Nouwen | Seguir a Jesús | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 112 Seiten

Reihe: Fuera de Colección

Nouwen Seguir a Jesús

Encontrar nuestro camino
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-288-3775-0
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

Encontrar nuestro camino

E-Book, Spanisch, 112 Seiten

Reihe: Fuera de Colección

ISBN: 978-84-288-3775-0
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Este libro está basado en seis charlas que Henri Nouwen ofreció en Cuaresma en la iglesia de San Pablo, en Cambridge, Massachusetts, en 1985. Dice su autor: «El objetivo de escribir este libro es ayudarte a ti y a mí mismo a escuchar la voz del amor, a escuchar esa voz que nos susurra al oído: '¡Sígueme!' Espero poder guiarte y guiarme desde un inquieto vagabundeo a un alegre seguimiento; desde ser personas hastiadas, sentadas sin hacer nada, a sentir entusiasmo por haber escuchado esa voz. No es una voz que se imponga. Es una voz de amor, y el amor no empuja ni tira. El amor es muy sensible».

El internacionalmente renombrado sacerdote y autor, respetado profesor y querido pastor Henri J. M. Nouwen escribió más de 40 libros sobre la vida espiritual y está considerado como uno de los escritores de espiritualidad más destacado. Sus obras han sido traducidas a más de 22 idiomas y ha vendido millones de ejemplares. Mantuvo correspondencia en inglés, alemán, holandés, francés y español con cientos de amigos que se convertían en miles a través de las celebraciones eucarísticas, conferencias y retiros. Desde su muerte en 1996, cada vez más lectores, escritores, profesores y personas en búsqueda se han dejado guiar por su legado literario. Nacido en Nijkerk, Holanda, el 24 de enero de 1932. Sintió la llamada al sacerdocio desde muy joven y fue ordenado en 1957 como sacerdote diocesano. Estudió Psicología en la Universidad Catòlica de Nijmegen. En 1964 se mudó a los EEUU para estudiar en la Clínica Menninger. Después dio clase en la Universidad de Notre Dame, y las Divinity Schools de Yale y Harvard. Durante unos meses de la década de los 70, vivió y trabajo con los monjes trapenses en la Abadía de Genesee y en los 80 vivió con os pobres del Perú. En 1985 le pidieron que se uniera a la comunidad de El Arca, en Trosly, la primera de más de cien comunidades fundadas por Jean Vanier, donde la gente con discapacidad vivía con sus asistentes. Un año más tarde, Nouwen fundó su comunidad El Arca Daybreak cerca de Toronto. Murió repentinamente en Holanda, el 21 de septiembre de 1996 y fue enterrado en Richmond Hill, Ontario.
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1

LA INVITACIÓN.
«
VENID Y VERÉIS»


Al día siguiente, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús, que pasaba, dice:

–Este es el Cordero de Dios.

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:

–¿Qué buscáis?

Ellos le contestaron:

–Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?

Él les dijo:

–Venid y veréis.

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima (Jn 1,35-39).

Imagina por un momento que estás en esta historia. Imagina que estás ahí con Juan el Bautista. Era un hombre recio. Imagínatelo vestido con piel de camello. Está alejado de los demás. Con una voz firme dice: «¡Arrepentíos! ¡Arrepentíos! Sois unos pecadores. ¡Arrepentíos, arrepentíos, arrepentíos!».

La gente le escucha. En cierto modo, sienten que hay algo que falta en sus vidas. En cierto modo, sienten que están ocupados con muchas cosas y agotados, o que están ahí sentados sin hacer nada y nada va nunca a ocurrir.

Acuden a este hombre extraño –a este hombre salvaje– y escuchan. Juan y Andrés, dos de los discípulos de Juan, están allí con él. Un día Jesús pasa por allí. Juan se fija en él y dice: «Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo».

Juan sabía que su pueblo era pecador y tenía que arrepentirse, pero también sabía que él no podía quitar el pecado de esas personas, que quitar los pecados no entraba dentro de las capacidades humanas. Decía: «¡Arrepentíos, arrepentíos, arrepentíos!». Pero, cuando Jesús pasó por allí, Juan se fijó en él y les dijo a Juan y a Andrés: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Es el siervo de Dios. Ha venido a sufrir. Es aquel que ha sido enviado para convertirse en sacrificio, en Cordero de Dios, para quitar así vuestros pecados».

Quédate en esta imagen.

Quédate donde están Juan y Andrés, deseosos de empezar una nueva vida, con un nuevo objetivo, un nuevo comienzo, un nuevo corazón, una nueva alma. Esos dos jóvenes comienzan a seguir a Jesús, y Jesús se da la vuelta, ve que le están siguiendo y les pregunta: «¿Qué buscáis?». ¿Y qué dicen ellos? ¿Dicen «Señor, queremos seguirte», «Señor, queremos hacer tu voluntad», «Señor, queremos que nos quites el pecado»? No, ¡no dicen nada de eso!, sino que preguntan: «¿Dónde vives?».

De algún modo, ya aquí, en el principio de la historia, oímos una pregunta muy importante: ¿dónde vives? ¿Cuál es tu sitio? ¿Cuál es tu camino? ¿Cómo es estar cerca de ti?

Jesús dice: «Venid y lo veréis».

No dice: «Venid a mi mundo». No dice: «Venid, que os cambiaré». No dice: «Convertíos en mis discípulos», «Escuchadme», «Haced lo que yo os diga», «Tomad vuestra cruz». No. Dice: «Venid y lo veréis. Mirad a vuestro alrededor. Conocedme». Esta es la invitación.

Ellos se quedaron con él. Fueron y vieron dónde vivía y se quedaron con él el resto del día. Juan dice que era la hora décima, es decir, las cuatro de la tarde.

Jesús les invitó y ellos fueron con él y vivieron con él. Fueron voluntariamente a donde él vivía. Vieron a un hombre muy distinto que Juan el Bautista: este gritaba: «¡Arrepentíos, arrepentíos, arrepentíos!», pero Jesús, en cambio, decía: «Venid a ver dónde vivo».

Ellos vieron a Jesús, el Cordero de Dios. El humilde servidor. Pobre, amable, cálido, pacífico, puro de corazón. Le vieron. Ya entonces. Vieron al Cordero de Dios.

Hay cierta dulzura. Cierta amabilidad. Cierta humildad.

«Venid y veréis».

«Se quedaron con él el resto del día».

Jesús les invita a entrar para que echen un vistazo.

Estate ahí. Mira con los ojos del corazón la historia que acabas de escuchar.

SOMOS INVITADOS

Jesús nos invita a ir a la casa de Dios. Es una invitación a entrar en la morada de Dios.

No es una invitación con grandes exigencias. Es la historia del Cordero de Dios, que nos dice: «Venid, venid a mi casa. Echad un vistazo, mirad a vuestro alrededor. No tengáis miedo». Mucho antes de la llamada radical de Jesús a dejarlo todo atrás, dice: «Venid, mirad dónde vivo».

Jesús es un anfitrión que nos quiere cerca de él. Jesús es el Buen Pastor del Antiguo Testamento, que invita a su pueblo a su mesa, donde rebosa la copa de la vida.

Esta imagen de Dios invitándonos a su casa se emplea a lo largo de toda la Escritura.

El Señor es mi casa. El Señor es mi escondite. El Señor es mi toldo, mi resguardo.

El Señor es mi refugio. El Señor es mi tienda de campaña. El Señor es mi templo. El Señor es mi morada. El Señor es mi hogar. El Señor es el lugar donde quiero habitar todos los días de mi vida.

Dios quiere ser nuestra alcoba, nuestra casa. Él quiere ser todo aquello que nos haga sentir como en casa. Ella es como un ave que nos acurruca bajo sus alas. Ella es como una mujer que nos alberga en su vientre. Ella es la Madre infinita, el Anfitrión amable, el Padre cariñoso, el buen Proveedor, que nos invita a que nos unamos a él.

Hay una sensación de ser que es segura y buena. En este peligroso mundo, repleto de violencia, caos y destrucción, hay un lugar donde queremos estar. Queremos estar en la casa de Dios, para sentirnos seguros, para ser abrazados, para ser amados, para que se preocupen de nosotros. Con el salmista decimos: «¿Dónde quiere estar mi corazón, sino en la casa del Señor?» (véanse Sal 84 y 27).

La palabra «casa» cada vez tiene un significado mayor. Jesús dice: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas […] me voy a prepararos un lugar» (Jn 14,2). Jesús nos habla de esa casa grande, de esa mansión, donde disfrutaremos de un banquete y donde la copa rebosa, donde la vida será una gran celebración.

El evangelio de Juan comienza con una increíble visión de lo que significa la casa. «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo […] Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,1-3.14). De eso trata la encarnación: de hacer morada. Si lees el evangelio, oyes a Jesús decir: «He hecho morada en vosotros para que vosotros podáis hacer morada en mí» (cf. Jn 15,4-8). Esta visión de la casa de Dios aún se profundiza más. De pronto, todas esas imágenes surgen y nos damos cuenta de que nosotros somos la casa de Dios, y que estamos invitados a hacer morada donde Dios ha hecho su casa. Nos damos cuenta de que aquí donde estamos, justo aquí, en este cuerpo, con este rostro, con estas manos, con este corazón, estamos en el lugar donde Dios puede hacer morada.

Escucha atentamente: Jesús quiere que tú y yo nos convirtamos en parte de la familia íntima de Dios. «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo» (Jn 15,9). Jesús dice: «Vosotros no sois siervos, ni extranjeros, ni extraños; no, vosotros sois amigos, porque todo lo que he escuchado a mi Padre es vuestro, y todas las obras que yo puedo hacer, vosotros también las podéis hacer, e incluso mayores. Yo no soy una persona grande y vosotros pequeñas, no; todo lo que yo puedo hacer, vosotros también» (cf. Jn 15,15-16).

La profunda relación entre el Padre y el Hijo tiene un nombre. Es el Espíritu. El Espíritu Santo. «Quiero que tengáis mi Espíritu». «Espíritu» significa «aliento». Proviene del griego antiguo pneuma. «Quiero que tengáis mi aliento. Quiero que tengáis la parte más íntima de mí mismo para que la relación entre vosotros y Dios sea la misma que entre Dios y yo, que es una relación divina».

Lo que tienes que escuchar con tu corazón es que estás invitado a permanecer en la familia de Dios. Estás invitado a ser parte de esta estrecha comunión ahora mismo.

La vida espiritual significa que eres parte de la familia de Dios.

Cuando decimos: «Digo esto en nombre de Jesús» o «Hago esto en nombre de Jesús», lo que realmente queremos decir es: «Hago esto desde el lugar de Dios». Mucha gente sigue pensando hoy que, si hacemos algo en nombre de Jesús, es porque Jesús no está aquí, así que nosotros lo hacemos en representación suya. Pero no es esto lo que significa. Hablar en nombre de Jesús, morar en nombre de Jesús, obrar en nombre de Jesús, significa que el nombre es donde yo estoy. ¿Dónde estás tú? «Yo estoy vivo en el nombre, y ahí es donde habito, ahí es donde está mi casa». Una vez que vives aquí, puedes salir al mundo sin ni siquiera dejar este lugar.

Fuera de este lugar, fuera del corazón de Jesús, todas nuestras palabras y todos...



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