Pannikar | Tomo I: Mística y espiritualidad | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 472 Seiten

Pannikar Tomo I: Mística y espiritualidad

Vol. 1: Mística, plenitud de Vida
1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-254-3294-1
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

Vol. 1: Mística, plenitud de Vida

E-Book, Spanisch, 472 Seiten

ISBN: 978-84-254-3294-1
Verlag: Herder Editorial
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Raimon Panikkar (Barcelona, 1918-Tavertet, 2010) es uno de los representantes más destacados del pensamiento intercultural y el diálogo interreligioso. Al final de su vida emprendió la tarea de seleccionar y organizar temáticamente su profusa obra, publicada en varios idiomas. 'Estas Obras completas comprenden un lapso de cerca de setenta años durante el cual me he dedicado a profundizar en el sentido de una vida humana más justa y plena. No he vivido para escribir, sino que he escrito para vivir de una forma más consciente y para ayudar a mis hermanos con pensamientos surgidos no solo de mi mente, sino de una Fuente superior que bien puede llamarse Espíritu.' El primer volumen se ha dividido en dos tomos, el primero dedicado a la mística, entendida como la experiencia suprema de la realidad, y el segundo a la espiritualidad, vista sobre todo como camino para alcanzar dicha experiencia. Mística, plenitud de Vida incluye una selección de escritos de distintas épocas, donde Panikkar sostiene que la mística no es el privilegio de unos pocos, sino una dimensión antropológica fundamental. Por ello, la auténtica mística no deshumaniza, sino que nos hace ver que nuestra humanidad es más (y no menos) que pura racionalidad. La Primera parte del tomo desarrolla la noción de nueva inocencia, referida a la mística como una actitud libre y espontánea que surge de la plenitud de la persona. La Segunda parte trata de la contemplación, la meditación y la santidad. La Tercera parte constituye un estudio sistemático y filosófico sobre la experiencia mística. En el apéndice, se incluyen una reflexión filosófica sobre la experiencia suprema en distintas tradiciones y una oración creada por el mismo autor.

Raimon Panikkar (Barcelona, 1918-Travertet, 2010) es, sin duda, uno de los representantes más destacados del pensamiento intercultural e interdisciplinario. Su obra bebe de las fuentes de la cultura india y la europea, la hindú y la cristiana, la científica y la humanista. Ordenado sacerdote en 1946, y doctorado en Química, Filosofía y Teología, ejerció la docencia en algunas de las universidades más destacadas de América, Europa y la India. Fue miembro del Instituto Internacional de Filosofía y fundó diversas revistas y centros de estudios interculturales. Es autor de más de cuarenta libros y alrededor de mil artículos acerca de las religiones comparadas, la indología, la filosofía de la ciencia y la metafísica. Herder Editorial ha publicado De la mística (2005), Paz e interculturalidad (2006), Mito, fe y hermenéutica (2007) y La puerta estrecha del conocimiento (2009).

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INTRODUCCIÓN* El primer volumen de estas Obras completas es en parte autobiográfico, por cuanto trata del tema más importante de mi vida, el tema que ha inspirado discretamente todos mis escritos hasta convertirse en una clave hermenéutica indispensable. La mística representa la tercera dimensión que no solo da relieve sino también vida a todas las páginas que seguirán. Reducir la existencia a lo que captan los sentidos o la razón reduce al hombre a una especie más entre los diversos seres vivos: el animal racional. Como diremos con insistencia, la vida humana (?s?, zoe) no es la vida biológica (ß???, bios) del hombre. El hombre no es solamente semejanza de Dios, Fuente, Inicio, Causa (equivalentes homeomórficos); es también imagen de la Realidad, un mikrokosmos, como decían los antiguos (hasta Paracelso y los partidarios de la philosophia adepta), que refleja el conjunto del makrokosmos. La distinción entre imagen y semejanza es más teológica que léxica. A pesar de que por motivos prácticos hemos dividido el tomo I en dos volúmenes, hay que precisar que los dos temas, mística y espiritualidad, pueden ser diferenciados pero no separados. Pocos temas han tenido una reputación tan nefasta en algunos ambientes como la mística, sobre la cual, en realidad, se ha escrito mucho y mal; si a este tema añadimos el de la espiritualidad, todavía empeoramos más esa mala interpretación. Quizá ello se deba también al hecho de que, al ser hijos de nuestro tiempo, hemos aceptado de forma acrítica la segunda regla de Descartes y hemos creído que la especialización nos aportaría «claridad y distinción», confundiendo evidencia racional con comprensión. Debido a esta influencia, hemos reducido la mística a fenómenos más o menos extraordinarios o esotéricos, y la espiritualidad, a una educación del espíritu, separado del cuerpo, cuando no opuesto a él, como si el hombre fuera solo una alma prisionera en un cuerpo, tal como se pensó durante un tiempo también en el cristianismo, en plena contradicción con el «dogma» de la resurrección de los cuerpos, marginado a una escatología meramente temporal. La influencia del genio de Descartes ha seguido siendo notable, y la res extensa ha sido considerada ajena a la facultad de pensar. Estoy insinuando que, sin el correctivo de la mística, reducimos al hombre a un bípedo racional, cuando no racionalista, y la vida humana, a la supremacía de la razón. «La experiencia de la Vida» podría ser la descripción más breve de la mística. Se trata de una experiencia y no de su interpretación, aunque nuestra consciencia de ella le sea concomitante. No las podemos separar, pero podemos y debemos distinguirlas, como explicaremos. Se trata de una experiencia completa y no fragmentaria. Lo que a menudo ocurre es que no vivimos en plenitud porque nuestra experiencia no es completa y vivimos distraídos o solamente en la superficie. De ahí que la mística no sea el privilegio de unos cuantos escogidos, sino la característica humana por excelencia. El hombre es esencialmente un místico o, si se le considera como animal (un ser «movido» por un anima), un animal místico —aunque, como diremos más adelante, la animalidad (aunque sea racional) no define al hombre—. El hombre es antes un espíritu encarnado que un viviente racional, un animal espiritual, se podría decir, si anima se interpreta según su etimología indoeuropea (aniti, él respira; anila?, soplo). Anima incluiría entonces también el espíritu. Reduciendo a su esencia la multitud de prácticas «espirituales», llámense meditación, yoga, contemplación, vipassana, tantra, jing o lo que fuere, todo se reduce a que nos concentremos en lo esencial y seamos plenamente conscientes del hecho de que estamos vivos, y a que vivamos esta vida en su plenitud sin las distracciones que nos «tientan». No todo ser humano es medianamente inteligente o normalmente sano; no todos los hombres son ricos, buenos, educados, etc.; pero todos están vivos y tienen la posibilidad de darse cuenta de ello. Y de hecho, todos somos conscientes de que estamos vivos, pero a menudo se nos escapa esta consciencia plena del vivir. La consciencia de nuestra vida va comúnmente acompañada de nuestra interpretación: es la interpretación de nuestra consciencia de la vida en el sentido del genitivo objetivo. Es entonces una consciencia de nuestra vida objetivada; esto es, interpretada por nuestras categorías y juzgada según lo que creemos que nos va en ella. No es aún la consciencia pura de la misma vida; no es la vida que toma consciencia de ella misma (el cit anantam, la consciencia infinita de las Upani?ad), en cuyo destino nosotros participamos. A veces nos cuesta dejar que la Vida tome consciencia de sí misma, precisamente por la superficialidad a la que hemos hecho alusión. Esta consciencia de la Vida no es nuestra propiedad privada, no pertenece a nuestro ego. Por eso la mística nos dirá que sin superar el egoísmo, sin morir al ego (egoísta) no podemos «gozar» de esta experiencia —que está en nosotros, pero que desaparece en el momento en que pretendemos apoderarnos de ella—. La mística como experiencia de la Vida apunta tanto al genitivo objetivo como al subjetivo: la experiencia (que tenemos) de la Vida tanto como la experiencia de la Vida (que está en nosotros). Hasta tiempos muy recientes (y aun hoy en día algunos así lo piensan), la mística se consideraba un fenómeno especial más o menos extraordinario, algo aparte del conocimiento «normal» del ser humano, un «algo» especial —sea patológico, paranormal o sobrenatural—. El presente estudio aspira a volver a integrar la «mística» en el mismo ser del hombre: en el hombre, espíritu místico tanto en cuanto animal racional como ser corporal. En otras palabras: la mística no es una especialización (característica del pensar occidental moderno), sino una dimensión antropológica, un algo que pertenece al mismo ser humano. Todo hombre es místico, aunque sea en potencia. Por ello, la auténtica mística no deshumaniza. Nos hace ver que nuestra humanidad es más (no menos) que pura racionalidad. La vida humana es, a la vez, aquello que une a todos los hombres y, por otra parte, los distingue. Hasta el siglo pasado la humanidad creyó empíricamente en la generación espontánea; esto es, que la vida no era solo aquello que une y distingue a los hombres, sino que era el trascendental absoluto del Ser, lo que une y distingue a todo lo que de alguna manera es. Vida y Ser eran sinónimos, aunque la Vida, igual que el Ser, «se diga» de muchas maneras. En el siglo XIX, el refinamiento de la empeiria creyó «demostrar» que la vida era solo el privilegio de algunos seres: «Omne vivum ex vivo» (Todo lo viviente proviene de otro ser vivo) surgió entonces como un nuevo dogma en tiempos de Pasteur. La vida pasó entonces a ser una especialidad de aquellos seres definidos precisamente como vivos. La reproducción se consideró la característica distintiva de la vida, y la reproducción más palmaria era la biológica, que lleva consigo la muerte. La gran división entre materia inerte y seres vivos recibió el espaldarazo «científico». Cualquier otra concepción era catalogada como magia y pensamiento «primitivo». La física, a pesar de su nombre, se redujo a la materia inerte, y la vida de Dios resultaba problemática, a menos que también estuviese dispuesto a morir como todo ser vivo —aunque algunos teólogos se defendieran con la distinción entre zoe y bios—. Sin negar las diferencias «esenciales» entre los seres ni adoptar de manera acrítica las interpretaciones de otras tradiciones, se podría convenir en homologar la Vida al Ser y en aplicar la analogia entis a la analogia vitae. Inspirándonos en la formulación latina de origen aristotélico que identificaba la vida de los vivientes con su ser («vita viventibus est esse»), se podría decir «esse essentibus est vita» (el ser de los seres es [su] vida). Ser es un concepto abstracto, vida es una noción inmediata. Esta intuición va en la misma dirección que la creencia tradicional en el anima mundi, tan frecuentemente mal interpretada. Lejos estamos del µ???? (mythos) del siglo pasado, que podríamos simbolizar en las dos grandes figuras de Sigmund Freud y Romain Rolland (además de otros muchos): el primero viendo en la mística un fenómeno psicológico de evasión, y el segundo, un atributo antropológico de sentimiento oceánico. En ambos casos, sin embargo, la mística se asimilaba a lo primitivo y ajeno a lo mundano. Los nombres de S. Radhakrishnan, S. N. Dasgupta, F. von Hügel, R. Otto, F. Heiler, M. Eliade, L. Lévy-Bruhl, M. Blondel, H. Bergson, J. Baruzi, H. Brémond, R. Guénon, W. James, A. Huxley, Ph. Sherrard, E. Underhill, R. C. Zaehner, etc., representan una reintroducción de la mística en el terreno de la reflexión filosófica de los últimos tiempos —sin mencionar la legión de nuestros contemporáneos ni la noción tradicional de la filosofía, que era esencialmente una noción mística—. Sea de ello lo que fuere, la experiencia de...



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