E-Book, Spanisch, 232 Seiten
Reihe: Ensayo
Pera Por qué debemos considerarnos cristianos
1. Auflage 2011
ISBN: 978-84-9920-567-0
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Un alegato liberal
E-Book, Spanisch, 232 Seiten
Reihe: Ensayo
ISBN: 978-84-9920-567-0
Verlag: Ediciones Encuentro
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Marcello Pera (Lucca, 1943) estudió filosofía en la Universidad de Pisa, donde ha enseñado Filosofía de la Ciencia desde 1976. Desde 1992 es catedrático de dicha universidad. En 1996 fue elegido senador, siendo reelegido en todas las elecciones desde entonces. Desde 2001 hasta 2006 fue Presidente del Senado italiano. Además de sus publicaciones sobre el método, la demostración y la argumentación científicas, es colaborador habitual de diferentes diarios y revistas de la prensa italiana. Es coautor, junto a Joseph Ratzinger (ahora Benedicto XVI) del libro Sin raíces.
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I
LIBERALISMO, ECUACIÓN LAICA Y CUESTIÓN CRISTIANA
Los liberales en la bifurcación de la religión
La pregunta más difícil que se les puede hacer hoy a los liberales es ésta: «¿Qué es el liberalismo?». Se presenta un problema así de radical cada vez que una concepción difundida y generalmente aceptada (teoría científica, doctrina ética, teoría jurídica, programa político) encuentra serias dificultades teóricas y de aplicación e intenta ajustarse como mejor puede. La teoría ajustada ya no es, por definición, la original y, por consiguiente, no es monolítica, sino articulada y compuesta, a veces incluso ecléctica, pero mientras consiga proteger su propio núcleo es todavía una teoría utilizable, aunque se presente dispersa en muchas versiones. Así sucede hoy con el liberalismo1.
En el plano de la cultura y de la acción política, los liberales son desde hace tiempo clase de gobierno en casi todo el Occidente, donde han salido vencedores sobre los absolutismos y sobre los totalitarismos y han sometido —o si no sometido sí al menos inducido— a la democracia a evitar la «tiranía de la mayoría», obligándola a respetar ciertos derechos fundamentales de los ciudadanos. Los regímenes liberales son los más avanzados, los que ofrecen más bienestar, más oportunidades, más movilidad social, más garantías. A menudo atraviesan crisis económicas, pero consiguen superarlas sin rebajar el nivel de vida de los ciudadanos. Y constituyen un polo de atracción para muchos otros regímenes y una meta para una gran cantidad de refugiados y emigrantes. Y, con todo, esta victoria de los regímenes liberales no es propiamente liberal. Estos regímenes son hoy todos ellos híbridos, en particular respecto a un punto fundamental en que el liberalismo cede vistosa y progresivamente a la democracia: la elaboración del derecho mediante votaciones de mayorías parlamentarias, incluso en lo concerniente a los mismos derechos considerados fundamentales.
En cuanto a la doctrina liberal, también es híbrida en sí misma. Son tantas las divisiones, distinciones, fracturas que hasta resulta difícil hablar de una única doctrina. Todos los puntos principales son objeto de controversia. ¿Es el liberalismo una doctrina únicamente política, limitada a la organización de la esfera pública, o es una doctrina general, filosófica, ética, metafísica o, como se dice ahora, «comprensiva»? El concepto sustentador del liberalismo, la libertad, ¿significa libertad de coerción, interferencia, vínculos, etc. o libertad para conducir nuestra propia vida con autonomía moral y racional? ¿Se ha de entender la autonomía en el sentido de libertad de elegir según los propios designios o en el sentido de tener los recursos y el poder efectivo para actuar de este modo? La libertad y la propiedad privada, o la libertad y la economía capitalista, están unidas conceptualmente, ¿son lo mismo, se relacionan como medio-fin, o bien son conceptos inconexos que pueden ir por separado? ¿Son compatibles la libertad y la justicia? ¿Hasta qué punto tolera un régimen liberal la interferencia de la política en la redistribución de los recursos por parte del Estado? Más aún, ¿es el liberalismo una teoría a escala universal o bien tiene un valor local o nacional, sólo para ciertas comunidades o a partir de un determinado estadio de desarrollo de la civilización? Y, por último, aunque sin agotar la lista: ¿es el liberalismo universalista y ciego a todas las diferencias individuales y comunitarias o bien es pluralista y permite derechos étnicos y de grupo?
Para ninguna de estas preguntas existe una respuesta unívoca en nuestros días. Hay liberales de un tipo y liberales de otro. El resultado es que ya no hay ninguna versión del liberalismo que no contenga conceptos —«tradición», «nación», «justicia social», «redistribución», «intervención pública»— que sean originarios de ésta o de aquélla de las otras dos principales familias políticas en lid: el conservadurismo y el socialismo, y bastante más del segundo que del primero, hasta tal punto que, en el lenguaje político americano, liberal se ha convertido más o menos en sinónimo de «socialdemócrata» en el lenguaje político europeo. Y es cosa sabida que cuando, para caracterizar una doctrina, se añade al sustantivo que la define un adjetivo que la califica —liberalismo «social», liberalismo «democrático», liberalismo «conservador», liberalismo «libertario», liberalismo «nacional», liberalismo «multicultural» y, viceversa: socialismo «liberal», democracia «liberal», etc.—, eso significa que la doctrina que de ahí resulta pasa por serias dificultades. Al final, o bien cambia de ropa o bien se ve obligada a vivir en la miseria, para quedar destinada, a continuación, al abandono.
Los regímenes híbridos que acogen políticas que fueron inconciliables en un tiempo y una doctrina también híbrida que contiene nociones antes incompatibles constituyen hoy los signos característicos de la crisis del liberalismo2. Esta crisis no la niega nadie, y la misma proliferación de escuelas de pensamiento, de variantes doctrinales, de programas de investigación está ahí para llamar a la realidad incluso al más obstinado de los liberales. Con todo, «crisis» no significa «fin». El núcleo en torno al que gira el liberalismo, a pesar de las diferentes justificaciones que ofrecen del mismo sus diferentes variantes, y por el que se rigen los regímenes liberales, a pesar de las variadas dosificaciones políticas que recomiendan sus constituciones, sigue siendo todavía, por lo general, resistente y atrayente. Se trata de la idea de los derechos naturales (o llamados también «humanos», «fundamentales», «esenciales», «de base», etc.): todos los hombres son libres e iguales por naturaleza, y sus libertades fundamentales son anteriores al Estado e incoercibles por éste3. Esta idea tiene varios corolarios. Uno es éste: cada uno es libre de perseguir su propia concepción del bien. Otro es: cada uno goza de libertad de conciencia y religiosa.
Estos corolarios muestran ya el bien conocido optimismo liberal. ¿Cómo consiguen unos hombres libres e iguales, autorizado cada uno de ellos a elegir su propia vida y, por consiguiente, cada uno de ellos en conflicto potencial con cada uno de los otros, estar juntos, ser fieles y leales a un Estado? Para garantizar la coexistencia social, es preciso plantear alguna hipótesis o presuponer que la sociedad liberal se caracteriza por la máxima armonizabilidad de las concepciones del bien (o por su mínima distancia recíproca) y por la máxima compatibilidad de las fes religiosas (o por su mínima conflictividad). En caso contrario, estallaría la guerra de todos contra todos —que es precisamente el estado salvaje de naturaleza que los liberales pretenden superar— con consecuencias fatales para toda la sociedad.
Los grandes Padres del liberalismo tenían muy presente este problema y se mostraron confiados en resolverlo. No por casualidad pensaban en el «derecho cosmopolita», en la «federación de pueblos», en la «paz perpetua», así como sus hijos piensan hoy en las Naciones Unidas, en la Corte Penal Internacional, en la Carta universal de los derechos del hombre. Sin embargo, la historia ha sacudido también las convicciones más arraigadas. Los presupuestos liberales en el campo doctrinal han entrado en crisis con el descubrimiento del pluralismo de los valores y, todavía más, con la idea de su relatividad e inconmensurabilidad, es decir, la tesis según la cual no existe una unidad de medida común para evaluar todos los tipos de culturas y de civilizaciones. En la práctica, incurren en un alto riesgo en las sociedades modernas, en cuyo interior están renaciendo fuertes sentimientos nacionalistas y donde las diferentes concepciones del bien conviven cada vez más a duras penas y aparece la idea multicultural de los derechos de grupos, clases, categorías, diferentes de los de la mayoría o de toda la nación o de toda la humanidad. No es casual que la misma vieja idea liberal de unidad (moral y racional) del género humano se haya fragmentado hasta tal punto que hoy, como dice el lema de la Unión Europea, se ha transformado en un oxímoron: «Unidad en la diversidad».
En particular, la religión se ha mostrado recalcitrante con el optimismo liberal. Dirigiéndose de una manera prepotente al teatro, ha elaborado preguntas sobre la identidad y la pertenencia, se ha convertido unas veces en obstáculo para la integración y la convivencia de millones de inmigrantes y otras, por el contrario, como estímulo para la formación de nuevos Estados, se ha puesto como límite y freno a muchas legislaciones en materia ética, ha engendrado diferentes formas de fundamentalismo, ha dado lugar a tensiones, violencias y hasta terrorismo. Y esto, en el Occidente liberal, cambia los términos de la cuestión: para el ejercicio y la justificación de los derechos liberales, una cosa es la sociedad religiosamente homogénea al calor del cristianismo, como ha sucedido durante siglos, y otra cosa es una sociedad donde reina una fuerte competición religiosa, como sucede en nuestros días.
El remedio típico propuesto por los liberales, para evitar o reducir lo más posible este tipo de conflictos, ha sido o bien oponerse a la religión o bien separarla de la vida pública: dos soluciones distintas, pero ambas convergentes en la ecuación «liberal igual a laico». La laicidad y el laicismo han sido considerados como un bien refugio, como un escudo protector contra...