Nygardshaug | Mengele Zoo | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 495 Seiten

Reihe: Letras Nórdicas

Nygardshaug Mengele Zoo


1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-18067-80-8
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 495 Seiten

Reihe: Letras Nórdicas

ISBN: 978-84-18067-80-8
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



En 2007, el Festival de Literatura de Lillehammer eligió Mengele Zoo como la mejor novela escrita en Noruega y se convirtió en un auténtico fenómeno editorial. El título de la obra es una expresión brasileña que quiere decir que una situación está fuera de control. Nygårdshaug nos presenta a Mino, quien nació en la selva tropical sudamericana. Le encantan los aromas, los sonidos, la diversidad de la vida. El joven se dedica a buscar las mariposas más raras junto con su padre, pero su pequeña comunidad está siendo gravemente afectada por las principales compañías petroleras que desean explotar la selva tropical... Basado en las experiencias del autor cuando vivía en la selva tropical latinoamericana, esta obra combina magistralmente una narrativa exuberante con el thriller policiaco.

Gert Hermod Nygårdshaug (Tynset, 1946). Escritor de poemas, libros infantiles y narrativa, es particularmente conocido por la serie de novelas policiales que presentan al detective aficionado a la gastronomía Fredric Drum. En 1965 se mudó a Oslo, donde estudió Filosofía y Ciencias Sociales. Es uno de los autores más distinguidos de su generación. Combina elementos realistas y maravillosos basados en un fuerte interés en los mitos, la historia más antigua y las teorías científicas recientes. Ha escrito más de quince obras, y Mengele zoo es la más reconocida de sus novelas.

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2 Humo negro en el círculo del hombre de fuego Mino permaneció acostado toda la noche y todo el día bajo el matapalo. No dormía, pero tampoco estaba completamente despierto. Las hormigas pululaban por su espalda, y tenía que espantarse las diminutas moscas misque continuamente. La humedad del suelo provocaba que estuviera empapado y tosiera. La segunda noche pudo escuchar con claridad la voz de su padre contando la historia del cacique obojo Tarquentarque y la Mariposa Mimosa. Esa noche durmió con una sonrisa en los labios. Al despertar al día siguiente, recordó la imagen de su reflejo en el agua. Mino salió arrastrándose de su refugio en la raíz. Una parvada de hoatzines parloteaba en las copas de los árboles mientras un pájaro tordo de cabeza roja, parado sobre una rama encima de él, inclinó la cabeza para observarlo. Los rayos de luz matutina que se filtraban por las hojas de los árboles, lucían como guirnaldas plateadas al llegar al suelo. Mino se remangó la camisa y el pantalón para quitar hormigas y otros bichos de su ropa y cuerpo. Cuando volvió a desenrollar las prendas húmedas, sintió que estaba hambriento, terriblemente hambriento. Se echó a andar sin rumbo fijo, no tenía ni idea de a dónde dirigirse aunque, haciendo uso de sus conocimientos e instinto, intentó caminar lo más posible en línea recta y no en círculo. Cuando el sol estaba en lo más alto del cielo, se desplomó sobre una rama caída vencido por el agotamiento. Ahí se quedó sentado con la mirada clavada en el suelo. La selva a su alrededor lucía espesa, muy espesa. El delgado cuerpo del muchacho se estiró para empezar a buscar algo entre los árboles. Encontró dos anonas y algunos nabos; con apetito voraz comió las bayas de una retama loca que no sabían bien, pero al menos no eran venenosas. Caminó toda la tarde, la selva se veía idéntica por doquier. Cuando empezó a oscurecer, subió a un árbol donde encontró un lugar para descansar entre dos enormes ramas. Ahí durmió toda la noche y tuvo un profundo y oscuro sueño sin sueños. Al día siguiente encontró una palmera, trepó a ella y la agitó para obtener algunos cocos. Los partió tirándolos contra las piedras; el agua y la nutritiva pulpa le devolvieron las fuerzas. Mino caminó y caminó, subió a otro árbol y volvió a caer dormido sin prestarle atención a la serpiente cooanaradi de cinco metros de largo que se deslizaba entre las ramas justo sobre su cabeza. Al quinto día, el delgado cuerpo del niño estaba tan exhausto y demacrado por la humedad y la oscuridad de la selva que anduvo más a gatas que caminando. No se percató de que la superficie se había hecho más seca, de que el terreno por el cual se había desplazado las últimas horas iba ascendiendo. Sin tener consciencia de ello, avanzó dando tumbos a lo largo de algo que podría parecerse a un sendero. Esa noche ya no tenía fuerza para subirse a los árboles y cayó al suelo antes de que las garzas hubieran terminado de cantar. —Sí, sí. Lo sé, Presidente Pingo, ¡si este sendero del demonio por fin empezara a parecer un camino! Veo que sus orejas están llenas de moscas. Zigzagueando entre el frondoso follaje, a través de algo que emulaba un sendero, venía una sorprendente figura montada en una mula. Llevaba puesto un holgado poncho color negro, y en la cabeza portaba un enorme sombrero de paja cuyo diámetro era cercano a un metro. Sus botines, también oscuros, tenían lazos rojos al final de sus afiladas puntas arqueadas. Bajo la sombra del sombrero de paja podía vislumbrarse un rostro bronceado y con surcos, sin ser demasiado viejo. A pesar de las pronunciadas arrugas, sus rasgos lucían limpios y suaves, y de no haber sido por la barba dorada y rojiza tan bien cuidada, el rostro parecería el de un adulto prematuro con cara de niño. La mula iba cargada con los utensilios más curiosos, y detrás de la silla de montar asomaban varillas que con frecuencia se atoraban con los arbustos y la maleza. Aparte de dos bolsas redondas que colgaban sobre la nuca de la mula, el animal llevaba atados pequeños bolsos y cajas en las partes más impensables. Por ejemplo, alrededor de las patas delanteras llevaba esferas de metal reluciente que tintineaban como sonajas. Y todo el equipaje era de un colorido tan rico que bien podría formar parte de cualquier carnaval. —¡Agua para el Presidente Pingo, vino para Papá Mágico! —El espectro descendió elegantemente del lomo de la mula con un giro, soltó algunos recipientes de uno de los lados y colocó la boca de un barril en el hocico del animal que, bamboleando la cabeza hacia atrás, se puso a beber. —Je, je —balbuceó el hombre—. Muy bien, muy bien; qué aplicado es el Presidente Pingo. Ahora vamos a ver. El hombre tomó otro barril y bebió con vehemencia. Enseguida se sacudió algunas hojas del amplio poncho negro, montó nuevamente a la mula y prosiguió la expedición a través de la maleza mientras hablaba todo el tiempo, ya fuera consigo mismo o con la mula. El sendero se tornó llano, el hombre se quitó el amplio sombrero y se secó el sudor. Una brillante cabellera marrón cayó sobre sus hombros. Con decoro y elegancia, el hombre recogió la cabellera haciendo una pelota que encontró su lugar en la amplia copa del sombrero. —Pero, Presidente Pingo, ¡¿qué es esto?! —El hombre detuvo el andar de la mula. Frente a él, a mitad del sendero, yacía una pequeña y enjuta figura recostada boca abajo. La ropa hecha jirones colgaba sobre su cuerpo, la cara estaba oculta, protegida por una mano, y el hombre en la mula pudo observar las pequeñas sacudidas y temblores del delgado cuerpo. —Ah, caray, ¿pero qué es lo que la selva ha dejado por aquí? El hombre bajó de la mula para arrodillarse a un lado del demacrado cuerpo. —Pero si es un niño, un niño que se ha extraviado por completo. ¡No, no, no y no! Mira: ¿qué es lo que tiene en la mano? ¿Una cajita de latón? ¿Qué crees que hay adentro? Tal vez Papá Mágico debería revisarlo. El hombre tomó la caja de latón que el niño mantenía apretada en su mano derecha y la abrió. Un olor rancio escapó de la caja antes de que el hombre viera las mariposas. Una de ellas era grande y de belleza singular, azul amarillento y con un círculo rojo en la parte trasera de las alas. —No, no, no y no, Presidente Pingo, ¿qué es lo que hemos encontrado? Un coleccionista de mariposas que se extravió. ¿Qué tan lejos estará el pueblo más cercano? ¿Qué vamos a hacer, Presidente Pingo? La mula lanzó un rebuzno y mostró los dientes de la parte superior del hocico. —Exacto, sí, sí, señor Pingo. El hombre se quitó el poncho y lo tendió sobre el sendero. Debajo llevaba una camisa de encaje, corbatín color vino, chaleco color vino con adornos dorados y cinturón amarillo. Desplazó con cuidado al niño sobre el poncho y lo acostó de espaldas. Su cuerpo convulsionaba, seguía sin abrir los ojos y tenía los labios pálidos, hinchados y cuarteados. —¡Oh, no, pero qué demacrado está este niño! Seguramente lleva varios días sin comer. Tortillas, Presidente Pingo, ¿cree que algunas tortillas con carne en pimienta de Papá Mágico pueden ayudar? ¿Y un poco de agua? Sí, ¡necesitamos agua tibia! El hombre descolgó varios objetos de la mula, los esparció sobre el suelo, tomó un trapo y vertió agua de un barril sobre la cara del niño. Luego fue secándolo con cuidado, remojó el trapo y exprimió el agua en la boca del niño, quien lanzó un gemido y se retorció antes de abrir los ojos. Lo primero que vio Mino fue el enorme sombrero que le daba sombra ante el sol, después descubrió un rostro de mirada dulce y ojos color café, con arrugas que resaltaban la sonrisa en su rostro. —Bom dia —dijo la boca del rostro—. Ya es tarde por la mañana y el sol está aproximándose rápidamente al ombligo del cielo. ¿Tal vez tiene hambre el pequeño señor Mariposa? ¿Vamos a ver qué puede ofrecerle Papá Mágico de su pobre zurrón? El hombre abrió el zurrón y desempacó con esmero una pila de tortillas. Entre cada tortilla había delgadas tiras de carne a la pimienta. El hombre colocó la comida a un lado de la cabeza de Mino. Mino parpadeó y se apoyó sobre los codos; la visión de la deliciosa comida lo hipnotizó, por un instante se olvidó de todo a su alrededor y con voracidad tomó una tortilla que embutió en su boca. Y enseguida otra más. Y aun una más. Bebió agua de una jícara que el hombre llenaba constantemente. Cuando Mino por fin quedó satisfecho, se desvaneció sobre el poncho dando un suspiro. Entonces vio la caja de latón que había a su lado, la tomó con un rápido movimiento y la guardó en lo más profundo de su bolsillo. —Muy bien, muy bien; me parece que el señor Mariposa está satisfecho. No creo que necesite dormir más, ¿verdad? Tal vez podría contarnos al Presidente Pingo y a Papá Mágico quién es y de dónde viene. Y también...



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