Péguy | Los Tres Misterios | E-Book | www2.sack.de
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E-Book, Spanisch, 496 Seiten

Reihe: Literatura

Péguy Los Tres Misterios

Introducción de Javier del Prado Biezma
1. Auflage 2011
ISBN: 978-84-9920-740-7
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Introducción de Javier del Prado Biezma

E-Book, Spanisch, 496 Seiten

Reihe: Literatura

ISBN: 978-84-9920-740-7
Verlag: Ediciones Encuentro
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'Todo hace pensar que Péguy ha de encontrar un extraordinario resonador en el meridiano de nuestra cultura. Porque somos muchos los que compartimos hoy los dramas que él atravesó y más aún los que precisamos la esperanza que -entre tantas angustias- predicó. Péguy es radicalmente contemporáneo nuestro y el lector percibirá el latido de su corazón tan vivo, a poco que supere los peculiarísimos y nunca fáciles modos de hacer del poeta'. (José Luis Martín Descalzo)

Nació el 7 de enero de 1873 en Orléans (Loiret), en el seno de una familia modesta. En 1894 se trasladó a París para ampliar sus estudios, y allí recibió las enseñanzas de Romain Rolland y Henri Bergson, lo cual le influyó mucho. También en esta época se asentaron sus convicciones socialistas. Fundó la librería Bellais, cerca de la Sorbona, pero cuando casi quebró en el año 1900 se la dejó a sus socios. A continuación fundó Les Cahiers de la quinzaine, revista destinada a publicar sus propias obras y a dar a conocer a nuevos escritores. En 1907 se convirtió al catolicismo, por lo que a partir de entonces combinó obras donde se reflejaban sus apasionadas convicciones políticas con otras obras de carácter místico y lírico. Fue movilizado durante la Primera Guerra mundial y murió en combate al comienzo de la batalla del Marne, el 5 de septiembre de 1914, en Villeroy (Seine et Marne).
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Introducción

Charles Péguy: una obra intempestiva


Javier del Prado Biezma

A. ESPACIOS PRELIMINARES


1. Pórticos personales


a. Una extemporaneidad asumida

No es un signo de menosprecio, no, calificar la obra de Péguy de extemporánea, a la par que de intempestiva. En efecto, esta obra responde a las dos acepciones de la primera palabra. Obra fuera de su tiempo, de nuestro tiempo y, tal vez de cualquier tiempo, si la consideramos en su apariencia superficial, tanto temática como formal. Obra fuera del tiempo, pero que se asienta en la esencialidad del hombre occidental, si consideramos las raíces profundas que le dan vida y, al menos, algunas de las manifestaciones en las que estas raíces afloran a la forma, a la vida. Obra, también (o tiempo o tempestad), de una fuerza incontrolada, capaz de arrasar, de mover montañas o, simplemente, de estrellarse repetidamente contra el primer obstáculo; tempestad o ímpetu tempestuoso no sólo en los aspectos temáticos, sino también en la conformación formal de éstos: una poética intempestiva que irá asumiendo o reinventando las formas y modos de la palabra de los profetas.

Calificar a Péguy de intempestivo no es un signo de menosprecio en boca de una persona cuya obra poética más preciada por él, el libro de poemas La palabra y su habitante, fue calificada también de extemporánea, de intempestiva, por una de las personas que la prologaron.

Hay, pues, entre la obra de Péguy y la conciencia poética de este prologuista algo en común: el convencimiento de que el poeta debe escribir desde dentro (su yo asumido en la Historia, que es mitad modernidad y mitad tradición, según Baudelaire), dejando de lado cualquier veleidad que se ponga de moda y, sobre todo, sin hacer caso a ninguna de las grandes voces (maestros o filisteos) que quieren convertir la aventura poética en una ceremonia de innovación para la nada, ajena a la coherencia de la dinámica interna de un yo abocado al acto de escritura. Y, junto a Baudelaire, nos complace recordar a T. S. Eliot, en su estudio La tradición y el talento individual, y al famoso contemporáneo de Péguy (y casi hermano en el destino trágico, G. Apollinaire) que ya nos había curado de ese espanto, él, tan vanguardista de primera hornada, cuando escribió su testamento estético en el artículo Sobre la innovación y la tradición, tan fácil y voluntariamente olvidado por tantos.

Hacía estas consideraciones hace unos días, cuando, al hablar con una colega, le dije que estaba preparando una Introducción a la poesía de Péguy. La única respuesta que obtuve de ella fue una mueca de extrañeza, de incredulidad y (me atrevo a sospechar) de malentendido: malentendido acerca de Péguy y, posiblemente, acerca de mi persona y de mis intereses poéticos. Personas como ésta, de gran inteligencia y perspicacia poética, pero con algunos a priori ideológicos y poéticos, son las destinatarias de esta Introducción. Aquellas pocas que ya estén convertidas a Péguy no la necesitan. La figura de Péguy tampoco, acrecentada por su destino trágico, con su muerte prematura, en la Primera Guerra Mundial.

No quisiera, pues, que esta Introducción a Charles Péguy fuera una mera presentación del pensador, periodista político y poeta. Los datos externos de su vida, los datos de su obra los encontrará el lector de este libro en cualquiera de las múltiples entradas que podemos abrir en internet. A ellas les remito. Es una de las grandes ventajas de este medio de comunicación: nos permiten ahorrarnos esas, aunque necesarias, tediosas notas biográficas, con sus datos bibliográficos, y un recuento más o menos interesante de anécdotas y fechas. La libertad que esta circunstancia me concede voy a dedicarla, pues, a situarme, de nuevo, ante un autor por el que transité con bastante intensidad (y, me atrevería a decir, con bastante intimidad) y del que me había casi olvidado, incluso cuando, como director de tesis doctorales, inicié, tras la mía, la dirección de la larga serie de estudios consagrados a la poesía religiosa del siglo XX.

Más allá de la apariencia de los textos, penetrar en las raíces de su obra; dialogar con ella; ver su porqué, para poder apreciar su cómo —ese cómo deslumbrante y desconcertante a un mismo tiempo— es el objetivo que va centrar los esfuerzos que siguen; pero antes de empezar a escribir, me era, pues, necesaria una reconversión a Péguy; lo que equivale a decir, una reconversión al espíritu evangélico.

b. La peregrinación a Chartres

Para curarme en salud, ya me he ido este verano a Chartres, en peregrinación poética, para intentar recuperar desde fuera (la región de La Beauce, sus trigales, la catedral de Notre-Dame, con sus dos torres, gemelas en apariencia pero de signo estético y espiritual invertido), algún resto material de la esencia del poeta. Y tengo que confesar que por allí nada encontré, a pesar de su presencia nominal por calles y plazas: Péguy no es un poeta gótico, si se me permite la adjetivación metafórica, en cuanto a la arquitectura de su obra, a pesar de los campanarios esbeltos que dominan su geografía imaginaria; lo veo más como un poeta románico, si bien, con el barroquismo que tienen las últimas obras románicas en su riqueza ornamental, riqueza, por otro lado, que también tiene el último gótico. A veces llego a pensar, incluso, que no es una catedral, sino una inmensa y maravillosa iglesia de pueblo (las hay por toda Francia), construida en el recuerdo de las grandes catedrales, pero con la tosquedad y rusticidad (a menudo mentidas) del artesano que hace lo que puede, aunque pueda mucho.

Intentaré dar una explicación, tanto conceptual como técnica, a esta licencia estilística un tanto frívola, pero que resalta no pocas contradicciones en la obra del autor. Por otro lado (y sigo pensando en delirios verticales) el «cristianismo» de Péguy presta más atención a la bajada de Dios a la tierra y a su permanencia en ella, cristianizándola en su naturaleza más apegada a la superficie terrestre, que a la subida, que a la ascensión, del hombre a los cielos, sublimado por los espacios aéreos (a la manera de los personajes del Tiepolo), aunque esta ascensión sea el fin último de su pensamiento, de su obra y de su vida, como veremos.

Sin embargo, la falsa peregrinación a Chartres me era necesaria: me ha permitido volver a mis orígenes (cristianos, en cuanto a mi epistemología simbólica, y marianos, en cuanto a mi imaginario sentimental). Creo que esta vuelta o, mejor, esta toma de conciencia, aunque sólo haya sido transitoria o metodológica, era forzosa para poder acercarme de nuevo a la obra del poeta, con cierta capacidad para comprenderlo, asumirlo y, luego, explicarlo. Era lo que me había comprometido a hacer.

2. La poesía religiosa: un empeño arduo (si no imposible) para un poeta


La práctica de la poesía religiosa está llena de problemas para el poeta. Estos problemas están orientados, al menos, en dos direcciones. La estrictamente religiosa, esencial, y la histórica o, en cierto modo, coyuntural. De manera primordial, aquella que se refiere a los problemas que puede plantear la palabra (poética), cuando, extraída de su naturaleza material, social e histórica, se ve abocada a asumir la «Palabra de Dios» o de los dioses, como transmisora, esencia o vehículo, de la trascendencia. De manera secundaria, pero no menos embarazosa, aquella que es provocada por circunstancias históricas, colectivas o individuales, durante las cuales y a favor o en contra de las cuales se desarrolla una práctica poética que podemos calificar de religiosa.

Precisando ambas direcciones en función de la poesía de Charles Péguy, deberíamos plantearnos, en primer lugar, la pregunta siguiente: en qué medida y cómo la palabra poética de Péguy responde al calificativo de religiosa, es decir, cuál es su modo de situarse frente al concepto de Palabra de Dios, es decir, frente a un ‘proyecto’ perfectamente formulado ya de decir la trascendencia1. En segundo lugar, deberíamos ver cómo asume Péguy la dinámica (existencial y lingüística) de la conversión a la fe (y no debemos olvidar aquí el hecho evidente de que sea a la fe católica, es decir, a una fe que se ha manifestado, de manera esencial, como encarnación de Dios en palabra y en carne), y en un momento histórico dominado por el modernismo ideológico (historicismo y socialismo materialistas, en cuyo seno nace Péguy, como intelectual finisecular).

En esta problemática de la palabra poética, habría una tercera dirección, de menor interés para mí: aquella que contempla una poesía religiosa de carácter puramente devocional: poesía de loa u oración de planto y penitencia2 que, asentada en realidades estrictamente humanas (y empleo los dos términos con extremada cautela), no plantea, a mi entender, grandes problemas respecto del tema que estamos tratando. Péguy es, también, un poeta devocional, sobre todo al final de su obra poética; ahora bien, esta dimensión de su poesía ahora no me preocupa; pues el poeta de los tres «misterios» que ahora vamos a leer se sitúa en otro nivel, evidentemente más conflictivo: el de asumir, como suya, la Palabra de Dios, repitiéndola, traduciéndola o glosándola; y es en este nivel donde nace el problema que intento esbozar.

Empecemos por el segundo aspecto, el coyuntural: el que atañe al...



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