E-Book, Spanisch, 240 Seiten
Mbembe La comunidad terrestre
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-19407-40-5
Verlag: Ned Ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Reflexiones sobre la última utopía
E-Book, Spanisch, 240 Seiten
ISBN: 978-84-19407-40-5
Verlag: Ned Ediciones
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Achille Mbembe es profesor de Historia y Política e investigador en el Wits Institute for Social and Economic Research (WISER) de la Universidad Witwatersrand de Johannesburgo. Su obra ha renovado los debates en el marco de las teorías poscoloniales y de la colonia del poder. Sus teorías sobre la necropolítica y el devenir negro del mundo lo han transformado en una referencia de los debates de teoría política, geopolítica y la recepción activa desde África de las obras de Deleuze, Foucault, Joseph Vogl, etcétera. Ha publicado los libros La Naissance du maquis dans le Sud-Cameroun (1996), On the Postcolony (2001), Sortir de la grande nuit. Essai sur l'Afrique decolonisée (2010), Critica de la razón negra (Ned, 2016) y Políticas de la enemistad (Ned, 2018), entre otros.
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Prefacio
Este ensayo es el último de una trilogía iniciada con Políticas de la enemistad1 (2016) y proseguida con Brutalisme (2020). El objetivo de esta trilogía era proponer, a partir de África, una comprensión inteligible de las principales fuerzas de transformación de lo viviente en la era de la planetización. En efecto, durante mucho tiempo, el planeta y el conjunto de sus habitantes vivieron al ritmo de certidumbres eurocéntricas. Prejuicios, en verdad, ya que la mayoría de esas certidumbres, por necesidades de la causa, habían sido revestidas con la máscara de lo que el filósofo Souleymane Bachir Diagne llama un «universalismo dominante».2 Desde entonces, el resto del mundo, por su parte, no ha dejado de desear fervientemente una descentralización que hubiese permitido hacer visibles las diferentes manifestaciones del genio humano y hacer valer otras imaginaciones del cosmos.3 Hay que creer que esa época, sin lugar a dudas, ya ha pasado, aunque, en ambos lados, a muchos todavía les cueste trabajo sacar todas las consecuencias de ese desplazamiento.
La primera es que no se ha perdido nada que sea necesario restablecer. Algunas pérdidas son no solo incalculables, sino también irreparables. Lo incalculable y lo irreparable, sin embargo, no eliminan ni proscriben la demanda de asistencia y de verdad, y mucho menos la de justicia. Por el contrario, no hacen sino subrayar su urgencia y su índole interminable. Por otra parte, podría ser que, en última instancia, hayan establecido el tipo de deuda a la vez insolvente e imperecedera sobre la cual descansa toda comunidad digna de ese nombre, toda comunidad más allá de la identidad, más allá del Estado nacional y más allá del contrato. La segunda consecuencia de ese desplazamiento es que, en el fondo, todo está por crear y por reinventar, e imaginar y nombrar son el punto de partida de toda reinvención. Nombrar, empero, es exhortar, incluso hacer comparecer con vistas a un juicio, es decir, a una decisión. La comparecencia se contrapone al olvido y al silencio. Rubrica un deber, el deber de presencia, y señala una obligación, la obligación de responder. Y puesto que siempre estamos ya presentes con otros, el nombre mismo de la existencia, es con ellos, en la relación, como se producirá la reinvención.4 La tercera consecuencia es que la Tierra es nuestro lugar de procedencia. Tal vez no sea necesariamente nuestro destino, pero en su materialidad es algo preconstituido, que por fuerza precede a nuestra existencia y que nos sobrevivirá. Por otro lado, esa existencia es por fuerza compartida. Sin la Tierra, ninguna otra cosa es posible. Por cierto, une y separa a la vez, pero impone siempre una relación de puesta en común, lo cual, después de todo, es lo propio de la relación.
La prueba de los límites
En un momento de aceleración y confusión de los tiempos, a lo que hay que añadir la contracción de los espacios, consecuencia de la extensión planetaria de las tecnologías digitales, muchas potencias del mundo siguen alimentando reflejos predadores en los planos militar y económico. Sin embargo, desde el punto de vista de la producción de señales que hablen del futuro, no dejan de dar la impresión de girar en redondo. En la mayoría de los casos, las viejas pulsiones imperialistas en adelante solo se combinarán con un pasado de nostalgia.5 Esto ocurre porque el centro está ahora irremediablemente carcomido por un deseo exacerbado de fronteras y por el miedo al colapso, de ahí los llamamientos apenas disfrazados no ya a la conquista como tal, sino al cierre, incluso a la secesión.6
Si el temperamento está en repliegue y en cierre, es porque muchos han perdido la fe en el porvenir. Ya no esperan nada, salvo el fin mismo. Además, por mucho que se pretenda que la aceleración tecnológica y el paso a una civilización computacional constituyen la nueva vía hacia la salvación, todo ocurre como si, en verdad, la corta historia de la humanidad en la tierra ya se hubiera consumido. En consecuencia, la tarea del pensamiento no consistiría más que en tomar nota, en anticipar y anunciar la catástrofe.7 De ahí el espectacular ascenso de todo tipo de relatos del fin. En efecto, estos corren el riesgo de dominar las décadas venideras, y se difunden sobre un fondo de angustia y pánico de todo tipo. Por lo demás, la vida en el borde de los extremos está en vías de convertirse en nuestra condición común. Todos los estudios indican que la concentración del capital en unas pocas manos jamás alcanzó los niveles que hoy se conocen. A escala planetaria, una plutocracia devoradora no ha dejado de jugar aquí y allá para capturar y secuestrar los bienes de toda la humanidad y, pronto, el conjunto de los recursos de lo viviente.
Al mismo tiempo, capas enteras de la sociedad corren el riesgo incrementado de un desclasamiento vertiginoso. No hace mucho, tenían la posibilidad de reforzar su estatus, incluso de experimentar una movilidad ascendente. Como ahora la carrera está en declive, se ven obligadas a luchar, si no por la supervivencia, al menos para retener y, eventualmente, asegurar lo poco que les queda. Pero en vez de atribuir la responsabilidad de sus desgracias al sistema que las provoca, se vuelven contra otros, más miserables que ellas, una clase de personas superfluas ya lesionadas en su existencia material y en su dignidad, despojadas de casi todo, y en contra de las cuales ahora apelan a más brutalidad.8
Por otra parte, el aumento de la angustia tiene lugar sobre el fondo de una toma de conciencia mucho más acentuada que antes de nuestra finitud espacial. La Tierra no deja de contraerse. Es un sistema, terminado en sí mismo, que ha alcanzado sus límites. Algunos habrán vivido antes que otros esta experiencia de los límites y la letanía de situaciones extremas que genera. En muchas regiones del sur del mundo, crear vida a partir de lo inhabitable habrá sido nuestra condición durante siglos. La novedad es que ahora compartimos la prueba de los extremos con otros que no podrán proteger, en el futuro, ningún muro, ninguna frontera, ninguna burbuja o enclave.
La realidad de la contracción y el vuelco hacia los límites no se muestran solamente en el agotamiento vertiginoso de los recursos naturales, los combustibles fósiles o los metales que sirven para sostener la infraestructura material de nuestra existencia. También toman forma en la toxicidad del agua que bebemos e incluso del aire que respiramos, y se experimentan en la forma de las transformaciones que padece la biosfera. Así lo atestiguan fenómenos como la acidificación de los océanos y la destrucción de ecosistemas complejos, en suma, el cambio climático y la carrera hacia el éxodo de aquellos cuyos medios de vida han sido saqueados. En realidad, es el sistema nutricio de la Tierra misma el que se encuentra afectado y, con él, quizá la capacidad de los humanos de hacer historia.
Ruptura genérica
Ni siquiera nuestra concepción del tiempo dejó de ser cuestionada. Precisamente cuando las velocidades no dejan de multiplicarse y las distancias son conquistadas, el tiempo concreto, el de la carne del mundo y de su respiración, y el del Sol que envejece, ya no es extensible al infinito. En el fondo, ahora se nos ha contado. Estamos de lleno en la era de la combustión del mundo. Por eso, nos enfrentamos a la urgencia. Sin embargo, numerosos pueblos de la Tierra habrán experimentado, antes que nosotros, la realidad de la urgencia, de la fragilidad y de la vulnerabilidad vadeando los cuantiosos desastres que habrán marcado su historia, la de los exterminios y otros genocidios, la de las masacres y la desposesión, la larga letanía de las devastaciones coloniales.
La posibilidad de una ruptura genérica planea, pues, sobre la membrana misma del mundo. Por un lado, es propulsada por la escalada tecnológica y la intensificación del brutalismo; por el otro, por la lógica de la combustión y su lenta e indefinida producción de todo tipo de nubes de cenizas. Estrictamente hablando, la era de la combustión mundial es una era poshistórica. La perspectiva de tal acontecimiento ha reactivado viejas carreras, comenzando por la carrera hacia una nueva partición de la Tierra. También ha resucitado viejos sueños, comenzando por el sueño de la división del género humano en diferentes especies y variedades, cada una marcada por sus especificidades irreconciliables.
Esto es quizá lo que explica el relanzamiento, a escala planetaria, de las prácticas de selección y clasificación que habían marcado la historia de la esclavitud y de la colonización, dos momentos de ruptura transportados después por la tormenta de acero tanto como el combustible que habrá sido el racismo en la modernidad. Como en aquellas épocas, el nuevo impulso selectivo se apoya en la tecnología. Esta vez, sin embargo, ya no se trata solamente de máquinas, sino de algo más gigantesco todavía, algo sin límites, en la confluencia del cálculo, las células y las neuronas, y que parece desafiar la experiencia misma del pensamiento.
Por lo demás, la idea de una ruptura genérica, a la vez telúrica, geológica y casi tecnofenoménica, la encontramos también en el fundamento del pensamiento afrodiaspórico moderno, que está particularmente presente en las dos corrientes de pensamiento que son el afropesimismo y el...




