Montesinos Pinilla / Albesa Castañer | Solo vivir (epub) | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 106 Seiten

Reihe: eMilenio

Montesinos Pinilla / Albesa Castañer Solo vivir (epub)


1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-19884-22-0
Verlag: Milenio Publicaciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 106 Seiten

Reihe: eMilenio

ISBN: 978-84-19884-22-0
Verlag: Milenio Publicaciones
Format: EPUB
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'Y ya está, solo vivir y ayudar a la familia', decía Aziz en una entrevista. Es posible que esas dos palabras, solo vivir, sean la respuesta más clara y sincera. Sin embargo, detrás de la incómoda pregunta se esconde un derecho a menudo invisible. Solo vivir es un grito de valentía y esperanza, un grito por la lucha y el esfuerzo para lograr una vida mejor. Es un grito por el derecho a migrar. Miles de jóvenes han llegado a pueblos y ciudades de todo el mundo después de un largo viaje durante su infancia o adolescencia. Sin referentes familiares y persiguiendo un sueño que no ha resultado ser lo que imaginaban, lo han apostado todo para ejercer su derecho a la vida. Solo vivir es una recopilación de testimonios de estos viajes, de estas trayectorias. Una recopilación de procesos migratorios que duelen pero también empoderan, que alejan y sin embargo acercan. Diez historias más allá del estigma que alzan la voz y reclaman ser escuchadas.

Sara Montesinos (Premià de Mar, 1990) y Martí Albesa (Olot, 1988) son los fundadores de la Agencia Talaia. El equipo, dedicado a la comunicación y el periodismo, trabaja en distintos puntos fronterizos de entrada a Europa y recoge historias de protagonistas de los procesos migratorios. Entienden el periodismo como una herramienta social, y han colaborado con medios de comunicación como el periódico Ara, El Salto, La Mira o La Directa, entre otros. Además de proyectos personales como los cortometrajes Eko 385 o Més enllà dels camps ('Más allá de los campos'), y el libro Petjades d'aigua i sal ('Huellas de agua y sal'), presentaron MURS en el Festival Lluèrnia de 2019 y han estrenado la serie documental 18+1 en enero de 2020.
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Hostia santa

-¡Hostia santa!

—¡Ja, ja, ja!

—¿De qué te ríes?

—Tío, cada vez que dices «hostia santa» me da la risa. Ya pareces un viejo gruñón nacido aquí. ¿De dónde lo has sacado?

—No sé, puede que del trabajo, Eva lo utiliza y se me ha pegado. Cuando algo sale mal, alguna máquina se estropea o hay algún imprevisto, siempre grita «¡hostia santa!».

—Bueno, por lo menos es más divertido que «madre mía», hace un tiempo lo decías cada dos frases.

—Hostia santa, es verdad.

—Ja, ja, ja... ¿Otra cerveza?

—Sí.

—Perdona, ¿nos puedes poner otro par de cañas?

—¿Cómo va el tema del carnet de conducir?

—Es muy difícil. Me parece que al final pediré los exámenes en francés. Las preguntas tienen muchas trampas, y si no las entiendo bien es imposible que apruebe.

—¿Haces los test?

—Sí.

—¿Y qué tal?

—¡Hostia santa!

—Ja, ja, ja... Bueno, poco a poco.

—Sí, pero Eva me ha dicho que debería sacarme el carnet lo antes posible. Si puedo, antes de septiembre. Dice que es probable que me necesiten en la nueva fábrica y que, como me han hecho encargado, habrá días que me pedirán que vaya y no podrán avisarme con tiempo, así que no puedo depender de los horarios del bus.

—Pues sí, pide las preguntas en francés, te será más fácil.

—Es que... Tendrías que haber visto cómo conducía en Guinea, iba rapidísimo. Se me daba muy bien, sobre todo con la moto. También sabía arreglar las motos de otros. Me las llevaban a mí para que hiciera de mecánico. A veces solo las hacía ir más rápido. Nos gustaba mucho correr con la moto. Allí la utilizaba siempre, aunque si tenía que coger el coche, también lo cogía. Se me daba muy bien. En fin, la vida. Si hay que hacer un examen, se hace. El tema es que ya no estoy seguro de si me acordaré de conducir, no he cogido un coche desde 2014...

—¿Cuánto tiempo hace que te fuiste?

—El 2 de febrero de 2015, después de la manifestación cogí directamente un taxi a Conakry. Llegué el día 3 a primera hora de la mañana, y cogí otro taxi para salir del país.

—¿En taxi?

—Sí... Allí hay muchos. O mucha gente que hace de taxista, depende de cómo lo mires.

—¡Qué miedo!

—Sí, mucho. De hecho, en ese momento la policía ya me estaba buscando. Y si me hubiesen encontrado, me habrían matado. Ya te lo he contado otras veces, pero no puedo volver a mi país, a mi casa. Quiero seguir vivo. Allí la policía me quiere matar porque no estoy a favor del partido en el poder.

—Hostia santa...

—Ja, ja, ja, ¡ahora has sido tú, eh!

—Sí, pero eso sí que es una buena razón para decirlo. Oye, ¿y qué hacías antes de la manifestación, y qué pasó aquel día?

—Antes de la manifestación del día 2, llevaba un videoclub. Por las tardes ponía películas sobre la trayectoria del líder de mi partido, Cellou Dalein Diallo, que defiende la democracia y la unión del pueblo de Guinea Conakry. Ponía esos vídeos porque faltaba poco para las elecciones presidenciales, así animaba a la gente a unirse al partido y votar a la Unión de las Fuerzas Democráticas de Guinea. Los ponía a primera hora de la mañana y a última hora de la tarde.

—Es divertido cómo pronuncias el francés, es un poco diferente a lo que estamos acostumbrados. Es como si fuera de montaña.

—Sí, allí todo es en francés, aunque hablamos muchos otros idiomas. También hablo fula. ¡Eso sí que no lo entenderías!

—Seguro que no. El francés es más fácil. De hecho, se habla en muchos lugares de África, ¿no?

—Sí, efectivamente. Y portugués e inglés, es una de las consecuencias de la colonización. No soporto al gobierno francés... Tienen la culpa de todo. En Guinea la policía dispara a la gente y ellos no dicen nada. Siempre piensan que todo es... Ay, perdona, sí, las dos cervezas aquí, gracias.

—¡Ah! Qué bien sienta con este calor. ¿No te castigará Alá por bebértela?

—Ja, ja, ja... No creo. De hecho, me sé el Corán de memoria y en ningún sitio dice que no pueda tomarme una cerveza. Pero bueno, mejor que no se lo cuente a mi padre.

—¿Se enfadaría?

—¡Hostia santa!

—¡Ja, ja, ja!

—¡Salud!

A la vÔtre!

—Venga, sigue, que me tienes intrigado... ¿Qué pasó en la manifestación?

—Ese día me levanté muy pronto. Me encontré con varios grupos de personas, sobre todo compañeros de partido. Todos íbamos a apoyar a nuestro presidente. Mira, tengo una foto de la manifestación.

—A ver...

—Esta no... Mira, este es mi padre... Aquí está. Yo soy el del megáfono.

—Míralo, ¡líder de masas!

—Ja, ja, ja, sí, siempre llevaba el megáfono en las manifestaciones. Poco después se desató el caos. La policía empezó a lanzar gases lacrimógenos y a disparar.

—¿A disparar?

—Sí, allí la policía dispara. Siempre hay muertos en las manifestaciones.

—Qué miedo.

—Sí, mucho. Por eso me fui rápidamente a esconderme. Corrí mucho y me metí en una casa abandonada con una salita donde no había nada y estaba oscuro. Allí esperé muchas horas. O por lo menos eso me pareció. Por lo visto, la policía preguntó por mí al alcalde del pueblo, Mamadou Hadi Barri, y este los llevó al videoclub. Pero yo ya no estaba, solo estaba mi hermano pequeño.

—Pobre, qué susto.

—Sí, lo asustaron mucho. Le preguntaron dónde estaba yo.

—¿Y qué les dijo?

—No lo sé, no hemos hablado. Lo que sí sé es qué le dijeron ellos. Le dijeron que el día que me encontraran en el videoclub, me matarían, y que no tendrían que dar explicaciones a nadie porque ellos apoyaban al partido en el poder, RPG-ARC en Ciel, cuyo presidente es Alpha Condé.

—Alpha ¿qué?

—Condé. Es una malísima persona. Lo que más rabia me da es que ese señor era profesor de universidad, y ahora muchos niños guineanos no pueden ir al colegio. Es malo y corrupto.

—Y un asesino.

—Y un asesino, sí. Pero a Francia no le importa nada de eso.

—¿Y entonces fue cuando escapaste en taxi?

—Sí. Cuando todavía estaba escondido, me llamó mi padre, me preguntó dónde estaba y vino. Entonces me contó la visita de la policía al videoclub y me obligó a irme del país. No es fácil que tu padre te diga que te vayas, que si no lo haces te matarán por disidente... Salí del país en taxi, y el día 6 llegué a Bamako, donde solo estuve tres días. Después seguí hasta Gao, otra ciudad de Mali. Cosas de dios, como decimos en mi país...

—Acabarías harto de viajar, ¿no?

—¡Uy! Eso fue solo el principio.

—Ya me lo imagino... ¿Te molesta que hablemos de ello?

—¿Que si me molesta? ¿Por qué?

—No sé, por si te pone triste.

—¿Triste? ¡Qué va! Solo echo de menos a mi familia y a mis amigos de Guinea. Me da rabia no estar allí, a veces pienso que si volviera podría hacer algo. Incluso pienso que es culpa mía que las cosas no vayan bien. Pero si no hubiera hecho todo eso, ahora no podría echarlos de menos. Así que no puedo estar triste.

—¿Sabes qué pasa? Que a nosotros siempre nos han contado historias de la guerra civil que hubo en España hace ochenta años. Y muchos de nuestros abuelos y bisabuelos también tuvieron que irse de sus casas.

—Sí, algo he leído sobre eso. Por Franco y todo aquello, ¿no?

—¡Exacto! ¿Has leído sobre el tema?

—Sí, me gusta mucho la historia. Si ahora soy de aquí, tendré que conocer la historia de aquí, ¿no?

—Pues muchos ciudadanos tuvieron que caminar hasta Francia.

—Mira, yo fui caminando desde Gao hasta Argelia.

—¡¿Cómo?!

—Sí, sí. ¡Eso sí que fue la hostia santa!

—Ja, ja, ja, me lo imagino.

—Y además por el camino me robaron todo lo que llevaba.

—¿Quién?

—Los tuaregs. Son un grupo de personas que viven en...

—Sí, sí. Sé quiénes son.

—Pues me lo robaron todo. El móvil, el dinero... todo.

—¿Y qué hiciste?

—Seguir caminando hacia Argelia. Llegué el 15 de febrero, y en pocos días ya había conocido a un chico que me dio trabajo. Estuve trabajando en Argelia hasta el 13 de octubre de 2015. Un amigo de este chico es quien me hizo pasar a Marruecos por diez mil dírhams.

—¿Cómo?

—La frontera la cruzamos a pie. Pero después cogí un bus a Rabat. ¿Sabes dónde está?

—Sí, es una ciudad muy famosa de Marruecos. Mucha gente que viaja allí la visita.

—¡Pues yo no quiero volver a Marruecos nunca más!

—¿Y por qué dices eso?

—¿Tienes fuego?

—Sí, toma.

Merci. En muchos lugares del mundo hay racismo; de hecho, supongo que en todas partes. Pero yo lo viví en Marruecos, sobre todo ese mes que dormí bajo un puente. Trabajé muy poco, y con el dinero que tenía quería ir a cortarme el pelo a una peluquería. Allí me dijeron que no me lo cortaban, que era negro y olía mal, y que no podía entrar en su local.

—Pero ¿qué dices?

—Sí, te lo juro. Me quedé en la...



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