Penadés | El hombre de Esparta | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 352 Seiten

Reihe: Narrativas Históricas

Penadés El hombre de Esparta

La tragedia de Isómaco de Atenas
1. Auflage 2012
ISBN: 978-84-350-4712-8
Verlag: EDHASA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

La tragedia de Isómaco de Atenas

E-Book, Spanisch, 352 Seiten

Reihe: Narrativas Históricas

ISBN: 978-84-350-4712-8
Verlag: EDHASA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Atenas, siglo V a.C.Isómaco es un respetado ciudadano que, movido por su admiración hacia las ideas de hombres como Sócrates, Anaxágoras y Heródoto, participa en la Asamblea y en los asuntos públicos de su ciudad en defensa de Pericles. Cuando compra al esclavo Neleo para ejercer como pedagogo de su hijo Iónides, ignora que ha puensto en funcionamiento la implacable rueda del destino y que su mundo, al igual que el de toda la Hélade, cambiará para siempre. ¿Cuál es la relación entre el misterioso asesinato ocurrido en la apacible hacienda familiar y Alcinoo? Una ira ciega se apodera de Isómaco, quien acude al dios de Delfos en busca de ayuda para llevar a cabo su venganza. El joven Iónides, lúcido testigo del combate entre el odio y la razón, recibirá una enseñanza que marcará toda su vida. Antonio Penadés nació en Valencia en 1970, es licenciado en Derecho y Periodismo y ante todo un lector e investigador apasionado por la Antigüedad griega. En esta, su primera novela, ha sabido plasmar la vida cotidiana de los atenienses del siglo de Pericles, un momento fundamental en la historia de Grecia: aquel en el que, tras llegar a su máximo esplendor, comienza la caída. Penadés trabaja a la manera de Homero y de los clásicos griegos, creando a un héroe y a su antagonista, y mostrando su evolución encarnado cada uno de ellos las dos caras del mundo griego.

Antonio Penadés Chust (Valencia, 1970) es licenciado en derecho y periodismo y diplomado en Estudios Avanzados en Historia de la Antigüedad.Es miembro del Patronato de la Fundación IVECO (Instituto Valenciano de Estudios Clásicos y Orientales) e imparte clases en el Museo L'iber, en la Universidad de Valencia y en la Escuela de Negocios de CEU, además de colaborar en Historia National Geographic y Punto Ragio, entre otros medios de comunicación. Es autor de la crónica de viajes Tras las huellas de Heródoto y coautor del libro Cinco miradas sobre la novela histórica (2009).

Penadés El hombre de Esparta jetzt bestellen!

Autoren/Hrsg.


Weitere Infos & Material


CAPÍTULO PRIMERO
EL ESCLAVO
Kefisia, Ática; 432 a.C.
El esclavo preferido de mi padre había sido asesinado. Le mataron en lo más profundo de un bosque cercano a nuestra casa. Estaba solo e indefenso, y una terrible tormenta azotaba la noche. La mañana siguiente a su desaparición, el resto de sus esclavos comenzaron un fatigoso y concienzudo rastreo en busca de alguna pista que ayudara a esclarecer lo ocurrido. Después de dedicar cuatro días a batir los caminos, las granjas y los bosques circundantes, cuando se daba por seguro que aquel extenuante esfuerzo iba a resultar improductivo, uno de los rastreadores averiguó el lugar donde se había perpetrado el crimen al descubrir unas muescas y diversas señales marcadas al pie de una vieja encina. Sin embargo, el cadáver del esclavo continuaba sin aparecer. Mis padres, mi hermana y yo vivíamos en una magnífica hacienda situada en el demo de Kefisia, a unos cien estadios al norte de Atenas. La vida de mi familia había transcurrido hasta entonces armónicamente, en consonancia con la paz que se respiraba en nuestra querida ciudad y con la estabilidad que los atenienses habíamos disfrutado durante un largo y fructífero período. El esclavo asesinado era un joven llamado Neleo, y desde la noche de aquel crimen nuestras vidas cambiarían radicalmente. * * * Isómaco, mi padre, era alto y robusto, y su afición por el manejo de la espada y la gimnasia confería a su cuerpo una fuerza y elasticidad admirables. Su barba, perfectamente recortada y moteada por unas incipientes canas, cercaba su cara alargada, su nariz aguileña y sus ojos de color negro azabache. Todos los días de mi vida le he tenido presente. Cada vez que le recuerdo, la imagen que ilumina mi mente es la de un hombre equilibrado, sereno y dotado de un gran sentido del humor. A pesar de que las circunstancias que debió afrontar en la última etapa de su vida no le permitieron gozar de ella en su plenitud, mi padre nunca perdió ni un ápice de su entereza y de su dignidad. Había adquirido a Neleo la primavera anterior, medio año antes de que éste muriera asesinado. Recuerdo perfectamente la tarde en que el esclavo llegó a la hacienda por primera vez, caminando cansinamente junto a la grupa del caballo de mi padre. Divisé a lo lejos las figuras de ambos y salí corriendo por el caminal que conducía hasta la casa para recibirles. Mi padre estaba visiblemente satisfecho, pues había encontrado exactamente aquello que había ido a buscar. Durante el trayecto desde la ciudad mantuvo una breve pero grata conversación con el nuevo esclavo, tras la cual reforzó la buena impresión que éste le había causado cuando estaba expuesto en el mercado. Yo era el primogénito de Isómaco y su único hijo varón, y todos me llamaban Ión. Había cumplido catorce años el último invierno, y, puesto que podía permitírselo, mi padre quiso para mí un esclavo pedagogo realmente culto que dirigiera mis pasos: constituía para él una cuestión primordial cerciorarse de que yo recibía una educación lo más completa posible. Mi padre había recibido la noticia de que aquel día arribaría al puerto del Pireo una remesa de esclavos, prisioneros de la reciente batalla que se había librado en la isla de Corcira, de modo que al amanecer partió a caballo hacia Atenas. En realidad, albergaba escasas esperanzas. Llevaba bastante tiempo buscando un educador para mí y consideraba muy improbable que fuera a encontrar algo interesante entre un grupo de esclavos espartanos. Sin embargo, debía agotar todas las posibilidades puesto que mi ayo tenía ya poco que enseñarme. Al mediodía llegó a la plaza en la que se habían instalado los mercaderes, quienes se abalanzaron sobre él para contarle las excelencias de su mercancía. Según acostumbraba, extendió sus brazos para quitárselos de encima y les dijo con firmeza que buscaría por sí mismo. Recorrió una a una las filas que formaban los esclavos. Todos posaban desnudos y untados con abundante aceite para resaltar sus cuerpos y disimular su suciedad. Se acercó a ellos, los miró de cerca y exploró a algunos con preguntas. Casi todos eran jóvenes mesenios capturados por los espartanos para ser utilizados como remeros en la guerra. Ninguno parecía poseer nada de valor sobre sus hombros aparentemente forjados por años de severas penalidades. Uno de los últimos a los que mi padre interrogó fue Neleo. Le llamó la atención su altura y su fortaleza, pero, sobre todo, el hecho de que estuviera totalmente abstraído en sus pensamientos. Más tarde conocería que esa abstracción era el signo visible del tremendo hastío que imperaba en su interior. Mi padre apartó unos pasos al esclavo y mantuvo una breve conversación con él. Le formuló varias preguntas sobre historia y geografía que éste contestó correctamente y sin dudar. Le preguntó qué más sabía, y el esclavo recitó el inicio de varios pasajes de la Ilíada con desgana pero con una fluidez formidable. Quedó tan asombrado que se dirigió de inmediato al mercader, regateó sin mostrar verdadero interés hacia el esclavo, y se lo llevó por tan sólo cien dracmas. Cuando les alcancé en el caminal, mi padre me saludó con una amplia sonrisa. Desde allí pudimos adivinar cómo mi madre, mi hermana y algunos de nuestros once esclavos se disponían a recibirle en la puerta de casa. Habían divisado que una persona llegaba caminando junto a su caballo y estaban ansiosos por conocer al que probablemente se convertiría en un nuevo miembro de la comunidad. Mi padre me presentó ahí mismo a mi nuevo ayo, aunque éste apenas reparó en mí. Por el contrario, observaba con la máxima atención cada uno de los detalles de la hacienda, el lugar donde quizás fuera a trabajar y a vivir durante el resto de su vida. Al llegar, todos miraron con curiosidad al esclavo. Tenía buen aspecto. Rondaría los veinte años y era alto, sano y fuerte, aunque el hambre y los padecimientos sufridos en la batalla de Corcira indudablemente le habían hecho perder bastante peso. Leagro, nuestro esclavo más viejo, se hizo cargo del caballo de mi padre y lo condujo con celeridad a las caballerizas, situadas en la parte trasera de la casa, más allá del pozo. Mi madre, Leucipe, se acercó al recién llegado, le dirigió un saludo y le preguntó su nombre. –Mi nombre es Neleo, señora –contestó él con un grave acento dorio desconocido para nosotros. –Sígueme, esclavo; debo ser yo quien te conduzca a tu aposento. Neleo traspasó la puerta detrás de mi madre. Recuerdo aquella casa como si la estuviera viendo ahora mismo, tal es el cariño que le guardo. Aunque fue construida con austeridad por mi abuelo Iónides, mi padre realizó diversas ampliaciones y mejoras hasta convertirla en un hogar espacioso y cómodo. Leucipe y el esclavo penetraron en el vestíbulo, que comunicaba por la izquierda con la despensa principal y por la derecha con unos baños embellecidos con vistosos mosaicos. Recorrieron el pasillo, oscuro y fresco, adornado a ambos lados por figuras de mármol y jarrones de mil colores, y llegaron hasta el patio interior. Éste era amplio y elegante, circundado por bellas columnas y presidido por una gran estatua de Atenea, la diosa protectora de nuestro hogar, a cuyos pies descansaba el altar de la casa y el fuego sagrado. Una fuente con forma de tritón ocupaba la parte central del patio, inundando el ambiente con su sonido monótono y tranquilizador. Rodeando la fuente, un estanque repleto de pececillos mostraba el ondulante reflejo de las columnas que cerraban el patio. La superficie del agua capturaba la luz y los colores del cielo, transformando a lo largo del día la apariencia del estanque y del patio. En aquellos momentos, como cada atardecer, los tonos rosáceos se intercalaban sutilmente entre las columnas del ala derecha, creando una atmósfera acogedora y hermosa. Las dependencias que comunicaban con el pasillo izquierdo del patio constituían el andrón, el lugar más atractivo de la casa y en el que rara vez se me permitía entrar. En esas estancias mi padre se entregaba durante largas horas a la lectura y a la administración de la hacienda. Dentro del andrón destacaba el comedor de los convites, la más amplia y cómoda de todas las salas. Nueve triclinios, colocados tras sus correspondientes mesas, se hallaban repartidos junto a las paredes, que lucían llamativas pinturas que solían provocar la admiración de los invitados. Mi padre utilizaba ese comedor cada vez que se presentaba la ocasión de compartir un banquete con sus íntimos amigos y, algunas veces, con personajes ilustres que venían desde Atenas. Cuando yo era pequeño creía que el único objetivo de aquellas reuniones consistía en emborracharse y divertirse, pero se trataba de mucho más que eso. Beber mientras se dialogaba sobre los grandes temas de la filosofía y de la política implicaba también aprender, contrastar criterios y ponerse al día de las nuevas corrientes; en definitiva, estar al tanto de lo que sucedía por entonces en Atenas y en la Hélade, acontecimientos que estaban conformando el que sería el período más rico y a la vez más crítico de nuestra historia. Rodeando el patio, y a espaldas de la estatua de Atenea, ambos pasillos conducían al gineceo. En sus dependencias pasaban casi todo el día mi madre, las esclavas y Frime, mi hermana pequeña. Nunca he sabido con exactitud qué hacían allí las mujeres durante tantas horas, pero me imagino que charlarían sobre toda clase de asuntos mientras...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.