E-Book, Spanisch, 472 Seiten
Reihe: Ensayo
Mortimer Guía para viajar en el tiempo a la Inglaterra medieval
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-126130-0-1
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Un manual para todo el que visite el siglo XIV
E-Book, Spanisch, 472 Seiten
Reihe: Ensayo
ISBN: 978-84-126130-0-1
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
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Ian Mortimer. Petts Wood (Reino Unido), 1967 Autor de doce libros de historia, cuatro novelas y numerosos artículos sobre la historia de Inglaterra entre los siglos x y xx, su obra ha sido traducida a quince idiomas. The Times lo ha descrito como «el historiador medieval más notable de nuestro tiempo», principalmente por su serie de biografías históricas de la Baja Edad Media. Sin embargo, es más conocido por sus cuatro Guías para viajar en el tiempo: Inglaterra medieval (2008), Inglaterra isabelina (2012), Gran Bretaña de la Restauración (2017) y Gran Bretaña de la Regencia (2020). Es uno de los historiadores actuales más innovadores, que está ampliando los límites tanto de la forma literaria como de la metodología histórica. Entre 1991 y 2003 trabajó para varias organizaciones de archivo e investigación histórica, como la Devon Record Office, la Royal Commission on Historical Manuscripts y las universidades de Exeter y Reading. Es miembro de la Society of Antiquaries y de la Royal Historical Society. En 2004 recibió el Premio Alexander de la Royal Historical Society por su trabajo sobre la historia social de la medicina. También cultiva otros géneros como la ficción histórica -The Outcasts of Time (2018), la Clarenceux Trilogy-, la poesía e incluso unas memorias sobre el significado de correr: Why Running Matters. Actualmente es presidente de la Sociedad de Historia de Moretonhampstead y vicepresidente de la Sociedad de Historia de Mortimer.
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Introducción
Bienvenidos a la
Inglaterra medieval
¿Qué es lo primero que te viene a la cabeza cuando te topas con la palabra «medieval»? ¿Castillos y caballeros? ¿Monjes y abadías? ¿Vastas extensiones boscosas que sirven de refugio a forajidos decididos a quebrantar las leyes…? Puede que todas estas nociones formen parte del imaginario popular, pero lo cierto es que apenas añaden información alguna sobre la vida real de la mayoría de las personas que habitaron en ese período. Supón por un instante que puedes viajar en el tiempo: ¿qué encontrarías si pudieras regresar al siglo XIV? Sitúate mentalmente caminando por una polvorienta calle londinense una mañana de verano. De repente, un criado abre las contraventanas de una vivienda situada sobre tu cabeza y comienza a sacudir una manta. Un perro encargado de guardar las bestias de carga de un viajero rompe a ladrar. Unos mercaderes de las inmediaciones vocean sus artículos apostados tras sus tenderetes; frente a ellos, dos mujeres charlan animadamente. Una de ellas se protege los ojos del sol, y del brazo de la otra pende una cesta. Las vigas de madera de las casas sobresalen de las fachadas, proyectándose hacia la calle. Encima de las puertas, rótulos y enseñas pregonan las mercancías que ofrecen los establecimientos que hay debajo. De pronto, junto a los puestos del mercado, un ratero se apodera de la bolsa de un comerciante y este sale a la carrera tras él, gritando a pleno pulmón. Todo el mundo se gira para no perder detalle. Y tú, que observas anonadado todo este ajetreo, ¿dónde vas a pasar la noche? ¿Qué ropas vistes? ¿Qué tienes pensado comer?
El solo hecho de concebir el pasado como una realidad que está sucediendo (en lugar de verlo como algo ya desaparecido) abre inmediatamente la puerta a un nuevo modo de contemplar la historia. La propia idea de viajar a la Edad Media nos permite considerar el pasado desde una perspectiva más amplia y descubrir facetas inéditas en los problemas y los placeres de quienes vivieron en esa época, así como acercarnos a cómo eran esas gentes. Como acostumbra a ocurrir con las biografías históricas, un libro de viajes centrado en los pormenores de un tiempo pasado también nos ofrece la oportunidad de observar con empatía a sus pobladores: no a partir de una serie de gráficos sobre las oscilaciones de la producción agrícola o los ingresos domésticos, sino a través de un análisis de las sensaciones asociadas al hecho de estar vivo en un tiempo distinto al nuestro. Con este experimento mental podemos empezar a hacernos una idea, tal vez vaga pero vívida, de las razones que movían a las personas a proceder de tal o cual forma, o a creer incluso en cosas que a nosotros se nos antojan sencillamente inverosímiles. El desbloqueo de esta ventana de comprensión se debe a que cobramos conciencia de que esos individuos son perfectamente humanos —tanto como nosotros— y de que algunas de sus reacciones son lisa y llanamente naturales. La idea de viajar a la Edad Media nos permite comprender a sus pobladores en unos términos que no se ciñen exclusivamente a las pruebas materiales o documentales, sino que abarcan también su humanidad, sus esperanzas y temores, el escenario en el que se desplegaban sus vidas. Pese a que la tradición ha querido que los escritores recurran a la ficción histórica para lograr ese objetivo, no hay ninguna razón que impida a un autor de textos no ficticios presentar sus argumentos con la fuerza directa y emocional del novelista. Privilegiar las formas verbales del presente por encima de las del pasado no resta ni un ápice de verdad a los hechos mismos.
Este planteamiento no es algo nuevo, al menos en muchos de sus aspectos. Hace ya muchas décadas que los historiadores de las formas arquitectónicas vienen recreando imágenes de castillos y monasterios para mostrarnos el aspecto que tuvieron esos edificios en sus días de gloria. Del mismo modo, los curadores de los museos llevan tiempo reconstruyendo las hechuras de las casas antiguas y reproduciendo en su interior el mobiliario de épocas pasadas. Hay asimismo grupos de individuos que han constituido sociedades dedicadas a la recreación histórica para intentar descubrir cómo era la vida en los siglos anteriores. Para ello, no dudan en realizar el animoso experimento práctico de vestir las ropas de la época que desean rememorar, cocinar los alimentos en un caldero colocado sobre una simple hoguera o tratar de blandir la réplica de una espada antigua embutidos en una pesada armadura. Consideradas en conjunto, todas estas personas nos recuerdan que la relevancia de la historia supera con mucho la esfera de los procesos educativos. En la comprensión del pasado la experiencia interviene tanto como el conocimiento, ya que para entenderlo es preciso esforzarse en establecer vínculos espirituales, afectivos, poéticos, teatrales y motivadores con nuestros predecesores. Esa forma de discernir el pasado guarda relación tanto con las particulares reacciones que puedan suscitar en nuestro ánimo los desafíos de la vida en los siglos pretéritos y en las culturas de otro tiempo como con nuestra forma de entender los factores que diferencian una época de otra.
Los historiadores especializados en el estudio de hechos próximos en el tiempo han llegado a la conclusión de que la indagación del pasado cercano es un género basado en hipótesis del tipo «¿qué habría sucedido si…?», lo que en último término nos adentra en el terreno de la «historia virtual». Este ámbito lleva a los historiadores a ponderar lo que habría ocurrido en caso de que los acontecimientos hubieran seguido un rumbo distinto al que en realidad tomaron. Por ejemplo: ¿qué habría pasado si Hitler hubiese invadido Gran Bretaña en 1940? ¿Cómo sería ahora el mundo de haber tenido éxito la Armada Invencible? Pese a que las especulaciones de este tipo están expuestas a la obvia crítica de que tales sucesos no se produjeron (observación con la que se pretende afirmar implícitamente que carece de sentido perderse en su consideración), no debemos olvidar que poseen la doble y gran virtud de trasladar directamente al lector a un momento preciso del tiempo y de presentar los hechos como una secuencia todavía en desarrollo. Esta estrategia puede transmitir un aire de pura inmediatez al relato. Pongámonos por un instante en la piel del duque de Wellington en Waterloo, o de Nelson en Trafalgar, y nos será más fácil captar que ambos militares eran perfectamente conscientes de las consecuencias de una derrota. Y lo mismo cabe decir de los jefes políticos que los dirigían desde sus atalayas británicas. No hay duda alguna de que todos estos actores sopesaron de facto las propiedades de ese pasado que no llegó a materializarse; por consiguiente, la reconstrucción de lo que pudo ser y no fue no solo nos coloca en una posición más próxima a la de esos personajes, sino que nos hace observar las cosas desde la perspectiva que ellos mismos tuvieron en el momento de tomar las decisiones que conocemos. Parémonos a pensar por un momento en lo siguiente: si Enrique IV no hubiese regresado a Inglaterra en 1399 para apartar del poder a Ricardo II, Gran Bretaña habría vivido sujeta varios años más —tal vez por mucho tiempo— a la tiránica dominación de Ricardo, lo que muy probablemente habría acabado con la dinastía de Lancaster y con todos sus partidarios. En la primavera de 1399, la cuestión clave de la política giraba precisamente en torno a ese posible desenlace, que además de ser, de hecho, una de las razones que determinaron la vuelta de Enrique, fue también el principal motivo de que este contara con un número de seguidores tan elevado. Queda por tanto claro que el enfoque histórico que opta por analizar los acontecimientos como realidades en pleno proceso de desarrollo juega un papel crucial para la adecuada comprensión del pasado, por más que sus resultados tengan hoy un carácter tan especulativo como el que tuvieron en su momento.
Entendida en los términos que acabamos de enunciar, la utilidad de la historia virtual se circunscribe únicamente al discernimiento de los sucesos políticos, ya que para la crónica social su valor es relativamente escaso. De poco sirve especular sobre lo que podría haber ocurrido si, por ejemplo, la peste negra no hubiera asolado a Europa, ya que su llegada no dependió de las decisiones tomadas. Pero, al igual que con la reconstrucción de un domicilio medieval común y corriente, el viaje en el tiempo nos permite hacernos una idea mucho más clara y completa de lo que significa vivir en una época distinta a la que conocemos. Tiene, particularmente, la ventaja de suscitar un sinfín de interrogantes que de otro modo quizá no nos hubieran venido a la cabeza, y que no necesariamente admiten una fácil respuesta. ¿Cómo se saludaba la gente en la Edad Media? ¿Cómo era su sentido del humor? ¿Qué distancia recorría la gente común en sus viajes? El mero hecho de escribir la historia atendiendo a los factores que estimulan nuestra curiosidad nos obliga a sopesar un cierto número de cuestiones que la historia tradicional tiende a pasar por alto.
Para el explorador histórico, la Inglaterra medieval es un destino potencialmente repleto de posibilidades. En los cuatro siglos que mediaron entre la invasión normanda y la aparición de la imprenta, la sociedad inglesa experimentó enormes cambios. Al adoptar la forma plural (the Middle Ages), la lengua de Shakespeare expresa con grata exactitud la variación implícita en la secuencia de períodos que definen lo que entendemos por «Edad Media». Para entenderlo bien hemos de...