E-Book, Spanisch, 160 Seiten
Reihe: Biblioteca Herder
Otón Misterio y transparencia
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-254-4000-7
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
E-Book, Spanisch, 160 Seiten
Reihe: Biblioteca Herder
ISBN: 978-84-254-4000-7
Verlag: Herder Editorial
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Josep Otón Catalán es profesor en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona. Dedicó su tesis doctoral al estudio del pensamiento de la filósofa francesa Simone Weil. Ha recibido diversos premios por sus obras de ensayo. Sus publicaciones más recientes son: El reencantamiento espiritual postmoderno, La mística de la Palabra y una novela sobre la búsqueda interior, Laberintia.
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2. LA OPACIDAD DIVINA
Acosado por ti, ¡pensamiento!
¡Innombrable! ¡Encubierto! ¡Espantoso!
¡Tú, cazador oculto detrás de nubes!
Fulminado a tierra por ti,
ojo burlón, que me miras desde lo oscuro.
Así yazgo.
Me encorvo, me retuerzo, atormentado
por todas las torturas eternas,
herido por ti, el más cruel de los cazadores,
¡tú, desconocido-Dios!1
El autor de estos sobrecogedores versos es el pensador alemán Friedrich Nietzsche. En otoño de 1884 escribió el poema «El poeta - El tormento del creador». En un manuscrito posterior lo tituló «De la séptima soledad», y luego, «El pensamiento». Posteriormente lo insertó en la cuarta parte de Así habló Zaratustra, donde lo puso en boca del falso mago que se preciaba de espiritual cuando su único propósito era el reconocimiento de los demás. Finalmente, el poema acabó integrándose en Ditirambos de Dionisio. Nietzsche le puso por título «Lamento de Ariadna».
Con estos versos Nietzsche se hace portavoz de una humanidad escandalizada por un Dios que se oculta. Alude a la imagen bíblica de la nube del Sinaí y muestra en su queja su desconfianza hacia un Dios cuyo nombre no está permitido pronunciar, un ser velado, desconocido, escondido…
Este ocultamiento de Dios puede ser interpretado desde diferentes puntos de vista. En la sociedad de la transparencia es un signo inequívoco de la necesidad de superar lo religioso, en especial por su incapacidad para dar una explicación convincente al problema del mal. Por otra parte, desde una perspectiva creyente, la imposibilidad de comprender lo divino no nace tanto de su voluntad de ocultamiento como de la limitación humana para abarcar lo que es infinito. Asimismo, la distinción entre los conceptos «secreto», «enigma» y «misterio» puede ayudar a captar el carácter relativo de la opacidad del Misterio, que está en función de una transparencia condicionada.
2.1. UNA OPACIDAD OBSOLETA
En un mundo que idolatra la transparencia, la religión es percibida como un reducto del oscurantismo, de la superstición y de la opacidad. El ciudadano posmoderno se siente con derecho a saberlo todo de todo y lo religioso parece escabullirse de su pretensión controladora, en particular la religión propia de la cultura occidental: el cristianismo. El hermetismo de lo sagrado contrasta con la presunta transparencia de lo profano.
La Iglesia, con los dogmas y la apelación a una fe indiscutible, se percibe como una institución refractaria, ajena al proceso de transparencia que los ciudadanos reclaman. El misterio de lo divino parece una coartada para encubrir un secretismo sospechoso y poco espiritual. Un funcionamiento interno que elude la mirada de la opinión pública no ofrece suficientes garantías para la sociedad de la inmediatez.
Así, el Dios cristiano se ha vuelto un extraño en su propia casa, la cultura europea. Esta expresión, acuñada por Peter Hünermann y retomada por el antropólogo Lluís Duch, sintetiza las dificultades del cristianismo contemporáneo en Occidente. La crisis de lo eclesiástico es consecuencia directa de la crisis de la imagen de Dios. El Dios dado por supuesto en la cultura occidental se ha convertido en un ser ajeno, distante, lejano y, para muchos, incluso inexistente.2
Dicha idea de Dios nos remite a un ente opaco, incapaz de superar el examen de transparencia al que se ven sometidos todos los componentes de las sociedades avanzadas. Y, al no cumplir este requisito indispensable, se vuelve prescindible, puede ser expulsado del sistema por su carácter anómalo y distorsionador.
El concepto «Dios» está siendo cuestionado porque se entiende como un residuo de un pasado vergonzante, un anacronismo que ha sobrevivido en la conciencia de Occidente por la inercia de las mentalidades y la rigidez de las instituciones. Un concepto irrelevante, susceptible de ser substituido por otros más modernos y más transparentes, esto es, más razonables.
En tal contexto la creencia en este Dios extraño se halla en las antípodas del pensamiento crítico propio de la modernidad. La fe degenera en una simple conformidad con unos contenidos transmitidos mecánicamente de generación en generación. Si además es ciega equivale a una aceptación sin más de la opacidad de una divinidad incapaz de dejarse atravesar por la luz de la razón. La fe, a fin de cuentas, se ha convertido en una rareza en una sociedad transparente.
La opacidad es el baluarte de los tiranos. Con ella se defienden de las intrigas de sus adversarios y del encono de sus detractores. Los déspotas procuran estar a salvo de miradas indiscretas. Sus efigies proliferan por doquier; en teoría, para ser vistos y conocidos; en realidad, para poner de manifiesto su omnipresencia controladora. Los sátrapas de todas las épocas se parapetan tras la sombra del boato para ejercer su autoridad. Su salud o sus defectos son secretos de Estado. Su conocimiento pondría en peligro la estabilidad de su gobierno. La divinización de la autoridad la protege de la furia de los rebeldes. Los resortes del poder son sacralizados para salvaguardarlos de las ansias de libertad de los oprimidos. Muchas imágenes de Dios toman como modelo el comportamiento de los autócratas. Con frecuencia, el término «Dios» se ha convertido en el superlativo de «poder».
Para la cultura moderna, la opacidad es la estratagema de los que se niegan a rendir cuentas de sus acciones y se blindan de sus errores no facilitando la información que se les requiere. En una sociedad imbuida por el clásico sapere aude de Horacio convertido por Kant en la divisa de la Ilustración, los individuos están dispuestos a asumir sus responsabilidades como ciudadanos. No es de extrañar que en tal contexto haya surgido un sentimiento de indignación iconoclasta que aspira a liberarse de un Dios opaco que se resiste a desvelar su identidad. El Dios represor, desenmascarado por el análisis freudiano, no tiene cabida en una sociedad tolerante. Tras ser juzgado y condenado, este Dios que coarta la libertad del ser humano ha sido castigado con el destierro. Se le ha acusado de irresponsable.
El juicio a Dios ha consistido en pedirle explicaciones por el mal en el mundo. Y las respuestas no han resultado convincentes. Primo Levi, superviviente del Holocausto, inmortalizó este pensamiento con una conclusión tajante. Parafraseando a Descartes, afirma: «Auschwitz existe, entonces Dios no puede existir». En un mundo herido por la experiencia del dolor, la idea de un Dios condescendiente con el mal no parece plausible.
El ser humano percibe el silencio de Dios ante las desgracias humanas como una prueba concluyente de su opacidad. Poco importa que los causantes de las más atroces crueldades hayan sido seres humanos. Se le demanda por su responsabilidad subsidiaria.
Seguramente, en la mentalidad del ciudadano occidental subyace otra imagen obsoleta de la divinidad: el Dios-mago. En el fondo, pervive la añoranza de un Dios supuestamente transparente cuyo comportamiento sería predecible, ya que se adecuaría a los criterios del ser humano. Esta creencia queda plasmada en el teatro de la Antigüedad clásica, donde los conflictos se resolvían al final de la obra con la aparición de un deus ex machina, «un dios desde la máquina». En el momento culminante se producía el desenlace: una grúa (machina) introducía a la deidad de turno (deus) que, desde fuera del escenario, zanjaba el problema con su supuesto poder sobrenatural.
El Dios-mago no deja de ser un Dios en apariencia transparente en el sentido de que su actuación resulta previsible. Aunque utilice recursos que escapan a la razón, sus decisiones están marcadas por una lógica en consonancia con las motivaciones de los seres humanos.
Pero al controlar a través de la ciencia y de la técnica los engranajes del cosmos, el ser humano ha dejado de necesitar al deus ex machina. A pesar de su aparente transparencia el Dios-mago también ha entrado en crisis, porque resulta tan obsoleto como el Dios-autócrata.
Los avances científicos han puesto en evidencia los fraudes religiosos. Relámpagos, eclipses, sequías e inundaciones se han vuelto transparentes. La ciencia permite entender los mecanismos que provocan estos fenómenos y, en consecuencia, preverlos. Frente a la opacidad de las narraciones religiosas se ha impuesto la transparencia de las formulaciones científicas. En definitiva, el Dios opaco es una realidad obsoleta para una sociedad moderna, transparente, libre y científica.
2.2. UN DEUS ABSCONDITUS
Parece que el Dios cristiano no encuentra su lugar en la cultura europea actual. La pena del destierro lo ha expulsado del discurso predominante en Occidente. El Dios antiguo, anacrónico, desfasado, no tiene cabida en un mundo avanzado tecnológicamente que presume de poder explicar cualquier fenómeno.
Ahora bien, sería injusto aceptar este punto de vista como si fuera el único. La concepción de un Dios opaco, extraño o escondido se puede entender desde otras perspectivas. La opacidad divina no es una simple queja surgida de la pretensión de transparencia propia de la sociedad moderna. Quizá la clave se encuentre en su propia naturaleza y no solo en las coordenadas socioculturales de una época. No se trata de una cuestión puramente coyuntural.
Ya los textos bíblicos lo presentan como un ser oculto, al que «nadie ha visto jamás» (Jn 1,18),...




