Parr | Corazones de gofre | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 176 Seiten

Reihe: Nórdica Infantil

Parr Corazones de gofre


1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-16830-44-2
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 176 Seiten

Reihe: Nórdica Infantil

ISBN: 978-84-16830-44-2
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



En un pequeño pueblo de la costa noruega,Terruño Mathilde, viven Lena y Theo. Ella es intrépida, divertida y muy aventurera. Él, la mente serena de los dos. Son amigos del alma, aunque Theo a veces necesitaría que se lo dijeran un poco más a menudo, como a todos por otra parte. Lena vive sola con su madre y, de vez en cuando, piensa que le gustaría tener un padre. Theo tiene una hermana adoptada en Colombia y un abuelo flaco y arrugado, que vive en el sótano de su casa y al que adora. Lo que más les gusta es compartir los ricos y calentitos gofres de la tía abuela y pasar el día juntos corriendo aventuras que, alguna que otra vez, están a punto de terminar en catástrofe, por parte de la alocada Lena.

Maria Parr. (Fiskå, 1981). Escritora noruega. De pequeña ya era una narradora entusiasta, y mantenía despiertos a sus tres hermanos hasta altas horas de la madrugada con sus cuentos. Parr comenzó a escribir historias en la escuela. Estudió Lenguas y Literatura Nórdicas en la Universidad de Bergen. Actualmente es profesora a tiempo parcial en la escuela secundaria en Vanylven. Los libros de Maria Parr han ganado muchos premios, entre ellos el Luchs, el Premio Brage, el Silbernen Griffel y el Prix Sorcière. Su trabajo también ha sido publicado en numerosos países con mucho éxito. En 2015, recibió por Corazones de gofre el Súper Premio que otorga la prestigiosa revista Andersen de Italia al mejor libro del año. Zuzanna Celej. Nació en Polonia en 1982. Pasó su infancia inventando y construyendo objetos, edificios y maquetas con todo lo que encontraba, viendo a su padre esculpir y rodeada del aroma de los óleos y la esencia de trementina. Fascinada por el mecanismo del cuerpo humano, quiso ser cirujana cardíaca, pero al final se decidió por las Bellas Artes, que estudió en Barcelona. Probó con el grabado, la fotografía y otras artes plásticas hasta darse cuenta de que cuando verdaderamente se sentía realizada era ilustrando, inventando y construyendo personajes y mundos con sus lápices, y contando sus historias sobre el papel. Para ello, estudió en la Escuela Superior de Ilustración Llotja durante cuatro años más. Todo ese trabajo se ha materializado en su obra gráfica y más de cuarenta libros editados en Europa y Estados Unidos. Ha publicado en esta colección Corazones de Gofre y Tania Val de Lumbre.

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La barca de Noé Al día siguiente, Lena y yo fuimos a catequesis, y nos llevamos a Caracola con nosotros. Por la noche había llovido, así que el camino estaba lleno de charcos. Y como Caracola llevaba las botas cambiadas de pie, había que arrastrarla en las cuestas arriba. —Gracias a Dios que no es mía —decía Lena cada vez que tenía que esperarnos, pero sé que en el fondo no lo dice en serio. Caracola es un pedacito de pan y tiene un nombre tan raro como el mío. Constancia Pelofina o algo así se llama. No me acuerdo muy bien. En la catequesis nos hablaron del arca de Noé. Noé era un hombre que vivió hace miles de años en otro país y construyó un gran barco llamado arca sobre la cima de una montaña. Fue Dios quien le encargó a Noé que construyera un barco sobre una montaña. Dios le había anunciado que iba a llover a cántaros y que la tierra entera se iba a transformar en un mar. Noé tenía que reunir un macho y una hembra de todos los animales del mundo y ponerlos a salvo en el arca antes de que empezara a llover, de lo contrario, todos se ahogarían. La gente se reía de Noé cuando lo veían meter animales en un barco sobre la cima de una montaña, pero a Noé le daba igual. Y cuando acabó, empezó a llover. Primero el agua anegó todos los campos y los caminos, luego cubrió las copas de los árboles y las casas y, al final, llegó hasta la montaña donde estaba Noé con su arca y levantó el barco de la cumbre. Noé se pasó varias semanas surcando los mares con el arca, su familia y los animales. Lo terrible fue que todos los que no se habían subido al arca murieron. A Dios también le dio pena, así que después creó el arcoíris y prometió que nunca más soltaría tanta lluvia al mismo tiempo. Cuando volvíamos hacia casa bajo el sol, Lena me dijo: —Arca es un nombre bastante imbécil para un barco. A ese Noé podría habérsele ocurrido algo mejor. —Tampoco es seguro que el nombre se le ocurriera a él —dije, saltando por encima de un gran charco. —¿Y entonces a quién se le ocurrió? —preguntó Lena y se saltó un charco aún más grande—. ¿Habrán escrito mal la Biblia? —Supongo que la Biblia no la escribirían mal, ¿no? —dije, cogiendo impulso para saltar por encima del mayor charco de todo el camino. Aterricé en medio. —Puede que aún no hubieran inventado todas las letras —dijo Lena después del salpicón—. Como hace tantísimo tiempo… Primero saqué el agua de mis botas, luego de las de Caracola y, a continuación, pregunté a Lena si a ella se le ocurría un nombre mejor para el barco. Lena no respondió enseguida, llegué a creer que no se le iba a ocurrir nada, pero por fin dijo: —Barca. En opinión de Lena, tenía que ser la barca de Noé. Todo el mundo sabe lo que es una barca. Un arca es otra cosa, es algo en lo que se guardan cosas. Lena resopló indignada con los que habían escrito la Biblia. —La verdad es que las barcas no son muy grandes —le dije. Lena sacudió la cabeza. —Seguramente por eso se extinguieron los dinosaurios, Theo, porque se ahogaron. A Noé no le cabían. Justo en el momento en que me estaba imaginando a Noé sudando la gota gorda para subir a bordo a un Tyrannosaurus rex, se me ocurrió una idea brillante: —Lena, ¿quieres que probemos eso de la barca? ¡Podríamos ver cuántos animales nos caben! No había cosa a la que Lena le apeteciera más dedicarle ese domingo. El tío Tor tiene un barco que usa todos los días menos los domingos. El tío Tor se enfada bastante, sobre todo con Lena y conmigo. Pero tampoco es que haya barcos del tamaño adecuado tirados por todas partes, así que hay que conformarse con lo que hay, aunque sea del tío Tor. Al menos eso fue lo que dijo Lena, que luego me preguntó si de verdad creía que Noé se hubiera dejado achantar por un tío malhumorado, estando en juego el mundo entero. Me encogí un poco de hombros, algo inseguro, y después entregamos a Caracola a mi padre y salimos corriendo. El tío Tor vive en la tercera y última casa de Terruño Mathilde, que está en la orilla del mar. Ese domingo había ido al cine en la ciudad. Su barco se mecía atracado junto al malecón. Sólo tuvimos que subir a bordo y bajar la pasarela. No era la primera vez que lo hacía porque una vez salí con él a pescar. En cuanto nos pusimos los chalecos salvavidas, nos dio la sensación de que era un poco menos ilegal coger el barco sin permiso. Durante un rato nos plateamos ponernos también los cascos de las bicis, pero al final lo descartamos. En Terruño Mathilde hay bastantes animales diferentes. Algunos son grandes y otros son pequeños. Primero cogimos los dos conejos que viven en la jaula delante de la ventana de la cocina del abuelo. Febrero y Marzo se llaman. No había quien consiguiera que se quedaran quietos sobre la cubierta, pero se calmaron cuando les dimos un montón de hojas de diente de león. Después nos metimos en el corral que está detrás del pajar y cogimos a la gallina Número 4 y al gallo. El gallo montó mucho escándalo y durante un rato estuvimos convencidos de que mi madre iba a descubrirnos, pero creo que debía de tener la radio puesta. En verano subimos a las ovejas a pastar por las montañas, así que tuvimos que conformarnos con nuestra única cabra. Es igual de vieja que Magnus y tiene mal carácter, como dice la tía abuela. Cuando la boba de la cabra se subió a bordo, se comió todos los dientes de león de los conejos, así que tuvimos que recoger más. Luego estuvimos buscando a nuestros dos gatos por todo Terruño Mathilde, pero sólo logramos encontrar a Festus. —Está tan gordo que puede valer por dos —sentenció Lena cuando lo dejó al sol junto al camarote. De tanto cargar animales, los chalecos salvavidas se nos habían aflojado, así que nos los ajustamos y luego nos metimos en la despensa y cogimos todos los tarros de mermelada que fuimos capaces de cargar. Ahora le tocaba el turno a los insectos. Conseguimos atrapar dos abejas, dos lombrices, dos caracoles, dos pulgones, dos arañas y dos abejorros. En total seis tarros. Cuando acabamos con eso, habían pasado muchas horas. Teníamos hambre y nos dolía la espalda. Una de las abejas incluso había picado a Lena cuando trató de averiguar si era macho o hembra. —No terminaremos nunca —dijo Lena, restregándose molesta la picadura de abeja. Todos los animales se habían tumbado al sol sobre la cubierta. Era la primera vez que veía animales en un barco. Quizá llevaran toda la vida soñando con una travesía… Pero todavía nos cabían más. Lena me miró muy seria y dijo: —Theo, ya va siendo hora de que traigamos una vaca. El tío Tor tiene novillas. Las novillas son vacas jóvenes, así que son un poco más inquietas que las vacas normales y tienen las ubres un poco más pequeñas. Estaban pastando alrededor de la casa de mi tío. Todo lo que necesitamos hoy es el del tío Tor, pensé, deseando que nosotros hubiéramos tenido animales. ¡El tío se iba a poner hecho una furia! Empezaron a temblarme las rodillas y se lo enseñé a Lena. —Tienes que hacer algo con eso de tus rodillas, Theo —me dijo. En su opinión, el tío Tor tendría que entender que no podíamos pasarnos el día dejándonos la piel con los insectos. Necesitábamos algún animal que ocupara un poco. Yo me temía que el tío Tor no iba a entenderlo, pero no dije más. Después de observar un rato cómo pastaban las novillas, escogimos la que nos pareció mayor y más buena. —Venga, mamamú —dijo Lena, agarrando con cuidado la correa que la novilla llevaba alrededor del cuello. La cosa fue bien. La novilla nos siguió hasta el barco sin hacer ningún ruido, fue como conducir a un perro muy grande y muy bueno. —¡Ah, esto se nos va a llenar! —dijo Lena satisfecha. Las rodillas se me calmaron del todo. Lena y yo habíamos conseguido hacer lo mismo que Noé. Habíamos llenado un barco de animales. Sólo faltaba subir a bordo a la novilla y el barco estaría repleto. Pero cuando estábamos empujando a la novilla por la pasarela, de pronto descubrimos que la cabra había empezado a comerse las cortinas del camarote. Lena soltó un grito furibundo y a partir de ese momento fue todo mal. La novilla se asustó tanto con el grito de Lena que dio un bote de casi medio metro en el aire y aterrizó sobre la cubierta con mucho estrépito. De repente teníamos a bordo una novilla conmocionada que mugía salvajemente y no paraba de dar coces. El gato y los conejos empezaron a correr en todas direcciones. Número 4 y el gallo levantaron el vuelo y aterrizaron cacareando y cantando. La cabra miró a su alrededor con gesto de sorpresa y se hizo caca. Y por si fuera poco, la novilla se resbaló sobre la caca de cabra, así que le dio una patada a la ventana con la cortina medio comida y rompió el cristal. De pronto nos vimos en medio de una nube de plumas, cacas, dientes de león y conejos. Lena y yo lo mirábamos todo petrificados. Al final la novilla saltó al mar con un majestuoso zambullido. Por suerte para la novilla y por desgracia para nosotros, en ese momento apareció el tío Tor. —¡¿Qué narices está pasando aquí?! —gritó, y estoy seguro de que lo oyeron hasta en Colombia. —Nos lo han enseñado en la catequesis —respondió Lena. La novilla chapoteaba en el agua como una pequeña motora marrón. Creo que debía de tener fobia al agua o algo así. El tío Tor no dijo más. Subió al barco de un salto, agarró una cuerda e...



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