Palma / Nemo | 7 mejores cuentos de Clemente Palma | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 90, 50 Seiten

Reihe: 7 mejores cuentos

Palma / Nemo 7 mejores cuentos de Clemente Palma


1. Auflage 2020
ISBN: 978-3-96917-940-6
Verlag: Tacet Books
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, Band 90, 50 Seiten

Reihe: 7 mejores cuentos

ISBN: 978-3-96917-940-6
Verlag: Tacet Books
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



La serie de libros '7 mejores cuentos' presenta los grandes nombres de la literatura en lengua española.Clemente Palma fue un escritor peruano modernista y crítico literario. Sus historias tratan mayormente de temas fantásticos, psicológicos, de terror y de ciencia ficción. Sentía atracción por lo morboso y muchos de sus personajes son anormales y perversos. Denota un fuerte influjo de Edgar Allan Poe y de los escritores rusos del siglo XIX.Este libro contiene los siguientes cuentos: Miedos.La Walpurgis.La leyenda del hachisch.Los ojos de Lina.El nigromante.El día trágico.

Clemente Palma Ramírez (Lima, 3 de diciembre de 1872 - Lima, 13 de septiembre de 1946) fue un escritor peruano modernista y crítico literario. Fue director de la revista Variedades por 23 años (1908-1931). Fue hijo del intelectual Ricardo Palma y medio hermano de la escritora Angélica Palma.

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Era un sábado. Los estudiantes como las brujas, celebramos los sábados con un festín en la taberna Hop-Frog. Creéis que libamos vino dulce como los presbíteros, que discutimos a Platón y a Aristóteles como los estudiantes cogullas del siglo XV o que hablamos del arte griego como los discípulos de Vinci, Ruysdael y Rembrandt? ¡Bah! Os engañáis; bebemos plenos vasos de cerveza y de ajenjo, hablamos de las bellezas íntimas de nuestras novias y nuestras queridas y hacemos versos a gritos; y cuando de la mezcla del ajenjo y la cerveza, en nuestros vientres, suben al cerebro los humos fermentados de una embriaguez diabólica, nos tiramos las botellas a la cabeza y escandalizamos el barrio con el estruendo de nuestras blasfemias y carcajadas, de nuestros cantos obscenos elaborados frente al busto de Allan Poe. A más de una hermosa, adolescente y casta, hacemos estremecer en su lecho, en las altas horas de la noche, con nuestras canciones voluptuosas. Nosotros somos los que hacemos las Margaritas y las Julietas, las Miguones y las Doroteas, los que hacemos florecer todos los amores bajo este cielo gris de nuestra Colonia gótica...  **** Era un sábado. Habíamos ya bebido muchos vasos Goetz cantaba una imitación de la «Copa de rey de Theule.» Henry narraba una aventura macábrica. Mi hermano Prauz, sentado junto a mí, hablaba de amores a la hija del tabernero, una moza que tenía dorados los cabellos como si los hubiera sumergido en mi vaso de cerveza. Mis demás compañeros, unos cantaban, otros hacían versos, jugaban al sacanete montados sobre las bancas, enamoraban a las criadas, decían chistes al tabernero, en fin, cada uno hacía cosa distinta a lo que hacía el otro. Sólo estábamos acordes en hacerlo todo a gritos y en beber sin cesar. Los transeúntes trasnochados se detenían a la puerta de Hop-Frog y nos miraban sonrientes y curiosos los mendigos y los pilluelos, adustos e irritado los burgueses de vida arreglada, y luego continuaban su camino con las manos metidas en los bolsillos.  **** La noche estaba negra. Sobre un tejado vecino, en un acumulamiento de nubes pardas, había sin embargo, una gran mancha luminosa, como si un gigante de fuego hubiera lanzado al cielo un chispazo de luz verdosa. Iba a aparecer la luna. En efecto, a las once salió larga y arqueada. Estaba pálida y fría, como una agonizante y tenía el brillo mate y siniestro del hueso seco; Franz se estremeció, y la moza a quien acariciaba le dijo: –Franz mío, ¿te aterra la luna de la Walpurgis? Hoy es 30 de Marzo y hay parranda de magos y brujas –Franz la besó y fingiendo incredulidad respondió: –No, hermosa, no temo. La Walpurgis sólo existe en las leyendas de los trovadores antiguos del Rhin.  –Te engatas –repuso la joven– yo he visto una noche detrás de los calados de la catedral el cortejo fantástico que acudía a la diabólica ceremonia. Iban en brillante cabalgata los caballeros Nibelungos... –y continuó en actitud sofiado1a, viendo en su imaginación el séquito de fantasmas .que pueblan las tradiciones y leyendas del Rhin.  –¡La Walpurgis! ¡Pues quisiera verla! ¡Buena paparrucha! –dije yo, para infundir valor en Franz, que es muy supersticioso.  **** Los estudiantes seguían cantando y bebiendo. De pronto Henry se levantó, copa en mano, y propuso que brindáramos todos a la Luna, por su restablecimiento, porque se redondeara su faz de ético.  –¡Apagad las linternas! –gritó Goetz.  La habitación quedó alumbrada únicamente por el astro; todos a pesar de los colores que la embriaguez pintara en los rostros, estaban amarillentos como cadáveres. La luminosa caricia de la Luna era fría y espeluznante como la caricia sudosa de un moribundo. Henry se adelantó con el vaso lleno de ajenjo y brindó:–.  Brindo porque en tus pálidas mejillas ¡oh fría diosa! vuelva la vida a reanimar los colores; por que alegres el cielo y opaques l estrellas con los fulgores de tu luz azul, y por que en lugar de las tocas de viuda con que, te ciñen las pardas nubes, vistas el manto de claridad con que te adornas en las voluptuosas noches de Verano.  –Uno tras otro fueron brindando todos. Sólo mi hermano y yo no brindamos. No, esa luna era una ramera que iba a prostituir sus rayos en la satánica ceremonia de la Walpurgis. Los caballeros del Grial no hubieran brindado... De pronto Franz se puso más pálido que un muerto y me apretó el brazo.  –¡Mira! –me dijo– ¿has oído? Sobre el tesado de enfrente, un gato erizado nos miraba con encandilados ojos y se puso a maullar. Su cabeza quedaba precisamente sobre la comba de la Luna. Nuestros compañeros soltaron la carcajada. Ya tienes argumento Goetz –dijo uno– para unos versos titulados EL GATO DE LOS CUERNOS DE LUZ...  –¿Has oído? –insistió Franz– ¡el gato nos ha llamado! –Mira, bebe otro vaso y salgamos –le dije. Franz temblaba de miedo, pero me obedeció. Los compañeros quisieron detenernos, nos disculpamos y salimos embozados en las capas. El animal nos seguía por los tejados y arrastraba como adherida a la cabeza el arco lunar. Los dientes de Franz castañeteaban. Acabaron la calle; Franz tenía la esperanza de que el gato no pudiera saltar de una calle a otra, y en efecto, no saltó, pero al entrar en la calle siguiente, vi a Franz con los cabellos erizados y que tenía en los ojos una mirada de loco. El gato estaba allí espeluznado, maullando palabras, sí, palabras que perfectamente comprendimos mi hermano y yo: –¡Seguidme a la Walpurgis!  Sentí como una corriente de hielo en mis nervios. –Vamos –dije a Franz, dominando mi terror. –Sólo muerto me llevarían –contestó apretándose a mí. –¡Ah! pues yo voy. Te dejaré en casa con madre y regresaré. Así lo hice, dejé a mi hermano acostado y salí. Extrañé no encontrar a mi madre ni a mi hermana Leuben. El gato me esperaba. –Guía –le dije–. Entonces el animal me alargó su cola, que descendió desde el tejado hasta mí. Me agarre a ella y cruzamos los aires. El gato maullaba alagremente y mi capa ondeaba y golpeaba azotada por todos los vientos. Las agujas de las torres, los observatorios, los altos edificios, todo lo dejábamos debajo de nosotros negro y silencioso.  Esos espesos nubarrones que veíamos desde la taberna, eran ejércitos de asistentes a la Walpurgis. En nutrido grupo, iban las brujas montadas en escobas, desnudas y los senos secos y laxos, brillaban extrañamente a la luz verdosa de la Luna y se agitaban en los movimientos desordenados del vuelo. Repugnantes arrugas untadas de una grasa misteriosa las surcaban en todo el cuerpo. ¡Ah cuantas comadres muy conocidas en Colonia vi! Risas cascadas salían de sus mandíbulas sin dientes, al yerme colgado del gato. Mozas bellísimas iban también, caballeras en escobas y animales de un hibridismo monstruoso, culebras con cabeza de bueyes –perros con rabos de lagarto y cabezas de grillo, –cucarachas enormes con patas de cabra, –arañas gigantescas y aladas. Las mozas lúbricas y chillonas iban a la fiesta satánica, desnudas también y ebrias, y entonando canciones más obscenas aún que las que cantábamos al salir de la taberna, se abrazaban delirantes de voluptuosidad a sátiros o a hombres con cabezas de asnos. Había uno entre estos que era igual, corno una gota de agua a otra –a nuestro profesor de Metafísica en Gothinga.  Sentí a veces como una bofetada de viento: era alguna bandada de mariposas ligeras, grandes como buitres, que pasaba, o alguna turba de cuervos y murciélagos que revoloteaban y me rozaban en la frente con sus alas frías y aterciopeladas. Cada uno de los nubarrones era un gremio que iba a la Walpurgis. Por un lado iba Lascaro con su cohorte de caballeros, germanos a la cacería del oso Atta-Troll, quien con un venablo clavado en el pecho llamaba a la negra Mumma...; Uraka, la bruja maligna se reía Mas allá Wottan y sus hijas, las Walkirias, rodeados de grifos y dragones galopaban haciendo brillar las corazas y los plateados yelmos...;  Barbazul, el ogro francés que ultrajaba doncellitas y comía carne humana, iba también, solitario, y pensativo. ¡A cuánta gente vi!  Al fin apareció la montaña Brockeu. Allí estaba el Diablo –había un ruido ensordecedor de danzas en torno a fuegos fatuos enormes, de hervores en anchas calderas en que bullían cuerpecillos de infantes. Luego un festín horrible en que se comía carroña y se bebía sangre; los esqueletos hacían de lacayos y escanciaban en jarrones robados a las tumbas... Las mujeres, los monstruos, las viejas y los viejos, todos mezclados, se retorcían como borrachos epilépticos en las ansias de placeres bestiales.  El gato negro me cogió de la mano y me llevó donde Satán; y con que voz me heló, porque la reconocí, le dijo respetuosamente:  –Presento a Vuestra Infernal Majestad a mi hijo mayor, Silker; mi otro hijo, Franz es un cobarde, y a mi hija Leuben ya la conoce Vuestra Majestad: es aquella joven que charla con el doctor Fausto.  Busqué con la vista a mi hermana Leuben y la vi en los brazos del viejo. Me volví el gato se había transformado y era.... era mi madre. No sé qué pasaría después  **** Al día siguiente, 1ro de abril, amanecí debajo de la cama. Oí los pasos de mi madre que trajinaba en la vecina habitación y la llamé: –¡Madre! ¡madre!– Entró pálida y ojerosa como si hubiera llorado.  –Madre ¿he soñado o sois una vieja bruja y mi hermana Leuben una mujer perdida? –Mi madre me contestó con la voz gemebunda e irritada.–Eres un infame,...



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