México, un mito de siete siglos | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 521 Seiten

Reihe: Singular

México, un mito de siete siglos

Crónicas de la ciudad infinita
1. Auflage 2025
ISBN: 978-607-03-1485-8
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

Crónicas de la ciudad infinita

E-Book, Spanisch, 521 Seiten

Reihe: Singular

ISBN: 978-607-03-1485-8
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



A setecientos años de la fundación de Tenochtitlan, nuestra capital aún tiene mucho que contar. Este no es un libro de historia, antropología, periodismo o ensayo, sino un compendio de crónica libre. Su tema es la Ciudad de México (con dos que tres excursiones) y en sus páginas caben lo mismo el asedio a Tenochtitlan que el culto al Angelito Negro en Tepito; los virreyes novohispanos de Felipe V que una fiesta sonidera en el Peñón; la vida cotidiana durante el Segundo Imperio mexicano que los músicos de Texcoco; los relatos urbanos de López Velarde que las danzas de moros y cristianos; el Seminario de Cultura Mexicana y los migrantes venezolanos y chinos de la Lagunilla; así como el nuevo aeropuerto en Zumpango y un largo etcétera que en conjunto logran un fresco que conmemora a su modo -el foco puesto en la gente y la cultura náhuatl como leitmotiv- los setecientos años de la fundación mítica de México-Tenochtitlan. '(...) no tiene caso preguntarse por la fecha exacta de fundación de la Ciudad de México, un conjunto actualmente de altepemeh, ciudades, villas, pueblos, colonias, fraccionamientos, barrios y alcaldías. Y hasta municipios conurbados, pues ya es más una región que una ciudad propiamente, acaso la más antiguamente poblada de América, con una historia que abarca mucho más que setecientos años. Sin límites geográficos ni temporales precisos, y por eso es un reto narrarla. Lo intento a continuación con el corazón en la mano, uno muy parecido al de Copil.'

Jorge Pedro Uribe Llamas es escritor y periodista. Autor de Crónicas de la verdadera Conquista (2022), Novísima grandeza mexicana (2017) y Amor por la Ciudad de México (2015), entre otros libros. Es miembro asociado del Seminario de Cultura Mexicana e integrante del Colegio de Cronistas de la Ciudad de México. Conduce y escribe la serie Ciudad infinita de Canal Once. Publica periódicamente en jorgepedrouribe.substack.com
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Los últimos días del asedio a Tenochtitlan (segunda parte)

Me veo en la gozosa necesidad de continuar el relato del asedio a Tenochtitlan-Tlatelolco que interrumpí en un momento de gran tensión, cuando Cuauhtémoc accedió a reunirse con Cortés el 11 de agosto en la plaza del tianguis. ¿Se imaginan ustedes el alivio y la emoción de los españoles y aliados? Seguro que a esas alturas todos ellos ya andarían hartos, tristones, impacientes, molestos. Hacer la guerra no es fácil para nadie y también habían sufrido bastante. Demasiada crueldad repartida en demasiado tiempo, ¿de verdad valía la pena?

Nos cuenta el cronista Suárez de Peralta que durante el sitio a Tenochtitlan:

Al cristiano que cogían, luego le llevaban a sacrificar y empalarle, las cabezas metidas en unas estacas y puestas en lo alto; y si mataban caballos lo mismo hacían de ellos, ponerles las cabezas con las de los cristianos, y decían que porque los caballos temiesen de ver allí las cabezas de los otros caballos, y ponían una de un cristiano y luego otra de un caballo.20

Un horror para ambos bandos, la verdad, sobre todo para los sitiados, pero un horror que estaba a punto de concluir.

Sigamos, pues, con la narración.21

Domingo 11 de agosto

Qué decepción, Cuauhtémoc no se presentó a la cita. Estaba claro que solo estaba dándole largas a los invasores para ganar tiempo. Quienes sí llegaron, en cambio, fueron cinco principales arguyendo que su rey temía aparecer ante Cortés y, encima, se encontraba enfermo. El capitán les dio de comer y beber, la cortesía ante todo, y al despedirse aseguró que no le haría ningún daño a Cuauhtémoc y ni siquiera tenía la intención de capturarlo. Por si no le fueran a creer, enviaba con ellos unos víveres en señal de buena voluntad. Y un recado.

Según los , el mensaje dado a Cuauhtémoc y a los suyos fue el siguiente:

¿No se compadecen de la gente, de los niños, de los viejos y de las viejas? Ya todo ha terminado; ¿hay acaso alguna escapatoria? Más bien, traed acá hermosas mujeres, maíz blanco, guajolotes, huevos y tortillas. Yo espero la respuesta.22

Tan pronto como dos horas más tarde, los emisarios regresaron, obsequiando a Cortés buenas mantas de algodón y contestando que no había forma en que Cuauhtémoc fuera a reunirse con él. Pero el capitán duro y dale, ante lo cual los embajadores acordaron volver al día siguiente con una nueva respuesta. Por la noche, Cortés se retiró a su real en Acachinanco.

Hacia la medianoche llovió “muy menudo”, reporta Orozco. De pronto vieron los mexicas un torbellino de fuego color sangre que arrojaba centellas, chispas y brasas y que se venía remolinando desde el Tepeyac hasta el cerco donde se hallaban reducidos, dándoles la vuelta hasta desaparecer en el lago. “Como si un tubo de metal estuviera al fuego, muchos ruidos hacía, retumbaba, chisporroteaba. Rodeó la muralla cercana al agua y en Coyocanazco fue a parar”,23 describe uno de los informantes de Sahagún. No gritaron por temor a sus enemigos, pero permanecieron convencidos de que era un presagio de la destrucción inminente.

Lunes 12 de agosto

Esa mañana los españoles no sabían que solo faltaba un día para hacerse con la ciudad. Puede que algunos lo sospecharan, casi podía sentirse en el aire, tanta lluvia y olor a muerte. Muy temprano, los mensajeros se presentaron en Acachinanco con lo que parecían ser buenas noticias: Cuauhtémoc ahora sí se dirigía a la plaza del mercado. Allí esperaría a Cortés. Pero que por favor fuera solo, sin los aliados. El capitán estuvo de acuerdo y, acompañado de sus hombres más cercanos, se encaminó a Tlatelolco.

¿De qué quería hablar con el ?, ¿por qué su insistencia en entrevistarse con él?, ¿era verdad que no pensaba apresarlo?

Una vez en la plaza del tianguis, pasaron tres o cuatro horas y el capitán entendió bien el mensaje. Lo habían dejado plantado otra vez. Hizo llamar, pues, a los aliados, la hueste entera de Alvarado y también a Sandoval para comandar los bergantines. Poco después, dio la orden y pronto se precipitaron todos sobre el pequeño cerco. Así describe Orozco el penúltimo asalto a la ciudad, basándose en tres fuentes distintas:

No encontraban [los invasores] dónde poner el pie, pues el suelo estaba literalmente cubierto de cadáveres y despojos sangrientos y hediondos, que hacían insoportable el lugar […] Hombres, mujeres y niños caían al lago, ahogándose o lanzando gritos de apuro y agonía; en la tierra firme se hacinaban los recientes muertos sobre los antiguos, y los gritos de guerra, los alaridos de los vencedores, el lloro y la grita de las mujeres y de los niños, llenaban de angustia y de azoro el corazón. No era una batalla, sino un degüello. Más de cuarenta mil ánimas fueron muertas o tomadas prisioneras.24

Por muchos años, aquel día sería muy recordado. Cinco-Conejo de la veintena Micuilhuitzintli, según el cómputo texcocano, y 1-Culebra de Tlaxochimaco del mexica. La fecha en que los defensores de la ciudad fueron destruidos, a decir de nuestro cronista principal.

Esa noche se tomaron decisiones muy serias. Los plantones de Cuauhtémoc habían calado hondo en el orgullo de Cortés. Al día siguiente tomaría la ciudad por medio de un asalto integral, esto es, echando mano de las tres tropas disponibles: la del campamento de la Calzada de Ixtapalapan, la de la calzada a Tlacopan y la del norte, camino del Tepeyac. Adicionalmente, se usarían tres cañones gruesos y Sandoval se encargaría de ocupar la lagunilla en que estaban recogidas las canoas de la ciudad. Se sabía que Cuauhtémoc vivía en una de ellas, por lo que había que vigilarlas con persistencia, no se fuera a escapar por el lago.

Martes 13 de agosto

Día de San Hipólito. Seguro que la noche anterior no durmió nadie, ni de un bando ni del otro. ¿Cómo se sentiría Cuauhtémoc sobre haber plantado a Cortés ya en dos ocasiones? Tal parece que sus largas no se debían sino a razones de índole religiosa; en los leemos que el estaba esperando a que se cumplieran ochenta días del inicio del sitio, acaso en espera de una fecha propicia.25

Los tres cañones estaban dispuestos en batería. Los que iban a atacar por tierra tenían la misión de empujar a los sitiados hacia la lagunilla. Por su parte, Sandoval y los bergantines no podían dejar escapar a Cuauhtémoc. Para presenciar y dirigir las operaciones, Cortés se subió a la azotea de una casa cercana. “Era en la azotea de casa de Aztautzin, que está cercana a Amáxac. Estaba bajo un doselete. Era un doselete de varios colores”,26 nos informa la .

Desde ahí el capitán general lanzó una última invitación a los principales que él conocía para que trajeran a Cuauhtémoc y ahí pudieran dialogar. Al cabo de un rato, regresaron acompañados del o jefe principal de guerra, de nombre Tlacotzin, para informar que de ninguna manera iba a presentarse el ante él. Que de plano preferían morir. Cortés, obvio, se enfadó un montón.

En todo aquello se demoraron unas cinco horas. Mientras tanto, varios hombres débiles, mujeres y niños salieron hacia el campo español a entregarse. Algunos se ahogaron al procurar salvarse a nado, otros optaron por esconderse entre los carrizales. Los nobles, guerreros y sacerdotes permanecieron, en cambio, impasibles sobre las azoteas y en las calles y canoas. Flacos y hambrientos, pero bien determinados.

Se acercaba la tarde y por fin Cortés disparó la escopeta, que era la señal para acometer la pelea. Veamos cómo la resume el cronista Cervantes medio siglo más tarde:

Tomaron y ganaron aquel rincón que tenían y echaron al agua a los que en él estaban, y otros que quedaban sin pelear se rindieron, y los bergantines entraron de golpe por aquel lago, rompiendo con gran furia por medio de la flota de las canoas, y la gente de guerra que en ella estaba, turbada, confusa y desfallecida, no sabía dónde estaba ni levantaba las manos a tomar armas, y así los de los bergantines no hicieron más que rendirlos.27

Mientras proseguía la matanza, continúa Orozco, algunas canoas se deslizaban velozmente con dirección a tierra firme. Sandoval dio la orden al soldado García Holguín, “capitán del bergantín más velero”, de perseguirlas. Por los adornos, el toldo y la forma de una de ellas, quedaba claro que se trataba de la canoa de Cuauhtémoc.

García Holguín gritó e hizo señas, pero los remeros mexicas no dejaron de remar. Entonces, ballesteros y arcabuceros se asomaron por la proa de la fusta, haciendo detener la canoa. Cuauhtémoc se puso en pie y alzando el brazo pidió que no dispararan, pues él era el rey de México. Que por favor no tocaran a su mujer, a sus hijos ni a ninguna mujer y que no tomaran sus pertenencias. Ya podían llevarlo en presencia de Cortés.

Iba Cuauhtémoc con Tetlepanquetzaltzin, señor de Tlacopan, y otros veinte principales. A todos los pasó García Holguín a su bergantín, haciéndolos sentar sobre petates y mantas y dándoles de comer. Su jefe, Sandoval, se emparejó enseguida y exigió que le entregaran al prisionero, pero el soldado argumentó que había sido mérito suyo.

En tándem, se llevaron a Cuauhtémoc ante Cortés a la casa de Aztautzin, muy probablemente en el actual cruce de Constancia y Santa Lucía, en Tepito. Ahí, en Cigüeñales “El Pareja”, existe una placa de 1921 que da gusto encontrar.

Lo que ocurrió en ese solar...



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