Mèlich | Ética de la compasión | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 320 Seiten

Mèlich Ética de la compasión


1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-254-3034-3
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

E-Book, Spanisch, 320 Seiten

ISBN: 978-84-254-3034-3
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection



La ética es la respuesta a una interpelación que pone en cuestión el orden moral. Lo que nos convierte en humanos no es la obediencia a un código universal y absoluto sino el reconocimiento de la radical vulnerabilidad de nuestra condición y el hecho de no poder eludir la demanda del dolor del otro. No hay ética porque sepamos qué es el 'bien', sino porque hemos vivido y hemos sido testigos de la experiencia del mal. No hay ética porque uno cumpla con su 'deber', sino porque nuestra respuesta ha sido adecuada al sufrimiento. No hay ética porque seamos 'dignos', porque tengamos dignidad, sino porque somos sensibles a los indignos, a los infrahumanos, a los que no son personas. La ética, pues, a diferencia de la moral, es la respuesta compasiva que damos a 'los heridos' que nos interpelan en los distintos trayectos de nuestra vida, cuando bajamos de 'Jerusalén a Jericó'.

Mèlich Ética de la compasión jetzt bestellen!

Autoren/Hrsg.


Weitere Infos & Material


1. INTRODUCCIÓN

«...porque la vida ha comenzado ya mucho antes que uno...»

(Ernst Bloch, El principio esperanza)

No empezamos con las manos vacías. Venimos al mundo pero no estamos solos. Nadie nace solo, nadie puede sobrevivir solo. El universo humano es un universo compartido. Otros están ahí, otros estuvieron ahí. Abandonamos el útero materno y llegamos a un tiempo y un espacio que no hemos escogido y que no controlamos. Somos vulnerables, estamos expuestos a lo imprevisible, a lo indominable, a lo radicalmente extraño. No estamos solos aunque tampoco vivimos en un entorno plenamente cordial y cósmico, porque no podemos exorcizar la presencia inquietante de la finitud. Continua e ineludiblemente nos encontramos amenazados por procesos de caotización: el azar, la soledad, la insatisfacción, la culpa, la nostalgia, el sufrimiento, la muerte. En un universo humano no hay ni puede haber resguardo absoluto o salvación plena. El nuestro es un mundo crepuscular.

Situaciones infernales nos acechan, porque si bien es cierto que existe la posibilidad de habitar humanamente el mundo también nos acompaña siempre la amenaza de «lo inhumano». Y esta es una amenaza radical. Nunca podrá evitarse. Hombres y mujeres no nos encontramos a salvo, ni protegidos por completo. Porque somos «humanos» estamos privados del acceso al paraíso y vivimos expuestos al peligro de que, de repente, el cosmos se convierta en caos.

Elias Canetti daba inicio a su monumental ensayo Masa y poder con estas palabras: «Nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido». La existencia humana no puede resguardarse de las inquietantes presencias que adopta la finitud. Ese «ser tocado por lo desconocido» del que habla Canetti es una metáfora de la amenaza de lo extraño. Sabemos que jamás podremos dominar a la naturaleza, que no somos inmunes al tiempo, a la voracidad de Cronos. Somos conscientes de que nuestra vida es breve y de que vamos a morir, de que no controlamos las condiciones que nos depara la existencia, de que somos más el resultado de nuestras pasiones que de nuestras acciones, de que llegamos demasiado tarde y de que nos iremos demasiado pronto, de que, como advierte Rilke, «vivimos siempre en despedida». Por eso cada uno, sea quien sea, venga de donde venga, no tiene más remedio que configurar provisionalmente «espacios de protección», frágiles «ámbitos de inmunidad», frente a la irrupción amenazante de lo contingente y de lo imprevisible. Por nuestra condición finita y vulnerable, nos pasamos la vida buscando refugios físicos y simbólicos. Somos seres necesitados de consuelo que andamos a la búsqueda de «cavernas», seres que no podemos sobrevivir si no es resguardándonos, aunque sea de forma frágil, de los peligros y de las trampas que nos tiende el mundo.

Para algunos, a los que llamaré genéricamente «gnósticos», y que ocupan actualmente un lugar relevante en la plaza pública, el nacimiento es como una caída. El gnosticismo sostiene que el ser humano es un «ser arrojado», y que la vida consiste esencialmente en encontrar «vías de escape» del mundo. De lo que se trata, para decirlo con Mircea Eliade en El mito del eterno retorno, es de huir del espacio y del tiempo, de la historia y del cuerpo. Este es el lugar en el que el conocimiento (gnosis) desempeña una función fundamental. Así, podríamos decir que el gnosticismo combate el dolor de la existencia proponiendo una renuncia al cuerpo y a las relaciones con los demás. El conocimiento ofrecerá una salvación por la vía de la interioridad. La consecuencia de esta posición es el terror de la historia o, lo que es lo mismo, la incapacidad de compasión, el menosprecio de los ritmos corporales, la insensibilidad...

En este ensayo el lector encontrará una ética contraria a este espíritu. A diferencia del gnóstico, concibo aquí la vida de cada ser humano como ambigua. Al llegar al mundo encontramos felicidad y dolor, alegría y tristeza, angustia y serenidad..., pero, en cualquier caso, lo que hay que subrayar es que nunca podrá darse plenamente lo cósmico sin la amenaza del caos, lo humano sin lo inhumano, lo propio sin la posibilidad de irrupción de lo extraño. Esta ambigüedad es «estructural» a la vida porque la historia, el cuerpo y la finitud, resultan ineludibles. Así pues, frente al espíritu gnóstico que cree que es posible superar la ambigüedad, lo que aquí se sostiene es que esta «supuesta» superación supone la disolución de lo humano. En pocas palabras, no hay humanidad porque haya bondad, moral o justicia, sino al contrario, porque siempre que hay bondad, moral o justicia aparecen, bajo la forma de una presencia inquietante, el mal, la inmoralidad y la injusticia... Uno no es humano porque sea una buena persona, sino porque nunca lo es completamente.

Los seres finitos no podemos anular la ambigüedad sin destruir algo constitutivo de la humanidad, por eso nuestra calidad de vida está en función de la forma que adopte en cada caso, hic et nunc, la relación con los demás, con el mundo y con nosotros mismos. No hay ni puede haber nunca una naturaleza humana (buena o mala, esto es ahora irrelevante) establecida a priori. No somos ni buenos ni malos por naturaleza. Lo que somos (por naturaleza) es seres culturales, que llegamos a un mundo ambivalente, un mundo que se está haciendo y que nunca está completamente terminado. Nuestra vida tiene posibilidades, aunque no posibilidades absolutas.

Porque somos finitos existimos «en dependencia»: «desde», «entre», «para», «a partir de», «frente a», «en relación con», «en contra de», «a favor de», «junto a»... No es lo categórico ni lo absoluto, lo claro y lo distinto, la coherencia y la fortaleza, lo que caracteriza fundamentalmente el modo de ser humano, sino lo circunstancial y lo preposicional, lo relativo y lo dativo, lo frágil y lo contradictorio.

Lo primero que un niño necesita para poder habitar humanamente su mundo es conocer la gramática que le ha tocado vivir. Entiendo por gramática un juego de lenguaje, el conjunto de símbolos, signos, hábitos, ritos, valores, normas e instituciones que configuran un universo cultural.1 Sin este conocimiento no habría posibilidad de supervivencia. La gramática hace posible la orientación en la selva de los símbolos, sitúa a cada recién llegado en su entorno más cercano, guía las relaciones con los demás y con el mundo, soluciona los problemas primarios, ofrece respuestas establecidas, previsibles y repetitivas, da respuesta a los interrogantes inmediatos: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde puedo dirigirme?

Venir al mundo no es otra cosa que llegar a una gramática o, mejor todavía, heredar una gramática. Nuestro ser, el ser que somos, que vamos siendo y nunca está del todo hecho, el que se va configurando en el tiempo y en el espacio, es ser gramaticalmente heredero. Siempre heredamos aunque no lo sepamos, aunque no lo deseemos. Y porque somos herencia, y porque nuestra vida es demasiado breve, no tenemos otra opción que enlazar. Enlazar significa configurar «desde», a favor o en contra no tiene ahora importancia alguna. Somos finitos, por eso nuestra vida no posee nada absoluto, nada libre de lazos. Enlazamos porque hemos comenzado antes. Debido a nuestra ineludible finitud tenemos que configurar lazos, aunque sea para después romperlos, con aquellos que nos han precedido y con los que nos acompañan en el presente.

La gramática es el puente –siempre frágil– tendido entre la situación presente y la situación heredada, entre el momento actual, por un lado, y las presencias del pasado –unas presencias que perviven, a menudo, en forma de ausencias–, por otro. Que seamos herederos, que no tengamos más remedio que enlazar, significa que, nos guste o no, heredamos una gramática en la que no se está de «cuerpo presente». Hay pasado en el presente y, por lo tanto, éste no puede existir al margen del pasado. La gramática que hemos heredado opera en cada momento al modo de una presencia espectral, a veces de forma explícita y en ocasiones subrepticiamente. Lo que somos nunca lo somos completamente. No somos los dueños de nuestra propia casa.

Ahora bien, nuestra herencia no es (sería muy peligroso que lo fuese) definitiva. Porque lo propiamente humano es la provisionalidad, la gramática no es algo ya acabado, algo que tenga que ser asumido por completo. Siempre está (más o menos) abierta. La herencia se recibe en una situación, pero con toda seguridad será valorada y puesta en cuestión en otras situaciones diferentes de la inicial. Por eso uno no tiene más remedio que aprender a administrar su herencia, un aprendizaje, claro está, nunca del todo concluido.

En cada situación tomamos partido a favor o en contra de la herencia, en cada situación la ponemos en juego. Sin duda, la mayor parte de las veces no somos demasiado conscientes de ello, pero basta con tomar una cierta distancia, basta con detenerse a reflexionar brevemente para darse cuenta de esta inacabable puesta en cuestión de lo heredado. En esto consiste vivir. La vida se podría definir, si tal cosa fuese posible, como una especie de tensión entre la situación heredada y nuestro actual modo de administrarla, entre pasado, presente y futuro, entre realidad y deseo.

Si sucede que la situación heredada no es definitiva es porque el mundo siempre está en incesante transformación. La vida cambia (o puede...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.