que reapareció en Bélgica en 1815 en una casa particular, donde habría adornado la habitación de un oficial inglés herido en Waterloo—el teniente coronel James Hay—que se habría prendado de él y lo habría comprado a su huésped, antes de llevárselo a Inglaterra y venderlo, poco antes de su muerte, a la National Gallery por seiscientas guineas. ¿Verdad? ¿Mentira? La Historia duda aquí entre dos delitos sin saber a qué atenerse. Puede que los mercenarios del rey José robaran el cuadro en Madrid y lo malvendieran en Bélgica; o puede que el teniente coronel Hay, como parece más probable, lo sustrajera él mismo de...



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